Cuentan en el pueblo que, en épocas pasadas y hasta mitad del siglo XX, las mujeres que quedaban embarazadas sin estar casadas —y no llegaban a abortar de forma clandestina por cuestiones religiosas o por falta de recursos—; al parir les quitaban sus hijos recién nacidos y las dejaban encerradas de por vida en casas oscuras.
Volvieron —dijo mi abuela— va a volver a pasar, como cuando era pequeña y vinieron retumbando el monte con ese aleteo infernal que llega a deshoras y nomás se come todo a su paso con la furia desenfundada, como si una bestia enorme de mil cabezas se arrojara hacia un barranco.
Mi hermano murió por mi culpa y sucedió más o menos así:
Después de muchos años de insinuarles a mis familiares de formas cada vez menos discretas, cada día un poco más humillantes, que hicieran caso de aquello que sin mucho furor ni éxito yo publicaba en algunas revistas digitales y, tras comprobar que era imposible convencerlos de que leyeran algo que sobrepasara la longitud de un twit, decidí soltarme.
BOCETO
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Las postales más tristes se hallan a las puertas de los hospitales: cafés a medio terminar, cigarros fumados con prisa, voces que no alcanzan a decir nada.