Tierra Adentro

¿Marchar o no marchar? De acuerdo con cifras oficiales, en los últimos tres años los feminicidios pasaron de 407 en 2015 a 845 en el 2018. Los resultados se traducen a nueve mujeres asesinadas a diario, es decir, en promedio cada 160 minutos se comete un feminicidio, lo cual elevó la cifra de asesinatos a 3 mil 580 durante el 2018. Tan solo en lo que va del año más de 300 mujeres fueron asesinadas.

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A esto se le suman los intentos de secuestro en el metro de la Ciudad de México que fueron noticia el mes pasado, el machismo que sigue predominando en nuestros medios de comunicación, la objetivización a la que somos sometidas las mujeres todos los días y la lucha por la legalización del aborto. Muchas de mis amigas y compañeras más cercanas decidieron no marchar. Yo misma casi no lo hago, pero decidí participar porque las cifras de desaparecidas, asesinadas y violentadas me quemaban los talones.

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Habiendo perdido al colectivo que salía de mi universidad subí al metro sintiéndome sola y un poco inadecuada y abandonada. En ese vagón formé parte de un viaje que estuvo, estación a estación, plagado de una sororidad silenciosa.

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En el vagón viajaban algunas chicas con pañuelos verdes y morados. Nos reconocimos enseguida, y reconocíamos a quienes iban a marchar mientras se subían con cada parada. Ninguna dijo nada, pero cuando bajamos en Insurgentes –qué nombre tan apropiado– se sentía una felicidad electrizante en el ambiente.

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Todas están sonriendo escuché decir a una de mis compañeras de viaje.

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Entonces dejé de sentirme inadecuada y sola, pues estaba segura de que podría marchar al lado de cualquiera de las mujeres que llenaban la estación sin saber sus nombres o historias. Nos unía la necesidad de ser escuchadas.

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Cuando comenzó la marcha yo ya había encontrado a mi contingente. Avanzamos por las calles de la ciudad bailando, gritando y pisando con fuerza, celebrando los logros que se han alcanzado en tantos años de lucha feminista, pero también recordando las barreras que aún hace falta derribar. Una de mis compañeras llevaba una cruz hecha de madera, grande y rosa, en ella estaba escrito el nombre “Agnes”.

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Agnes Torres fue quien me enseñó a luchar. Era una activista. La asesinaron.

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Marchamos para no olvidar a las mujeres que han sido brutalmente asesinadas, para exigir que sus casos no se repitan. Marchamos porque queremos sentirnos seguras en nuestro propio país.

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Entre las asistentes que más atención mediática captaron estuvo la secretaria de gobernación Olga Sánchez Cordero, quien marchó desde la sede de su secretaría hasta el Monumento a la Revolución junto con los miembros del Frente Auténtico del Campo.

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Su participación, así como los mensajes hechos por la ONU, el Observatorio Nacional del Feminicidio y la promesa realizada por el presidente de una consulta sobre los “temas polémicos relacionados a los derechos de las mujeres” nos demuestran que la lucha feminista no pasa inadvertida. Sin embargo, ¿cuántas consultas, cuántas llamadas de atención, seguimientos y alertas serán necesarios para generar un cambio?

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Ojalá que nuestra voz no pueda ser sometida jamás, ¡que el 8 de marzo sea tan solo el inicio de un mes dedicado a la lucha por la igualdad!

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Sé que poco se puede lograr marchando, que hacemos ruido, que nuestros gritos y nuestra presencia paralizan a la ciudad unas horas, pero que cuando todo se termina y regresamos a nuestras casas lo que realmente importa son las luchas que se llevan a cabo diariamente para disminuir la brecha que nos separa de los derechos que deberían ser nuestros por nacimiento: poder caminar tranquilas de noche, que nuestros asesinos sean perseguidos y castigados, que nuestra voz tenga el mismo valor que la de nuestros amigos y compañeros, que podamos decidir sobre nuestras vidas con libertad.

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Sé que mi voz y mis piernas pueden hacer poco en este día para eliminar nuestras desigualdades, pero hoy mi voz no fue mía. Hoy grité con la voz de las más de 300 mujeres asesinadas o desaparecidas que ya no pueden hacerlo.

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