¿Por qué parar?
Hace unas semanas, el colectivo Brujas del Mar convocó un paro masivo de mujeres para el 9 de marzo como una forma de protestar contra la ola de violencia feminicida que sacude al país. Nos pusimos en contacto con algunas de nuestras autoras para preguntarles si formarán parte del paro del 9 y por qué decidieron parar.
Alicia Hopkins
Sí, voy a participar en el paro. El día 9 de marzo nos hemos convocado todas las mujeres en este país a parar nuestras múltiples labores, las que se hacen dentro y fuera del hogar: en la oficina, en la fábrica, en la empresa, en la escuela, en la calle. Incluso es un llamado a parar también nuestro consumo. El paro ha sido desde hace siglos un medio de lucha legítimo de las trabajadoras y trabajadores para hacer presión en la exigencia de demandas concretas. Y hay que decir que, además de legítimo, es tremendamente efectivo. Volteemos a nuestro alrededor: todo lo que tenemos está hecho con base en el trabajo, lo que sostiene esta sociedad y mantiene esta cotidianidad es el trabajo que hacemos millones de personas. Y justo queremos detener esa cotidianidad, porque la cotidianidad que nosotras las mujeres estamos viviendo en este país es desgarradora, pero al mismo tiempo, es indolente. A pesar de que hay una guerra en nuestra contra, a pesar de que México es el país más feminicida de la región latinoamericana, que cada dos horas y media, en promedio, un hombre decide acabar con la vida de una mujer ― ¡cada dos horas y media!― es decir, a pesar de que diez mujeres al día son asesinadas ―esto es más de tres mil mujeres al año― y que la tendencia muestra que “las cifras” siguen en aumento, la cotidianidad indolente en la que vivimos pareciera decirnos que no queda más que acostumbrarnos al horror, cuando no nos culpa por las violencias que enfrentamos o se burla de nuestros dolores y de nuestra rabia. En el 2019 se registraron más de 50 mil denuncias por violencia sexual en nuestro país y la cifra es conservadora porque más de noventa por ciento de las mujeres que sufren alguna violencia sexual no denuncian y, para quienes lo han hecho, el porcentaje de impunidad asciende a casi cien por ciento. Así que en este país se nos puede asesinar y violar con total impunidad. A mí me parece que es insostenible esta cotidianidad, para muchas lo es. Es muy duro.
Hay una responsabilidad del Estado en esta situación: no ofrece condiciones para una vida libre de violencia para las mujeres; sus instituciones, que deberían procurarnos el acceso a la justicia, revictimizan y apuestan por la impunidad; sus cuerpos policiales no sólo son represores sino específicamente violentos sexualmente contra las mujeres; la política de seguridad que mantiene la militarización del país ha sido un fracaso durante años pero, además, sabemos que la militarización y la política de guerra mantiene la demanda de trata y esclavitud sexual de las mujeres y sus asesinatos. El caso tan doloroso de Ciudad Juárez, laboratorio de la guerra, es emblemático y nosotras hemos aprendido.
Pero también es cierto que nos enfrentamos a una sociedad machista que constantemente nos recuerda el odio que siente hacia las mujeres. Recientemente hemos visto cómo se lucra con el horror sobre nuestros cuerpos, cómo las niñas en este país tampoco están a salvo. Recuerdo hace algunos años cuando se realizó esa experiencia colectiva en redes que titulamos con el hashtag #MiPrimerAcoso, las compañeras que se dedicaron a hacer las estadísticas nos mostraron que, en promedio, las primeras violencias que enfrentamos se dieron cuando teníamos entre 4 y 7 años: no sólo es un país machista, feminicida, sino pederasta. Y, aun así, se atreven a juzgar nuestra rabia, a recetarnos manuales de la buena manifestación y la buena conducta, como si viviéramos en un Estado de derecho, como si tuviéramos acceso a la justicia.
Ahora bien, paramos el 9 porque el 8 es domingo y ese día vamos a salir a las calles nuevamente. El 8 de marzo es un día emblemático de la lucha de las mujeres trabajadoras que conmemora a las más de 140 mujeres calcinadas en una fábrica textil en Nueva York, en 1911. En nuestro país la emergencia es el feminicidio, pero también nos urge hacer visibles las condiciones de trabajo injustas en las que nos encontramos. Para nosotras es fundamental, por ejemplo, hacer visible todo ese trabajo que pasa desapercibido y sin el cual la vida social no podría seguirse reproduciendo: el trabajo que se hace en casa, el cuidado de familiares que padecen alguna enfermedad, la crianza de las infancias, ese trabajo al que se nos ha obligado con dogmas o a la fuerza. Es un trabajo que no tiene ninguna remuneración y, sin embargo, aporta 23.5% del PIB de nuestro país. Son más de 5 billones de pesos, según cifras del INEGI en el 2018. Cinco billones de pesos que son producidos por las manos y el esfuerzo de millones de mujeres que no reciben ni un peso por la riqueza que producen. Por su parte, en el trabajo que hacemos fuera de casa nos enfrentamos con una desigualdad injustificable: a las mujeres en promedio se nos paga 23% menos que a los hombres por hacer el mismo trabajo. Es injustificable. Sabemos que históricamente a las mujeres se les ha negado el acceso a los recursos económicos que les permitirían mayor autonomía frente a los hombres como una estrategia muy eficiente para mantenerlas a su servicio y con pocas posibilidades de escapar, a pesar de que vivan violencia.
Ahora, hay que decir que el impacto que ha tenido la convocatoria a parar el 9 de marzo es inaudito en la historia de nuestro país. Nosotras decimos que hemos venido acumulando fuerzas, sobre todo desde la movilización masiva del 24 de abril del 2016 cuando salimos a las calles en todo el país para protestar contra todas las violencias machistas. El movimiento feminista está logrando desarticular los pactos patriarcales que sostienen la sociedad en la que vivimos y aunque nos están castigando con una crueldad indecible, lo cierto es que no pensamos detenernos y que seguimos avanzando en la lucha, mirándonos y reconociéndonos, organizándonos en todos los territorios y en todos los rincones: desde las charlas y complicidades con las mujeres de la familia para denunciar el machismo doméstico y las violencias que ahí se viven, hasta las protestas en las preparatorias y en las universidades que han puesto el dedo sobre la llaga y han obligado a estudiantes, profesores y funcionarios a reconocer que no han generado espacios seguros para nosotras y a tomar cartas en el asunto. Pero también en las luchas en defensa del territorio y de la vida donde las mujeres del campo y de la ciudad ponen el cuerpo porque reconocen que el capitalismo ha hecho con la Tierra lo mismo que ha hecho con nuestros cuerpos y que luchar por la vida en la época de crisis civilizatoria que vivimos es fundamental para detener la catástrofe que se avecina. Y también luchamos desde este primer territorio que es nuestro cuerpo, damos una batalla por el derecho a decidir sobre el aborto, por una maternidad libre y elegida, por una vida en donde nuestra libertad no genere la culpa y la vergüenza que nos han inculcado, sino por el disfrute, el goce, la alegría de nuestra sexualidad, a pesar de la moralidad recalcitrante con la que intentan castrarnos y debilitar nuestras potencias.
Aumento e impunidad en las violencias sexuales y los feminicidios que enfrentamos, condiciones laborales injustas propias del capitalismo, trabajo no remunerado, derechos sobre la libertad de nuestros cuerpos, la defensa de la vida, serán algunas de las razones más importantes por las que decidimos parar este 9 de marzo. Son razones legítimas que nos ponen en una situación de confrontación no sólo contra el Estado, sino contra el capitalismo y contra la sociedad. Sin embargo, lo que hemos visto estos últimos días es que la convocatoria para parar el 9 de marzo se ha convertido en un botín jugoso y acomodaticio. El feminismo en nuestro país es eminentemente una lucha autónoma, independiente de partidos políticos y de las pugnas por el poder que se dan allá arriba entre los poderosos y la gente con dinero. Ahora todo el mundo quiere quedar bien: los bancos, las empresas, los partidos que nos han negado durante décadas los derechos básicos a las mujeres ¡ahora se hacen pasar como aliados! Realmente es una burla, una simulación y una burla. A nosotras no nos engañan ni tampoco permitiremos que en su oportunismo se apropien de nuestras demandas. Las mujeres no somos millones de votos posibles para las próximas elecciones, ni millones de consumidoras para sus bolsillos, el feminismo no es una agenda partidista para alcanzar o mantener el poder de ciertos sectores de la política. Nuestra lucha trasciende a sus intereses y también estamos en su contra.
Nosotras estamos más bien en otro terreno de la política, que no es el que está allá arriba, que no genera esas cuantiosas ganancias ni se juega en torno al poder estatal. Nosotras nos convocamos a parar el 9 para salir a las calles, parar para encontrarnos con otras, para conversar con otras, en el metro, en los transportes públicos, con las vecinas, las amigas, con desconocidas, en los parques, en los espacios abiertos de las escuelas. Porque necesitamos encontrarnos para reconocernos, mirarnos a los ojos, decirnos que no estamos solas, que vamos a seguir luchando y organizándonos. Porque a pesar de las múltiples resistencias, hoy, pero herederas de todas las luchas que han dado las mujeres a lo largo de la historia, hemos venido dando pasos certeros y firmes para hacer de este mundo un lugar más justo y más digno para nosotras. Me parece que estamos en un momento de crisis y de transición y que, a la par que un mundo se derrumba ―un mundo que no construimos nosotras sino esta civilización patriarcal, capitalista, racista, ecocida que nos colonizó― estamos logrando construir con nuestros dolores, nuestra rabia, pero también con nuestras alegrías y esperanzas la posibilidad de un mundo por venir, ahora, justo en este momento histórico de la humanidad, donde ese mundo por venir pareciera ser peligrosamente incierto.
Iveth Luna
No soy nadie porque trabajo*. Pero trabajo desde casa. El resto de mis compañeras no. Aun así, la agencia para la que trabajo mandó un correo donde dice que somos el 52% de su fuerza laboral y que se solidariza con la decisión de paro. Ojalá se solidarizara con nuestros bolsillos, quizá hasta con darnos de alta en el IMSS con nuestro sueldo real. Cotizaríamos más, una casita, ya saben, algo para el retiro. Debido a que trabajo, no soy nadie*. Además, en nuestro grupo de WhatsApp se nos informa de las reglas para poder parar: hay que adelantar pendientes y si una de nuestras cuentas internacionales nos necesita, hay que atender. O sea que nos dan permiso de parar nacionalmente, pero no internacionalmente. En la sociedad nuevoleonesa es muy difícil parar porque para muchos jalar es como lo que le he escuchado decir a mi madre: “Trabajar me hace sentir viva”. Y en cambio yo siento que no soy nadie porque trabajo. Pararía toda la vida, si es posible. Así que sí, el lunes paro, independientemente de lo que vaya a pasar, si es otra de las simulaciones controlada por el Estado, si es una forma de marcar algo, si empuja decisiones y contradicciones. Sí paro.
*Aborto en la escuela, Kathy Acker
Lola Ancira
En México, ser mujer es un peligro.
Los últimos casos de feminicidios que nos cimbraron y que recibieron una gran visibilidad mediática fueron el de Isabel Cabanillas, de 26 años, el de Fátima, de 7, y el de Ingrid, de 25. Engullimos a diario, con cada noticia, una dosis terrible de angustia y horror. ¿Cómo seguir con nuestras vidas bajo esta amenaza constante?
Tenemos miedo de salir, de usar el transporte público o servicios privados, de pasar por una calle mal iluminada, de un hombre solitario, de hombres en grupo. De regresar tarde a casa. De no regresar. Miedo incluso de nuestras propias parejas o exparejas.
Este miedo, que en un inicio nos paralizó, se ha convertido en una furia contra el sistema patriarcal del que deriva la violencia en nuestra contra y que nos atañe a todos como sociedad, misma que busca contenernos y eliminarnos y que genera crímenes muchas veces impunes o cuyas sanciones son mínimas.
El dolor por nuestras hermanas acalladas con tanta saña se desborda. La empatía y la sororidad son urgentes. La desaparición masiva y ficticia (tanto física como digital) que representa #UnDíaSinNosotras surge de este hartazgo desbordado. El paro nacional apoya la lucha por nuestros derechos.
Entre tanto desasosiego, tomar un respiro para continuar peleando es más que necesario. Demostremos cómo sería un país deshabitado por nosotras, sin fuerza laboral femenina, sin cuidados del hogar y de la familia.
Paremos por las que ya no están, por las que siguen con nosotros pero cuya vida fue arruinada. Que nuestra ausencia despierte la conciencia de los demás para así encontrar acciones eficientes y detener la barbarie.
Si la violencia de género, el terror y la impunidad no paralizan al país, hagámoslo nosotras por un día.
Andrea Chapela
Los últimos dos años pasé el 8M en Madrid. Estaba allí porque tenía una beca de escritura para vivir en un hotel. Justo ese par de años (2018 y 2019) se convocó en España un paro: de trabajo y de cuidados. En esos dos años paré de las maneras que tenía a mi alcance: no escribí y no leí nada que tuviera que ver con los libros que consideraba mi “trabajo”, limité mi uso en redes, pedí que no se hiciera mi habitación (porque quien limpiaba era una mujer), no bajé al comedor, pasé tiempo con mis compañeras y compañeros becarios y, de no haber tenido viajes, habría ido con ellos a la marcha.
En la primavera del 2018 en España se estaba llevando a cabo el juicio de la Manada, un grupo de cinco hombres que habían violado a una chica durante las fiestas de San Fermín del 2016. La indignación alrededor del caso y su juicio, entre otras cosas, llevaron a manifestaciones multitudinarias y al paro. Ahora, en México sucede algo parecido. Los asesinatos de Ingrid y Fátima en las últimas semanas, el aumento en la estadística “10 mujeres son asesinadas todos los días en México” y el clima generalizado de inseguridad y violencia para las mujeres, llevan no sólo a convocar una marcha el 8M, sino también un paro el 9 de marzo.
Este año tengo planes de ir a la marcha y también de parar. No daré clase, no estaré en redes sociales y no consumiré. Sin
embargo, inspirada por el hilo de twitter de Vivian Abenshushan no pretendo guardarme en mi casa y desaparecer. Me gusta entender el paro como un llamado a la imaginación política y a existir de otra manera en el mundo. Por eso pasaré el día en la cafetería de unos amigos en la Santa María la Ribera hablando y pensando sobre el paro, la marcha del día anterior, los feminicidios, esas 10 mujeres asesinadas y la imposibilidad que tenemos en esta ciudad para caminar seguras por la calle.
Como Abenshushan sugiere, creo que es importante disrumpir el orden, apoderarnos de los espacios que se nos niegan y reunirnos. En marchas, en parques, en cafeterías, donde podamos, pero juntarnos a hablar. No sólo para entender que no estamos solas, sino para articular la injusticia y la impotencia. Históricamente las acciones políticas han comenzado así: un grupo de personas rompe el orden, se reúne, habla y, a través de compartir ideas y frustraciones, generan cambios.
El lunes, yo voy a parar e intentaré existir en el mundo de manera consciente y política. En México, el 8 y 9 de marzo no son días de celebración, son días para canalizar nuestra impotencia, nuestro dolor y nuestra ira.
Aura García-Junco
#NosotrasParamos porque las cosas tienen que cambiar y ya están cambiando. Un paro implica confiar en ese nosotras, en lo colectivo. Para que una estrategia así surta efecto, muchas tenemos que estar ahí, poniendo el cuerpo. Y digo poniendo porque no se trata de “quitarse” de un sitio, de vivir “un día sin nosotras”, situación que, por lo demás, le encantaría a más de uno. Es una acción simbólica que visibiliza al 52% de la población a través de un vacío activo. A diferencia de los medios que se empeñan en mostrar nuestros cuerpos como entes pasivos, ya sea receptores de la violencia masculina o de su deseo, el paro implica una resistencia. No consumir, no trabajar, no producir es hacer algo. La iniciativa de no entrar a redes sociales o servicios digitales el 9 de marzo me parece especialmente importante porque es en el espacio difuso de los clics donde se produce dinero con nuestros cuerpos maltratados, con los clickbytes descarnados que hacen de nuestras violencias amarillismo barato. Dejemos a un lado el consumo desmedido de información y pasemos tiempo juntas. Hagamos de este espacio una oportunidad para organizarnos políticamente, querernos y procurarnos. Sólo en colectivo podemos transformar la sociedad machista.
Biaani Garfias Gallegos
Ya me cansé, me cansé de vivir en una cotidianidad donde todo el tiempo tengo miedo; miedo de no llegar, miedo de que me lleven lejos, miedo de que mi cuerpo sea tratado como el objeto que es en esta sociedad patriarcal, miedo de ser la siguiente.
Me cansé de entrar a las redes sociales y leer relatos sobre acosos y violaciones que no distinguen edad; de ver que decenas de mujeres y niñas que en un principio aparecían en carteles de búsqueda, aparecen en encabezados de noticias que parecen un cuento de terror; noticias que relatan como por ser mujeres se les ha arrebatado la vida de una manera atroz e inhumana.
Mientras mis ojos recorren los encabezados y se me hace un nudo en la garganta por la crueldad de los feminicidios, las violaciones y la empatía que siento por las madres, padres, hijos y amigos que se van a quedar sin una parte de su corazón; deseo con toda mi alma ya no volver a ver algo así; deseo que mi mamá, mis tías, mi hermana, mis amigas y todas las mujeres estemos a salvo, seamos respetadas, seamos humanizadas.
Ya no quiero salir a la calle con miedo, volteando hacia todos lados por si alguien me viene siguiendo, ya no quiero mandarle una foto a mis papás en las mañanas para que vean cómo voy vestida, para que si algún día ya no me encuentran puedan describir en un cartel de búsqueda cómo iba vestida ese día, por si alguien me vio o si encuentran en algún basurero, río o carretera un cuerpo irreconocible, pero con la descripción de mi ropa.
Ya no quiero llegar a casa llorando por la impotencia que me causó ser víctima de acoso en el transporte público o porque alguien me intentó jalar por la fuerza afuera de la escuela; quisiera borrar de mi mente las imágenes grotescas, la indignidad, el miedo de no regresar y el pensamiento de que, así como yo que tuve la fortuna de que no me llevaran, hubo muchas más que no corrieron con la misma suerte.
Por eso, por todas las que ya no están, por todo el sufrimiento histórico que venimos cargando, por los que se quedaron sin hijas, sin madres, sin hermanas, sin amigas; por las nuevas generaciones, por mi hermanita. Llegó la hora de mostrar nuestra empatía, de mostrar que lo que a muchos les molestaba era, en efecto, la manera de protestar y no la protesta.
Se nos da un día en el que nuestro silencio y ausencia creen conciencia de esta situación que por mucho tiempo ha desangrado al país; de que esto lleve a comenzar ese cambio tan esperado por generaciones y que al final es un movimiento que debe ser traducido como un grito desesperado más clamando por equidad y justicia.
Donají Zavaleta
Pienso en el paro del 9M como una performance de la ausencia que, por un lado, sacude el sistema cimentado en los procesos de explotación y utilidad neoliberalista, cuya violencia se inscribe en nuestros cuerpos desde la acumulación originaria. Entorpecerlo, provocar pérdidas económicas es otra de las estrategias a las que tenemos que recurrir para llamar la atención sobre nuestra propia existencia, nuestro derecho a seguir vivas. También, esta medida dice mucho de los extremos necesarios para que un problema que para nosotras es tan evidente, sea una preocupación fundamental para una población cada vez mayor. Si el sistema económico determina nuestras vidas, si la pérdida de los posibles 26 millones de pesos que el paro podría costar los ayuda a confrontarse con la realidad, entonces que así sea. Nuestro paro también será una llamada de atención sobre el cinismo y la deshumanización de nuestra sociedad.
Además de esto, creo que considero el paro casi como un ritual de la ausencia. La idea de desaparecer, incluso de “recluirnos” voluntariamente de una realidad que no nos respeta, apunta por una pronunciación simbólica de cita y subversión de la norma. En los estudios de la performance, se plantea que un ritual o una representación reproduce la convención social que está causando una ruptura en el tejido, para evidenciarla y resignificarla. Esto es precisamente lo que creo que es una de las propuestas del paro: estamos citando las desapariciones forzadas, los asesinatos, las ausencias, estamos haciendo evidente lo que sería la vida sin nosotras; el extremo al que nos están llevando por no respetar nuestra existencia.
Si la norma social es la violencia sistemática por el simple hecho de ser mujeres, haremos evidente la absurdidad y la atrocidad de dicha norma al desaparecer un día de manera voluntaria.
Estamos cansadas de tener que discutir, demostrar, argumentar que nuestra vida vale, que tenemos derecho a hacer todo por mantenernos vivas. La marcha del 8 será nuestro grito y el 9 un contrapunto. Las maneras de vivir el paro del lunes, por supuesto, serán distintas para cada una. No puedo esperar para escuchar sobre los diálogos, los encuentros, los afectos que se vivieron durante ese día en que se decidió desaparecer para el mundo, pero no para nosotras.
Isabel del Valle
Durante varios meses, me acompañó en mis trayectos en metrobús la carita sonriente de Isabella Solís Granados, de siete años, desaparecida un 12 de noviembre a las 21:30; desde su cartel de se busca en la pantalla del metrobús, Isabella nos miraba a todos. Me fijé en ella porque de alguna manera me hacía recordar la cara de una amiga de la primaria, porque nuestros nombres eran similares y porque uno de los apellidos de mi abuelo era Solís. Hasta ahora nadie ha vuelto a saber nada de ella.
No puedo evitar pensar en mis sobrinas, en mí a esa edad, en las mujeres y niñas que hay en mi vida; cuando me doy cuenta de que alguna de ellas podría desaparecer en cualquier momento y ser hallada en algún lado, con el cuerpo destrozado o incluso jamás volver a ser vista, me dan ganas de llorar, de gritar y de salir de aquí. Pienso en el horror de la desaparición y en la violencia que por fin se está visiblizando y me hierve la sangre porque no es justo que tengamos que vivir con miedo.
El tiempo que ha pasado desde que Isabella desapareció me rompe el corazón, es un recordatorio de que ninguna mujer, ni las niñas pequeñas, está a salvo en este país. Ahora cuando estoy en la calle, la busco sin encontrarla, tengo memorizada su cara, me gustaría poder hacer lo mismo con cada una de las miles de desaparecidas que se nos acumulan día a día.
El nueve voy a parar por Isabella, por cada una de las mujeres que salieron de su casa y no han vuelto, por las que fueron asesinadas por quienes decían amarlas, por las que vivieron para contarlo y por las que ya no están.
Mariana Martínez
Terminamos el 2019 con 976 feminicidios aproximadamente. De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública tan solo durante Enero se registraron 320 feminicidios. Verlo así, como cifras, a veces impide que sintamos empatía con el problema. En ocasiones olvidamos que cada número de esa cifra está representando a una mujer asesinada, olvidamos que hay familias buscando justicia para sus hijas, madres, sobrinas, amigas, tías o compañeras. Y olvidamos también que a nuestro alrededor hay más víctimas de violencia de género. Hemos llegado a un punto en el que ser indiferentes no es una opción, por eso este nueve de marzo voy a participar en el Paro Nacional. Estoy cansada, me siento impotente y sin importar cuánto me arme de valor para levantar la voz, me vuelven a callar. Paramos para que les importe, desapareceremos para que nos vean.
Raquel Guerrero Viguri
Tomar la decisión de unirme al paro fue una cosa fácil, inmediata: Sí, me uno sin dudarlo. Lo difícil en realidad es tratar de entender bien a bien en por qué hacerlo, mis razones correctas y personales para apoyar la causa, para que mis acciones (o en este caso mis no acciones) trasciendan, logren algo.
Si me voy a mi experiencia personal podría decir que afortunadamente, nunca me he sentido en ninguna de las situaciones de violencia que aquejan a mi género. Según mi visión de las cosas (que puede tener cierta miopía, como si uno viera solo lo que quiere ver, que puede ser el caso), todas y cada una de las experiencias laborales que he tenido han estado lejos de una discriminación o un acoso por el hecho de ser mujer; por el contrario, he contado con jefas de las que he aprendido mucho aunque entiendo bien que fueron ellas quienes libraron todas esas batallas que me permitieron a mi sentarme a su lado, escuchándolas o dimensionado todo lo que significa ocupar cargos de importancia en un mundo donde el hombre sigue sin estar acostumbrado a recibir órdenes, sugerencias o incluso aportaciones valiosas de una mujer.
Y si bien el entorno de lo familiar/sentimental sale bien librado en mi vida, no es así para muchas otras, y es ahí donde mi decisión para el unirme al paro empieza a tener razones más que válidas: no todas las mujeres están en mi misma situación ni yo misma estoy exenta de que mis experiencias de vida a futuro que estén libres de violencia, sea cual sea su forma. Ni mis sobrinas adoradas, ni mis hermanas, ni mi madre o amigas. Nadie está a salvo.
Una razón más: está claro que cuando una ama de casa o madre se ausenta por alguna razón de su casa (por viaje, por hartazgo, por cansancio, por enfermedad), su ausencia se percibe mucho más que su presencia, que normalmente los hijos o las parejas dan por hecho sin ofrecer ayuda, sin valorar su labor. Así, creo que visibilizar las ausencias no es solo importante sino fundamental, sobre todo cuando se hacen por voluntad, por cansancio y por hartazgo, ya que las ausencias forzadas que a diario se contabilizan por cientos, por miles, no han logrado hacer el eco necesario, como si no se tratara lo mismo de hogares vacíos donde las no presencias duelen. Tristemente.
Y una vez más, es hacerlo porque ninguna está exenta ni a salvo en sus propios hogares. Ni en la vía pública. Ni pagando la renta. Ni camino a casa. Ni en el día. Ni en la escuela. Ni en el trabajo.
Me quedo con un paro que comience a hacer visible a niveles nunca antes imaginados la unión de mexicanas que son capaces de ponerse de acuerdo para exigir empatía, soluciones inmediatas, credibilidad ante la sociedad, ante las autoridades que pasan por ciegas y sordas. Y deseo con todo mi corazón que sea exitosa, porque hay otra larga lista de situaciones de violencia que también ameritan defensas constantes y urgentes: los niños, los adultos mayores, sin importar su género, que son despojados, excluidos, olvidados incluso por sus propios familiares; los animales, empezando por los de compañía, las tierras que nos proveen vida que hoy más que nunca son saqueadas, contaminadas, violentadas.
Es imposible ser ajeno ante causas que nos impactan, de una u otra manera, aunque no tengamos mascotas o no nos guste comer verduras. No somos entes que viven en solitario y por eso todo lo que le afecta a un grupo impacta y afecta a otro. Así es la vida. Y con eso me quiero quedar, con un paro que nos de fuerza, poder y aliento para lo que venga después, para darnos impulso cuando los ojos y los oídos se abran y comiencen vernos, a escucharnos.
Con lo que no estoy de acuerdo, y es donde mi mente discierne luego de tantos estímulos que llegan por todas partes, es en tomar esta causa y a la mayoría de las personas que la están siguiendo como pretexto para dividir. Para colgarse de otros temas, para adjudicar a las paristas causas que no les fueron consultadas, en las que quizás no están de acuerdo y por las cuáles no se jugarían el salario de una jornada o la educación de sus hijos un día.
Tampoco estoy de acuerdo con un paro que parezca más una batalla contra los hombres, porque si bien hay mayorías importantes que nos han llevado hasta aquí, también existen las minorías que empatizan, que humanizan, que se conduelen y ayudan.
Me quedo con un paro que haga algo, que incentive algo, que prenda una chispa que no se nos salga de las manos y termine quemándonos. Que la violencia no se pida con violencia. Que la paz llame a la paz. Que el paro nos visibilice a todas.
Christina Soto van der Plas
Ver, desde lejos, cómo se desangra mi país es acaso más doloroso que si lo viviera desde las entrañas. No me paraliza la impotencia, me mueve. Me mueve a no moverme el nueve, a unirme al paro.
“¿De dónde viene la palabra ‘feminicidio’?”, me preguntó mi estudiante Mireille en clase, aquí en California.
Le sonreí, apenas. Debería de saber la respuesta.
“¿Es un término nuevo?”, me volvió a preguntar. “Quizás es mi ignorancia”, me dijo, antes de que le respondiera algo.
“No es reciente”, le contesté, mientras pensaba que el término describe una realidad milenaria, no nueva. “Hay términos específicos para hablar de los tipos de asesinatos, homicidios, en este caso, el de las mujeres. Y desde siempre los hombres han asesinado a las mujeres”. Segura de mi respuesta, dejé ahí el asunto.
Pero luego dudé. Y comencé a investigar el origen concreto de la palabra “feminicidio”. Mireille tenía razón. Es un término nuevo. Muy nuevo, a decir verdad.
La Real Academia de la Lengua Española apenas reconoció el término en el año 2014 y enmendó su definición para incluir el componente misógino hasta 2018. Actualmente lo define como: “Asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia”. Estamos acostumbrados a la lentitud de la RAE, pero en este caso tardó demasiado: más de treinta años en consignar el uso común de la palabra. Hace tres décadas se conceptualizó el término en inglés “feminicide” y antes “femicide” (tanto en español como en inglés, “feminicidio” y “femicidio” se aceptan y refieren al mismo fenómeno). Diana Russell usó la palabra por primera vez en la década de 1970 en la organización del Tribunal Internacional sobre Crímenes contra Mujeres en Bruselas y fue hasta 1992 cuando, junto a Jill Radford, publicó una antología titulada Femicide: the Politics of Woman Killing. Desde entonces, el término se volvió clave para el movimiento feminista. En español, la antropóloga mexicana Marcela Lagarde acuñó el término “feminicidio” en 1997 para referirse a los crímenes contra niñas y mujeres, particularmente como resultado de la infame ola de feminicidios en Ciudad Juárez que obligó a repensar el marco jurídico. El Código Penal en México fue pionero en tipificar el delito por razones de género.
Pero en el acto extremo (y aún así tan terriblemente común) del feminicidio hay también que conceptualizar lo que conduce al exterminio: el temor y opresión violenta que obliga a que las mujeres sobrevivan en el temor e inseguridad, amenazadas todos los días, sin libertad.
Sí, el término es nuevo, pero describe una realidad que no es nueva. Me sorprende que apenas en las últimas décadas se acuñó la palabra “feminicidio” porque los hombres que han asesinado a mujeres por el simple hecho de ser mujeres han estado ahí desde siempre. Lo que me da esperanza: nombrar de forma apropiada el hecho hoy nos permite reconocerlo y cuantificarlo.
No sólo veo desde lejos. Grito desde aquí, desde mi trinchera en el salón de clases en un país extranjero. Veo cómo las empresas, los políticos y el gobierno de pronto son dizque muy conscientes y sensibles y hasta nos dan “permiso” a las mujeres para protestar porque nos están matando. Por todas las mujeres gracias a las que estoy en donde estoy, no quiero perder de vista lo más importante de las protestas del 8 de marzo: nos están matando porque somos mujeres en cruentos feminicidios. Por eso, el día 9 de marzo van a sentir nuestra ausencia. No le vamos a pedir permiso a nadie. El no-hacer es un arma que tenemos contra el sistema patriarcal y capitalista y hay que organizarnos y unirnos en base a nuestras diferencias.
Un día, quizás, le podré decir a Mireille que la palabra feminicidio es un arcaísmo y ya no es relevante. Entonces, habrá que quitarla del diccionario
Lucía Rueda
Considero que existen muchísimas perspectivas desde donde mirar el paro nacional del 9 de marzo. Principalmente quiero señalar que hay un problema de clases sociales, pues este movimiento particularmente está dirigido a personas privilegiadas que pueden decidir faltar a su trabajo sin que esto las afecte económicamente o en su mismo contrato. Sabemos que el chantaje laboral existe, que hay un odio hacia los distintos movimientos que creamos para manifestarnos, que el abuso de poder se ejerce más hacia las mujeres que se encuentran más invisibilizadas por su nivel económico.
Parecería que ahora estoy atacando mi decisión de parar, pero no, es solo ser consciente de todas las realidades posibles, porque así inicia el feminismo, con una conciencia general de las cosas, sin taparnos los ojos, ni generar, como práctica patriarcal, puntos ciegos porque todas somos; todas estamos.
Somos muchas mujeres con distintas historias, distintos vértices de los cuales partimos y, como en este caso, algunos movimientos se vuelven limitantes para algunas. Sin embargo, es importante, evidentemente, resaltar el porqué de este paro nacional, que no sea, como también podría verse y como se ha comentado, para ocultarnos en lugar de mostrarnos como somos, las que somos, las que estamos día a día. Sino para dar un golpe de realidad en la sociedad -que nos violenta día con día a todas de distintas maneras- de cómo haríamos falta económicamente, socialmente, políticamente, humanamente.
El 8 de Marzo de 1908 mujeres trabajadoras fueron asesinadas por manifestarse. Desde entonces -claro que también desde antes, pero no en ese día- y hasta ahora, salimos para gritar por ellas, por todas, por cada una desde donde podemos. El 8M muchas saldremos a la calle para gritar por nuestro derecho a la vida (Y qué doloroso tener que seguir saliendo y romper todo para que se den cuenta que nos están matando).
Pienso que así como no todas las mujeres salimos el 8, y no todas pueden ausentarse el 9, nos representamos entre todas, hacemos nuestra lucha desde donde podemos por la misma causa que es levantarnos, ausentarnos, negarnos, gritar, vandalizar, abrazarnos hasta que esta situación sea atendida y dé fin
Jazmín Lozada Ángel
Escribo esto y me dan ganas de llorar, porque pienso en todas las razones para parar y cada una de ella es muy triste. Las mujeres no nos sentimos seguras en este mundo, todos los días salimos de casa con miedo a desaparecer.
Tengo 29 años, me han violentado verbalmente, me he topado con exhibicionistas camino a la escuela que me muestran su pene mientras se ríen, se han acercado carros intentando hacerme subir, me han tocado en la calle, han frotado su pene cerca de mí en la sala de juegos, y me han acosado maestros. Todo eso antes de los 20 años, tenía como 9 años la primera vez que sucedió. A los 14 años no entendía el acoso, el maestro me parecía raro, me tocaba el cabello, las manos y siempre quería que lo saludara, fue hasta que dijo que me esperaría a que cumpliera 18 años que entendí todo y me dio miedo y asco.
Es brutal todo lo que pasa, no conozco a una sola mujer que no haya pasado por algo parecido o peor. Los hombres deben entender que no somos una cosa, que lo que nos hacen nos afecta, pero también es importante que las niñas lo entiendan, porque muchas veces no lo hacen y se sienten avergonzadas o piensan que fue un accidente y por eso se callan. Es importante gritar muy fuerte y que los abusadores sepan que no vamos a permitir que nos violenten.
No es justo que nos maten por un capricho, por sus huevos. Y también deben de entender que no les pertenecemos, nos pertenecemos a nosotras mismas.
Con esta protesta haremos que todos se paren a pensar aunque sea por un momento; algunos lo entenderán, otros no y hablarán de que la violencia también les afecta a ellos, pero aun así seguirán caminando tranquilamente por la calle sin sentir que se acabó su vida cuando se encuentren solos y frente a ellos salga un hombre de una esquina y los mire fijamente
Danae Silva, “La Corregidora”
Me uniré porque mi trabajo independiente me permite poder solidarizarme. Creo que el paro es una acción imperfecta y me preocupa que se nos valore de acuerdo a lo que producimos, servimos o consumimos; así como la forma en que la acción ha sido manipulada por razones partidistas o comerciales, y la falta de una meta específica en común.
Lo que me invita a sumarme es la reflexión que se ha dado alrededor del día nueve, el tiempo que hemos dedicado a educarnos, conversar y plantearnos qué nuevas acciones tomar para exigir equidad, justicia, respeto y seguridad; así como para estrategizar nuestras acciones y lucha e invitar y sumarnos a otras mujeres en este trabajo de todos los días.
Que miles o millones de nosotras tengamos que desaparecer para ser vistas es un ejercicio triste y simbólico que probablemente no logre mucho, pero lo que la planeación está logrando entre nosotras y nuestros espacios es importante.
Será un pequeño paso que seguramente nos dará fuerzas para seguir caminando y continuar con acciones constantes que ayuden a cambiar esta terrible realidad.
Zel Cabrera
Decálogo
¿Por qué parar?
¿Por qué no hacerlo?
Tenías que ser mujer.
¿Por qué no detener el tráfico de las avenidas con nuestras existencias?
Mujer al volante, peligro constante
¿Por qué no juntarnos todas para gritar muy fuerte?
Mujeres juntas, sólo difuntas
¿Por qué no pausar la olla de arroz que hierve en la estufa?
Mala pa’l metate, buena pa’l petate
¿Por qué no arder la tristeza y quemar la rabia contenida?
Esos no son modos de una señorita
¿Por qué no romper vajillas y tazas?
El diablo no entra en piernas cerradas.
¿Por qué no gritar si el silencio fue por años nuestra peor consigna?
Calladita te ves más bonita…
¿Por qué no hacer evidente lo invisible?
La mujer como la carabina, cargada y en la esquina.
¿Por qué?
Porque no, ya no. Basta.
Karen Villeda
(Fragmento de su libro Agua de Lourdes. Ser mujer en México. Reproducido con la autorización de la autora.)
Mujer es una palabra con eme. Maquiladora es una palabra con eme también. La misma eme de muerte. Eme de México. De muerte. De misoginia. De machismo. Eme de mi. Mi. Mi Amiga.
Mi Amiga ha sido rechazada al nacer por no ser varón. Mi Amiga ha sido minimizada. Mi Amiga ha sido acosada. Mi Amiga ha sido nalgueada. Mi Amiga ha sido piropeada. Mi Amiga ha sido amenazada. Mi Amiga ha sido manoseada. Mi Amiga ha sido discriminada. Mi Amiga ha sido pozoleada[1]. Mi Amiga ha sido violada. Mi Amiga ha sido golpeada. Mi Amiga ha sido abusada. Mi Amiga ha sido sometida. Mi Amiga ha sido ninguneada. Mi Amiga ha sido desollada. Mi Amiga ha sido entambada[2]. Mi Amiga ha sido maniatada. Mi Amiga ha sido ahorcada. Mi Amiga ha sido destazada. Mi Amiga ha sido levantada. Mi Amiga ha sido desaparecida. Mi Amiga ha sido asesinada. Mi Amiga ha sido desdignificada. Mi Amiga ha sido revictimizada. Mi Amiga sigue viva. Sigue viva.
Me tengo que repetir “feminicidio”. Una y otra vez. En el micrositio Mujeres sin Violencia[3] de gob.mx, o el portal único del gobierno, encuentro un blog. Una de las entradas se titula “¿Cuál es el origen del concepto de feminicidio y por qué hay que distinguirlo de homicidio?” y hace un breve recorrido por el surgimiento del término: “Marcela Lagarde acuñó el concepto de “feminicidio” y lo definió como el acto de matar a una mujer solo por el hecho de su pertenencia al sexo femenino, confiriéndole también un significado político con el propósito de denunciar la falta de respuesta del Estado en estos casos y el incumplimiento de sus obligaciones de garantía.” Lagarde recupera la noción propuesta por Russell y Radford para desarrollarla como feminicidio (femicidio es la traducción literal) ya que considera que el término “se presta mejor a cubrir las razones de género y la construcción social detrás de estas muertes, así como la impunidad que las rodea”[4]. Básicamente es “la muerte violenta de mujeres por razones de género, ya sea que tenga lugar dentro de la familia, unidad doméstica o en cualquier otra relación interpersonal, en la comunidad, por parte de cualquier persona, o que sea perpetrada o tolerada por el Estado y sus agentes, por acción u omisión”[5].
El feminicidio, en un sentido amplio, “se encuentra en el extremo final de un continuo de terror anti-mujeres que incluye una amplia variedad de abuso físico y verbal como la violación, la tortura, la esclavitud sexual (particularmente, la prostitución), el incesto y el abuso sexual de niñas en el entorno extrafamiliar, la violencia física y emocional, el acoso sexual (vía telefónica, en las calles, en la oficina y en salón de clases), la mutilación genital (clitoridectomía, escisión, infibulación), las operaciones ginecológicas que son innecesarias (histerotomías gratuitas), heterosexualidad forzada, esterilización forzada, maternidad forzada (al criminalizar la contracepción y el aborto), la psicocirugía, la negación de comida en algunas culturas, la cirugía cosmética y otras mutilaciones en nombre del embellecimiento. Cada vez que estas formas de terrorismo provocan la muerte, se convierten en feminicidios.”[6]
En Life and Death, Andrea Dworkin se cuestiona cómo es que la percepción de las mujeres como subhumanas provoca que estos crímenes se vuelvan habituales[7] y nosotras estamos protagonizando publicaciones de nota roja.
Degenerado y cínico!
Tenía tres amantes!
Y se las llevó a su esposa!
A LA QUE SE ENOJÓ, LA ASESINO
“Asesine a Edilberta porque la amaba”
Cinica confesión del padrastro que pasara cuarenta años en prisión
Es un maniático sexual!
Su record: quince niñas violadas; entre ellas, sus dos hermanas!
Y hasta el hermanito”
Bailarina torturada, violada y ahorcada. El cadáver estaba desnudo!!
Después de matar a su esposa, se suicidó!!
La falta de hijos originó la doble y terrible tragedia
El crimen del pozo maldito. Nadie sabe quien mató a la mujer
Encuentran otra niña descuartizada!
Psicosis!
Fue violada y torturada; tenía 14 años!
Tormento sexual!
Violó a su hijastra de cuatro años![8]
O en una canción de un grupo musical popular:
“Ese día, pasaba normalmente
Cuando su padre, atacola de repente
Violola con un deseo demente
Y ella quiso, morirse en ese instante
Mató a su padre, cuando este la seguía
Mientras su madre, con su hermano le ponía
Pensó que ayuda jamás encontraría
Hasta que al fin, hallo un policía
Alarma, Alármala de tos
Uno, dos, tres
Patada y cos
Alarma, Alármala de tos
Uno, dos, tres
Patada y cos
La Lola, su historia lloró
Y auxilio al tilo imploró
El azul, sonriendo la miró
¿Qué creen que fue lo que pasó?
Siguiola, jalola, atacola, jalola
Escupiola, golpeola, tirola, pateola
Pegola, violola, matola…
…con una pistola.”
Somos ciudadanas de segunda clase y el lenguaje cotidiano se encarga de recordárnoslo:
“Tenías que ser mujer”.
“Es que estás en tus días”.
“Calladita te ves más bonita”
“Detrás de un gran hombre, hay una gran mujer”.
“Ella lo está provocando”.
“El hombre llega hasta donde la mujer lo permite”.
“Ella se lo buscó”.
[1] Disuelta en ácido.
[2] Encontrada en el interior de un tambo de basura.
[3] Mujeres sin Violencia: https://www.gob.mx/mujeressinviolencia
[4] MECANISMO DE SEGUIMIENTO DE LA CONVENCIÓN DE BELÉM DO PARÁ (MESECVI), La Declaración sobre el Femicidio del MESECVI, Organización de Estados Americanos, 2008. Disponible en línea: https://www.oas.org/es/mesecvi/docs/declaracionfemicidio-es.pdf
[5] Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos (OACNUDH) y Entidad de la ONU para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de la Mujer (ONU Mujeres), Modelo de protocolo latinoamericano de investigación de las muertes violentas de mujeres por razones de género (femicidio/ feminicidio), 2014, punto 2. Disponible en internet: http://www.unwomen.org/-/media/headquarters/attachments/sections/library/publications/2014/modelo%20de%20protocolo.ashx?la=es
[6] RADFORD, Jill y RUSSELL, Diana E.H. (editoras), Femicide: The Politics of Woman Killing, Nueva York: Twayne Publishers, 1992, p. 15.
[7] “We are treated as if we are subhuman, and that is a precondition for violence against us.”
[8] Textos recuperados de varios números de Alarma!, revista “especializada en crímenes y muerte”.