Tierra Adentro

 

Hace más de dos años me invitaron a un grupo secreto de Facebook en donde mujeres de distintos lugares de México podíamos hablar abiertamente sobre temas que a veces preferimos no discutir en público.

Una de nuestras frustraciones recurrentes era ver cómo la sociedad y los medios de comunicación abordaban ciertas noticias al punto de culpabilizar a las víctimas de violencia machista e ignorar a los criminales, mostrando sus crímenes como actos naturales ocasionados por las víctimas. Un día dos de nosotras decidimos abrir una página en donde tomaríamos capturas de pantalla de esos titulares y los corregiríamos con tinta roja para evidenciar la forma en la que se manipula la información.

Creé la página bajo el nombre de La Correctora y el mismo día la emoción se apagó y el proyecto quedó olvidado. Hasta el 29 de mayo de 2017, día en que condenaron a 50 años de prisión al feminicida de Sandra Camacho: un hombre de 19 años quien la asesinó, descuartizó y tiró pedazos de su cuerpo por distintos basureros de una unidad habitacional de la Ciudad de México. Un hombre que convenció a una menor de edad de encontrarse con él, con la excusa de que la ayudaría a encontrar trabajo; un hombre que asesinó y descuartizó a una adolescente cuando ella se rió de él.

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Los medios no la nombraban a ella, los titulares se enfocaban en lo singular de que un chico tan inteligente hubiese cometido un asesinato. “El joven que tocaba el piano (y descuartizó a su novia)”, “De ‘genio’ a asesino”, “estudiante modelo”. La prensa, ignorando a la víctima, hablaba de la tragedia de la exitosa vida truncada del asesino, y subrayaba que el asesino no era un estereotipo de película de terror.

Los asesinos de las películas no existen. La violencia no surge de monstruos horribles que brincan desde callejones oscuros, sino de hombres inteligentes que pertenecen a nuestro grupo de amigos, de nuestros jefes amables, de nuestros hermanos preferidos, de “chicos buena onda” que ayudan a todos pero no respetan un “no”, de “jóvenes responsables” que sueltan un puñetazo si una chica se burla de ellos en privado.

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Para nosotras no era extraño que un feminicida hubiese recibido una medalla de bronce en el extranjero o hubiera sabido tocar un instrumento, pero para quienes escriben notas en los periódicos y prefieren creer en cuentos que analizar la realidad, sí que lo fue, y por ello ignoraron a Sandra, y cuando la mencionaron fue para agregar que estaba desempleada y había cometido el error de verse con un desconocido.

 

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Han pasado casi dos años desde ese día y las cosas no han cambiado mucho, porque aunque diariamente se llevan a cabo crímenes similares, la sociedad continúa dando maromas para creer que las víctimas se lo merecen y que los criminales son víctimas de las circunstancias. Y si no lo son es porque son monstruos que salieron de algún cuento de terror.

 

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Ese día publiqué una imagen subvertida en la que taché “estudiante modelo” y agregué “asesino/feminicida”. No lo pensé mucho, mi intención era llegar a un pequeño grupo de mujeres interesadas en el tema, pero desde el primer momento muchas personas comenzaron a difundir la imagen, a hacer preguntas y ponerse en contacto con nosotras.

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Lo que se inició sin un plan muy claro, empezó a crecer gracias al apoyo y a las expectativas de quienes nos leían. Y de una u otra forma nos hizo comenzar a leer, a informarnos más, a analizar situaciones que nunca nos habíamos detenido a pensar, a investigar casos que nos enviaban por mensajes privados y descubrir que los patrones se repetían en los titulares de Hidalgo, Veracruz, Nuevo León y hasta de Perú, Argentina o Costa Rica.

En estos dos años las mujeres siguen “apareciendo muertas”, mientras los hombres adultos que abusan y asesinan a adolescentes siguen siendo víctimas, las niñas de 13 años se prostituyen solas y solas deciden huir de casa con hombres adultos, los asesinatos cometidos por hombres que han amenazado a sus parejas y exparejas durante años siguen siendo considerados “crímenes pasionales”, se sigue asesinando “por amor” y acosando por romanticismo, los nombres de las mujeres siguen sin publicarse y las descripciones de sus asesinos siguen pareciendo biografías de páginas de citas: inteligentes, guapos, exitosos. Fotografías de sus cuerpos golpeados y desmembrados son para consumo público. Los medios actúan como cómplices de la humillación a las víctimas y a sus seres queridos.

 

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Uno de los primeros casos que subvertí sucedió en Coahuila. El titular decía “Tania Karina quería irse de fiesta, lo hizo; apareció enterrada en casa de su novio”. Un hombre once años mayor que la adolescente de 16 años, y sin ningún vínculo afectivo con ella, confesó haber enterrado su cuerpo en un patio, pero la culpable era ella al querer salir de fiesta.

Unos días después, en Yucatán, un feminicida apuñaló a su esposa, pero el titular fue “Muere mujer acuchillada… por no regresar con su ex”.

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Cuando un pederasta abusó de su hija de 4 años, el titular se refería a él como “destacado investigador”, y cuando un hombre mandó asesinar a la hija de 15 años de su expareja, “Fátima fue víctima de amor”.

En septiembre de 2017 Mara Fernanda Castilla fue asesinada en Puebla y en los titulares la “hallaban muerta”; Cabify, la empresa a la que prestaba servicios el presunto asesino, lamentó profundamente su “fallecimiento”, y de acuerdo a un periodista, quien la asesinó “era un hombre normal. O lo fue… hasta que se le presentó una oportunidad de delinquir: una joven hermosa, de 19 años, dormida en la parte trasera de su auto”.

Después de muchas quejas esa parte fue editada, pero no hubo una disculpa. Solo desapareció, como desaparecen los criminales en los titulares.

 

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Cuando Guadalupe Montoya, de 24 años, fue asesinada por su pareja tres décadas mayor que ella, el caso se publicó con el texto “Tras lesionar con arma blanca a su pareja, Juan Carlos García de 58 años se quitó la vida”; cuando un hombre asesinó a su esposa e hijo para después quitarse la vida, el titular fue “Hallan muerto a hombre, su esposa e hijo…”; y cuando un hombre que trabajaba para el Ministerio Público asesinó a su pareja e intentó suicidarse, el titular fue “Desata agente tragedia en PGJ”.

 

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Cuando un profesor abusó sexualmente de un alumna menor de edad, lo grabó y subió videos a internet, el caso fue publicado como que un profesor había sido despedido por “subir a la red video porno con una alumna”, mientras los medios culpaban a la adolescente escudándose tras usuarios de redes falsos. Es una técnica con la que medios pueden publicar notas terribles siempre y cuando agreguen frases como “deducen en redes”, “según afirman”, “usuarios señalan”.

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Algo similar pasa cuando los medios publican información denigrante para las víctimas como si fueran datos importantes. Como en el caso de Yesica Celene. Además de mostrar una foto de su cuerpo desangrado, los medios publicaron una nota en la que su feminicida decía “por puta te pasó esto”.

 

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Anayetzin fue apuñalada 16 veces en el vientre por su novio, de quien estaba embarazada y quien después de asesinarla escondió su cuerpo en un clóset y huyó. De acuerdo a un medio “…decirle a su novio que estaba embarazada, provocó que este la asesinara”.

 

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Cuando una mujer llamó a la policía tras ser acosada por un hombre, la noticia fue publicada con el titular “Busca a novia infiel y termina detenido”. La mujer no le había sido infiel, pues ni siquiera era su novia, pero “la dama sin sentimiento alguno le habló a la policía”.

Cuando dos hombres en Tabasco engañaron a una joven para abusar sexualmente de ella y después asesinarla, el titular mencionaba que había sido “descuartizada por un pretendiente”.

 

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A veces los medios parecen estar enamorados de los feminicidas. Cuando el día de su cumpleaños 23 Pamela Victoria fue degollada y su cuerpo mutilado dejado bajo una regadera con agua hirviendo, un medio publicó una semblanza del presunto feminicida, su novio y principal sospechoso que aparecía en las cámaras de seguridad del hotel y había sido señalado por trabajadores, enfocándose en sus logros deportivos y habilidades como empresario, todo esto acompañado de fotografías y datos de sus premios. Sus clientes no creían que pudiera ser un feminicida, pues había sido amable con ellos.

 

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Jazmín, una joven de 19 años, fue asesinada por sus compañeros de trabajo, quienes le debían miles de pesos y estaban inconformes con que una mujer joven fuera su superior. Un titular, “Provocaron deudas la muerte de Jazmín”, daba a entender lo contrario y justificaba su asesinato.

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En Morelos una mujer fue posiblemente atacada sexualmente y despertó desorientada. El titular, acompañado de una fotografía de la mujer en el piso, fue: “Se pasa chava de copas y aparece semidesnuda”.

Zuleth, de 15 años, fue asesinada en Chihuahua y los medios publicaron fotografías de su cadáver, indagaron en su cuenta de Facebook y la culparon de su propia muerte por haber publicado letras de canciones populares: “Le gustaba subir frases de narcocorridos a su Facebook; fue hallada ejecutada”.

 

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Hay formas fáciles de humanizar o deshumanizar a las víctimas. A veces basta decir que una mujer era estudiante, que era la hija y hermana querida, que sus compañeros la buscan y extrañan, que era parte integral de la comunidad, para crear empatía. Pero generalmente sucede lo contrario. Y así, si las mujeres asesinadas eran estudiantes, enfermeras o arquitectas, solo se menciona en los casos en que sus familiares hicieron campañas virales para buscarlas, pero cuando se dedican a la prostitución, eso siempre aparece en el titular. También cuando son extranjeras. Para que todos sepamos que no son de aquí, no son parte de nuestro grupo, que trabajaban haciendo cosas “indebidas”, que tal vez se lo habían buscado al elegir su profesión.

 

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Beatriz fue asesinada por su esposo en Puebla, pero de acuerdo al titular “perdió la vida tras confesarle a su esposo que lo engañaba con el vecino”. El mismo caso fue publicado como “Beatriz, envalentonada por el alcohol, no midió las consecuencias de su declaración”.

Diana fue asesinada en Querétaro  y su cuerpo mutilado fue tirado en una zona cerril, pero su cuerpo “apareció” y se investigaba su “fallecimiento”, a pesar de que el presunto feminicida, su exnovio, ya había sido detenido.

 

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Muchas veces las madres son culpadas por las acciones de los criminales. Cuando una niña de once años fue abusada sexualmente y asfixiada, según indagatorias por su propio padrastro, el titular fue “Su hija fue violada y asesinada, mientras la madre se fue a bailar con el novio”, ese mismo novio que al parecer planeó todo.

En otro caso en el que un agresor abusó de una bebé, el titular era “Abusan de su bebé, se la encargó a la vecina”.

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A veces se viralizan explicaciones falsas que culpan a la madre, como cuando secuestraron a una bebé en Tamaulipas que iba en los brazos de su tío, pero páginas y personas compartían la versión de que la madre había dejando sola a su bebé en un auto encendido.

 

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En los medios existe un guion implícito que dice que las mujeres somos las culpables de la violencia que sufrimos, y es muy práctico seguirlo porque nos evita pensar, nos evita comparar datos y analizar la información. Pero basta dar un paso atrás para ver que las cosas no son así.

Generalmente los crímenes son bastante claros, y aunque existe la presunción de inocencia y es importante respetarla, se puede mencionar que las mujeres fueron asesinadas y se puede publicar lo que han declarado los criminales confesos. No hay necesidad de pretender que son accidentes o castigos divinos por nuestras acciones imperfectas.

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