Un silencio añejo
Titulo: Cómo acabar con la escritura de las mujeres
Autor: Joanna Russ
Traductor: Gloria Fortún
Editorial: Editorial Barrett y Editorial Dos Bigotes
Lugar y Año: 2018
«Para la mayor parte de la historia,
“Anónimo” era una mujer.»
Virginia Woolf
La mejor forma de invisibilizar a alguien es negándole cualquier vía de expresión o, sencillamente, ignorándolo: mantenerlo bajo el yugo del silencio, prohibirle usar la herramienta de comunicación humana más básica e importante: el lenguaje. Impedir la exposición de ideas y emociones es anular, opresión que hemos experimentado las mujeres debido a la inequidad de género ocasionada por el heteropatriarcado, el machismo y la misoginia.
Cómo acabar con la escritura de las mujeres (coedición de Barrett y Dos Bigotes, 2018) es uno de los reconocidos ensayos de la escritora y académica Joanna Russ (Nueva York, 1937-2011), publicado por primera vez en 1983. Russ fue una reconocida autora de ciencia ficción galardonada con el Premio Nébula y contemporánea de Ursula K. Le Guin. Ambas fueron feministas, al igual que varias representantes más de ese género de literatura de ficción.
El ensayo de Russ cuenta con un objetivo y ácido prólogo, escrito por la editora y crítica Jessa Crispin (en el que afirma que «los hombres blancos siguen siendo los expertos, (…) la objetiva y universal voz de la razón»), y fue traducido por Gloria Fortún, también escritora y tallerista, creando un conjunto de voces que se engarzan a la perfección.
En once apartados, Russ expone los ejemplos más representativos sobre «la historia de la eliminación y disuasión de la escritura de las mujeres» que han perdurado al menos durante siglo y medio en la sociedad; las diferentes formas en las que los hombres que ostentan el poder dentro del ámbito literario han reprobado, censurado o desdeñado la obra de las mujeres y al género femenino, acusándolo de ser inferior e incapaz. Cada sección es precisa e indaga, desde comienzos de 1800, en la vida y obra de escritoras estadounidenses y europeas, y las conclusiones son contundentes.
Es increíble el esfuerzo de los involucrados para que este inquietante y esencial material que «muestra indignación sin ser pretencioso, es exhaustivo sin ser aburrido y es serio sin carecer de sentido del humor» llegue a los hispanohablantes. De la mano de Virginia Wolf y Un cuarto propio, Russ va encadenando a través de diversas voces y experiencias de numerosas autoras un extenso recorrido histórico evocando las problemáticas a las que se ha visto enfrentada su literatura debido a los «críticos comprometidos con el mantenimiento de la hegemonía masculina».
Éstos son los once apartados:
1. Prohibiciones – Uno de los precedentes es la Ley sobre la Propiedad de la Mujer Casada promulgada en 1882, que indicaba que los derechos (e ingresos) de las obras de las escritoras casadas les pertenecerían a sus parejas. Existía una notoria desigualdad de salarios incluso entre las propias mujeres, a quienes también se les prohibía la educación superior: las escritoras recibían ingresos irrisorios. Por otro lado, Russ señala que las labores domésticas y diversas responsabilidades adjudicadas a las mujeres representan obstáculos que los hombres logran sortear. Sylvia Plath («Haber nacido mujer es mi mayor tragedia.»), Katherine Mansfield, Kate Wilhelm y Ellen Glasgow son algunas de las escritoras que sufrieron constantes trabas y acoso de agentes y editores que juzgaban sus obras basándose en el aspecto físico, y estaban constantemente sometidas a comentarios denigrantes y desaprobatorios.
2. Mala fe – Los (hombres) privilegiados aplican procedimientos «moralmente atroces y terriblemente estúpidos». Actúan a través de prejuicios, convencionalismos y discriminación.
3. Negación de la autoría (No lo escribió ella.) – No reconocer la capacidad intelectual e inteligencia de las mujeres o ponerlas en duda, objetar la autenticidad de sus obras: «la mujer “estúpida” que escribe lo logra únicamente mediante el uso de su “ingenio masculino”». Y, si la obra es aceptada, la dotan con lo único que se considera meritorio: rasgos o características masculinos, o plantean que la obra es rescatable porque la escritora se relaciona con algún escritor (su pareja, un familiar o maestro…).
4. Contaminación de la autoría (De acuerdo, lo escribió. Pero no debería haberlo hecho.) – Las mujeres «respetables» son condenadas por no saber lo suficiente, y, de tener conocimientos, las repudian por no ser «virtuosas», usando argumentos ad feminam para descalificarlas, pues, para ellos, la vida personal pesa más que el texto. A partir de 1850, las escritoras, víctimas de tabúes, prejuicios y hostilidad, buscan resguardarse de los continuos ataques usando pseudónimos masculinos, y hay un rechazo de los temas íntimos por no ser considerados serios.
5. El doble rasero del contenido (Lo escribió ella, pero no es una artista de verdad y no es serio ni del género literario correcto.) – Hay varias razones para este menosprecio y desdén: la costumbre, la apatía, la ignorancia, no querer cuestionar lo establecido, el temor y el sentimiento de amenaza a la sexualidad o a la masculinidad y el empeño de pertenecer a «un club exclusivamente masculino y blanco» corrupto, y su parámetro de lo valioso estriba en lo masculino: «la masculinidad es “normativa” y la feminidad algo “anormal” o “especial”». Infravalorar la autoría femenina exalta la masculina: lo femenino tolera y obedece, lo masculino somete y es violento.
6. Falsa categorización (Lo escribió ella, pero sólo escribió uno.) – Las escritoras han sido desestimadas por no reconocer su categoría: pasan de artistas a «esposa/hermana/hija de…» hombres artistas. Y lo mismo ocurre con sus obras, que pueden ser erróneamente etiquetadas o incluso juzgadas por no pertenecer a ningún género, minimizando cualquier logro.
7. Aislamiento (Lo escribió ella, pero sólo interesa/está incluido en el canon por un único motivo.) – En el caso de que la obra de alguna escritora haya trascendido al canon, una selección de ésta (reunida en antologías, planes de estudios, manuales o compendios literarios en los que las mujeres siempre se encuentran representadas en un porcentaje mínimo [que, en una media, no supera la décima parte] y cuyos nombres varían) sólo dejará una muestra exigua que incluso podría no ser lo más representativo, pues se ciñe a parámetros masculinos. Así, el resto de la obra queda en el olvido o no resulta de interés.
8. Anomalía (Lo escribió ella, pero hay muy pocas como ella.) – Para destacar en su generación, a una escritora se le exige mucho más que a un escritor. Al excluirlas del canon literario, son aún más relegadas y los vínculos con otras escritoras se debilitan, lo que culmina en «restricciones numéricas y marginalidad permanente».
Cabe aclarar que esta marginalidad, actualmente revalorada por considerarse “de culto”, divide opiniones sobre la escritura de las mujeres incluso en el mismo gremio femenino: al mostrarlas como un caso singular, se duda del valor de su escritura por no seguir la corriente establecida de lo que “debería ser” la literatura femenina.
9. Falta de modelos a seguir – Saber que hay mujeres que han logrado destacar en ámbitos artísticos prueba que otras también lo pueden conseguir. La «falta de una tradición femenina» (en los 70, la obra de Woolf, Charlotte Brontë y Dickinson estaba muy limitada o se desestimaba por diferentes razones ya mencionadas). Esta supresión o anulación hace que cada nueva generación piense que debe confrontar los eternos problemas sexistas desde cero. Olvidadas, despojadas de la tradición literaria de su propio género, penalizadas y despreciadas e inculpadas sin motivo, Russ se pregunta cómo es que las mujeres siguen escribiendo.
10. Reacciones – La autora aboga por la solidaridad femenina y feminista: las mujeres enfrentaron y rechazaron prejuicios y aprensiones masculinas, crearon nuevas definiciones y buscaron a sus predecesoras. Décadas después, comenzaron a ignorar deliberadamente cada traba impuesta.
11. Estética – Indagar y volver a evaluar el arte de una minoría para integrarlo al acervo cultural solamente lo puede enriquecer. «Lo que asusta (…) del arte de las mujeres (…) es que pone en cuestión la idea misma de objetividad y los criterios absolutos» que han sido creados por las culturas autoritarias y dominantes que prohíben que quienes están al margen cobren notoriedad. La visión femenina del mundo se convierte en algo aterrador porque podría contrariar, alterar e incluso nulificar la visión preconcebida y aceptada de manera totalitaria por el hombre. Lo que se busca con el ejercicio libre del arte femenino es expandir las posibilidades creativas y perceptivas de las estructuras establecidas impuestas como únicas.
Estas ideas, acciones o pensamientos decimonónicos, actualmente son vigentes en una sociedad regida por hombres que se adueñan de cada espacio. Russ es incisiva para exponer distintos abusos y atropellos y busca conciliar, crear vínculos y empatía; deja claro que la igualdad y el respeto son necesarios, así como eliminar cualquier distinción que se haga con base en el género. Lo ideal sería que el público masculino leyera este libro sin prejuicios, sin sentirse obligado ni agredido, sino con la plena disposición de ver y comprender los errores que han alimentado y sostenido las estructuras machistas y cómo éstas han afectado en lo social, lo político, lo académico y lo cultural.
Russ es contundente, clara y acertada. El trabajo de investigación exhaustiva que realizó se refleja en cada línea, su profundo conocimiento histórico y literario hacen de éste un compendio excepcional sobre los diversos mecanismos de represión que han sufrido las mujeres en el ámbito literario (acaparado por el hombre occidental económicamente bien posicionado).
Mary Wollstonecraft y Mary Shelley, precursoras del feminismo moderno, Virginia Woolf y la descosificación de las mujeres, la igualdad de género buscada por Ursula K. Le Guin y la construcción social de los géneros de Judith Butler son sólo algunos guiños de esta gran lucha por la equidad.
En 2017, en Twitter se popularizó #ThingsOnlyWomenWritersHear para mostrar las diferentes muestras de machismo, el acoso y la displicencia que las escritoras enfrentan actualmente. En ese mismo tenor, en México surgió este año #MeTooEscriotresMexicanos, que buscó visibilizar los abusos y dar voz a las víctimas. A partir de este hashtag, surgió la colectiva #MujeresJuntasMarabunta, formado por mujeres inmersas en el ámbito cultural que buscan erradicar la violencia machista en el medio. Mujeres Juntas Marabunta, como voz colectiva y sin voceras, publicó un manifiesto en el que una de las exigencias es la paridad de género tanto en publicaciones como en lo laboral.
Si bien ha habido algunos cambios y las trabas han disminuido, varias de las denuncias de Russ, la violencia sexista y el limitado reconocimiento del genio, la creatividad y el intelecto femeninos continúan imperando.
En México, uno de los esfuerzos más recientes por tener presentes nombres y obras de narradoras mexicanas es el de la escritora Liliana Pedroza con la publicación de Historia secreta del cuento mexicano, 1910-2017 (Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018), que reúne los datos bibliográficos de la obra de más de quinientas escritoras que publicaron al menos un libro en los años señalados. Está a la venta en formato físico, y se puede descargar de manera gratuita en la página de la Editorial Universitaria.
También destaca el proyecto cultural Escritoras Mx, que se dedica a la divulgación de la obra de escritoras mexicanas. Su sitio en internet cuenta con reseñas, citas, entrevistas, ensayos académicos y una enciclopedia, y acaban de publicar su primera antología.
Hace poco, la escritora Iliana Vargas publicó el primer número de su dosier Femina Incógnita (Femina de sueño, sangre y fuego) en la revista digital Vozed, cuya finalidad es «visibilizar a las mujeres que se dedican a la ficción». Tiene una convocatoria abierta, y recibe textos de diversos géneros bajo la cláusula de haber sido escritos por mujeres.
Otra apuesta es la de las editoriales independientes Paraíso Perdido (las autoras han ido en aumento en su catálogo) y Nitro/Press, que ha publicado las antologías Lados B desde 2011, selecciones que buscan incluir al mismo número de autoras y autores.
Estos esfuerzos crean generosos catálogos que ayudan a visibilizar la pluralidad de voces de escritoras mexicanas con distintas influencias y afinidades, con diferentes raíces.
A pesar de que la literatura escrita por mujeres ha sido marginada, rechazada, degradada o simplemente ignorada, hay una cantidad increíble de obras de gran calidad que no harían sino enriquecer y diversificar el arte.
Tal como lo afirma Russ, «Los redescubrimientos y las revalorizaciones no han hecho más que empezar». Encontraremos más luces, maravillas que representarán un parteaguas en nuestras vidas y en la literatura, «una propuesta para creer que hay mejores formas de habitar este y otros mundos», en palabras de Iliana Vargas.
En la última parte del libro, entre las múltiples referencias citadas en la sección de Notas, se encuentran las novelas Literary Women, de Ellen Moers, Lover, de Bertha Harris, y El bosque de la noche, de Djuna Barnes, y los ensayos Una habitación propia y Tres guineas, de Woolf, Thinking about women, de Mary Ellmann, Women Artists, de Petersen y Wilson, y Feminismo y arte, de Herbert Marder.
Al finalizar el epílogo, Russ dice que, a pesar del tiempo invertido en su trabajo, el ensayo no está terminado. Su última frase es: «Tú lo terminas». Yo diría que nosotras lo continuamos.
A pesar de todo, escribimos. Y lo seguiremos haciendo.