Para la Iglesia católica, la canonización de uno de sus miembros cumple una doble finalidad: por una parte, se trata de proponer un modelo a seguir en el ejercicio de ciertas virtudes cristianas; por la otra, la ceremonia es un reconocimiento público de que la persona canonizada goza de la visión beatífica y, en consecuencia, funge como intercesora entre Dios y la humanidad.