Tierra Adentro
Portada “Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas” de Susi Bentzulul. Fondo Editorial Tierra Adentro.
Portada “Tenbilal antsetik / Mujeres olvidadas” de Susi Bentzulul. Fondo Editorial Tierra Adentro.

Escribo estas líneas desde las faldas del volcán Huitepec, en Jobel, antiguo nombre tsotsil del actual valle de San Cristóbal de Las Casas, Altos de Chiapas, Centroamérica. Retrasé las notas de lectura del primer y reciente libro de la poeta Susi Bentzulul por diversos motivos, los cuales no esgrimiré aquí. Sucede que la importancia de Tenbilal Antsetik/Mujeres olvidadas radica no sólo en el hecho de que es el primer libro de poesía de una escritora maya tsotsil publicado por la Secretaría de Cultura a través del Programa Cultural Tierra Adentro y el Fondo de Cultura Económica en la historia de nuestro país, sino que es una obra que reivindica el empoderamiento de las mujeres de los pueblos originarios y se suma a la larga lucha de las mujeres indígenas escritoras que cuestionan el heteropatriarcado, se alejan de los esencialismos coloniales, testimonian las diversas violencias de las que son víctimas y sobre todo, que han decidido levantar valientemente la voz y no callar más ante las diversas injusticias que padecen, tanto dentro como fuera de sus comunidades de origen.

Apenas un año antes de que culminara el siglo XX se publicó en Chiapas la primera antología exclusivamente de narrativa y poesía indígena titulada Palabra conjurada (Cinco voces, cinco cantos) (Espacio Cultural Jaime Sabines/FONCA/Enlacenredes/CEJUV A.C./Causa Joven, San Cristóbal de Las Casas, México, 1999), la cual reúne la escritura creativa de cinco escritoras y escritores en cuatro lenguas originarias de la entidad (además de su respectiva traducción al español): Josías López K’ana (cuento, tseltal), Juana Karen Peñate (poesía, ch’ol), así como los tsotsiles Ruperta Bautista (poesía), Nicolás Huet Bautista (relato) y Enrique Pérez López (poesía). Tres años después, ve la luz Mi nombre ya no es silencio (Coneculta-Chiapas, México, 2002) de la poeta ch’ol Juana Karen Peñate (Tumbalá, Chiapas, 1977), que corresponde al primer libro de poesía escrito en una lengua originaria por una mujer en la historia de Chiapas; el siguiente año la escritora tsotsil Ruperta Bautista (San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, 1975) publica Vivencias (CELALI/Coneculta-Chiapas, México, 2003) y tres años más tarde, aparece Tumjama Maka Müjsi/Y sabrás un día (CELALI/Coneculta-Chiapas, México, 2006) de la poeta zoque Mikeas Sánchez, que corresponde al tercer libro de poesía escrito en lenguas originarias y publicado por una autora indígena de Chiapas.

He realizado este breve recuento de los tres primeros libros de poesía escritos en lenguas originarias de Chiapas cuyas autoras son mujeres indígenas, porque buena parte de la obra poética de Juana Karen Peñate, Ruperta Bautista y Mikeas Sánchez anteceden en sus búsquedas y tentativas a la poesía de Susi Bentzulul. Por ejemplo, la vertiente testimonial está presente en los primeros poemas de Juana Karen, y también en los de Ruperta (escritos en 1997 y publicados en 1999), ya que hablan poética y testimonialmente de la masacre perpetrada por paramilitares en 1997 en contra de 45 mujeres, niños y hombres en la comunidad de Acteal, San Pedro Chenalhó, Chiapas. En tanto, la lucha de género, la batalla contra la discriminación racial, contra los poderes neoliberales y trasnacionales, así como los cuestionamientos hacia el patriarcado, los esencialismos, los exotismos y la romantización de la mujer indígena, al igual que la impronta feminista y ecocrítica, forman parte de la agenda literaria y política en libros posteriores de las tres poetas mencionadas, y por supuesto, de la valiente e incisiva poesía de este filoso Tenbilal Antsetik/Mujeres olvidadas.

Leí con atención los primeros poemas de Susi Bentzulul en dos antologías publicadas en 2017 bajo el sello cartonero e independiente Sna Jk’optik, dirigido y coordinado por el escritor tsotsil Xun Betan: Snichimal Vayuchil/Sueño florido y Uni Tsebetik/Experimento poético en bats’i k’op. Ya desde estos tempranos textos, Susi muestra una clara preocupación por la otra, por la mujer, pero siempre con un sentido colectivo al escribir desde un nosotras:

Mujer, me haces llorar

y sufro contigo

olvido el universo

no existe nada más.

Me acoplo en tu dolor

y tu silencio me grita

no lo resisto

me hundo.

¡Basta!

Basta de violencia

me atormenta,

me hiere […].

En efecto, es el dolor físico, almático y espiritual el que atraviesa la poesía de Susi, un dolor que se extiende no sólo hacia el sufrimiento humano, principalmente el padecido por la mujer, sino también el de la “madre tierra”, como ella misma lo menciona. De hecho, el primer poema de Susi que en verdad me asombró fue Ik’al chamel/Veneno negro publicado en una revista digital, texto con vocación claramente ecocrítica y actitud decolonial:

¿Dime cómo maldigo a las empresas?

¿cómo arrojo su veneno?

Si su veneno está impregnado en mis huesos

y por más que invoco a los dioses

para arrancar esta enfermedad,

todo mal se desborda en mí.

[…]

La desgracia acecha como el químico que se riega

y se expande entre las raíces de la tierra

entre la milpa y las mazorcas,

es una plaga que nos infecta como la cólera.

El sagrado maíz se ha olvidado,

se ha perdido la conexión espiritual,

todo se ha quedado suspendido,

todo habita en el silencio,

todo ha muerto.

Desde su poesía inicial, Susi es plenamente consciente de la intención de su oficio al crear una poesía que muy pronto se aleja de la romantización ornamental y artesanal con la que suele verse y encasillarse a la poesía indígena, sobre todo la escrita por mujeres jóvenes. Es decir, su escritura no atiende a la creación de coloridos adornos o artesanías para colgar en el obeso cuello de la cultura y la literatura “nacionales”, que hacen de la producción simbólica de los pueblos originarios una mercancía para turistas o una postal para engalanar las oficinas de los burócratas, incluidos los de su pueblo. Tampoco es la de Susi una poesía que busque el cómodo lugar de la corrección política y el buen y bello decir. Por el contrario, Bentzulul es una poeta ética, literaria y políticamente comprometida con las causas justas, sobre todo aquellas que nacen del feminismo contemporáneo.

Como escritora e intelectual coherente con su tiempo y su arte, los cuestionamientos de Susi en Tenbilal Antsetik/Mujeres olvidadas transformados en poemas se dirigen ya no hacia las injusticias y violencias causadas por el mundo mestizo, vaya, por los hombres y el mundo ladino o kaxlan, sino hacia las incontables violencias padecidas por las mujeres de su propia comunidad, de su propia familia, de su propia casa, por ella misma y vivenciadas en su propio cuerpo causadas por los hombres de San Juan Chamula, su comunidad de origen, y tales violencias se extienden hacia el cuerpo de todas las mujeres, y en un amplio sentido, hacia el territorio exterior (la tierra, la Naturaleza, el hábitat) y el territorio interior (el alma, chulel, y el espíritu, vayijel).

Escrito con una poesía directa, coloquial, por momentos descarnada y brutal, con imágenes poderosas, de tono testimonial, directo, sin falsos lirismos ni metáforas rebuscadas, cifrado a puro filo de machetazos poéticos, pero sin olvidar ni la cosmovisión ni la vertiente mítica maya tsotsil, el libro Tenbilal Antsetik/Mujeres olvidadas está dividido en tres apartados. El primero, titulado Yayijem ch’uleletik/Almas heridas, hace alusión directa a la violencia de género, física, psicológica y al racismo sistémico padecido por las ancestras de Susi, sus abuelas, su madre, y otras mujeres de su familia y comunidad, y sí, por ella misma:

Muero entre palabras hirientes

de un hombre violento,

que con su furia me infecta el corazón

y parte mi alma en pedazos.

[…]

Ha muerto mi abuela:

mujer de rostro olvidado.

Yo no quería que muriera

con tantos silencios

enterrados en su corazón.

[…]

Una herida sangra en mi alma.

Es el recuerdo de mi madre batiendo

su desesperación en una jícara.

Mi madre bebe su dolor.

En este apartado, casi todos los poemas destilan la crudeza y el dolor de quien ha padecido en carne propia diversas violencias por ser madre, hija, abuela, simplemente por ser mujer tsotsil. Y los violentadores no son aquí los kaxlanes o ladinos, los extranjeros, sino los mismos hombres de su familia que violentan a la abuela, a la madre, a las hijas y a la tierra:

DESTIERRO

(Nutsel)

Hemos sido mujeres olvidadas.

Sufrimos por ser mujeres tsotsiles,

despojadas de nuestros territorios:

el dolor pisotea nuestras almas,

nos destierra a un inframundo de soledad.

Ellos arrancan y entierran

nuestros sueños.

El odio que anida en sus corazones

envenena a la sagrada madre tierra.

Nuestras voces enterradas

claman.

Aquí el cuerpo es el territorio del sufrimiento, y el cuerpo de la mujer tsotsil está conformado, así lo interpreto, no únicamente por la “carne”, sino por el ser en el más amplio sentido occidental y filosófico. De ahí que los padecimientos del cuerpo incluyan el sufrimiento y el dolor del chulel y el vayijel (es decir, el dolor psicológico, espiritual, y el de los seres del más allá, en el trasmundo, porque las muertas siguen sufriendo) y también la “madre tierra”, entendida como la Naturaleza, la dadora y generadora de vida, entidad femenina, creadora. Haciendo un ejercicio estadístico, podemos ver lo hondo de la larga, profunda y abierta herida mostrada en los textos de Yayijem ch’uleletik/Almas heridas, primer apartado del libro: la palabra dolor aparece 27 ocasiones, al igual que la palabra cuerpo; madre, 20 veces; alma, 19; silencio, 16; abuela, padre, 15; 11; herida 10; rostro, 10; sueños, 10; recuerdo/s, 9; muerte, 8; baldío y nombre, 6; corazón, 5.

Corporeizar, materializar y cifrar poéticamente el sufrimiento, el dolor y la muerte causadas por la violencia de índole sexual derivada del abuso patriarcal, paternal, hermanal y comunal, es el eje medular de la segunda sección del libro, Pojbil nopbenal xchi’uk takupal(Cuerpos y sentimientos despojados). Aquí, el padre, los hermanos, familiares y en general los hombres de la comunidad y de la familia cometen incesto, violaciones y otros abusos sexuales contra niñas, mujeres jóvenes, contra la madre (que incluso ha llegado a normalizar los abusos y la violencia), contra la esposa, contra la abuela, contra cualquier mujer tsotsil:

[…]

Si me buscas ahora,

me hallarás resignada al dolor;

me hallarás junto a mi madre

—quien nunca quiso escucharme—.

Me hallarás con la piel arañada

y la boca cosida por el miedo.

Me hallarás de once años

y sabrás que mi cuerpo no es mío:

mis hermanos me lo arrebataron.

Susi escribe sin guardarse nada, sin ocultar nada, despojando al lenguaje de su ceremoniosidad, de su hipócrita embellecimiento en un mundo totalmente corrompido, podrido, mancillado, violado, contaminado. Y si los tabúes derivados de las leyes comunales, comunitarias, vaya, los usos y costumbres aconsejan arreglar cualquier problema en el interior del pueblo, en su colectividad, detrás de las cortinas de lo mistérico y de la secrecía, Susi se arma de valor y decide descorrer el velo de la injusticia y hacer público su reclamo al exhibir a los abusadores, a los perpetradores, a los violadores, a los asesinos, que son, al igual que en el mundo kaxlan, los hombres, los cercanos, los de la propia sangre, los consanguíneos, y ya no sólo los extranjeros, los extraños, los externos, sino todos, cualquiera. Porque algunos hombres tsotsiles también maltratan, abusan, violan y asesinan a las mujeres de su propia familia:

Maldigo a mi padre tantas veces como respiro.

Cada noche, él viene por mí,

infecta cada lunar de mi cuerpo,

envenena cada centímetro de mi piel.

El miedo hurga en lo más profundo de mi ser.

Maldigo a mi padre por lo devastada que me dejó.

Maldigo a mi padre desde el silencio de mi alma.

Maldigo a mi padre tantas veces como respiro.

Yo maldigo a mi padre. 

La pérdida de la infancia, de una infancia plena y libre de abusos, es patente en casi todos los poemas de este apartado. Como siempre, las más vulnerables de la familia, de la comunidad, de la sociedad, las niñas, en este caso indígenas, son abusadas brutal y sistemáticamente todos los días y durante toda su vida. Ni qué decir del trabajo forzado infantil y principalmente, de la trata y la explotación sexual de las niñas y adolescentes, una aberración que no ha podido erradicarse y que continúa vigente en ciertas comunidades indígenas y mestizas de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, parapetada en supuestos “usos y costumbres”:

Cuerpos de niñas cayéndose a pedazos.

Sus sueños yacen enterrados

entre escombros de olvido.

Susi Bentzulul es una poeta lúcida y valiente, con una sólida formación humana, académica y literaria que no olvida sus orígenes, tanto así que cuestiona los postulados que no le permiten a ella y a otras mujeres tsotsiles de su comunidad florecer y crecer con todos los derechos y prerrogativas, con todas las libertades de cualquier persona humana, indígena o kaxlana. Por eso, en el tercer apartado con que cierra el libro, titulado Ts’ijil ayejetik/(Voces silenciadas), Susi levanta el machete de la voz para cincelar versos de aguda inteligencia, con honestidad, un lenguaje sencillo y directo, y se manifiesta frente a los crímenes de odio cometidos contra las mujeres, tatúa con firmeza los varios testimonios relativos a la plaga del feminicidio y las desapariciones de mujeres tsotsiles, reclamo que puede extenderse hacia todo este país que es una interminable fosa abierta llena de cadáveres sin identificar, un territorio baldío donde se pudren los cuerpos de niñas y mujeres de todas las edades, incluyendo cientos o miles de mujeres indígenas, entre ellas, mujeres tsotsiles, mujeres chamulas:

Una mujer arrojada a un baldío

es un cadáver agusanado de silencios,

un rostro mutilado,

un vacío descarnado.

De esta manera Susi le da rostro, voz y reclamo a las miles de mujeres indígenas y mestizas de México, de Chiapas, de San Juan Chamula, del pueblo tsotsil, a todas las que desde tiempos inmemoriales, y no sólo por causas de origen meramente colonial, sufren abusos, violaciones, golpes, explotación, trata, esclavitud, desaparición y muerte al interior de su familia, y aquellos hombres que deberían amarlas y salvaguardar sus derechos y apoyarlas, forman parte inequívoca del infame sistema patriarcal, neoliberal y necropolítico que ve en sus hijas, madres, abuelas, esposas, amigas, vecinas y prójimas, a sus próximas víctimas:

Si un día no vuelvo a casa

—si un día desaparezco

o me encuentran muerta—,

no llores mi muerte, madre mía.

Pero te pido que tomes la fuerza de mis abuelas

y busques justicia

por todas las mujeres asesinadas:

mujeres con nombres,

con historias y sueños:

mujeres atrapadas

en un laberinto de lágrimas.

Felicito a Susi Bentzulul por su valor y honestidad, pero sobre todo, por su enorme talento, agudeza e inteligencia como escritora, activista e intelectual, por legarnos esta obra literaria sumamente necesaria en tiempos vacuos, convulsos. Considero que no es este libro un testamento inútil o el vano quejido de una atormentada alma en pena, sino una extraordinaria lección de vida, un llamado poético y vital para luchar por la dignidad y los derechos de todas las mujeres, incluidas las mujeres indígenas de nuestra entidad, de nuestro país, quizá las más vulnerables de entre todas las mujeres. Así lo propone la escritora Susi Bentzulul que, pese a la xenofobia, pese al racismo, pese a tener todo en contra, levanta el machete de su filosa y sabia voz en Tenbilal Antsetik/Mujeres olvidadas para decapitar al patriarcado, para degollar a todos los Holofernes del mundo —tal como la Judith indígena de Rosario Castellanos— y al final, nos convoca a liberarnos del sufrimiento, a danzar:

¡Mujer!

Danza con tu cuerpo de barro

que muchos desprecian por su color.

No importa:

tú danza.

Danza con la fuerza de tus abuelas.

Libérate de ese sufrimiento,

ese silencio,

ese olvido.

¡Mujer!

Danza.

No te detengas.