Saint Maud: religión, obsesión y autocastigo
En septiembre de 2019, Saint Maud —película dirigida por Rose Glass— se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto y comenzó a ser presentada en cines en 2020. Me encanta el género del horror/terror y, como todos los masoquistas que tenemos este vicio, me la paso buscando películas, series o libros que me dejen helada del miedo o perturbadísima, lo cual ya casi no pasa, en parte porque ya me desensibilicé, pero también porque este género cinematográfico está plagado de B movies y clichés.
Hay cientos de películas en las que ya sabes exactamente lo que va pasar. Saint Maud no es así. Tiene críticas mixtas y creo que es por el hecho de que no es un terror explícito, paralizante o muy convencional. Su recepción fue, en general, muy positiva; de hecho, tuvo diversas nominaciones y ganó dos premios BIFA.
La historia trata de Maud, una enfermera muy religiosa que trabaja como cuidadora privada. Desde el principio se insinúa que tiene un pasado turbio y traumático. La película comienza cuando llega a casa de Amanda, quien es una ex bailarina desahuciada, para ocuparse de ella.
La voz de Maud narra su cotidianidad y sus reflexiones, dirigidas hacia el dios católico; está convencida de que ha sido enviada a la vida de Amanda para salvar su alma y alejarla del pecado. A lo largo de la película, el espectador advierte las obsesiones de la muchacha, su búsqueda desesperada de propósito y su afán enfermizo de ser una salvadora. También se presenta la fe de Maud y la peculiar relación que tiene con una religión llena de éxtasis, culpa, autocastigo y aislamiento.
Hay varias escenas que rayan en el body horror, en las que Maud lastima su cuerpo para purgar sus fallas o falta de fe. La fotografía, a cargo de Ben Fordesman, me parece buenísima. Es sombría y refleja una atmósfera enrarecida, asfixiante. Cuadro a cuadro, la cámara muestra el mundo desde la perspectiva inquietante y solitaria de Maud.
Cuando se rompe la relación laboral entre las chicas, la enfermera pierde la fe y, en medio de una angustia desquiciante, busca alejarse lo más que puede de dios. Pero no logra escapar de la voz que le habla para convencerla de que tiene una misión que cumplir.
El monólogo de Maud y los paisajes lúgubres —tanto exteriores, como interiores— revelan el deterioro mental de la protagonista. Saint Maud es un descenso al infierno psicológico del fanatismo llevado a sus últimas consecuencias. La propuesta visual y sonora del largometraje, junto con la actuación de Morfydd Clark, permiten que el espectador acompañe a Maud en su caída en espiral.
Me gusta mucho que no hay jump scares —uno, si acaso— y que las escenas climáticas no se apoyan en recursos efectistas. El horror es psicológico y se va presentando sutilmente; las imágenes perturbadoras son breves y poderosas. Los escalofríos no faltan al darnos cuenta que probablemente “Dios” no tiene mucho que ver con Maud y al pensar en quién o qué será lo que le habla realmente.
Creo que las mejores películas de terror que he visto, o que más me gustan, no dan miedo solo por una cuestión paranormal o de imágenes feas, sino por la exploración de la profunda angustia de los protagonistas y de un sufrimiento del que no se vuelve. Saint Maud entra en este tipo de películas. Creo que lo que más me asustó fue la soledad de la protagonista. El final me parece brillante.
Con influencias del cine de los años 70, Saint Maud es una propuesta llena de simbolismos, muy cuidada y bastante inquietante que, en mi opinión y la de muchos, lleva a Rose Glass al mismo nivel que Robert Eggers con The Witch (2015), Ari Aster con Hereditary (2018) y Midsommar (2019), Remi Weekes con His house (2020) y Julia Ducournau con Grave (2016). Definitivamente es imperdible para los fans del género y forma parte de esta nueva oleada muy refrescante y muy prometedora del cine de terror independiente.