No quiero flores
El 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer, y cada año no falta el familiar que, encendido por la más condescendiente de las intenciones, reenvía una plantilla de mensaje -con imagen incluida- felicitando a las flores hermosas que adornan este mundo. En entornos laborales los más hacendosos dan abrazos sospechosamente cariñosos y reparten rosas rojas a las mujeres que los rodean, mientras que algún expresidente publicará algún texto emotivo en sus redes sociales.
Cuando nuestros estimados compañeros de actividades cotidianas nos felicitan, se olvidan de las cifras: de acuerdo al último informe presentado por la Entidad de las Naciones Unidas para la Igualdad de Género y el Empoderamiento de las Mujeres, y la Comisión Especial para el Seguimiento de los Feminicidios, en México ocurren siete feminicidios al día, lo que significa que, en promedio, cada tres horas y media una mujer es asesinada en el territorio nacional.
Las entidades en las que se concentra el mayor número de feminicidios son el Estado de México, Veracruz, Nuevo León, Chihuahua y la Ciudad de México.
La violencia feminicida sólo representa la punta del iceberg; las raíces se alimentan de un sustrato cultural y estructural que reproducimos todo el tiempo. Si existe la expresión máxima de inhumanidad (asesinar a una persona) es porque hay todo un entramado que la sostiene y la provoca.
Resulta fundamental desentrañar los procesos por los que se han normalizado dinámicas que violentan a las mujeres en los espacios cotidianos que muchas veces no son considerados como «graves». La tarea no es sencilla, pues se requiere parar para reflexionar de qué manera cada persona ha co-operado para reproducir este orden social. Es necesario cuestionar cómo nuestras acciones han abonado en la construcción de la violencia, a pesar de que sea un camino doloroso y con muchos laberintos. A pesar de que involucra nuestros afectos y cuestiona convicciones que creíamos inmutables.
Miles de mujeres alrededor del mundo siguen sumándose a esta labor desde diferentes trincheras: desde las instituciones educativas, cientos de académicas generan nuevos conceptos y teorías para dar cuenta de las formas de opresión que atraviesan los cuerpos de las mujeres; desde las fábricas, miles de obreras resisten en la lucha por derechos laborales; desde sus territorios, un gran número de mujeres indígenas y campesinas comparten sus conocimientos para la construcción de un mundo más digno; desde las universidades, cientos de colectivas exigen protocolos de denuncia más humanos y útiles; desde las montañas del sureste mexicano, las compañeras zapatistas nos regalan luces de organización.
Esta lucha perenne tiene de manifiesto que nos queremos libres y sin miedo, y se ha convertido en un camino de encuentro en el que transitamos viéndonos una a otra, llorando cuando es necesario y cantando bien alto para que nadie, nunca, se olvide de nuestra voz.
Es por eso que el 8 de marzo (8M) se ha convocado a una jornada internacional para parar. Frente a la violencia que sufrimos, queremos hacer una pausa para (re)pensar las formas en las que, hasta ahora, nos hemos organizado, para romper con la normalización de las cifras, para hacer visible que respondemos.
Las demandas y necesidades son diversas: hay mujeres que paran porque quieren mostrar que tienen doble jornada laboral, puesto que, además de su trabajo, las tareas domésticas recaen sobre ellas; también hay mujeres que paran porque son hostigadas por sus jefes o profesores y, en Argentina, paran para demandarle al Estado aborto legal, seguro y gratuito.
Es una buena noticia que las movilizaciones sean diversas, sería extraño que las exigencias fueran las mismas considerando que la violencia contra las mujeres se expresa de múltiples formas.
Si no ha quedado claro por qué no es la mejor idea mandar felicitaciones virtuales, desarrollo: en los últimos años el 8M se ha resignificado como una fecha de conmemoración y reivindicación de la lucha de las mujeres por lograr un mundo más justo, de tal manera que puedan converger cientos de actividades políticas en todo el mundo.
No estamos celebrando ser lindas y amorosas, lo que hacemos es demandarle al Estado y a sus instituciones que lleven a cabo políticas que garanticen nuestros derechos y, al mismo tiempo, exigimos a todas las personas que cuestionen las acciones que realizan y que contribuyen con lógicas de violencia.
Es frívolo desear un feliz día cuando las desigualdades que vivimos a diario son desgarradoras. Evitemos las flores y chocolates; si algún hombre desea ser solidario, puede empezar por desahogar todos los pendientes hogareños, por ofrecerse como voluntario para cubrir por un día a su compañera de oficina, por cuidar a las y los sobrinos y por cuestionarse.
Termino diciéndole a todas mis compañeras de lucha que me llenan de cariño y esperanza cada vez que nos reunimos para trabajar o tomar un café, que verlas a los ojos cuando hablan de lo que les apasiona le hace grietas de luz a toda la oscuridad del mundo, que les agradezco mucho compartir esta vereda sinuosa conmigo, pues la llenan de girasoles.