Ampuero y el sacrificio
¿Cuánto vale la vida de una mujer? ¿Cuánto vale el sufrimiento, el sacrificio de una latinoamericana? Estos cuestionamientos, al igual que otros más duros y, me atrevo a decir, necesarios, rondan el libro desde el primer cuento1: “Biografía”, en el que asistimos a un sacrificio voluntario convertido, no en un proceso “odínico”: donde el personaje encontrará la sabiduría después del sufrimiento, sino tan solo el sustento económico en medio de una situación semejante al de las novelas góticas de principios del XIX. En “Creyentes”, por ejemplo, la atmósfera imperante es la de una distopía (ya tan parecidas a las realidades de Latinoamérica, Medio Oriente o África Subsahariana) que mantiene ese toque de perversión y religiosidad trastocada mediante la presencia de los “creyentes”, hombres religiosos blancos muy parecidos a los miembros de asociaciones religiosas como la de los mormones.
¿Qué quiero decir con esto? O, mejor dicho, ¿qué nos quiere contar María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976) en medio de una realidad violenta para las mujeres, para las minorías, e incluso para los habitantes de regiones periféricas como la latinoamericana? En Sacrificios humanos existe un discurso narrativo que permea hacia territorios que nos hablan de la realidad sociopolítica, tanto de Ecuador, aunque no se nombre, como de otros países que sufrieron, y siguen haciéndolo, el ejercicio de una dominación proveniente de alguna otra parte, aunque no sepamos de dónde.
Al ir leyendo las historias sobre mujeres agredidas por monstruos cuyas corazas sobrenaturales terminan cayéndose y dan paso a violadores, acosadores y asesinos, o sobre cuerpos femeninos en constante estrés al recibir las campañas crueles e incesantes de la publicidad, de la sociedad o de la misma familia, para ejercer su dominación sobre un tipo específico de cuerpo. De cierta forma, María Fernanda Ampuero nos quiere hablar y exponer sobre las distintas violencias en contra de las y los oprimidos. En dos cuentos hermanos, “Elegidas” y “Hermanita”, se expone la insatisfacción de seres humanos cuyo único crimen parece ser el haber nacido mujer. Porque una mujer “debe” tener una estructura heredada por siglos de opresión, de un mandato dirigido por el heteropatriarcado erigido en sociedades tan machistas como son las de América. El problema en ambos cuentos radica en el amor de las mujeres, en el deseo de las mujeres, y en la incapacidad de los otros (aunque éstos también sean mujeres o también sean familiares) de valorarlos tal cual son, sin necesidad de que “lleguen a convertirse en el ideal”.
El asunto del cuerpo, gordo, asimétrico, pigmentado, peculiar, único, languidece ante la necesidad de los demás, de quienes tienen voz, de convertir la materia en una serie idéntica de formas y pulsos. En cambio, el agente anómalo en “Elegidas” es la voz colectiva, y aun así, singular de las mujeres que desean a hombres bellos, y no pueden tenerlos, poseerlos, ser uno con ellos; y esa voz anuncia una forma nueva de saciarse, no por medio de la homosexualidad o la exploración lésbica, sino a través de un postulado enérgico que convierte, a la manera de Alan Moore, la palabra en magia, en creación. Las mujeres “elegidas” del cuento no son atractivas para los estándares de los jóvenes deseados, y esto las convierte en parias, en outsiders, hechiceras que se alimentan de su propia insatisfacción y que conforman un juego nuevo: el de la mujer-monstrua, la mujer-bruja.
Como nos ha mostrado ya en Pelea de gallo, María Fernanda Ampuero mantiene su gusto por lo monstruoso, especialmente reconocible en los cuerpos de mujeres o de niños. En su obra no existen hombres deformes. En la mayoría de las ocasiones esa perversión se presenta en la psicología violenta o incluso ajena e indiferente, hacia sus compañeras. Esto se observa en otro par de cuentos gemelos, “Edith” y “Lorena”, cuyos títulos reflejan el nombre de las protagonistas, y que además mantienen la psicología de las personajas en un imperante deseo que no puede desprenderse de su otro, de su hombre, que poseen como si fueran objetos, primero deseados, para pasar al desecho de ellos por resultar al final inconvenientes, violentos, peligrosos para ellas.
El lenguaje sexual toma mayor importancia en Sacrificios humanos a comparación del anterior libro de Ampuero. Es inevitable la comparación debido a la elección de títulos hechos con una sola palabra, a la brevedad elegida que golpea desde el principio al lector, pues la sorpresa pareciera estar presente desde el principio, y al ejercicio del lenguaje de una manera artesanal y virtuosa para generar una narrativa de la violencia tan única que, desde ya, lleva el nombre de “ampueriana”. He mencionado la importancia de la carne para la autora, quien deja que sean sus personajas y narradoras quienes expresen lo que ha quedado velado de muchas maneras, gracias a la educación religiosa o a la violencia impartida contra las mujeres. La sensualidad femenina en cuentos como “Edith” mantienen una especie de perversión señalada para contrastar lo que sí es permitido con lo que no. El mandato de la “buena madre” es transgredido para hablar del placer mismo, en apariencia simple, y por lo mismo poderoso, de una mujer sin adjetivos.
Cabe mencionar que este libro no es exactamente un libro “de terror”, al menos no como se entiende el género de manera formal. Si bien es cierto que en los últimos años ha surgido una nueva ola de escritoras y escritores cercanos al género, abanderados por Mariana Enríquez desde Argentina, muchas de estas narrativas pertenecen más al registro de “la narrativa de la violencia”, aunque circundan de una u otra forma el género, ya sea por la mención de las películas de terror, como en los relatos “Hermanita” o “Sanguijuela”, o mediante la caracterización de un personaje deformado o “aberrante”, en “Invasiones”, “Biografía” o “Freaks”. Esta deformación no es otra más que la del monstruo, la del freak, o la del outsider, como se dice en “Hermanita”: “Puritita periferia”. Tod Browning y su película de contrahechos2, de personas afectadas por diversos problemas fisiológicos, está siendo proyectada mientras María Fernanda Ampuero destila su prosa aguerrida, violenta y hermosa, haciéndonos saber a nosotros, como lectores, que los monstruos están en todas partes, que incluso en nosotros habita ese sempiterno otro que al mirarse en el espejo no se reconoce, y que es incapaz, en ciertos momentos de proyectarse en su compañero, de ser empático. Somos, nos dice Ampuero, seres ambivalentes, monstruos que sufren por su deformidad, y monstruos que hacen sufrir por su violencia ejercida.
En Sacrificios humanos vive el dolor, la sangre, la envidia y la pena sobre el propio cuerpo, la deformidad, la violación y la desidia. Vive un horror físico que no utiliza alegorías ni metáforas, sino que es directo. Quizá por lo mismo los cuentos de María Fernanda Ampuero son breves, pues no podríamos resistir más. Con los golpes contundentes de sus relatos tenemos suficiente para ser puestos sobre la lona.