Criatura en un mundo post genérico: Humanomáquina de Diego Casas Fernández
En los primeros años de los noventa lo más frecuente era que las computadoras se vendieran en piezas separadas. Así fue en mi familia, adquirimos nuestra computadora de uso doméstico por un amigo muy cercano de mi padre que conocía a los proveedores. Era un ingeniero que se encontraba sin empleo e inició un negocio que cumpliera con esa demanda, permaneció con éxito por al menos diez años y siguió vendiendo insumos, dando mantenimiento, desarrollando proyectos para empresas pequeñas, hasta que inesperadamente murió ahogado en el Pacífico durante unas vacaciones.
1
Esta experiencia personal —y algunas otras—, me han acudido al momento de leer y releer el libro Humanomáquina (Tierra Adentro, 2022), ganador del Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez 2021, escrito por Diego Casas Fernández. He querido recuperar este recuerdo a propósito de cómo está estructurado el libro, una articulación de piezas independientes, similar a las computadoras que se definen con el término ensamble o ensamblaje. De tal manera, considero que cada ensayo puede leerse de forma autónoma pero al constituirse como libro mantienen la sincronía necesaria para lograr que las preguntas e inquietudes propias del lector surjan, como en un urdir de cables, hasta que los leds verdes se encienden y la máquina inicia su funcionamiento.
El libro está dividido en dos partes, Venir de afuera y Quedarse dentro. Cada una contiene cinco ensayos y, durante la presentación en la Feria Nacional del Libro, BUAP (2023), Diego Casas manifestó haber retomado la idea del ensayo Entre ellos (2017) del escritor Richard Ford. En efecto, la organización de Humanomáquina sigue el modelo que utilizó Ford, pues dispone del primer apartado para referirse a la figura del padre y el segundo para el de la madre, ambas partes cohesionan la identidad y memoria del narrador. Sin embargo, el libro de Diego Casas se aleja a menudo de lo memorístico para referirse a temas muy concretos que, a su vez, entrelazan conceptos aparentemente incompatibles, pero que puestos a prueba en la escritura y experiencia del autor, revelan su estrechez y semejanzas. Por ejemplo, la relación de episodios y conceptos que pertenecen propiamente a la informática con algunos de orden social; o la máquina como lo artificial y el cuerpo como lo natural; o bien, lo que se oculta encriptado y lo que queda manifiesto. Así, la lista de estos binomios que se proponen es larga, hasta concluir con la idea de lo mortal y la posibilidad del no morir.
“No soy tan humano como parezco. Lo supe a los trece años, mientras buscaba a mi padre en internet”, anticipa el narrador desde la primera línea, presentando así el momento clave en que inició una búsqueda por su origen en un espacio donde podía acceder sin mucho esfuerzo y que suponía lo suficientemente amplio, un rito de paso recientemente inaugurado con la conectividad global. Expresa también que con esto surgieron cuestionamientos acerca de su identidad y permite entrever una justificación, hasta cierto punto desafiante, “No soy tan humano”. El evento está enmarcado en sus recuerdos junto con la primera vez que llenó un captcha y tuvo que detenerse —indeciso— ante la pregunta “Are you a robot?” (“¿Eres un robot?”) un planteamiento probable de su genealogía: la fantasía de haber nacido de una mujer hecha de carne y hueso y un hombre ausente, virtual, “un avatar hecho de discurso”.
En la primera parte del libro, “Venir de afuera”, los ensayos refieren a esa búsqueda narrando, por ejemplo, los primeros acercamientos a su sexualidad, cuando descubrió que su cuerpo era capaz de transformarse frente a la cámara web en cada una de las distintas salas de chat que visitaba, utilizando diferentes nombres. Alude así al reconocimiento de que su identidad también le parecía algo versátil. “Una criatura en un mundo post genérico”, como explica Donna Haraway1, el ciborg es un “organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una realidad social y también de ficción”. En palabras de Diego Casas, es “la belleza de lo distinto, la rareza de lo improbable” —nos dice evocando la biografía de Alan Turing—.
En ese orden, algunas de las primeras máquinas que destacan en la historia de la humanidad, como la palanca, la polea y la cuña, fueron diseñadas para la realización de determinadas tareas, es decir, con un fin utilitario. No fue hasta la imprenta, cuando se hizo masiva la producción de libros y la propagación del conocimiento, que surgió también una nueva forma de comercio. Por lo tanto, reconocerse como un híbrido proveniente de este principio es asumir que parte de nuestras capacidades están dirigidas en beneficio de la economía de mercado. Es así como, en “El pensamiento programado” y “Más hombres que humanos”, Diego Casas repiensa determinadas prácticas de trabajo que —a menudo sin saberlo— realizamos al navegar por internet. Así como estructuras patriarcales que hemos replicado en ese espacio y que han resultado en fenómenos como el movimiento incel2.
2
En la segunda parte del libro, el narrador ha quedado adentro, tal como sugiere el título. Las anécdotas y asuntos que le preocupan se acercan más al presente, llegando incluso a narrar la experiencia del personaje durante el confinamiento que produjo la pandemia provocada por covid. A la manera de un útero, su participación dentro de la virtualidad lo contiene y le permite continuar con vida siempre que se mantenga conectado. Es en esta parte cuando el narrador —retomando la estructura de Richard Ford— pone énfasis en las experiencias que lo asemejan o diferencian de su madre. Por ejemplo, las rutinas matutinas, la caligrafía manuscrita y el oficio, en contraste con su escritura digital, sedentarismo y nuevos puestos que ha tenido que asumir debido a las nuevas demandas laborales. Pero también destaca como semejanza, la vulnerabilidad del cuerpo ante la enfermedad. De tal forma, las experiencias que relata en esta segunda parte, acentúan el otro lado del origen, el materno, ese que lo ha nutrido y mantenido cerca.
Me gustaría resaltar uno de los ensayos que considero de los más notables del libro y que se integra en esta segunda parte. Me refiero a “Lorem Ipsum”, donde el narrador condensa las ideas que ha ido anticipando, muestra cómo es que aspectos humanos y mecánicos se coordinan para poner en marcha una práctica común iniciada por algún impresor en el siglo XVI. Lorem Ipsum es un texto ficticio que se utiliza aún en la industria de la edición, compuesto por una serie de palabras en latín que no tienen un significado real, pero que se han combinado de tal manera que crean la apariencia de un texto coherente y legible. Aunque su origen es incierto, Diego Casas señala la hipótesis de que haya surgido a partir de combinar fragmentos pertenecientes a un texto de Cicerón (Sobre los límites de lo bueno y malo), y narra la escena de cuando Fluvia arranca la lengua de la cabeza del filósofo, después de haber mandado su desmembramiento.
Además, este ensayo me ha llevado a pensar en el origen que tuvieron estos “textos espécimen” con las actividades gráficas que los niños a menudo realizan, simulando que escriben “como los adultos”. Líneas en zig zag, curvas y trazos circulares que van guardando espacios en blanco, imitando la forma de la letra, sobre todo la cursiva, y cada vez más cerca de parecerse a nuestro código alfabético. Así es como ambos fenómenos derivan en la producción de textos que, sin tener un significado legible, su interpretación está en aquello que el motivo que comparten, es decir, imitar la escritura. Sin embargo, aún habrá que considerar esos ejercicios infantiles en un contexto de escritura ya no manuscrita, sino principalmente digital.
3
No es de mi interés pronunciar una postura acerca de la pertinencia del ensayo literario, ni en los pecados o aciertos que cometemos al escribirlos. Sin embargo, debido a la categoría de la convocatoria por la que esta obra fue premiada, quiero hacer mención de los motivos por los que me gusta leer esos textos a los que llamamos así, sin detenerme a insistir en la rigidez de los géneros. Me gusta leerlos agitando las palabras que contienen, escuchar el ruido que producen como si fueran si fueran sonajas aludiendo; a veces, hago esto con una intención curiosa, lúdica; otras aludiendo a su carácter mágico —evoco el uso que se le da a la sonaja como ese instrumento primitivo en los rituales para “ahuyentar a los malos espíritus”—. O pensando en aquella obra de Duchamp sobre la que escribe Marina Azahua para explicar lo peculiar que tiene el ensayo: “un ruido secreto”. Así disfruto la lectura de este género, a la luz que da la escritora con sus reflexiones.
Entonces ¿Cuál es el ruido secreto que resuena en el interior de Humanomáquina? Si es verdad que “todo ensayo aloja un ruido, el verdadero tema sobre el que se ensaya”3, entonces ¿cuál es la naturaleza de éste? Lo oculto, eso que no puedo ver ni tocar pero se mueve, o lo que ha caído, y continúa haciendo eco. El libro de Diego Casas no se limita a informar o relatar sus experiencias, pues la manera en que relaciona sus pensamientos y anécdotas resulta casi siempre inesperada. De manera personal, intuyo que ese ruido se aloja en un argumento que el autor presenta desde su primera publicación, Punto ciego (2016). Se trata de la identidad que revela lo que escondemos, ya sea con esmero o sin la intención de hacerlo, la coraza que construimos con nuestras propias secreciones para protegernos —como un caracol— una prisión sólida hecha de nuestra esencia, que nos devora y nos termina definiendo constantemente.
Por último, quiero mencionar la ilustración de portada en esta edición, hecha por Mariana González Ortiz. En ella podemos ver una figura humana, rostro, brazos y manos en posición de estar escribiendo con un teclado. Al frente del cuerpo están los ojos y cubriendo todo el cuerpo una serie de máscaras que plagian el contorno del semblante. Como una identidad que ha quedado difusa por la posibilidad de transformarse, utilizando el lenguaje, ante un monitor.