Urdir la memoria
Recuerdo el día en que mi padre me llevó a comprar mi primer par de alpargatas. Nos subimos a la bicicleta y atravesamos todo el pueblo hasta llegar a una casa en la que había un cementerio de llantas de carro en la entrada.
—Aquí es —me dijo.
—¿Aquí es la zapatería? —le pregunté.
—Es una talabartería.
—¿Y qué es eso?
—Ahora lo vas a ver.
Entramos a la casa y en ella había decenas de zapatos, cinturones y fundas de cuero colgados como pájaros en un árbol de memoria y barniz. Al fondo, el talabartero golpeaba con un martillo una suela de llanta mientras tomaba de su boca unos clavos diminutos.
Nos sentamos a esperar a que terminara lo que estaba haciendo y luego se acercó a nosotros.
—Unas alpargatas —dijo mi padre.
El talabartero tomó una hoja de libreta y me dijo que pusiera mi pie ahí. Así lo hice y tomó una calca de mi planta con un lapicero. Después me preguntó de qué tipo las quería. Podía escoger entre el que tiene forma de avión, de pata de gallo y el clásico, con una tira horizontal que va antes de los dedos. Escogí el último.
A la semana, fuimos a recogerlos. Me emocionaba la idea de que las suelas de mis zapatos fueran de llantas recicladas. Cuando me las puse, me quedaban perfectas y hacían un sonido particular al caminar, como si algo se estirara en su interior. Se acoplaban a mis pies como en un abrazo perpetuo.
En el camino a casa, le pregunté:
—¿Por qué la gente no compra sus zapatos con el talabartero?
—No sé por qué la gente hace lo que hace, pero, si tuviera a suponer, diría que la gente compra las cosas según sus necesidades y gustos. Estos zapatos son usados generalmente por los campesinos y las campesinas.
—¿Tú eres campesino?
—Fui campesino cuando era más joven, pero, cuando tuve que migrar de mi pueblo, dejé de ir a la milpa. Lo que no dejo es la tierra, mi lengua y mis alpargatas, porque son parte de mí y me recuerdan de dónde vengo. Aunque no seas campesino, sabes cómo trabajar la tierra porque yo te he enseñado lo que sé. Del mismo modo, tu madre te ha enseñado sobre su lugar de origen, haciendo entre los dos un gran hilado que forma parte de quien eres. A esta forma de urdir la memoria le llamamos kuxa’an suum.
Para nosotros los mayas, la kuxa’an suum, (cuerda viva, en maya yucateco) es una cuerda que atraviesa nuestro origen y se hila con la memoria colectiva, los seres vivos y no vivos, los animales y las plantas. La kuxa’an suum es el monte que respira pájaros y crea sartenejas en el ombligo de su piel de hojarasca.
Para el filósofo y escritor maya, Pedro Uc Be (“El ombligo maya”, 2023), la kuxa’an suum se amarra a nosotros desde el nacimiento en el cordón umbilical:
El táabil tuuch es la cuerda de la vida, es el kuxa’an suum con el que se amarra la vida humana con la no humana y con la espiritualidad, es la unión de la parte con el todo y el todo con la parte para hacer nacer la lengua maya a través de un lenguaje que comunica a todos los que habitan la casa que es el monte, la milpa y el territorio.
La cuerda con la que nacemos y nos conecta primeramente con nuestra madre y, a su vez, con su memoria es nuestra forma de amarrarnos como comunidad. Como pueblo maya, nos es muy importante saber dónde dejamos nuestro tuuch (ombligo, en maya yucateco) al nacer, pues desde ahí empieza nuestro nudo con la kuxa’an suum. Es por ello que, cuando hay un recién nacido, el cordón umbilical se debe enterrar en la selva, para que se una de nuevo con el territorio al cual pertenece.
Este rito ha sobrevivido a la colonización y se sigue realizando en los pueblos mayas porque, por mucho que lastimemos, cortemos u olvidemos a la kuxa’an suum, siempre puede volver a amarrarse a nuestra memoria. No obstante, el no saber dónde se encuentra nuestro cordón umbilical no implica una desconexión con nuestro origen. Puede estar físicamente en cualquier lugar geográfico, pero aun así estar conectado a la memoria, porque esta es un gran urdido de hamaca en donde cada hilo es un sakbej (en maya, camino blanco-Vía Láctea) que conecta con otro, como la Vía Láctea (en latín, camino de leche) conecta, a su vez, a los astros.
Como pueblo maya, cada una de nosotras y nosotros podemos tener una o varias formas de conectarnos a la kuxa’an suum y a la memoria. Algunas y algunos de nosotros lo hacen a través del ik’ilt’aan (poesía); otras y otros, desde el abrazamiento de la tierra en el kool (milpa); y otros, desde la oralidad en el Tsikbal (conversación). Para mi padre y para mí, usar alpargatas es una de las formas que encontramos para amarrar nuestra memoria viva y resistir a la colonización. Sin embargo, existen muchas otras maneras de conectarnos a la kuxa’an suum, ya que esta siempre estará atravesada por la memoria de nuestros ancestros y por los seres vivos y no vivos que habitan el monte maya para hacernos comunidad como un pueblo en resistencia que urde la memoria contra el olvido.