Mujeres indígenas en la academia feminista, ¿un camino para la emancipación?
“Es muy frecuente que algunas feministas insistan en no comprender por qué las mujeres indígenas y afrodescendientes no ven en la lucha de las mujeres la única o la más importante reivindicación.”
Aura Cumes
Escribimos este ensayo a manera de reflexionar nuestros caminos en el ámbito académico como mujeres indígenas (nahua y tsotsil). Ambas hemos cuestionado nuestra labor como investigadoras en el contexto de la academia feminista. Ser mujer indígena e investigadora conlleva desafíos significativos, y en este escrito deseamos explorarlos y analizarlos. Nos preguntamos: ¿podemos imaginar una academia que escape de la uniformidad, que sea diversa, crítica y no reproduzca las dinámicas coloniales? Esta interrogante nos impulsa a desafiar los paradigmas arraigados en la concepción del conocimiento, y cómo podemos utilizar ese conocimiento para desmantelar las estructuras de la casa del amo que nos oprime.
Es importante señalar que tanto el feminismo como la academia comparten una historia y devenir colonial, y por eso queremos analizar cómo estas dos instituciones perpetúan los sobrecruzamientos por nuestra condición de género, raza, clase, edad, escolaridad y estado civil, y cómo sus efectos se encarnan en nuestros cuerpos y territorios como mujeres indígenas. Asimismo, nos preguntamos si la academia feminista nos lleva a un camino para la emancipación de este sistema capitalista, patriarcal y colonialista siendo mujeres indígenas.
La Academia, fundada por Platón en 388 a. C. en las afueras de Atenas, ha trascendido significativamente en los últimos 2 400 años. Las feministas académicas han destacado cómo nuestras representaciones y lugares de enunciación están influenciados por nuestro posicionamiento social e identidad política. Se ha cuestionado el mito de la objetividad, mostrando que todes tenemos un sesgo social que afecta nuestras interpretaciones, así como las formas en que generamos conocimiento. La idea de la “objetividad científica” se considera una meta inalcanzable, ya que nuestro análisis está inevitablemente influenciado por nuestra posición social, por todos los sobrecruzamientos que nos atraviesan, como mujeres indígenas, jóvenes, precarizadas y de las periferias. Además, se ha señalado que la objetividad encubre los efectos políticos de nuestro trabajo sobre los “otros”. La noción de que el conocimiento está situado implica que no hay una única verdad objetiva, sino que todo conocimiento es parcial, contingente y comunitario.
Desde finales de la década de 1970 hasta los inicios del siglo XXI, en los ámbitos de los movimientos sociales, los feminismos y la academia, se ha generado una intensa producción intelectual y activista que ha cuestionado la concepción predominante de la teoría como una entidad abstracta, limitada a la actividad pensante esencialmente humana, asociada con lo racional desde Occidente, lo universal y androcéntrico. En esencia, se ha puesto en entredicho la noción del sujeto pensante reducido a una “masculinidad abstracta”, que contrasta con la percepción de otros cuerpos considerados demasiado corpóreos o feminizados, como las mujeres, grupos minorizados, las infancias, los seres no humanos e incluso la propia materia.
El término académica es una etiqueta que, al ser pronunciada, desencadena una arista de significados que varían según el contexto en el que se emplee. En su esencia, ser designada o autodenominarse como académica sugiere la pertenencia a una comunidad “comprometida” con el estudio y profundización en un ámbito específico del conocimiento. Aunque existen contrariedades y debates respecto a cómo tejerse siendo feminista académica o feminista autónoma, en un ir y venir de un feministómetro constante que vigila y castiga el acuerpamiento de la colonialidad del saber (Lander, 2000).
En este ensayo, tejemos narrativas de nuestras vivencias con los hallazgos de nuestras investigaciones, las cuales nos han motivado a explorar y reflexionar sobre nuestro papel en la academia. Susi, a través de su tesis de maestría, nos invita a adentrarnos en las trayectorias educativas de mujeres indígenas mayas tsotsiles, revelando las complejidades y desafíos que enfrentan en su tránsito por el sistema educativo. Por otro lado, Kostik nos conduce a través del desarrollo colaborativo de un diagnóstico comunitario para la prevención y atención de casos de discriminación y violencia contra mujeres totonacas y nahuas en Puebla; asimismo, participó en la elaboración de un protocolo regional para la atención de situaciones similares. Recientemente, hemos investigado los resultados del Programa de Becas para Mujeres Indígenas, del Programa de Becas de Posgrado para Indígenas (PROBEPI). En este sentido, este ensayo recopila todas estas experiencias e investigaciones que hemos llevado a cabo como mujeres indígenas.
Por eso podemos mencionar que las mujeres indígenas que buscan una carrera profesional y académica se enfrentan a menudo a la necesidad de alejarse de sus comunidades, mientras mantienen la lucha por preservar su cultura, ancestralidad y territorios, ya sea en entornos rurales o urbanos. Este paso hacia la educación superior o el ejercicio profesional en ocasiones implica abandonar o posponer las luchas que sostenían en sus comunidades, como la defensa del territorio o la resistencia contra la criminalización de sus líderes comunitarios. Esta separación puede generar sentimientos de desarraigo combinados con un sentir de “traición hacia sus culturas”, aunque siempre existe la posibilidad de seguir reivindicando sus raíces, incluso desde contextos urbanos o extranjeros. Sin embargo, conciliar la profesionalización académica con la fidelidad a los mandatos y compromisos de sus comunidades de origen no es una tarea sencilla.
Estudiar implica para muchas mujeres indígenas migrar de sus lugares de origen, y con ello enfrentarse al olvido de sus familiares, pues se convierten en desconocidas cuando deciden irse de la comunidad. Esto se convierte en una violencia con la que cargan durante su salida, pues al decidir migrar sus familiares les piden no volver si han tomado la decisión de estudiar.
En ese sentido, las múltiples violencias familiares y comunitarias que las mujeres indígenas viven al interior de sus comunidades se convierten en un factor que empuja o influye en sus decisiones de abandonar sus territorios de origen y buscar oportunidades por fuera, ya sea en los mundos urbanos o en el extranjero, ya que la educación también se visualiza como una forma de escapar de las violencias que viven por parte de los hombres de sus familias y comunidades. Así, la educación se convierte en un acto emancipatorio cuando se decide migrar e ir a la ciudad a estudiar, sin embargo, se nos adjudican muchos adjetivos en la comunidad, tales como puta, loca o busca maridos.
No es fácil estar por fuera de la comunidad profesionalizándose y queriendo mantener un vínculo sólido con esta, aunque también es cierto que toda mujer indígena lleva su comunidad a donde quiera que vaya.
Indudablemente, las mujeres indígenas se enfrentan a la posibilidad del desarraigo al abandonar sus comunidades y adentrarse en entornos más occidentalizados como el ámbito académico. Este cambio conlleva el riesgo de que se interrumpa la transmisión de generación en generación de conocimientos ancestrales y del idioma, conocimientos que son fundamentales para el sostenimiento de la vida. También enfrentan la posibilidad de perder o ver fracturadas las relaciones afectivas que habían cultivado con sus familias, amigos y todo el entorno que existía antes de dejar sus comunidades.
Sin embargo, es un riesgo que muchas decidimos asumir, ya que permanecer en la comunidad, a pesar de las conexiones afectivas, también puede significar sentirnos estancadas en múltiples aspectos de nuestra identidad, o incluso estar expuestas a diversas formas de violencia, a pesar de contar con algunas relaciones afectivas. A veces, al momento de decidir partir, el peso de las violencias que enfrentamos supera el valor de las relaciones afectivas. Además, nos encontramos con la internalización del ideal de superación, que solo reflexionamos cuando estamos fuera de nuestra comunidad, y con paradigmas sobre la idea de pobreza y modernización.
Otro de los retos para las mujeres indígenas es luchar para que, aun saliendo de sus comunidades, puedan seguir teniendo las condiciones para desarrollar pensamiento crítico y no perder el vínculo con sus territorios de origen y las luchas que se gestan en ellos. Mantener el vínculo con las luchas que se dan en sus territorios, aun desde la distancia, es una forma de asegurar que el tejido y la integralidad de la vida, como lo nombra Cabnal, no se rompa.
De todas maneras, es importante tener en cuenta que este proceso puede ser mucho más complejo, puesto que a veces las comunidades de origen, patriarcalizadas y colonizadas, cuestionan el simple hecho de salir de la comunidad de origen, y no comprenden lo que implica resistir desde fuera de la comunidad y tomar conocimientos externos, tratando de no perder los adquiridos en la comunidad. Como señala Gloria Anzaldúa, nuestras culturas de origen también nos traicionan, cada vez que se ejerce violencia sexista contra nosotras nos traicionan, cada vez que se reproduce racismo al interior de la comunidad nos traicionan, cada vez que se nos cuestiona el por qué queremos profesionalizarnos, solo sobre la base de un papel esencialista sexista que se nos asigna a las mujeres, nos traicionan. Se nos exige ser humildes, no querer volar alto, no tener otras aspiraciones; esa es una forma de traición al interior de las comunidades racializadas, indígenas en este caso. Anzaldúa parte de una crítica interna a su cultura chicana, a la cultura indígena-mexicana en el contexto de los Estados Unidos. Refiere al hecho de que, en su cultura, se condenan las aspiraciones de grandeza y superación personal que puedan tener las mujeres. Estas aspiraciones son consideradas como “expresiones de egoísmo, de creerse más que los demás, por tanto, hay que ser humildes para no hacer envidioso o envidiosa a nadie más dentro de la comunidad”.
Se limita a las mujeres a solo tres opciones de vida: monja, prostituta o madre, bajo el pretexto de protegerlas. Las que elegimos la cuarta opción, la de convertirse en personas autónomas a través de la educación y el desarrollo profesional, se nos juzga como malas mujeres, como traidoras a nuestra cultura o amestizadas, difíciles de tratar. Sin embargo, como señala acertadamente Gloria Anzaldúa, son nuestras culturas las que nos traicionan al negarnos la posibilidad de ser quienes deseamos ser.
Después de enfrentarnos a múltiples retos y dificultades por tomar la decisión de estudiar, nos encontramos con otros sin fin de dificultades que probablemente no las habíamos pensado, tales como un sistema educativo racista y violento que no enseña en nuestras lenguas indígenas, la pobreza, pues vivir en la ciudad trae consigo dificultades en cuanto a la situación económica, y claro que también las acciones afirmativas que tienen estos institutos que muchas veces no son justas y equitativas, pues muchas personas usurpan estos espacios haciéndose pasar por indígenas para obtener esas becas educativas o bien que estas acciones afirmativas solo nos ven como cuotas y no tienen un sentido político.
Acceder a la educación formal es un desafío monumental, ya que, además de ser consideradas como simples cuotas de inclusión de culturas racializadas, también se nos percibe como culturas pobres a quienes salvar. Estas cuotas de acción afirmativa para las mujeres de pueblos indígenas en las academias tienen que ser también actos políticos críticos, reflexivos y emancipatorios, que apuesten a las luchas de las mujeres indígenas, para que no únicamente seamos la cuota para decir que si se está tomando en cuenta a las mujeres indígenas. Además, esta aspiración “no está al alcance de todos”; los filtros para ingresar, la permanencia y el egreso es un continuum odisea o replanteamiento del porqué estamos en este camino.
Es necesario mencionar que vivimos en un contexto extremadamente racista, pues hemos sido confundidas con personal de limpieza o vendedoras ambulantes, y se nos exige mostrar la identificación de estudiante. Esta situación es algo a lo que nos enfrentamos a diario en nuestras propias instituciones educativas. A pesar de lo agotador y solitario que puede ser, continuar por este camino implica convertirse en el camino mismo, abriendo brechas para que otras puedan seguirlo. Este camino puede lograrse cuando se deja de considerar esta elección como un acto de egoísmo y se entiende como la afirmación de nuestra libertad de acceder al conocimiento y afirmarse como sujetas políticas.
Por otra parte, cuando retomamos el adjetivo de feminista en nuestra vida diaria, nos enfrentamos a otro panorama, pues reconocerse como mujer indígena feminista y académica conlleva enfrentar desafíos significativos, pues nos adentramos en academias comúnmente occidentalizadas, donde nuestra cosmovisión, prácticas ancestrales e idiomas rara vez son considerados, prevaleciendo en su lugar los conocimientos de Occidente y privilegios de la blanquitud. El riesgo de sumergirnos en estas academias como mujeres indígenas es evidente, pero lo cuestionamos con un pensamiento crítico y analítico sobre la dinámica presente en estos espacios. Quizás buscamos en la academia feminista una visión alternativa, una educación diferente y prácticas de investigación más horizontales; probablemente esperábamos encontrar un camino distinto, uno que nos brindara esperanzas de tejer hacia la emancipación, de proporcionarnos herramientas para cuestionar las prácticas patriarcales, capitalistas y colonialistas en nuestras comunidades. Esperábamos encontrar un camino marcado por la lucha real, por el activismo, por poner el cuerpo, por no quedarnos en el discurso, sino llegar a la práctica.
Desde nuestra experiencia académica, nos encontramos constantemente nadando a contracorriente, abogando por nuestros conocimientos comunitarios y las enseñanzas de nuestros ancestros. Si bien el reconocimiento académico nos brinda acceso a recursos y oportunidades, como financiamiento para proyectos e investigación y la creación de redes internacionales, también puede significar prestigio y reconocimiento dentro de la comunidad académica, lo que a su vez puede abrir o cerrar puertas a nuevas oportunidades. Sin embargo, no todas las mujeres indígenas feministas están dispuestas a compartir sus beneficios o redes, o tejerse en comunidad, a pesar de abordar temas sobre lo comunitario, el común, acuerpamiento colectivo, tramas comunitarias, cuidados comunitarios y una larga lista de temas de alta experticia que nunca es retornado a la comunidad de donde aprendieron y se apropiaron.
Junto con estos privilegios, ser mujer indígena feminista y académica implica enfrentarse a presiones y desafíos, como mantenerse actualizada en un campo en constante evolución, recursos limitados y altos estándares de calidad en una escritura que no siempre refleja nuestra propia voz, siendo muchas veces inaccesible para nuestras comunidades de origen.
Abrirse a influencias externas puede fortalecer nuestras dinámicas internas, permitiéndonos, por ejemplo, adoptar lo mejor del conocimiento occidental con una mirada crítica, mientras preservamos y reforzamos nuestros conocimientos ancestrales, que se actualizan constantemente. Para muchas de nosotras, la educación y profesionalización implica desarrollar un pensamiento crítico arraigado en nuestras experiencias personales y colectivas, y en nuestras comunidades de origen. Al llegar a la academia, no lo hacemos con una mente vacía, sino con conocimientos previos que intentamos enriquecer y contextualizar con la experiencia académica.
A pesar de estos desafíos, nos mantenemos firmes en nuestro intento de preservar un pensamiento crítico arraigado en nuestras raíces, lo cual a menudo nos enfrenta a la represión de los conocimientos experienciales que son considerados como saberes empíricos, no calificados o no profesionales. Sin embargo, esta lucha por mantener nuestra identidad y perspectiva indígena en nuestra labor académica es fundamental, ya que es en la intersección de estas identidades donde encontramos nuestra voz y nuestra fuerza para seguir adelante.
Nudos de cierre
Las mujeres indígenas nos encontramos en constante resistencia y cuestionamiento de nombrarnos feministas. Es crucial destacar que la lucha por preservar los conocimientos comunitarios y experienciales, así como por acceder a conocimientos occidentales, forma parte de una larga tradición de resistencia de los pueblos racializados. Estos pueblos han comprendido que la educación es una herramienta fundamental en la búsqueda de la liberación. Angela Davis ha ilustrado cómo, en el caso de las poblaciones afrodescendientes en Estados Unidos, la educación fue crucial tanto durante la esclavitud como después de su abolición.
Durante la esclavitud, la educación autodidacta permitía a las poblaciones afrodescendientes reclamar su libertad y ser reconocidos como sujetos integrales, en contraposición a ser considerados meramente como objetos de explotación o mano de obra. Angela Davis señala que el acceso al conocimiento cumplía un papel emancipador y, por lo tanto, negar este acceso a la educación, especialmente a conocimientos críticos producidos por las propias poblaciones afrodescendientes o en situación de subalternidad, ha sido “uno de los pilares tanto de la esclavitud como del racismo contemporáneo”.
Nuestro trayecto como mujeres indígenas en la academia feminista se presenta como un sendero complejo y desafiante, lleno de interrogantes y contradicciones, pero también de resistencia y posibilidades de transformación en un plano individual y comunitario. Desde nuestras voces como mujeres indígenas, nahua y tsotsil, académicas y feministas, hemos reflexionado sobre los caminos que transitamos en la academia, cuestionando constantemente nuestra labor investigadora y el papel que desempeñamos en estos espacios.
Nos encontramos frente a un panorama en el que la academia, al igual que el feminismo, lleva consigo una historia colonial que permea nuestras identidades y posicionamientos. La lucha de las mujeres indígenas por acceder y participar en la educación formal y académica no es solo un acto de resistencia individual, sino un proceso colectivo en el que se entrelazan la memoria ancestral, la resistencia comunitaria y la búsqueda de emancipación. A través de la educación, las mujeres indígenas buscamos romper con las cadenas impuestas por el colonialismo y el patriarcado, reclamando nuestro derecho a existir y a ser reconocidas como sujetas de conocimiento y de transformación.
En este camino, nos enfrentamos a múltiples desafíos y contradicciones. Por un lado, la academia occidentalizada nos ofrece oportunidades y recursos para desarrollarnos profesionalmente, pero al mismo tiempo nos exige renunciar a parte de nuestra identidad y cosmovisión, invisibilizando nuestros saberes ancestrales y relegándolos a un segundo plano. Esta dicotomía entre el reconocimiento académico y la preservación de nuestra cultura nos obliga a navegar entre dos mundos, tratando de encontrar un equilibrio que nos permita ser fieles a nuestras raíces y a nuestras aspiraciones de crecimiento y principios éticos-políticos.
En este sentido, la academia feminista se presenta como un espacio de encuentro y de resistencia, donde podemos cuestionar las estructuras de poder y los discursos hegemónicos, construyendo conocimientos desde una perspectiva crítica y situada. Sin embargo, también debemos ser conscientes de los límites y las contradicciones de esta academia, que a menudo reproduce las mismas dinámicas coloniales y patriarcales que buscamos desafiar; ser mujer indígena feminista y académica implica asumir un compromiso ético y político con nuestras comunidades y con nosotras mismas. Es un camino lleno de obstáculos y contradicciones, pero también de oportunidades y aprendizajes. A través de nuestra labor académica, buscamos no solo transformar la realidad, sino también reivindicar nuestra existencia y nuestra voz en un mundo que históricamente nos ha negado y silenciado.
En este sentido, nuestra labor como mujeres indígenas en la academia feminista no se limita a la producción de conocimiento, sino que también implica un acto de resistencia y de reivindicación de nuestra identidad y nuestros derechos, y al no limitarse a la sola producción de conocimiento apostamos a procesos emancipatorios colectivos, es decir, a estar en la academia, pero desde el activismo con y para las mujeres.
En este sentido, este es un camino que nos desafía a diario, pero que también nos llena de orgullo y de esperanza, al saber que estamos contribuyendo a construir un mundo más justo y equitativo para todas las mujeres, indígenas y no indígenas, del presente y del futuro.