El laberinto aún no termina. A veinticinco años de la publicación de Casa de hojas
¿Qué es lo que hace a una casa terrorífica? Parafraseando a Mircea Eliade, la casa es una imagen del mundo, incluso una imagen del cuerpo o de los cuerpos, de quien o quienes la habitan. La casa representa no solo un edificio cualquiera en el que uno puede resguardarse del “afuera”, una casa no es un hotel. La diferencia se ancla en la posibilidad del “hogar”, del fuego que mantiene alejadas las sombras y al mismo tiempo da calor, estabilidad y proporciona una fuente de luz y también se convierte en una herramienta necesaria para preparar los alimentos. Una casa es, o debería serlo, un refugio.
La idea de Mircea Eliade puede parecer obvia, pero cobra un significado profundo cuando se piensa en el cuerpo para una determinada persona, en la propia corporeidad, lo que alguien identifica como suyo, como propio. ¿Qué ocurre entonces cuando la casa se convierte en algo ajeno? Disrupción, disociación. No por nada en la misma novela, bajo la voz del personaje Zampanò, se menciona lo siniestro, pues su concepción alemana, el Unheimlich, hace referencia a la familiaridad que se pierde, a lo que uno reconocía como conocido, pero ha dejado de serlo, provocando el sentimiento y la sensación de lo siniestro. Y en Casa de hojas ocurre precisamente esto: la casa se convierte en algo ajeno, en algo disruptivo, pero también en un antihogar, pues no aleja a las sombras, las atrae. La casa de Ash Tree Lane se convierte en oscuridad y, por lo tanto, en amenaza.
¿Esto es, entonces, una novela de terror al uso? No, por supuesto que no lo es, pero tampoco puede quitarse esa etiqueta (a veces tan molesta) propia del subgénero de “terror/horror”.[1] ¿Qué es entonces Casa de hojas? Para explicarlo, o al menos acercarnos a una respuesta plausible, hay que remontarnos a la fecha de su lanzamiento y a la particularidad (o muchas particularidades) de la novela. En el momento en que se publica, en el año 2000, muchas cosas estaban ocurriendo en el ámbito de la ficción especulativa, y eso sin contar los discursos agoreros sobre el fin del mundo que lo permeaban todo, incluida la literatura. Y tomando a Francis Fukuyama con su libro El fin de la historia, parecía que la cultura occidental llegaba a su fin, a su culmen, y de ahí en fuera no habría nada nuevo. Aún no ocurrían los atentados al World Trade Center ni las guerras en Afganistán, Irak, Darfur, Yemen, etc. Además, estaba por llegar el surgimiento (o resurgimiento) de la guerra contra el terrorismo.
En los albores del siglo XXI, el mundo parecía en preparación para la llegada de algún tipo de futuro que, tal vez, prometía ser distinto al devenir de la humanidad desde, al menos, el anterior siglo. Las resonancias de una imposibilidad del futuro que enarbola la hauntología y algunos movimientos del realismo especulativo como el aceleracionismo (ya sea de derecha o izquierda) aún estaban por golpear las mentes de la sociedad occidental.
Esto es importante porque Casa de hojas es una novela de terror (o una parte de ella lo es), y el género estaba experimentando una especie de contracción, que pudo transformarse gracias a voces como las de Thomas Ligotti, o las muy posteriores narrativas de escritoras latinoamericanas como Mariana Enríquez, Solange Rodríguez Pappe o Mónica Ojeda. Pero, también es un ejercicio narrativo experimental como, quizá, ningún otro. Los vasos comunicantes señalan a Rayuela, Tristram Shandy, Finnegan’s Wake incluso, así como los experimentos vanguardistas o hasta movimientos como el del OuLiPo. ¿Thomas Pynchon, Foster Wallace, Dimitris Lyacos? ¿Son ustedes los que resuenan en esta novela? Sí, y al mismo tiempo no. De nuevo, tratemos de acercarnos (o incluso tocar esa oscuridad profunda de esta novela) a este mamotreto que parecería una de las obras cumbre de la narrativa experimental, de la novela posmoderna, hija de John Barth, de William Gaddis, Pynchon, Foster Wallace y su estirpe. Sin embargo, si se compara con una obra como La broma infinita o como J. R., no se encuentra una prosa complicada ni juegos que lleguen a ser tan desesperantes como los que pueden encontrarse en la utilización de diversos idiomas y de una narrativa mítica-epopéyica como la de Omeros,de Derek Walcott,o incluso el Finnegan’s Wake. ¿La razón? Y tal vez se me malinterprete, pero hay que decirlo: esta novela es divertidísima (y fácil) de leer, y esto a pesar de experimentar con la tipografía, con la edición, con los colores, la fotografía, las notas al pie o los laberintos textuales (literales y metafóricos) en un texto impreso que es bellísimo, pues hay cuadros donde las letras están invertidas o siguen una estructura cuadrada que se adentra en una espiral juguetona, por medio de columnas invertidas o notas que llevan a apartados y anexos colocados al final del libro (o que tal vez se han perdido).
“Esto no es para ti” nos advierte el autor cuando se comienza el libro, sin embargo, esta amenaza o advertencia contra el lector, no es más que un juego más para adentrarse muy profundamente en esta serie de historias que giran alrededor de una casa, y de la posibilidad de encontrar la oscuridad, la amenaza, en la profundidad de lo familiar, y también en los espacios ya conocidos. El lector pronto comienza a hacerse preguntas: ¿estoy ante un libro maldito? Porque Casa de hojas abreva de fuentes como El Exorcista, La maldición de Hill House, y toda la tradición de la novela gótica y la casa encantada. Pareciera que es así, que, tal vez, este libro jamás nos abandone, que es un error, cosa maravillosa, pues este recurso, propio de una buena parte de las películas de terror (arriésgate, espectador, a quedar maldito con el visionado de este portento) está presente, y hay que decirlo, de nuevo: Danielewski tiene razón: Casa de hojas jamás nos abandonará, porque es difícil que un lector olvide la extrañísima casa de Ash Tree Lane, sus personajes, las variaciones en el pensamiento de Zampanò o las divertidísimas historias de Johnny Truant, mientras se pregunta qué es verdad, qué es mentira. Y eso sin contar la maravilla de su forma, del profuso trabajo de edición.
Todo es mentir, ficción, ¿o no es así?
De nuevo he vuelto a caer en la trampa. He querido explicar aquí de qué va la novela, y me distraigo. Creo que, como algunos lectores lo refieren sobre ciertas novelas, valdría la pena entrar sin muchos referentes a esta Casa de hojas, leer los apartados editoriales que aseguran el haber adquirido un ejemplar “completo”, que contiene páginas en braille, fotografías a todo color, todos los apéndices y palabras coloreadas en determinado tono de azul o de rojo. Sería maravilloso comenzar desde cero, leerse esa amenaza/advertencia y seguir con el primer narrador que nos dice, desde las primeras páginas, que nos vamos a adentrar a algo bastante enfermo, a un texto académico, una obra crítica compleja y sesuda sobre un documental hecho por un famoso fotógrafo que retrata la mudanza de su familia a una casa nueva, la que se encuentra en Ash Tree Lane, y que la Providencia lo guíe.
Sin embargo, hemos empezado mal, con la amenaza, la del libro y la que he lanzado: Casa de hojas es una novela experimental, “abandonad toda esperanza”, pues estamos ante una de esas obras que investigan en lo formal un tipo de narrativa compleja basada en el lenguaje o en la estructura, como en este caso. Lector, te hallas frente a un tocho de aburrimiento literario. Y aquí la gran mentira. Además de que no todas las novelas experimentales deben ser tan complejas al momento de leerlas, ni siempre hay que pelear con la complejidad del lenguaje, el barroquismo o el exotismo de la lengua, Casa de hojas se lee como cualquier otra novela, hay momentos muy divertidos y otros que podrían leerse en un libro de John Ajvide Lindqvist, Stephen King o Caitlín R. Kiernan, al mismo tiempo que hay visos que la conectan con otras exploraciones, otras generaciones y lenguajes, tan disímiles como la literatura beatnik o la obra de Roberto Bolaño.
Es decir, en Casa de hojas se cuenta una historia, o más bien se cuentan tres historias, que convergen con la búsqueda de lo siniestro, de la oscuridad y de lo no familiar. La novela, y sus historias son atraídas por una vorágine, por este maelstrom que es la casa absurda e imposible, porque el interior es más grande que el exterior, y sí, estamos hablando con Shirley Jackson en este momento. Porque lo que se oculta en la casa sí es un monstruo, un laberinto y una oscuridad amenazante y primitiva.
La primera de las historias es la de Johnny Truant, un aprendiz de tatuador que no hace gran cosa además de pasársela en fiesta tras fiesta al lado de jovencitas y de su amigo, quien siempre está llevando la fiesta a niveles casi preocupantes. Johnny Traunt es el primer narrador, pero es el último que entra en la historia, pues él descubre, junto con su amigo, el texto dejado por Zampanò, un anciano de nombre curioso que ha muerto recientemente, a quien conocía el amigo de Truant pues vivían en el mismo edificio. No hubo nada raro en la muerte de Zampanò, en apariencia, pero sí lo hay en ciertas circunstancias a su alrededor: como que su casa estuviera “sellada” desde dentro con cinta y masilla en las ventanas, o que hubiera dejado un manuscrito donde analiza un documental producido por The Weinstein Company que ha sido un éxito comercial, hecho por el afamado fotógrafo Will Navidson.
La voz de Truant es la más cercana al lector, y la que permite un descanso de la lectura de este apartado crítico llamado El Expediente Navidson. Quizá por ello, la voz nos remite al mundo actual, de principios de siglo, pero al mismo tiempo nos otorga una visión de lo siniestro, pues recuerda una y otra vez que lo que estamos leyendo no es real, no puede ser real, no debe serlo. Y esto, en lugar de provocar una ruptura con el contrato ficcional entre obra y lector, lo refuerza y le otorga de un extrañamiento delicioso y, sí, siniestro.
La otra historia, y voz, es la del mismo Zampanò, quien habla de manera indirecta a través del estudio que ha hecho sobre la película documental El expediente Navidson, realizada, ya se ha dicho, por William Navidson, quien además es ganador del Pulitzer. Este relato central juega de manera soberbia con el academicismo, pues en él, además de realizar una crítica hacia una película que supuestamente no existe (aunque en el apartado crítico sí que lo hace), está llena de citas sobre libros que estudian la película, o libros de filosofía, teoría o incluso literatura que refuerzan su análisis sobre este documental.
Por supuesto, en este relato central se cuenta la historia de lo que ocurre en el filme, la parte central de lo siniestro de Casa de hojas. La cuestión es muy simple, Zampanò era un hombre sencillo, sin demasiados recursos, que estaba ciego, pero que tenía relación con el mundo gracias a un programa del que él se beneficiaba: lectores, principalmente mujeres, iban a su casa a leerle. Gracias a Truant nos damos cuenta de algunos detalles de su vida, como su aislamiento, la mención hacia algunas mujeres, su personalidad sencilla, y otros aspectos que resultan perturbadores: su grafomanía y el hecho de que fuera ciego. Un ciego escribiendo en todas partes, un ciego escribiendo sobre una película con todo lujo de detalle. Un ciego hablando de la oscuridad que ha visto.
Todo debe ser una broma, piensa Truant, y piensa el lector, pero la voz académica de Zampanò se sumerge en la historia de los Navidson, quienes se han mudado a la casa de Ash Tree Lane, y las dudas emergen por todas partes.
En esta sección, y en algunos apéndices, entrevistas y demás, no solo aparece el nivel narrativo de Zampanò y su estudio sobre la obra de Navidson, sino la voz del fotógrafo en sí, además de la de su esposa e incluso la de su hermano. Todo esto girando en torno a la mudanza que realiza la familia, y cómo se adecúan a una casa que pronto, quizás demasiado pronto, revela su naturaleza siniestra: no solo es más grande por dentro que por fuera, no solo son unos cuantos milímetros los que provocan esta disrupción, sino que la casa misma, o mejor dicho su interior, es una boca de oscuridad cambiante, amenazante y casi infinita.
Podría decirse, de cierta manera, que existe un cuarto y hasta un quinto nivel de narración: el de la casa y el del lector mismo que se enfrenta a todo esto. Porque “el monstruo” de la casa permea en todos los niveles, haciéndose preguntar a Zampanò, a Truant, e incluso al lector, de qué va en sí aquel estudio de una casa que no existe, pero que devora a sus habitantes. ¿Es simplemente una novela de matrioskas? ¿Es un homenaje siniestro a Las mil y una noches? Puede que sea todo a la vez, pero a qué le temen los personajes, e incluso el lector. ¿Al abismo, a la ruptura familiar, a la consabida y tranquilizante estructura literaria? ¿A la academia, a las citas al pie de página,[2] a la oscuridad, a la posibilidad de que la vida se joda en cualquier instante?
Creo que esta última es una de las grandes enseñanzas y de los grandes recursos de la narrativa de terror. Porque sí, Casa de hojas es una novela de terror, aunque no sea una novela al uso, y al mismo tiempo es mucho más, a pesar de continuar con la advertencia: la vida puede torcerse en cualquier momento, es cosa de que uno siga mirando. Y también, después de todo, podría ser una gran respuesta de parte de Mark Z. Danielewski al ya casi adagio aquel de Nietzsche: “si miras fijamente al abismo, el abismo te mirará a ti”.
Por último, cabe una celebración, y una invitación a la lectura. Casa de hojas, sea lo que sea, una novela experimental o una novela de terror, una burla al academicismo o una genialidad editorial, o todo al mismo tiempo, cumple veinticinco años de haber sido publicada, y su mensaje sigue calando hondo, y la lectura sigue siendo divertida. Uno no puede parar de preguntarse cosas, de imaginar el trabajo tan enorme de edición que conllevó la hechura de esta novela, de todos los juegos formales que son, quizás, algo más, y de las posibilidades tan hermosas que aún posee la literatura. Pues aquí no solo hay una historia que podría quedar perfectamente en una película [te estoy hablando a ti, You should have left (2020)],[3] sino un laberinto con su minotauro al final (o al centro), con su casa encantada y su forma que encanta al lector y que también lo maravilla. Notas, caídas en el texto, referencias que no llevan a ningún lado, libros que existen junto a otros que jamás lo han hecho, y dudas sobre películas y sobre vidas que podrían haber sido, o lo siguen siendo. Quizá, quizá, el poder de la ficción es ese, la duda que se queda en la mente del lector, y que permanece durante el sueño, convirtiéndolo, como seguro pasa después de leer Casa de hojas,en una exquisita pesadilla, intelectual y visceral a partes iguales, pero deslumbrante.
[1] Como referencia, las palabras terror y horror se utilizarán como sinónimos, entendiendo que el horror/terror es una estética y un subgénero con sus herramientas y particularidades, perteneciente al árbol de la ficción especulativa. Baste decir que se entiende el terror u horror como aquel subgénero donde aparece una amenaza que irrumpe en el marco de realidad de los personajes de una ficción, provocando una sensación de extrañamiento llamada siniestro (en alemán, Unheimlich).
[2] Si existen notas al pie de página es que el texto debe ser muy, muy serio.
[3] Aunque la película se basa en la novela de Daniel Kehlmann, Deberías haberte ido (Random House, 2023).