Nuestra Señora anticomunista
De las tres apariciones marianas más trascendentes y reconocidas por la Iglesia católica —junto con Guadalupe (1531) y Lourdes (1858)—, las de Fátima tienen como sello distintivo un mensaje claramente político que, en el contexto de la Guerra Fría, formó parte de la propaganda anticomunista. Narrativamente, las apariciones siguen la misma línea que las de Guadalupe y Lourdes: la Madre de Dios se aparece a personas marginadas a quienes encomienda ciertas tareas que tienen por objeto acrecentar su devoción a ella para obtener de su Hijo gracias especiales. En el caso de Fátima, sin embargo, las encomiendas conllevan además una serie de revelaciones escatológicas y apocalípticas que siguen siendo objeto de controversia entre creyentes y escépticos.
Los eventos son por demás conocidos: Lucía dos Santos, una pequeña pastora portuguesa de 8 años, tuvo una serie de apariciones sobrenaturales que comenzaron en 1915, bajo la forma de una persona “como envuelta en una sábana” diáfana que brillaba al contacto con los rayos del sol. Esta primera aparición ocurrió mientras pastoreaba el rebaño de sus padres en compañía de otras dos amigas, con sendos rebaños. Iban rezando el rosario. Lucía era entonces la menor de sus hermanos y, según cuenta en sus Memorias, tenía desde muy pequeña la facilidad de entretener a otros niños con historias fantasiosas, improvisadas durante sus largas caminatas en las jornadas de pastoreo. Dos primos suyos, Jacinta y Francisco Marto, menores que ella por uno y dos años, se le unieron en 1916 para recorrer juntos los terrenos de sus familias en la región de Fátima. Ese mismo año recibieron en tres ocasiones la visita de un ser sobrenatural:
—¡Oren! ¡Oren mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen designios de misericordia para ustedes. Ofrezcan en todo momento oraciones y sacrificios al Altísimo.
—¿Cómo nos tenemos que sacrificar?
—Ofrece un sacrificio de todo lo que puedas como un acto de reparación por los pecados con que Dios es ofendido y como súplica por la conversión de los pecadores. Atrae así la paz sobre tu patria. Yo soy su ángel guardián, el ángel de Portugal. Sobre todo, acepten y soporten con entera sumisión los sufrimientos que el Señor les manda.
Otras dos veces se apareció el ángel, en la última de ellas llevando consigo un cáliz y, suspendida sobre él, una hostia sangrante. El ángel se postró en adoración antes de hacerlos comulgar: a Lucía, la hostia, y a sus primos, el vino mezclado con sangre que contenía el cáliz. Para entonces, los niños se habían acostumbrado a pequeñas mortificaciones a manera de penitencia por la conversión de los pecadores, según las instrucciones del ángel.
Las apariciones del ángel de la paz sirvieron como preparación para las apariciones de la Virgen María, que comenzaron el 13 de mayo de 1917. Según el relato de Lucía, vieron a una dama resplandeciente sobre la copa de un encino en la región de Cova da Iria. Jacinta y Francisco la vieron también, pero sólo ella y Lucía podían escucharla. Esta última detalló la conversación que mantuvieron:
—¡No teman, no les haré daño!
—¿De dónde es usted?
—Vengo del cielo.
—¿Y qué es lo que quiere?
—Vine a pedirles que vengan aquí mismo seis meses seguidos, cada día 13, a esta misma hora. Después les diré quién soy y lo que quiero, y volveré una séptima vez.
—¿Usted me sabe decir si la guerra durará todavía mucho tiempo o acabará pronto?
—Hasta que no te diga lo que quiero, no te lo puedo decir.
—¿Y yo también me iré al cielo?
—Sí, irás.
—¿Y Jacinta?
—También.
—¿Y Francisco?
—También, pero tiene que rezar muchos rosarios.
[…] Pasado un momento, Nuestra Señora agregó:
—Recen el rosario todos los días, así alcanzarán la paz del mundo y el fin de la guerra.
En sus Memorias, Lucía cuenta que les hizo prometer a sus primos que no dirían nada de lo que habían visto, pero Jacinta no se contuvo y lo divulgó entre varias personas. Al poco tiempo, los niños se convirtieron en objeto de burla para los pobladores, sobre todo para la familia de Lucía, que no cesaba ni en mofas ni en golpes para que se retractara de las supuestas apariciones, que se mantuvieron por medio año, el día 13 de cada mes (excepto en agosto, que ocurrió el 19, por estar los pastorcillos presos por la autoridad local, que pretendió así desincentivar lo que juzgó un montaje). La Virgen les reveló tres secretos: el primero fue una visión del infierno, descrito de manera dantesca con demonios zoomorfos que torturaban a los pecadores que ahí terminaban; el segundo era la profecía de que una nueva guerra habría de comenzar durante el pontificado de Pío XI (1922-1939) y la petición expresa al Santo Padre de que consagrara a Rusia al Inmaculado Corazón de María: “Si atendiesen a mis pedidos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones contra la Iglesia: los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá mucho que sufrir, varias naciones serán aniquiladas […]. El Santo Padre me consagrará a Rusia, que se convertirá, y le será concedido al mundo algún tiempo de paz”.
En su última aparición pública, el 13 de octubre de 1917, tras pedirle pruebas para los miles de peregrinos que acudían a Cova da Iria cada mes, varios medios, entre los que se contaron dos periódicos abiertamente anticlericales, reportaron un extraño fenómeno lumínico: el Sol pareció bambolearse al tiempo que desprendía colores extraordinarios, y las ropas de toda la gente quedaron secas al momento. Lucía dio cuenta en sus memorias de que en esa aparición se presentó no sólo la Virgen, sino también san José y el Niño Jesús. Luego de esto, las apariciones cesaron, el lugar devino rápidamente un lugar de culto y los pastorcillos fueron acechados casi todos los días por hordas de creyentes que pedían su intercesión para obtener un milagro. En uno de estos encuentros, Francisco y Jacinta se contagiaron de gripe española, epidemia a la que sucumbieron respectivamente en 1919 y 1920, tal como la Virgen había profetizado en una de sus apariciones. Al año siguiente, Lucía dos Santos entraría al colegio de las hermanas doroteas en Vilar, y en 1925 se trasladaría al convento de las carmelitas descalzas de Pontevedra, donde profesó. A finales de ese mismo año, tuvo una nueva aparición, en esta ocasión de la Virgen y del Niño Jesús, quienes le insistieron promover la devoción de comulgar los primeros sábados del mes en expiación por los pecados del mundo. Al año siguiente tuvo una aparición similar en el patio del convento.
Fue en junio de 1929 que ocurrió la revelación más importante, la “séptima vez” que anunció la Virgen en su primer encuentro: era urgente que el papa, en unión con todos los obispos del mundo, consagrara a Rusia al Inmaculado Corazón de María. El clima antirreligioso que el comunismo soviético esparcía en sus repúblicas era una afrenta a Dios mismo que exigía reparación. Así, mientras que los mensajes que la Virgen le transmitía a Lucía fueron referidos inicialmente al obispo de Leiria, este le pide que escriba a detalle lo que vio en sus apariciones, y específicamente el contenido de los tres secretos que la Virgen le confío. En 1941, Lucía entregó el manuscrito al obispo, quien lo remite a Roma. A principios de 1944 al manuscrito se le añade una adenda: el tercer secreto no había sido totalmente revelado sino hasta que la Virgen lo permitiera. Se trataba de una visión en la que “un obispo vestido de blanco” subía una montaña escarpada, con varios clérigos y religiosos, hasta llegar a una enorme cruz donde fue asesinado a disparos y saetazos.
El 13 de mayo de 1981, día de la Virgen de Fátima, Juan Pablo II fue víctima de un atentado, cuyo fracaso atribuyó a la Virgen. Al año siguiente viajó al santuario de Fátima a depositar, bajo la corona de la imagen, la bala que le extrajeron durante la cirugía. Fue en esa década que comenzó a especularse sobre el contenido del tercer misterio de Fátima y que la devoción arreció en todo el mundo, sobre todo gracias a las gestiones diplomáticas en contra de los regímenes comunistas que encabezó Juan Pablo II, el primer papa polaco de la historia. Asociaciones piadosas como el Ejército Azul, en contraposición al histórico Ejército Rojo que lideró la Revolución Rusa, combatían con la oración y la propaganda religiosa la dispersión del comunismo desde el otro lado de la cortina de hierro. En junio de ese mismo año y también al año siguiente, Juan Pablo II consagró el mundo al Inmaculado Corazón de María y rogó por que cesara la amenaza de una guerra nuclear, aunque sin hacer mención expresa de Rusia. Sin embargo, para corroborar que la petición de la Virgen había sido cumplida, envió una carta a sor Lucía dos Santos en la que preguntaba si las consagraciones de 1981 y 1982 habían cumplido los deseos de la Virgen. La respuesta fue afirmativa; el fin del comunismo era inminente.
Fue hasta el año 2000 que Juan Pablo II autorizó la publicación del tercer secreto de Fátima, seguido de una interpretación del entonces cardenal Joseph Ratzinger que, con cautela y el tiento teológico de evitar una interpretación catastrofista, aseguró que el secreto, más que referirse a eventos concretos como el atentado contra el papa, sintetizaba metafóricamente las persecuciones contra la Iglesia que hubo a lo largo del siglo XX. La razón de demorar el secreto, según Juan Pablo II, fue para evitar que los gobiernos comunistas cometieran acciones impulsivas contra la Iglesia. Al final de la celebración del 13 de mayo, en la que se declaró beatos a Jacinta y Francisco Marto, el cardenal Angelo Sodano —quien pasa a la historia como uno de los más importantes encubridores de Marcial Maciel— leyó una declaración a propósito de la publicación del tercer secreto: “Los sucesivos acontecimientos del año 1989 han llevado, tanto en la Unión Soviética como en numerosos Países del Este, a la caída del régimen comunista que propugnaba el ateísmo. […] Por esto el Sumo Pontífice le está agradecido a la Virgen desde lo profundo del corazón. Sin embargo, en otras partes del mundo los ataques contra la Iglesia y los cristianos, con la carga de sufrimiento que conllevan, desgraciadamente no han cesado. Aunque las vicisitudes a las que se refiere la tercera parte del secreto de Fátima parecen ya pertenecer al pasado, la llamada de la Virgen a la conversión y a la penitencia, pronunciada al inicio del siglo XX, conserva todavía hoy una estimulante actualidad”.
Sor Lucía dos Santos falleció en el convento de las carmelitas descalzas de Coímbra en 2005. Sus restos descansan junto a los de sus primos en el santuario de Fátima, no muy lejos del fastuoso monumento que contiene un bloque del antiguo muro de Berlín, mausoleo piadoso que recuerda a los peregrinos la cruzada anticomunista que libró exitosa la Virgen María desde 1917.