La calidez de los vínculos humanos, que se despliegan en el tiempo y espacio con el estigma de la multiplicidad, suele escapar a las palabras que lo nombran, desbordando los compartimientos en los que pretenden ser coleccionados.
Probablemente Michael Crichton todavía estudiaba en la Harvard Medical School, en Boston, cuando se le ocurrió una idea cuyo germen revolucionaría el campo de la ciencia ficción a finales del siglo XX.
I
Hace dos años, poco más, poco menos, corrimos hacia los interiores y nos tapiamos a piedra y lodo porque allá, del otro lado de los muros, acechaba el contagio.