Tierra Adentro
Recibimiento al escritor Miguel de Unamuno. Fondo Marín-Kutxa Fototeca. Recuperado de Wikimedia Commons (CC BY 3.0).
Recibimiento al escritor Miguel de Unamuno. Fondo Marín-Kutxa Fototeca. Recuperado de Wikimedia Commons (CC BY 3.0).

Hay expresiones que se han atribuido a ciertos personajes históricos en momentos particulares y que, en el mejor de los casos, resulta difícil corroborar que en efecto lo dijeron; si no es que, posteriormente, se demuestra que esas palabras jamás fueron expresadas por el personaje en cuestión —un caso típico es el Qu’ils mangent del brioche/” que coman pasteles”, adjudicado a María Antonieta, aunque, jamás se ha demostrado que lo haya dicho—.

Sin embargo, una de las razones por las que estas líneas permanecen y son recordadas como parte de los personajes es porque encapsulan no sólo la idea que la gente tiene de ellos, sino también el momento histórico, en el que se supone que fueron dichas.

Así, siguiendo con el ejemplo de la reina francesa de origen austriaco, considero que su frase “que coman pasteles” —la traducción tradicional de bioche a pastel responde sobre todo a la adaptación cultural— se mantiene en el imaginario colectivo porque en unas cuantas palabras se condensa el desdén de la aristocracia hacia el pueblo, además de resaltar el punto clave que desencadenó los acontecimientos de 1789: el hambre.

Asimismo, otro ejemplo, que también se ha puesto en duda es que Miguel de Unamuno (1864-1936) haya pronunciado: Venceréis, pero no convenceréis hacia un público mayoritariamente constituido por sublevados, como respuesta a las consignas que había estado gritando el general Millán-Astray (1879-1954).

Ahora bien, hagamos un salto en el tiempo. Estamos en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, es el 12 de octubre de 1936 —Francisco Franco (1892-1975), nada menos, residía en el palacio episcopal de la ciudad donde recibía a su estado mayor y a los generales del frente—, así que no es de extrañarse que junto a las personalidades universitarias, entre quienes figura en primerísimo lugar el rector Miguel de Unamuno, también estén presentes el obispo de Salamanca, el doctor Pla y Daniel; así como figuras vinculadas con los sublevados: el general Millán-Astray, junto a algunos de sus fieles, como Carmen Polo de Franco, la esposa del líder de la rebelión.

Se celebra la apertura del curso universitario y es el día de la raza. Por la mañana ha ocurrido un evento en la catedral, al que el rector no acudió. El auditorio está lleno. Miguel de Unamuno dirige unas palabras protocolarias antes de dar la palabra a los ponentes de la tarde.

A sus 72 años ha visto a su país perder su condición imperial. En su infancia lo vio proclamar la primera república, para después sumergirse en la última de las guerras carlistas. Su obra está atravesada por las preocupaciones sobre su nación; motivo por el que su generación de escritores tomaría el nombre del año de la crisis, que acabó con la mayoría de las posesiones hispanas de ultramar: la generación del 98.

Además, Unamuno fue diputado de la segunda república, la cual proclamó desde el balcón del consistorio salamantino, aunque se distanció de ella al tener noticia de varios excesos cometidos. Casi tres meses antes, cuando supo de la sublevación, celebró y hasta aportó dinero a la causa. Lo cual desembocaría en que el gobierno de la república le quitara su posición como rector en el mes de agosto.

Los sublevados que tenían el control efectivo de la ciudad del Tormes lo restituyeron al frente de la universidad. Sin embargo, a pesar del voto de confianza inicial que el filósofo dio a la sublevación, y del reconocimiento que ésta le daba a él, desde julio hasta octubre, habían cambiado las tornas y la sublevación en esos meses ya había tenido tiempo para mostrar de lo que era capaz.

Amigos cercanos de Unamuno habían sido encarcelados, algunos incluso recibieron la sentencia de muerte. El autor de “Niebla” acudió al palacio episcopal para interceder por sus ellos ante Franco, pero ninguna de esas visitas rendió frutos. Su prestigio de filósofo no era suficiente para ayudar a sus amigos.

Pero, adentrémonos más en el momento. Unamuno lidera el evento para celebrar el día de la hispanidad, así como para conmemorar la llegada de Colón a América, quien desde el siglo XIX ha sido visto como uno de los hitos fundacionales de la España imperial. Lo es, indudablemente, para la mayoría de las personas que ocupan un sitio en la sala, así como para aquellos que serán parte de la élite del gobierno español a partir de 1939, y que lo seguirán siendo hasta nuestros días.

El autor de la generación del 98 no está satisfecho con el cariz que han tomado los acontecimientos, ni lo está con la república y los abusos de los que tuvo noticia, especialmente la ejecución de sacerdotes —acción que también perpetraron los sublevados contra religiosos nacionalistas vascos y que tensó las relaciones entre Franco y la Santa Sede—.

Se levantan y toman la palabra los profesores Vicente de Heredia y José María Pomán. Sus participaciones están a tono con el público y los acontecimientos que ha vivido España en los últimos meses, motivados por la recuperación de la nación.

A esas dos figuras las sigue Franciscos Maldonado, también miembro del cuerpo académico universitario; su participación es más enardecida. Maldonado llama «cánceres en el cuerpo de la nación» a los nacionalismos catalán y vasco, cánceres que el fascismo habrá de extirpar, «cortando en la carne viva como un cirujano resuelto, libre de falsos sentimentalismos».

“¡Viva la muerte!”, resuena en la sala, el grito es pronunciado por el jefe de la Legión extranjera, el general Millán-Astray. Su voz vuelve a resonar para pronunciar: “¡España!”, a lo que le responden: “¡Una!”. El general vuelve a pronunciar el nombre de su país, para que lo coreen con la palabra: “¡Grande!”.

“¡España!”, vuelve a gritar Millán-Astray y el coro responde: “¡Libre!”. El general y la mayor parte de las personas hacen el saludo fascista ante el retrato de Franco. La participación de Maldonado que se ve satisfecho por la reacción de los asistentes ha terminado.

A Miguel de Unamuno toca cerrar el evento. Pero qué decir. Para nadie es un secreto la antipatía que al rector le produce el general. Quizá pase por su mente la posibilidad de guardar silencio frente aquella arenga; pretender que no ha sido pronunciado el llamamiento a la eliminación de una parte de España. Pero no puede permanecer callado:

«Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El obispo —y aquí Unamuno señaló al tembloroso prelado que estaba sentado a su lado—, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona».

El paraninfo queda en completo silencio ante la pausa del rector. No pocos lo miran con incredulidad.

«Pero ahora […] acabo de oír el necrófilo e insensato grito: “¡Viva la muerte!”. Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la psicología de la masa. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor».

En el auditorio unos y otros se miran sin saber qué hacer, incrédulos ante las palabras que acaban de escuchar. Millán-Astray vuelve a hacerse oír y su voz resuena en el recinto: «¡Mueran los intelectuales! ¡Viva la muerte!». Los falangistas, a pesar de tener tan poco en común con él, más allá de ambos combatir a la república, lo corean. Por su parte, José María Pemán, que sigue en el estrado, al lado de Unamuno, en un intento por conciliar la situación grita: «¡Abajo los falsos intelectuales! ¡Traidores!». Pero ni el rector ni Millán-Astray toman sus palabras como un punto de conciliación.

«Éste es el templo de la inteligencia [continúa Unamuno]. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho».

Todos guardan silencio. El guardia personal de Millán-Astray apunta con su ametralladora al rector. Carmen Polo de Franco salva la situación, se para junto a Unamuno y le pide el brazo; así, escoltado por la mujer del líder de los sublevados logra salir del paraninfo.

Es la última vez que el filósofo habla en público. Esa noche, en reunión secreta del cabildo de Salamanca se le quita su puesto como concejal. Diez días después Franco lo destituye como rector y prácticamente no vuelve a salir de su casa hasta su muerte, el 31 de diciembre de 1936, dos meses y medio después.

Se ha cuestionado la veracidad de las palabras que Hugh Thomas consigna en su imponente trabajo sobre la guerra civil española; que se trata de una exageración que excedió tanto las intenciones de Unamuno al haber pronunciado cualquier palabra en el auditorio universitario ese 12 de octubre de 1936 como de lo que en realidad fue dicho. Sin embargo, estas palabras permanecen, por un lado, porque encarnan la desesperación de una buena parte de la población española frente a la guerra civil, y por otro, el avance de los sublevados con sus llamamientos necrófilos.

No hubo una grabadora o una cámara que captara lo que fue dicho ese día. Solo se consignó en los diarios lo que los otros ponentes comentaron, pero no hubo ningún atisbo sobre lo que Unamuno dijo. Si hubiese habido alguien grabando, en celuloide o en cinta, lo que fue pronunciado ese día sabríamos, sin ninguna duda, todas y cada una de las palabras que el rector proclamó ese día. Sin embargo, no la hubo.

Existe en cambio, un discurso que se publicó en 1941 que, apócrifo o no, refleja la situación que se vivía en ese momento, así como la crisis que España atravesaba. Una crisis que acabó con la vida de miles de españoles y que, tras la guerra, sumergió a ese país en los largos años del franquismo. El régimen que se atrevió a nombrar Unamuno como campo de concentración de prisioneros de la república.

Asimismo, se ha intentado desmentir que Millán-Astray pronunciara el ¡Viva la muerte! Su hija ha señalado que en realidad pronunció: “¡Muerte a los falsos intelectuales!”. Sin embargo, haya o no realizado ese grito, esa frase fue utilizada por sus seguidores y, sobre todo, como reflejo del pensamiento tanto del general como de los sublevados, y que hasta el día de hoy es recordado porque encarna el proceder que tuvieron tanto en la guerra como después de ella.

Además, a partir de este hecho, Miguel de Unamuno se tornó en un apestado en la ciudad, que alguna vez lo tuvo por uno de sus miembros más importantes; por lo que se recluyó en su casa. A esto se suma que, por lo menos las palabras: “Vencerán, pero no convencerán; conquistarán, pero no convertirán.” sí que salieron de su pluma, contra los sublevados, en una carta que escribió el 13 de diciembre y que ponen de manifiesto su postura de rechazo hacia ellos.

Bibliografía