Al sororo rugir del amor
El tren del metro se tambaleaba porque todas las mujeres brincábamos dentro de él. Solo nos detuvimos por miedo a que el avance se volviera más lento: lo importante era llegar. Se esparció un grito que empezó en el primer vagón hasta abarcar a los demás, ya solo estábamos a una estación del Monumento a la Revolución.
Nos cuidamos siempre. En el metro nos reconocimos por nuestros pañuelos morados, las pancartas. Teníamos calor, íbamos abrazadas las unas con las otras de manera involuntaria, el tumulto feminista iba apretado en los vagones cantando ya las consignas, estableciendo conexiones.
Los puntos de encuentro estaban dispersos; cada una de nosotras en su contingente pequeño o mediano desembocó en la gran congregación que ya nos esperaba bajando del tren. Volví sentir la unión que nos desbordaba. Aún no lo sabíamos pero nos esperaban el resto de las ochenta mil manifestantes. Nos cuidamos para salir poco a poco del metro. Avanzar era difícil.
La primera oleada
La experiencia de llegar al Monumento fue una extensión del apretujamiento del metro. Nos seguía el calor, el tumulto y la imposibilidad de movernos. El Monumento se convirtió en una fortaleza impenetrable de contingentes feministas. No quedaba claro cuál sería la dinámica a seguir. En medio del caos previo al inicio de la marcha, muchas mujeres trataban de atravesar los tumultos para encontrarse con el resto de sus agrupaciones.
“Qué bueno que somos tantas y que todas estamos enojadas”, se escuchaban decir, entre la multitud, saliendo de las oleadas que desembocaban en la marea morada, mientras intentábamos avanzar, ansiosas de que empezara la movilización.
Estuvimos estancadas un rato. Los cordeles de separación, que en marchas previas habían funcionado para mantener los contingentes separatistas en su propio espacio, jugaron en nuestra contra. Quedar entre un grupo acordonado y otro se volvió peligroso.
Tras el embotellamiento en Plaza de la República, parte de los contingentes encontró su camino hacia Avenida de la República. Por la calle desfilaron grupos bailando con penachos al ritmo de tambores, envueltos en la humareda del copal. Detrás venían familias, pero la confusión hizo difícil saber si sería posible respetar el orden preestablecido que había publicado la Asamblea feminista.
A los lados pasaban corriendo grupos más pequeños. Las personas de un local en Av. De la República 157, tomaron lo que pudieron de las mesas exteriores y entraron, los meseros bajaron las cortinas de metal. Los grupos pequeños de mujeres encapuchadas y descubiertas siguieron pasando sin notarlos.
La unión y los afectos
“¿Dónde está Mar?”, “A ver, somos 9, vamos a divirnos en tres parejas y una tercia para irnos coordinando”, “Hay que orillarnos”, “Esperen, esperen, nos falta una”. Si algo mueve las marchas feministas son los afectos. A lo largo de la marcha se pueden ver las pequeñas agrupaciones organizándose para cuidarse entre sí. Volteamos cada tanto para saber que nuestro grupo sigue el mismo camino. Vamos tomadas de la mano. Por allá alguien grita que levante la mano todo el contingente de Economía, más allá las de Psicología y Derecho se reencuentran y reagrupan.
Los puños se alzan por la necesidad de silencio, cuando se está buscando a una mujer. Las consignas se detienen solo para encontrarnos y re-encontrarnos. A todas nos alegra cuando alguien vuelve a su contingente. Lo que hay, ante todo, en estas manifestaciones, es amor, fluyendo de maneras diferentes. Amor y preocupación constante por las otras, porque en esos momentos somos más cercanas y aprendemos a caminar juntas.
También, se nos acelera el corazón cuando vemos, más adelante, sobre Paseo de la Reforma, a las chicas que ya lograron escalar la enredadera de El Caballito para pintar ahí las consignas, símbolos a los que nos vamos acostumbrando, lenguaje de la resistencia. Son ellas quienes construyen las nuevas maneras de hacernos notar.
La multitud corea “Sí me representan”, “Sí se puede”, “Fuimos todas”. Se grita en apoyo y por admiración. A eso que desde afuera es calificado como algo “violento” contra los edificios de la ciudad, es una prueba de amor, un acto contestatario por las mujeres que ya no están, por la necesidad de protegernos entre nosotras.
Avenida Juárez
Los gritos no han dejado de sonar. Es una marcha sorora y sonora. Cacerolazos, consignas, canciones, tambores. La diversidad no falta en las voces, en la búsqueda de maneras de expresar el enojo, el cansancio y la confianza entera de que se luchará lado a lado.
A la altura del Hemiciclo a Juárez, el contingente se repliega. Alguien advierte que nos mantengamos juntas, nos piden: “no caigan en provocaciones”. El mensaje viene de un lugar perdido entre la multitud y se esparce, nos tranquiliza. Todos los gritos se extienden así, la voz de una puede recorrernos a todas.
La marcha de hoy fue la primera para muchas mujeres. Algunas prefirieron irse en la Alameda, por la confusión de los repliegues constantes, por la cantidad de granaderos que rodeaban Bellas Artes. También porque desde la vanguardia nos llegó la noticia de que echaban gas pimienta, que pasando el Palacio, el contingente se había tenido que separar, la mitad siguió la ruta planeada y la otra fue a Tacuba.
Esperábamos más tranquilidad en esta marcha, en este día que se ha reclamado para pelear por nuestras vidas. “Hay mucha desinformación de lo que está pasando”, decían algunas antes de decidir retirarse. En medio de la marea, fue difícil saber dónde nos estaban conteniendo y de qué formas.
La estatua de Francisco I. Madero fue pintada de morado. Una mujer oaxaqueña tomó el micrófono al lado de la primera parada que es la Antimonumenta. “Me vine aquí para trabajar, pero está difícil vivir con miedo. Antes salía a las diez de la noche y tenía que irme sola”, contó antes de introducir la canción, “La Martiniana”, dedicada a las niñas que nos faltan, a las muertas, a las desaparecidas:
“No me llores, no, no me llores, no, / porque si lloras yo peno, / en cambio si tú me cantas / yo siempre vivo y nunca muero”.
El zumbido en los oídos
Madero cerró; dimos vuelta para tomar 5 de mayo y seguir el camino hacia el Zócalo. Caminábamos sobre vallas tiradas, con edificios con las ventanas rotas a cada lado. “Primero las mujeres, luego las paredes”.
En el Banco de México un grupo trataba de romper el vidrio de las puertas. La furia de todas corea los golpes. Los granaderos las enfrentaron, las empujaron con sus escudos. Muchas se unieron a las primeras, las respaldaban, las acompañaban, otras gritaron para que supieran que no estaban solas.
Las mujeres tomaron un fragmento de valla que amurallaba el edificio, lo colocaron entre los granaderos y ellas. Y en eso un retumbo. Fue el sonido de una granada de gas lacrimógeno, pero nos inundó la confusión.
Un pequeño grupo perdió a una de las suyas. La reacción fue inmediata: mientras la mitad la buscaba entre el tumulto que empezaba a dispersarse, otras subían al desnivel del Edificio Guardiola para tener un punto alto desde cual ubicar a la integrante perdida. La encontraron; la chica decía que le zumbaban los oídos: cuando estaba ahí entre el contingente y los granaderos no se explicaba cómo es que podía seguir deteniendo la valla: “luego me di cuenta que era la fuerza de todas”.
La eficacia de las chicas y el ataque se vivieron como sucesos increíbles, la primera por la actuación tan rápida y eficaz, por la manera de reaccionar inmediata para mantenerse juntas; el segundo por lo absurdo del momento, lo cuestionable de los actos disuasivos en un día que las mujeres necesitan exigir su espacio.
Seguimos hacia el Zócalo. Algunas calles fueron bloqueadas por policías mujeres. Se gritaba “Mujer consciente se une al contingente”, “Mujer policía, a ti también te violan!” y “Policía escucha, tu hija está en la lucha”.
Todas las ventanas terminaron rotas.
Los nombres y los rostros
Muchas mujeres iban cubiertas. Tenían el derecho a marchar así, por seguridad ante las amenazas de ataque con ácido, por precaución: la marca que se deja por las calles puede ser reprendida. También porque los rostros que teníamos que exhibir hoy son de de violadores y acosadores, pegados en carteles que se dispersaron a lo largo de nuestro camino.
Los gritos: “Alerta, alerta”, “Marchamos por las que ya no están”, “No se separen, no se replieguen”, “Hombres atrás”, “Arriba el feminismo que va a vencer”; los comentarios: “Es mi primera marcha”, “Aquí ya nos vamos porque no sabemos qué está pasando”, “Marchen por todas mañana, por las que no podemos ir”; las voces permanecen colectivas y anónimas.
No nos nombramos porque los nombres que sonaron este día por la calles son de aquellas que ya no pueden gritar con nosotras. Los nombres del listado de feminicidios 2019-2020 que se pegó de las vallas que protegían los monumentos. Los nombres de las mujeres que hemos perdido escritos en la Plaza de la República, para que se puedan leer desde cualquier parte. Los nombres de los 73 feminicidios que se registraron solo en enero.
Nos movieron ellas, los afectos, el amor a todas y cada una de las mujeres que han sido violentadas, las mujeres en nuestra vida que necesitamos proteger. Así como nos cuidamos las unas a las otras en los grupos que conforman la marea morada que inundó las calles, así velamos por ellas. Lo que se juzga como vandalismo o violencia, es la rabia que viene de la sororidad.
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La manifestación no empezó exactamente a las 14:00 horas del 8 de marzo, sino semanas antes, con la convocatoria de la Asamblea Feminista, con las colectivas proponiendo actividades de encuentro en el Zócalo.
Continuó con las publicaciones constantes de propuestas de carteles, ilustraciones compartidas para inundar las calles de arte, discusiones sobre la manera más ecológica y amable de pintar todas las fuentes de rojo sangre, canciones para empoderadoras como “Canción sin miedo” de Vivir Quintana, recomendaciones para las mujeres que van por primera vez, precauciones para cualquier eventualidad que se pudiera presentar. Vamos aprendiendo a estar prevenidas.
Sabemos que lo más importante es cuidarnos entre todas. Nuestra movilización empezó cuando se nos quitó el miedo de tomar los espacios que nos merecemos.