“Las leyes se hicieron para los hombres y no los hombres para las leyes”
John Locke
Los callejones resonaban con risas juveniles impregnadas de la energía vibrante de la noche.
Imagina que aparte de religioso eres medio ñoño y después de 15 años de trabajo duro haciendo chambitas acabas de cumplir tu sueño de obtener una plaza como profesor de filosofía en la universidad, solo para toparte con el libro de un señor que te dice que aquello que profesaste toda tu vida es un engaño.
Acudía a ese lugar todas las noches, esperando que al amanecer los ídolos abandonaran el sueño conmigo, convertidos en figuras sustanciales, graves y silenciosas, con el peso y la consistencia de las piedras.
¿Hace cuánto tiempo que el concepto de “la razón” no nos sirve para pensar nuestra realidad? ¿Habrá hoy otras formas de nombrar el efectivo atropello de la razón? Quizás la línea se ha movido hacia la “verdad” y sus variantes apócrifas, la “posverdad” o lo que yo llamo “ideoverdad” (ideologías que producen sus supuestas “verdades”, frecuentemente en su propio idiolecto).