Nuevas lecturas, viejas lecturas. 91 años de La sombra del Caudillo
Algunos libros pueden ser usados como referentes para relatar sucesos históricos o para analizar procesos políticos, este es el caso de La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, una obra literaria que puede ser considerada un documento importante para entender la realidad política de México, particularmente la de 1920 y su contexto violento y convulso, es decir, buena parte de las luchas y querellas que vinieron después de la Revolución.
Pienso que cuando la literatura es algo más que simple acto imaginativo, se convierte en un espejo, en retrato de lo que somos y de lo fuimos, y esto no lo hace menos literatura.
Tres veces he leído La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, las tres por encargo en diferentes momentos de mi formación como escritora y periodista. Aún así me he resistido a ver la adaptación al cine de 1960 dirigida por Julio Bracho quizá por una suerte de predisposición a que nada encaje a como lo he imaginado en mi cabeza o a que la representación fílmica pueda parecerme caricaturesca, y sabiendo que puedo estarme privando de una joya del cine mexicano, pago el precio de abstenerme.
La primera vez que leí este clásico de la literatura mexicana fue en el último año de la preparatoria y lo hice sin entender muy bien a lo que me estaba metiendo. Leí para cumplir con las preguntas de un cuestionario que nos había dado un entusiasta maestro de español que antes ya nos había presentado a Juan Rulfo y a Gabriel García Márquez.
La segunda vez que me acerqué a este libro clásico, ya estaba en la universidad, otro profesor entusiasta lo había dejado como tarea y yo no recordaba nada de aquel ejemplar que había sacado de la pequeña biblioteca de la preparatoria, o al menos no lo suficiente como para escribir el reporte de lectura que me pedían. Esta vez lo leí en fotocopias y muy rápido, entre viajes en el metro y autobuses de Ciudad de México–Iguala y de vuelta, como buena estudiante foránea.
La tercera lectura que hice de La sombra del Caudillo, ya fue con un ejemplar propio. Llegó como parte de la colección de 21 para el 21, editada por el Fondo de Cultura Económica el año pasado, con otros títulos clásicos de la literatura nacional igual de importantes como Apocalipstick de Carlos Monsivais, Balúm Canan de Rosario Castellanos, Los de debajo de Mariano Azuela, Tiene la noche un árbol de Guadalupe Dueñas, El libro vacío de Josefina Vicens, Matarzó no llamó… de Elena Garro, Paseo de la Reforma de Elena Poniatowska, Muerte en el bosque de Amparo Dávila y Río subterráneo de Inés Arredondo.
El regalo de mi editorial, facilitó la encomienda, es decir; este texto que escribo dieciocho años después de aquel acercamiento adolescente a la obra más emblemática de Martín Luis Guzmán, a quien Alfonso Reyes apodó “Estrella de oriente”. Para ambos, quiero decir, para Reyes y Guzmán la Revolución Mexicana será significativa, pues la figura paterna les será arrebatada. A diferencia de la postura de Alfonso Reyes, que decide mantenerse lejos de las disputas, Guzmán decide formar parte de éstas y se enlista en las filas de Francisco Villa en donde obtiene algunos cargos militares. Esta experiencia lo lleva a darse cuenta que la vida militar requiere disciplina, rudeza y frialdad. En varias de sus entrevistas destacó el papel de los militares en los procesos revolucionarios e hizo varias críticas al poder de los “revolucionarios de escritorios”, como fue el caso de Plutarco Elías Calles, que no tenían idea real de lo que era estar en el campo de batalla.
Todas estas ideas permean y se manifiestan en La sombra del Caudillo, pues no hay que perder de vista que el arma más importante de la que echa mano Martín Luis Guzmán son las palabras y su experiencia.
A la par de Mariano Azuela y su obra Los de abajo, la obra de Martín Luis Guzmán se inscribe dentro de lo que se conoce como la literatura de la revolución, desarrollada durante los años treinta del siglo XX.
En una entrevista con Emanuel Carballo, Martín Luis Guzmán refiere que el asesinato de general sonorense Francisco R. Serrano fue uno de los detonadores para esta historia que se publicó por entregas apartir de mayo de 1928, en: La Prensa (Texas), en La Opinión (Los Ángeles) y El Universal (México); en la que se mezclaron con su experiencia en los movimientos armados de los que fue partícipe. De este mismo modo, los personajes, tienen todos, un referente en la vida real.
El autor hace una suma entre lo épico, lo testimonial, la autobiografía en la que se narran las intrigas, las querellas, los abusos de autoridad, a la manera de una radiografía a la parte más oscura del caudillismo pero también del sistema político mexicano durante los años posteriores al triunfo de la Revolución Mexicana y a todas las coyunturas que no estaban del otro resueltas; “los intríngulis del sistema político durante la etapa institucional de la Revolución Mexicana, a través del retrato de los líderes que por su ambición de ampliar su poder político y económico se presentan como defensores de los “ideales” revolucionarios, aunque proceden con astucia, cinismo, corrupción e impunidad” como afirma Estefanía López Vera.
De la publicación por entregas para los periódicos puede entenderse el tono fragmentario con el que está escrito este clásico nacional. Dividido en seis libros (o capítulos): “Poder y juventud”, “Aguirre y Jiménez”, “Catarino Ibáñez”, “El atentado”, “Protasio Leyva” y “Julián Elizondo”, en los que el autor va dejando pequeñas claves que van funcionando como pistas para descubrir los entramados del sistema político en cuestión, pero que también pueden funcionar como relatos largos que fueron escribiéndose al tiempo que se publicaban sin tener muy claro la escena final.
Los estudios sobre esta novela no se ponen de acuerdo sobre esto último, cabe señalar, pues mientras algunos apuntan a este entramado con aliento fragmentario, otros encuentran el hilo narrativo de la historia dividida en dos partes, lo cierto es que sea cual sea la verdad, es innegable que la narrativa corre entre la lucha de civiles contra militares, y la transición del poder de los caudillos a las manos de políticos que no tuvieran carrera militar. Es decir, el paralelismo que existe entre el Caudillo (militar)-Hilario Jiménez (civil); e Ignacio Aguirre (militar)-Axkaná González (civil).
La sombra no nomás es parte del título y en esto podemos notar que a partir de estos cuatro personajes elabora el concepto, es decir que no es solamente esta palabra no es un adorno si pensamos en este juego de espejos y/o de sombras, como en el boxeo. El civil (o los civiles) es lo que está detrás y oculto del Caudillo, entendido como un símbolo: “La metáfora de la sombra va más allá porque trasciende el nivel descriptivo para alcanzar un valor narrativo en la novela, pues transporta el antagonismo que emana del personaje-tirano hacia los otros personajes, que se ven involucrados en la maldad del Caudillo debido a la inercia por alcanzar o mantenerse en el poder”, nos dice al respecto nuevamente Estefanía López Vera.
Algo que no advertí ni en la primera ni en la segunda lectura, quizá por los tiempos que corrían en ese entonces, quizá por los que corren ahora: la presencia (y la relevancia) de las mujeres en la historia de Martín Luis Guzmán, nula o casi nula, me atrevería a decir. Secundarias, tal es el caso de Rosario que funciona simplemente como un complemento emocional. El autor echa mano de su parte más poética (a lo mejor la única evocativa en todo el libro) para narrar el cortejo de Aguirre hacia la joven. Pero esta parte luminosa se pierde -al menos para mí, la recordaba más hermosa- cuando descubrimos que Aguirre es casado y tiene otras dos casas en la que también tiene a mujeres viviendo ahí.
Sobre el papel de Rosario que en este libro funciona como un presagio, dice en su tesis Estefanía López Vera que en el capítulo titulado “La magia del Ajusco”, Martín Luis Guzmán hace una metáfora de Aguirre a través de la voz de Rosario:
“Rosario compara a Aguirre con la inmensidad del Ajusco, mientras que él la conjuga con dos volcanes. «La contemplación fascinada del Ajusco por Rosario es la propuesta del autor inmanente hacia la atracción erótica del poder» (Benítez et al., 1998: 25). Además, la montaña como símbolo representa la trascendencia (Chevalier y Gheerbrant, 1986: 722). En este caso, el héroe con su sacrificio supera el mundo del mal; pero revela que el camino no será fácil, porque habrá que escalar para ascender hasta la cumbre, con los riesgos que esto conlleva. Si entendemos el acto de trepar como una posibilidad en la que se arriesga la vida, la montaña también es un presagio del peligro al que se verá enfrentado el protagonista. De acuerdo con el campo léxico de la montaña como indicio de un camino arduo por recorrer, Aguirre es una «montaña distante», «un monte negro y hosco», «grave y varonil»; ella «tiene alma y vestidura de mujer»”1
Cuando pienso en las mujeres que protagonizan La sombra del Caudillo, también pienso en La Mora, líder de un burdel que es quien da aviso del secuestro de Axkaná, dejando ver una posible relación entre ambos pero también las dos manchas negras que son sus ojos pero: “La Mora entonces no cuenta con la pureza de Rosario ni con la transparencia de Axkaná, pero será el personaje que comunique a Aguirre sobre los alcances fatales de la sombra del Caudillo”.2
Pues para que haya sombra tiene que haber luz, y viceversa esta es la constante en el libro de Martín Luis Guzmán, que incluso después de 91 años revela ecos de los que fuimos: un país de contrastes y de contradicciones, pero también los resquicios de lo que seguimos siendo: una pluralidad de opuestos que se complementan como partes del todo.
Mientras que Rosario encarna la pureza, la rectitud y el honor, las prostitutas son su contracara: “mujeres que no comparten la metáfora de la luz como pureza”3, afirma Estefanía López Vera.
Cierto es que ya no hay caudillos pero los abusos de poder, la corrupción y las desigualdades sociales continúan, lo que vuelve vigente y precisa la lectura de esta sombra, de este libro que trascendió el paradigma de la Revolución y sigue acompañando nuestros tiempos.