La verdad yo quería que se rompiera
Es fácil hacer un cubo de hielo:
basta comprimir las partículas
hasta que no quede espacio entre ellas.
El resultado sirve para transportar
carne en los trenes
que van de Kansas City
al resto del mundo.
Basta una ventana
para que la ventisca
conserve las cosas en su punto helado.
En la carnicería aventarán los tajos
en una cama de escarcha.
Yo me fijaré en su color
rojo
y púrpura.
La llevaremos a casa
y al tocar, por fin,
algo suave
sabremos si la carne
sigue viva.
La verdad yo quería que se rompiera.
Cuando tienes algo entre las manos
quieres conocer su naturaleza
rota
mucho antes de caerse.
Frágil es chocar nuestras copas
en una fiesta. Queremos que duela,
probar que en el fondo somos iguales.
El problema es no verse a los ojos.
Alguien recoge los vidrios
como si fuera una pena
haber sido tan torpes,
como si una copa rota
lastimara lo demás.
Nadie quiere ver
que aquello que escondemos
en la bolsa de basura
es lo que nos une con los otros.
Cuento los días que faltan
para soñar que somos desconocidos.
Cuento las horas con la boca
y vuelvo a ser una niña.
Papá,
¿ya vamos a llegar?
El asiento incómodo,
paisajes que desaparecen,
lugares a los que nunca iremos.
Veo la montaña
con su sombrero nevado,
el frío acumulándose en la cabeza.
Me cubro con guantes
y entre toda esa nieve,
no te encuentro.
Tan sólo escucho mis pasos,
huellas quemándose tras de mí.