Hablemos de Pastoral americana de Philip Roth y de cómo se rompen los sueños
Pastoral americana de Philip Roth, publicado en 1997 es el primer libro de la llamada Trilogía Americana (compuesta por Me casé con un comunista y La mancha humana), y una novela que a día de hoy no pierde vigencia.
Esta novela con la que además Roth ganara el Premio Pulitzer un año más tarde, es relatada a través del alter ego de Roth, Nathan Zuckerman, quién nos acerca a la vida del Sueco Levov. Un chico inteligente, encantador y deportista a quien todos querían conocer, hacerse su amigo y a quien todos admiraban, en cuyos hombros descansaba las expectativas de los otros, de los que lo rodearon, quiero decir, que el Sueco Levov encarnaba el ideal del hombre perfecto, al que la tragedia jamás lo atravesaría.
Este libro que es calificado por la crítica norteamericana como una obra maestra, se ha convertido en un clásico de las letras estadounidenses contemporáneas pero sobre todo un referente en el que se recoge la realidad de una generación y la pérdida de los sueños y las esperanzas. Esto se debe particularmente a que Roth echa mano de los sucesos históricos y las coyunturas políticas de los convulsos años sesenta para desarrollar la ficción. Es importante lo que pasa afuera en el mundo pero también se vuelve relevante lo que está sucediendo dentro del entramado familiar de los Levov. Todo está convulsionando y puesto prueba como sucede en los periodos después de la guerra; y por supuesto que la familia es una de las instituciones que también sufre cambios. Las ideas de los hijos dejan de ser las de los padres y esta es una de las premisas de peso en Pastoral Americana.
Esta historia comienza con un reencuentro de muchísimos años después, Nathan Zuckerman, ya un escritor reconocido como seguro lo era Roth, recibe una carta del Sueco en la que le expresa su deseo de escribir la historia de su padre. Esto lo atrae casi de inmediato, pues lo seduce la posibilidad de adentrarse a la intimidad de su héroe juvenil y quizá desenmascararlo. Saber qué se esconde detrás de esos ojos y esa rubia cabellera.
Todos admiran aún al Sueco. Hasta los camareros y las meseras del café en el que Zuckerman y Levov se reúnen para hablar casi 35 años después. Esta idolatría al Sueco es paralela a la que se sentía por Estados Unidos. Era un atleta atractivo que se había casado con una Miss de belleza, tenía una hija, era dueño de una casa grande, vacas y dirigía una empresa familiar que tenía éxito. ¿Qué podía salir mal si había seguido al pie de la letra la receta heredada para lograr la felicidad? Pero para Philip Roth el típico “y vivieron felices para siempre” con el que terminaban los cuentos infantiles dejó de ser posible para su generación y las posteriores. El paradigma de los años sesenta y todo lo que arrastró a su paso pasó factura para todos los que lo vivieron. La ruptura sucede poco a poco y al mismo tiempo de golpe.
Detrás de toda aparente perfección encarnada por el Sueco, está la realidad no tan perfecta y bella, es decir, el contexto social y los cambios que marcaron el espíritu de la época: la guerra de Vietnam, la revolución sexual, las revueltas de la comunidad negra por una vida digna y justa.
Roth nos hace desconfiar de la perfección en Pastoral Americana, pues algo que sabemos quizá por habitar nuestro tiempo es que toda belleza esconde algo siniestro y terrible. En el caso del protagonista de esta novela, el Sueco también esconde algo siniestro y terrible, y es Merry Levov, su hija única, criada bajo el seno de un matrimonio perfecto, un padre y una madre atentos a ella que proveyeron comodidades pero aún así, sin vivir aparentes carencias, la hija del Sueco decide —a sus 16 años— poner una bomba en una oficina postal y terminar con la vida de una persona, pero también con la estabilidad emocional de ambos padres. Este acto terrorista la lleva a huir y a desaparecerse pero también a dinamitar el sueño de felicidad y progreso que tenían sus padres no tanto para sí mismos sino para ella: “Fue como si la bomba hubiera estallado en su sala de estar”.
Con anterioridad, Merry Levov ya había dado muestras de pensamientos subversivos al mostrar abierta simpatía y militancia en movimientos anti Vietnam, pero también hacia la forma de pensar de sus padres y a lo que a su forma de ver representaban. Respondía y alzaba la voz cuando algo no le parecía, comportamiento que no era muy común por entonces entre padres e hijos.
Merry era todo lo contrario a sus padres bellos, atléticos y exitosos; ella era obesa y tartamuda, comía hamburguesas con cebolla y helados de crema y guardaba en su habitación propaganda política anti Vietnam. Mientras que su padre había superado los logros de su abuelo y su abuelo su padre y el abuelo de su padre a su padre, pues era la hija de una familia que habían llegado Estados Unidos desde 1890, ella vivía cono indigente, prófuga del FBI.
El Sueco se pregunta y se cuestiona con severidad —cosa que haría cualquier padre en su lugar— lo que pudo haber hecho para provocar estos comportamientos erráticos en su hija. En qué momento pudo haberse corrompido la inocencia y el idilio en el que su madre y él la habían criado, rodeada de campo y vacas. ¿Fue acaso el beso que le dio en la boca aquella vez que volvían de la playa?: “Papi, bésame como be-be-besas a mamamamá” o si su hija pudo quedar traumatizada al ver las imágenes del hombre que se quemó vivo en una plaza vietnamita.
Si bien la época en la que se desarrolla esta novela, sobre todo su conflicto central, que es el quiebre de paradigma y forma de pensar entre padres e hijos, es en sí conflictiva y convulsa, existe un rechazo a ideales como familia, bienes y la heteronormatividad que regia a la generación anterior. Y esta ruptura genera angustia, dudas, pero sobre todo incertidumbre que antes no preponderaba en el devenir de la existencia americana, al menos no dentro de la clase media alta que tenía la vida asegurada solo por derecho de nacimiento, solo por haber nacido americanos. Esta hija terrorista, que se une a una secta, que un día deja de bañarse por respetar la vida microscópica, y no se mueve de noche por miedo a pisar algún ser vivo, llena de dudas al padre pero sobre todo de asco y vergüenza, algo que quizá nunca se imaginó sentir quizá por alguien que nació de él mismo.
Zuckerman vs. Levov
Algo que también podemos mencionar de este retrato americano es que está compuesto en dos partes, la objetiva y la subjetiva, o dicho de otro modo, hay un Zuckerman vs. Levov. La primera, la capa superficial de esta novela, es la que está escrita desde Zuckerman, que como menciono al inicio de este texto, es el alter ego de Roth; escritor de origen judío, que constantemente recuerda su niñez y juventud en los barrios de New Jersey, pero sobre todo su devoción por el Sueco Levov.
Desde esta voz, Roth reconstruye la época y el contexto que los rodearon: a él y a los hermanos Levov, Jerry y Seymor, el Sueco. Reconstruye un cuadro de la atmosfera que los acompañó en su juventud a la manera de Los años maravillosos, hablando de la música, los partidos de beisbol, los libros y los referentes compartidos. Cosas de chicos.
Desde Zuckerman también está narrado el encuentro en la cafetería, 35 años después con el pretexto de pagar una vieja deuda con la memoria del padre del Sueco. El encuentro de la cafetería que prometía está lleno de confesiones, pues simplemente fue algo casual en el que el héroe no deja su posición y su sonrisa perfecta de vieja gloria a pesar de las calamidades que lo atravesasen. Zuckerman, como buen escritor acostumbrado siempre a desconfiar de las máscaras de los otros y de las propias intuye que algo no funciona como debería, nadie puede ser así de feliz y correcto siempre.
El verdadero Suevo Levov surge tiempo después, a través del testimonio de Jerry. Y es aquí donde comienza la segunda capa de Pastoral Americana, una ficción dentro de la ficción, la metanovela por darle un término, recurso que explora Roth en los libros posteriores de esta trilogía. Lo que tienen que decir Jerry dota a su hermano de mayor profundidad, pues es él quien le relata al escritor todas las tribulaciones con la hija. El punto de vista de Jerry rompe con la idea de perfección que siempre ostentó el Sueco.
“Jerry sostiene la teoría de que el Sueco es una buena persona, es decir, un hombre pasivo que siempre procura hacer lo correcto, que se adapta a las convenciones sociales y nunca se sale de sus casillas, jamás cede a la cólera. Enfurecerse no será una de sus desventajas, pero tampoco es un factor de su activo. Según esta teoría, no enfurecerse es lo que al final le mata, mientras que la agresión limpia o cura”. Sin Jerry no entenderíamos al Sueco, y sin el Sueco tampoco las obsesiones de Nathan Zuckerman, y sin Zuckerman a Philip Roth. Es entonces Pastoral Americana una cadena de testimonios que conforman las preocupaciones de una generación y otra que se cayeron en pedazos, sueños de otros rotos hasta llegar a nuestros días, a nuestra propia incertidumbre.