Tierra Adentro
Ilustración realizada por Mildreth Reyes.
Ilustración realizada por Mildreth Reyes.

I

En el corazón del oficio de historiar yace una idea que suele aclarar la vista cuando nos enfrentamos a un fenómeno histórico. Una manera de formularla es la siguiente: investigar lo que sucedió, no es un fin en sí mismo; la investigación siempre tiene un motor y lo que se hace con el conocimiento histórico le brinda sentido al oficio de historiar. Lo que se hace con ese conocimiento no solamente es responsabilidad del investigador. Se da en la socialización del conocimiento y tiene un carácter político. Es evidente que esto incluye a los espacios académicos más especializados pero, sobre todo, se prolifera en discursos públicos y propagandísticos (muchas veces esa frontera es un artificio). El caso de lo que sucede con aquello que se conmemora el 12 de octubre bajo distintos nombres (Descubrimiento de América, Día de la Raza, Día de la Hispanidad, Día de la Resistencia Indígena, Columbus Day, etc.) es paradigmático, en particular en el ambiente hispánico.

Cada año, en esa fecha despiertan bestias indómitas que parecían estar muertas desde hace décadas y comienzan a “debatir” sobre las consecuencias de la colonización europea, reproduciendo discursos que nacieron al mismo tiempo que los viajes de los conquistadores. Por un lado, la más poderosa, se manifiesta en el hispanismo pro-colonialista que ha interpretado la colonización europea como un proceso civilizatorio en el que Europa llevó los avances de su cultura y la fe cristiana a los indios atrasados, liberándolos de sus prácticas salvajes e instaurando la civilización en el Nuevo Mundo. Las manifestaciones públicas del partido ultraderechista VOX son ejemplos  perfectos1

Su rival suele aparecer como un indigenismo esencialista que defiende al indígena de la situación colonial que se le impuso. Busca protegerlo, asumiendo en el fondo algún tipo de inferioridad. Esta postura orbita en torno a un concepto colonial de características monolíticas: lo indígena, con el que se engloba a una pluralidad de pueblos bajo un manto único. Sería irresponsable no reconocer que estas posturas son históricas y el concepto de civilización, indio, indígena y conquista han cambiado con el tiempo. Tal es el caso del indigenismo cuya historia fue disecada por el filósofo e historiador Luis Villoro.2

Estos pseudodebates se nutren de visiones maniqueas como la supuesta dualidad del Nuevo versus el Viejo mundo, de nociones sin sustento científico como la idea de raza (en muchos lugares aún se le llama Día de la Raza), u obsoletas miradas antropológicas como la superioridad o inferioridad de las culturas. Todas estas visiones son deudoras de un evolucionismo cultural unilineal y progresivo, que aunque ya fue superado en muchos ámbitos de las ciencias naturales y humanas, sigue siendo utilizado en muchos en los juicios realizados en torno a las diferencias entre grupos humanos. Los interlocutores (ya sean partidos políticos, famosos historiadores o activistas sociales) no suelen interesarse en la complejidad del proceso, sus múltiples causas y consecuencias, ni en su carácter diferenciado. Es poco común encontrar espacios libres de anacronismos. Se suele asumir que la colonización fue un proceso terminado o bien que los pueblos que habitaban lo que hoy se conoce como América y los colonizadores del siglo XVI y sus valores corresponden de forma inequívoca a los de los españoles de hoy en día y a los pueblos que viven en este continente.

En contraste, conviene recordar la polémica entre los historiadores mexicanos Miguel León Portilla y Edmundo O’Gorman en la década de los 80 y 90 del siglo pasado en el marco del V Centenario. Cuando el primero propuso que el Encuentro de Dos Mundos podría sustituir al concepto de Descubrimiento de América, el segundo le cuestionó las bases de su propuesta desde el mismo andamiaje filosófico con el que estudió críticamente el origen de la idea de que América fue Descubierta, en su obra máxima La invención de América de 1958.3  Existe pues, una basta literatura que ha revisado este tema analizando histórica y filosóficamente las causas y consecuencias del proceso colonizador, enfocándose conceptos como el mestizaje, la identidad cultural, el sistema-mundo y la modernidad, en las obras de Zavala, Tzodorov, Subirats, Wallerstein y un largo etcétera que incluye las refrescantes obras de Charles Mann.

Sin embargo, en este texto interesa presentar perspectivas distintas de mayor amplitud, que prestan atención en las cuestiones más básicas para comprender cabalmente el proceso que inició en 1492. Pretendemos estimular las lecturas de este evento histórico en dichos términos. Si acudimos al punto vista del materialismo histórico podríamos reconocer que una causa del proceso colonial fue que el desarrollo de las fuerzas productivas fue mayor en Europa que en el resto del mundo y la configuración de las etapas tempranas del capitalismo llevó a ciertas dinámicas económicas en distintos reinos europeos. Sin embargo, esto lleva a preguntar por las razones de ese desarrollo desigual de fuerzas productivas. Históricamente algunas respuestas se han orientado a la superioridad cultural o incluso a la superioridad racial. Ambos argumentos son insuficientes. El primero por el halo idealista que evoca nociones abstractas y metafísicas sobre las cualidades y valores del modo de vida europeo en relación a otros, y el segundo porque las razas humanas simplemente no existen.

Las propuestas que aquí se presentan y los programas de investigación que han inaugurado, integran elementos materiales, ecológicos y biológicos sin caer en el racismo al momento de explicar por qué los europeos fueron los conquistadores y que impacto global tuvo el proceso de colonización. Estas visiones comienzan a dar una interpretación diferente de los procesos económicos, sociales políticos y culturales. Reconocen la constante interacción dinámica del ser humano con el medio ambiente, así como otros factores contingentes en términos biogeográficos que permitieron a los europeos tener ciertas condiciones materiales con las que pudieron emprender sus expediciones conquistadoras. Esto los aleja del determinismo geográfico pues se centra en las posibilidades que los humanos tuvieron para aprovechar y transformar los elementos de su entorno natural. Con estas bases los pueblos de distintos continentes configuraron formas de habitar, modos productivos, estructuras sociales y de organización política, así como representaciones culturales que constituyeron al mundo colonial en el que distintos grupos humanos convivieron. No fue un proceso lineal y unidireccional, en el sentido en el que en algunas regiones hubo un reemplazo genocida de la población indígenas por colonias europeas, en otras convivencias (entre violencia y pacífica) entre nativos, europeos y esclavos provenientes de África, en otras zonas la fusión y mestizaje fueron más fuertes; el mosaico es tan grande como el continente.

II

En 1972 el historiador Alfred Crosby publicó The Columbian Exchange. Biological and Cultural Consequences of 14924 , que amplió la frontera con la que se había interpretado la era de las exploraciones y en particular, los viajes y posterior colonización del continente hoy llamado América. Aunque en este libro estudió dicho continente, años después en 1986 Crosby se enfocó en la influencia biológica y ecológica de Europa en África, Asia y Oceanía, analizando la capacidad de los europeos transformar paisajes, adaptar cultivos y contagiar enfermedades desconocidas a los locales, en un libro llamado Ecological Imperialism. The biological expansion of Europe 900-1900 5 .

En su introducción a The Columbian Exchange, Crosby declara que quiere evadir caminos ideológicos sobre la conquista de América y prefiere centrarse en lo que él considera es lo más fundamental en la experiencia humana: la vida y la muerte; su investigación gira en torno a la pregunta ¿cómo es que algunos se mantienen vivos y otros no?, contextualizada en la conquista de América. Con una eficaz pero imperfecta metáfora económica Crosby sintetiza la idea del intercambio colombino (también traducido como interoceánico) en el que fluyeron de forma bidireccional, múltiples especies de vegetales, animales, hongos, bacterias, tipos de virus, así como grupos humanos junto con sus formas culturales y tecnologías. Fue el más grande intercambio en la historia de la humanidad. Crosby comienza por distinguir las variaciones ambientales entre Eurasia y América, así como las diferencias culturales y físicas entre los grupos humanos de ambos espacios. Sobre ello volveremos más adelante.

Con un uso importante de tecnologías como la pólvora, el astrolabio, la brújula (que eran relativamente nuevas para los europeos, no así para los Chinos); del conocimiento de la cosmología, la cartografía, las técnicas de navegación y la construcción de barcos, los imperios comenzaron a instrumentalizar dichos saberes para sus fines económicos.

Motivados por la explotación y acumulación de riquezas, los asombrosos barcos transportaron humanos y otras especies a través del océano, pero los marineros y sus acompañantes animales también transportaron virus y bacterias. El relativo aislamiento de las poblaciones “americanas” con respecto a las poblaciones euroasiáticas privó a los sistemas inmunológicos de convivir con múltiples agentes patógenos que causan enfermedades infecciosas. La lista de enfermedades es impresionante: tuberculosis, sarampión, varicela, viruela, paperas, hepatitis, influenza, tifus, tos ferina, gripe común, peste negra, cólera, difteria, disentería, neumonía, meningitis, fiebre escarlata, malaria, fiebre amarilla, etc. Una enfermedad que posiblemente viajó en la dirección contraria fue la sífilis que brotó en Europa años después de los primeros viajes de Colón. La consecuencia fue realmente devastadora y en varios estudios se estima que en algunas zonas del continente la población nativa bajó entre un 50 y un 90% entre 1492 y 1680. Además de la violencia y las armas, fue la “biota portátil” de los viajeros la dio el tiro de gracia a los nativos y puso en crisis las formas de organización locales, propiciando su conquista.

La crisis demográfica desatada por las mortíferas enfermedades convivió con un importante episodio de movimiento y adaptación de cultivos. De Eurasia llegaron trigo, arroz, avena, cebada, café, caña de azúcar, cítricos, manzanas, duraznos, uvas, ajo, cebolla y especias. Del continente Americano se exportó maíz, cacao, tabaco, frijoles, vainilla, calabaza, tomate, quinua, maní, piña, yuca, papas, vainilla, camote, pimientos y aguacate. Las prácticas agrícolas y la economía de los suelos cambiaron. Los hábitos alimenticios se transformaron profundamente en todo el planeta. Es importante recordar que un elemento distintivo de la especie humana es que muchas funciones y necesidades fisiológicas son resueltas mediadas por la cultura: nacer, comer, orinar, defecar y morir. En el caso de la alimentación, gracias al intercambio colombino, la alimentación y su cultura se fusionaron en varias latitudes. Platillos y bebidas europeas serían nada sin la papa andina a la que fueron adictas sociedades enteras como la irlandesa. Muchos adobos y salsas latinoamericanas están hermanadas con el curry gracias a las especias viajeras. El pomodoro italiano es en realidad el xictomatl cultivado en mesoamérica adaptado a los suelos volcánicos de Italia. Los refinados chocolate suizos serían imposible sin el sagrado xocolatl producto del cacao fermentado.

También el ganado tuvo un impacto amplio. La llegada de cerdos, vacas, caballos, cabras y ovejas implicó una fuerte demanda de espacio, suelos y alimento. Este fenómeno, de hecho, fue el tema de uno de los libros clásicos de la historia ambiental: A Plague of Sheep. Environmental Consequences of the Conquest of Mexico, de Elinor Melville, en el que se narra la forma en la que la poca competencia de otros animales domésticos y la forma en la que se adaptaron a las especies vegetales nativas, algunas especies animales como las ovejas, tuvieron un crecimiento poblacional que se salió de control en regiones semiáridas como el Valle del Mezquital en el centro de México. Como se mencionó previamente, el problema de la domesticación animal (y vegetal) nos obliga a mirar a la biogeografía y a la distribución de la biodiversidad en los distintos continentes.

III

El historiador Crosby se enfocó en las diferencias entre la flora y la fauna de los continentes que interactuaron desde 1492. Los contrastes entre la cantidad de animales domesticados, en la forma y contenido nutricional de los cultivos y en la variedad de vegetales disponibles para el consumo humano en ambos lados del Atlántico fueron integrados al análisis histórico de la conquista. En el camino inaugurado por Crosby, el biólogo y geógrafo Jared Diamond, profundizó en dichas diferencias, así como su relación con desarrollo diferenciado de los europeos y otros pueblos del mundo, así como las bases biológicas de dichos procesos en su libro Guns, Germs, and Steel. The Fate of Human Societies6 , publicado originalmente en 1997 y galardonado con un Pulitzer. De esa forma, ofrece una respuesta de por qué fueron los europeos quienes terminaron por conquistar espacios de tan variadas latitudes, sin teñirla de racismo (la insistencia en este punto es necesaria en tanto la superioridad de la “raza” europea sigue siendo un factor pseudo explicativo de muchas diferencias culturales, sociales y políticas en el mundo actual).

En primera instancia, la incorporación de los animales a las comunidades humanas vía la domesticación no fue igual en cada continente. Eso conlleva reflexionar en el proceso de domesticar a un animal para que pueda ser parte de las fuerzas productivas (arado, transporte, fuente de alimento y productos, por ejemplo, textiles). Para ello es necesario controlar la reproducción de los individuos de manera sostenida a lo largo de generaciones y los animales, pero éstos deben de cumplir con ciertas características. No deben ser territoriales, deben ser “sociables”, no ser muy violentos y tener ciclos de crecimiento relativamente cortos. Así, no se trata de que de aquel lado del Atlántico los humanos fuesen mejores domesticadores, sino que simplemente había más animales candidatos que cumplieran con las características mencionadas. Diamond nos recuerda que Europa y Asia en realidad no son dos continentes, es una gran masa continental (Eurasia) con mayor extensión por lo que dentro de su diversidad animal, existían más animales domesticables. En América y Australia los hubo, pero se extinguieron a finales del Pleistoceno, justo al arribo de los grupos humanos. La consecuencia fue que en este lado del océano, los animales domesticados eran principalmente guajolotes en el norte del continente y en el sur, las llamas y alpacas. Los osos, lobos, venados, alces y pumas no cumplían con los requisitos mencionados. En cambio en Eurasia los humanos integraron ovejas, cabras, vacas, caballos, burros, camellos, gusanos de seda, cebúes, gatos, gallinas, yaks, palomas, gansos, patos y caballos a sus fuerzas productivas. La presencia de estos animales durante el desarrollo de la agricultura fue una ventaja importante para los grupos humanos de esa región del planeta.

En el caso de las especies vegetales cultivables y su domesticación, también fue un proceso diferenciado. El origen de la agricultura fue muy distinto en este continente que en el resto del mundo. La diferencia radicó en el cultivo de granos, cuyo contenido proteico y energético debe ser alto y sus ciclos de cultivo rápidos, para poder ser aprovechados por los humanos de manera eficiente. En el caso del trigo, es importante mencionar que la variedad silvestre es muy similar a la variedad domesticada. Por su parte, el maíz pasó por un proceso milenario de selección artificial que nos brindó una planta muy distinta al teocintle silvestre. La consecuencia en términos temporales es realmente impresionante. La agricultura en Eurasia surgió hace once mil años aproximadamente, pero en América hace seis mil; cinco mil años de diferencia. Cuando el maíz ya comenzó a ser una base para el sustento de las sociedades, en Eurasia estaba terminando la llamada “edad de bronce”. El uso de dos variedades de trigo y mijo, la cebada, el centeno, la avena y el arroz como granos básicos contrastó con el del maíz, la quinoa y el amaranto en la actual América. Además, el maíz doméstico tardó años en llegar al sur del continente por sus características geográficas. Es más fácil el tránsito y la comunicación de las culturas por Eurasia y llegar a todos los rincones de una masa continental que se extiende de Este a Oeste; América está dividida en dos y su disposición “vertical” hace que los climas cambien en regiones relativamente pequeñas. Basta con observar la diferencia entre los ecosistemas del norte, centro y sur de México.

La acumulación de estos factores generó grupos humanos diversos con herramientas, saberes y prácticas que les permitió relacionarse con la naturaleza de distinta manera. Para el siglo XV, los humanos que habían comenzado a construir sus formas de vida con un sinfín de ventajas materiales y cuyo proceso desarrollo comenzó cinco mil años antes, pudieron conquistar otras partes del planeta y a sus habitantes.

IV

Con esta reflexión no se trata de evadir mirar el horror genocida ni la destrucción lingüística, cultural y ecológica (pues muchas de las especies exóticas desequilibraron los ecosistemas como los pastos que han invadido los suelos de todos los continentes) que se dio por el proceso colonial, ante lo que la metáfora del intercambio es bastante incorrecta. Al contrario, se trata de reconocer que el motor de este proceso no fueron las míticas causas como la habilidad absoluta ni la superioridad racial o intelectual intrínseca a los “valientes” conquistadores, sino la diferencia en las condiciones materiales y comprender bajo esa mirada las causas y consecuencias que siguen sucediendo con la interacción entre distintos pueblos y culturas.

El proceso que comenzó en 1492 cambió al mundo y eso no está en duda. Los sistemas de conocimiento y el entendimiento del mundo y de la vida entraron en crisis. La cosmología, por ejemplo, pues ver el cielo desde la Patagonia cambió la forma de comprender el orden celeste. Por otra parte, las preguntas en torno al origen del humano y sus distintos grupos étnicos (antes conceptualizados como “razas”), pues en los textos bíblicos nunca mencionaron los territorios que ahora eran parte fundamental del sistema. El estudio de este proceso desde la óptica ecológica y materialista no solo abre los debates a la complejización de la reflexión histórica, sino que tiende lazos entre distintos campos del saber. Crosby y Diamond no sólo pertenecían a distintos dominios de las ciencias, sino que siempre reconocieron que el trabajo de biólogos, ecólogos, antropólogos, geógrafos y geólogos, fue fundamental para escribir sus historias.  Sirva este texto como un exhorto a buscar por estos caminos, emplazados en plena crisis ecológica y planetaria, distintas aproximaciones explicativas de fenómenos históricos. Con nuevas historias, podríamos hallar nuevas rutas navegables que han ignorado los supremacistas, hispanistas e indigenistas que continúan en su constante y violenta manipulación discursiva, que excluye -ante todo- a los distintos pueblos del mundo, menospreciando sus maneras de habitarlo.

  1. https://twitter.com/vox_es/status/1426121513112047619?lang=es
  2. Véase: Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, 3a edición, México, FCE, 1986.
  3. Véase: Miguel León Portilla “El Encuentro de Dos Mundos”, Conferencia dictada en la Conferencia Internacional: Reescribiendo la Historia, San Antonio del Mar, Baja California, 8 de febrero de 1992.  (Disponible en: https://historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/nahuatl/pdf/ecn22/379.pdf ); y Edmundo O’Gorman, “La falacia histórica de Miguel León Portilla sobre el “encuentro del Viejo y Nuevo Mundo”, en Quinto Centenario, N. 12, 1987, pp. 17-32 (Disponible en:  https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=80390&orden=1&info=link
  4. Alfred Crosby, The Columbian Exchange. Biological and Cultural Consequences of 1492, 3a ed., Londres, Preager, 2003
  5. Alfred Crosby, Imperialismo Ecológico. La expansión biológica de Europa, 900-1900, Barcelona, Crítica, 1999.
  6. Jared Diamond, Guns, Germs, and Steel. The Fate of Human Societies, Nueva York, Norton, 2003.

Autores
Ayamel Fernández García (Ciudad de México, 1996) Historiador egresado de la UNAM. Se ha especializado en historia ambiental y de las ciencias en México y America Latina. Le interesa la conservación ambiental y la naturaleza como problema histórico.

Ilustrador
Mildreth Reyes
(Martínez de la Torre, 1999) Estudió la Licenciatura en Arte y Diseño en la Escuela Nacional de Estudios Superiores, UNAM campus Morelia. Dicha formación le ha permitido reflexionar sobre distintos aspectos de la comunicación visual. Ilustra y escribe para anclar vivencias, pensamientos y convicciones a su mente, tenerlas presentes en su propio proceso y guardarlas a través de la forma.