¿Para escribir necesito una habitación propia? Sobre Virginia Woolf y ser una mujer que escribe
Este año se cumplen 81 años de la muerte de una escritora sumamente importante para la literatura inglesa del siglo XX —y bastante revisitada por el movimiento feminista—: Virginia Woolf. El aniversario de su fallecimiento coincide con el mes en el que se conmemora el día de la mujer, así que me gustaría hablar acerca de uno de sus ensayos más famosos e icónicos: Una habitación propia (A Room of One’s Own en inglés), publicado en 1929 y basado en una serie de conferencias impartidas por la escritora en las universidades para mujeres Newnham College y Girton College.
“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas” es la afirmación a partir de la cual Woolf entreteje sus ideas alrededor de la mujer y su relación con la literatura. Tocar cada uno de los puntos que aborda la autora sería imposible en este pequeño texto, pero hay varios argumentos que me parecen muy relevantes y que me gustaría discutir. Pero, antes que nada, tengo que decir que Virginia Woolf tiene una voz ensayística increíblemente vivaz y divertidísima, al menos en Una habitación propia. Supongo que tiene que ver con el hecho de que el escrito surgió de sus conferencias, pero no me lo esperaba, creo que me había imaginado que el ensayo tendría un tono medio rígido de señora inglesa fufurufa, pero no, no me sorprendió su agudeza —nadie duda del intelecto de Virginia Woolf— pero sí su sarcasmo, lo mordaz que puede llegar a ser y las risitas que me sacó.
La narradora del ensayo va relatando su día e intercala lo que piensa de cada situación; algunas descripciones dejan ver destellos de su maestría literaria y poética. El propósito de la narradora, la misma Woolf, es encontrar la relación entre mujeres y literatura, tema que se le pidió abordar en sus conferencias. Su recorrido comienza, entonces, con un safari a lo que han escrito y dicho los hombres sobre las mujeres y su quehacer en la literatura. En general, aborda temas como la exclusión de la mujer de los ámbitos públicos, políticos, educativos o artísticos (recordemos que la sociedad a inicios del siglo pasado era bastante más rígida y excluyente); la abundancia de opiniones, escritos, retratos y afirmaciones sobre lo que el hombre cree que es la naturaleza de la mujer, lo “femenino” y sus capacidades o incapacidades; la necesidad que han tenido —y tienen— los hombres de hacer menos a las mujeres para sentirse superiores; y lo patéticos que son. Señala todo lo que está mal con la sociedad evidentemente patriarcal, se burla y básicamente aplica unos buenos “siéntese, cñor” a varios de los literatos e intelectuales más prominentes de todos los tiempos. Virginia Woolf se yergue con la cabeza bien en alto, sabiéndose buena en lo que hacía y que su género de ningún modo es inferior a sus pares varones, y lo proclama abiertamente.
“Si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse. […] así se entiende mejor por qué a los hombres les intranquilizan tanto las críticas de las mujeres […] Porque si ellas se ponen a decir la verdad, la imagen del espejo se encoge; la robustez del hombre ante la vida disminuye. ¿Cómo va a emitir juicios, civilizar indígenas, hacer leyes, escribir libros, vestirse de etiqueta y hacer discursos en los banquetes si a la hora del desayuno y de la cena no puede verse a sí mismo por lo menos de tamaño doble de lo que es?” Amén. Una crítica que suena bastante actual en estos tiempos de ceo’s, fifas y foncas, ¿no? Finalmente, la autora concluye, muy lógicamente, que es “una pérdida total de tiempo consultar a todos aquellos caballeros especializados en el estudio de la mujer y su efecto sobre lo que sea”.
La premisa de Woolf es que, si la mujer tuviera recursos económicos y un espacio propio, podría emanciparse del hombre y tener la libertad para escribir y crear, pues sin estos elementos es imposible dedicarse dignamente a la literatura. Es importante destacar que, hasta ese momento, las mujeres continuaban relegadas, en su mayoría, al ámbito doméstico y que no se les permitía ir a la escuela. Además, no fue sino hasta 1918 que la lista de profesiones que podían ejercer las mujeres se amplió. Woolf exhorta a las mujeres a que estudien, a que se desprendan de sus roles de género predeterminados y se vuelvan independientes intelectualmente (esto, por supuesto, está dirigido a mujeres blancas con las posibilidades de hacerlo).
El ensayo continúa examinando si en el pasado las mujeres habrían sido capaces de crear obras literarias de gran maestría —se toma el ejemplo de Shakespeare— dada la precaria situación social que experimentaban (su conclusión es que no, aunque me parece debatible). También hace un recorrido histórico minucioso por las carreras literarias de escritoras como las hermanas Brontë, Anne Finch, Jane Austen, George Eliot, entre otras, y analiza la relación entre su contexto y sus obras. Algo que me gusta bastante y que se me hace valiosísimo de la forma en la que ensaya Woolf es que no solo presenta sus argumentos —bastante pensados e intrincados—, sino que ella misma suele encontrar lo que se podría argumentar en contra de lo que propone y lo aborda, como si estuviera debatiendo con ella misma. Realmente hace todo un análisis sobre las circunstancias que han llevado a la mujer al lugar que ocupa en el canon literario.
En fin, como mencioné antes, sería imposible repasar cada punto que se toca en Una habitación propia. Pero creo que es importante mencionar que —aunque indudablemente es un ensayo de enorme valía para el feminismo y (la literatura en general) que pone de manifiesto la situación social de la mujer y que denuncia las injusticias que ha vivido a lo largo de los siglos, reflejadas en el plano artístico e intelectual— no escapa de la crítica, pues me parece que además de su evidente exclusión de mujeres racializadas, la cuestión de la clase social es un punto ciego para Woolf. De igual forma me parece que a veces peca de condescendiente y que en algunas partes sus palabras incisivas e irónicas se vuelven altivas. Por ratos me dio la impresión de que le hinca el diente con un poco de crueldad a las mujeres cuando analiza sus obras y que habla de ellas como si ella misma no fuera una y sin reconocer del todo sus privilegios. Sin mencionar que luego se echa unos “not all men” bastante incómodos. Claro que no pienso que Woolf deba abordar cada problema de la sociedad, ni hablar para todos los públicos, pero mientras leía Una habitación propia no pude evitar pensarlo desde la perspectiva de nuestro contexto como mujeres mexicanas —que obviamente dista mucho del suyo— y qué tan aplicables son ciertos de sus postulados. Me estuvieron dando vueltas en la cabeza algunas de las siguientes cuestiones:
En general, Virginia Woolf hace una gran apología acerca del “estado mental”, “lugar”, “independencia financiera” y “libertad” propicios para la buena creación literaria, y no solo propicios, sino necesarios (esto juega un papel central en su argumento del por qué las mujeres no habían alcanzado, hasta entonces, el nivel literario de los hombres).
“[…] tener una habitación propia, ya no digamos una habitación tranquila y a prueba de sonido, era algo impensable aun a principios del siglo diecinueve, a menos que los padres de la mujer fueran excepcionalmente ricos o muy nobles.” Leo esto con una risa amarga. En México alrededor del 60% de los asalariados gana entre uno y dos salarios mínimos. Las mujeres, en promedio, ganamos 13% menos que los hombres por el mismo trabajo. Lo que Woolf considera “impensable”, pero que comenzaba a cambiar por ahí de las primeras décadas del siglo XX, es una realidad constante en nuestro país. Tener una habitación propia realmente es un lujo. Yo compartí habitación con mi hermano durante casi 17 años y hablo desde un gran privilegio, siempre tuve lo necesario y más para estudiar lo que quise y navegar la vida sin carencias económicas importantes. Hay millones de mujeres para las cuales tener un techo seguro ya es un lujo, ni se diga tener un lugar cómodo, silencioso y para una misma. Tener tiempo para escribir, por otro lado, también es un privilegio. Después de jornadas laborales larguísimas y de ocuparse de las tareas cotidianas pocas veces queda energía para sentarse a escribir horas.
Para muchísimas mujeres que trabajan y se mantienen a sí mismas, hay muchas cosas más importantes en la lista que una habitación propia: renta, luz, agua, gas, comida, internet, transporte, ropa, escuela, hijos, salud y, en el país de los diez feminicidios diarios, llegar a salvo a casa. ¿Qué hay de las mujeres que escriben en su hora de comida del trabajo o en el metro camino a la universidad o en alguna biblioteca o en el comedor de su casa con el ruido de la televisión prendida y el llanto de un bebé?, ¿qué hay de las que trabajan día a día para tener lo necesario para vivir y que no podrían asumirse como “financieramente libres”?
Y, yéndonos muy atrás, ¿qué hay de las mujeres que fueron esclavas o sirvientas? Autoras afroamericanas como Phillis Wheatley o Harriet Jacobs, que no tenían nada, ni siquiera la libertad sobre sus cuerpos. ¿Realmente no se puede escribir “bien” sin estas condiciones tan específicas? Eso de encontrar el ambiente, lugar y estado mental propicios (¿¿¿quién tiene un estado mental propicio???, ¿o todos saben algo de lo que no me he enterado?) me suena demasiado utópico y, aunque lindo, no es asequible para muchas mujeres mexicanas o latinoamericanas clasemedieras, ya ni hablemos de las que se encuentran en situaciones realmente precarias. Aquí también entraría esta discusión de si el arte o la literatura son cuestiones exclusivamente burguesas o no (yo no tengo una postura muy definida al respecto, pero ese es tema para otro escrito).
Otro punto que me conflictúa bastante de lo que dice Virginia Woolf es este argumento suyo de que lo que ha hecho tan grandes y buenos a autores como Shakespeare o Jane Austen es que no conocemos a Shakespeare ni a Jane Austen, es decir, que su escritura no trasluce su contexto social ni sus propios conflictos o problemas derivados de su situación socioeconómica. Woolf señala que la tragedia de obras como las de Charlotte y Emily Brontë reside en que sus personajes, tramas o escenarios manifiestan explícitamente lo que sus autoras opinaban sobre su papel como mujeres en la sociedad.
Virginia Woolf opina que este escribir desde “la furia en lugar de escribir con calma” o “hablar de sí misma en lugar de hablar de sus personajes” impedía que el genio literario de estas mujeres fuera plasmado intacto en sus obras. Woolf opina que para hacer buena literatura es necesario presentar la realidad sin las “deformaciones” de lo que una opina o ha vivido como autora. “Lo que entendemos por integridad, en el caso de un novelista, es la convicción que experimentamos de que nos dice la verdad”. ¿Qué es la verdad? ¿la verdad del mundo, de la vida, de la imagen poética, de la expresión literaria? A lo mejor mi vena idealista está muerta, pero no puedo evitar que me suene medio moralizante.
Ahora, este tema me parece escabroso porque entiendo la crítica a la literatura “activista”, por llamarla de alguna forma. Creo que podemos estar de acuerdo en que nadie quiere leer un panfleto en el que al autor le importa más plasmar su postura política o ideología social o económica en lugar de dedicarse al arte de la forma, los personajes y el contenido. Efectivamente, el arte no le debe nada a nadie, no tiene que ser didáctico ni adoctrinador. Lo que siento que se le escapa a la señora Woolf es que se puede escribir desde la periferia o desde las circunstancias que nos impone el contexto sin que sea panfletario y sin que esto le quite mérito literario.
Porque, según ella, las mujeres no escribirán bien hasta que no se deshagan de la rabia que sienten por las injusticias que han vivido a lo largo de los siglos. Las mujeres no escribirán bien hasta que no se olviden de que son mujeres. De ahí que Woolf no se sienta mujer y desprecie “lo femenino” (sobre lo cual se podría discutir horas). Ahora, entiendo que es una estupidez hablar de la literatura escrita por mujeres siempre desde la perspectiva de género y no por su mérito literario per se. Nadie dice “literatura masculina”. En ese sentido coincido con Una habitación propia. La literatura escrita por mujeres obviamente es mucho más que el “escrita por mujeres” y que la herida de ser el “sexo agraviado” en un mundo patriarcal. Es literatura, punto (buena o mala, ese ya es otro asunto, pero este juicio no debería ser algo determinado por el sexo o género).
En un pasaje, la autora señala, refiriéndose a Charlotte Brontë, lo siguiente: “[…] percibimos constantemente en su obra una acidez, resultado de la opresión, un sufrimiento enterrado que late bajo la pasión, un rencor que contrae aquellos libros, por espléndidos que sean, con un espasmo de dolor”. Me parece entender lo que quiere decir Woolf, entiendo que apela a que es necesario que las mujeres dejen de escribir como si fueran pájaros heridos, siempre marcadas por la huella del “ser mujeres” y siempre sabiendo que son concebidas como inferiores al hombre. “[…] sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones. Así es como escribió Shakespeare […]”, este es el ideal que propone Virginia Woolf para la escritura, que las escritoras se sacudan las palabras de los señores que dicen que no pueden escribir a la par de los intelectuales masculinos y simplemente se dediquen a hacer lo que se les da la gana, sin mostrarse débiles o aludidas por su contexto social, enfocándose únicamente en el arte por el arte.
“Realmente era una delicia volver a leer un estilo masculino. Sonaba tan directo, tan claro después de leer estilos femeninos. Indicaba tal libertad mental, tal libertad personal, tal confianza en uno mismo. Se experimentaba una sensación de bienestar ante aquella mente bien alimentada, educada, libre […]”. Que no me digan que esto no trasluce una pizca de misoginia. Refleja un deseo de alejarse de lo “femenino” porque era visto como un rol de género débil y no deseable. Pero los tiempos han cambiado, gracias a Dios.
Esto, naturalmente, tiene que ver con la forma en que la escritora inglesa concebía la literatura y la escritura. Para ella, lo que llama “costumbrismo” —permitir que la narrativa sea influida por el entorno y sus impresiones— es la rama menos interesante de la literatura. Woolf aboga por lo “contemplativo”, no quiere ser solo una “rozadora de superficies”, sino “haber mirado abajo, a las profundidades”. Señala que “Es necesario que haya libertad y es necesario que haya paz. No debe chirriar ni una rueda, no debe brillar ni una luz. Las cortinas deben estar corridas. El escritor […] no debe mirar ni preguntarse qué está sucediendo. Debe más bien deshojar una rosa o contemplar los cisnes que flotan despacio río abajo.”
Estoy de acuerdo con las aspiraciones de Woolf, incluso me identifico. Yo, como escritora, tampoco quiero nadar en un charco en lugar del océano. O quedarme en la superficie. ¿Qué escritura “buena” puede salir de una observación o pensamiento “superficiales”? (en mi opinión). Lo que sí es que, aunque quisiera, no tengo tiempo para ir a comprarme rosas y deshojarlas mientras observo el atardecer lánguidamente, y lo más cerca a los cisnes que hay por aquí son los patitos que nadan en el agua verde del lago de Chapultepec. No sé si a Virginia Woolf le parecería lo suficientemente propicio.
Lo que sí me hizo casi escupir el té que me estaba bebiendo en ese momento fue cuando dice que “será un espectáculo curioso, cuando llegue, ver a todas estas mujeres tal como son, pero debemos esperar un poco, porque todavía [las] detendrá el «pecado» que es el legado de nuestra barbarie sexual. Todavía llevará[n] en los pies las viejas cadenas de pacotilla de la clase”. Uno, porque —como mencioné antes— parece que se asumiera como no-mujer y, a mi parecer se bastante vuelve condescendiente hacia su propio género, como una especie de “not like other girls” pero del siglo pasado; dos, porque cómo se puede juzgar cuando una mujer es “tal como es”, como si una pudiera realmente separarse de su contexto, y tres —y lo más obvio— ¿LAS VIEJAS CADENAS DE PACOTILLA DE LA CLASE?, creo que eso solo podría decirlo alguien burgués cuya única ocupación es dedicarse a contemplar la vida. Me suena muy whitexican, la verdad (perdónenme, señora Woolf y las diosas de la literatura).
Tampoco soy tan maje para pensar que se pueden reducir los argumentos de la autora a esto. Finalmente fue una de las grandes escritoras del siglo XX y literariamente tiene toda la autoridad. Solo me parece importante hacer énfasis en la evidente blanquitud de algunas de sus ideas. La literatura escrita por mujeres latinoamericanas ha probado que se puede escribir desde el contexto, desde la experiencia de ser mujer, desde el abordaje literario de lo que se vive diariamente y hacerlo con gran destreza formal y literaria. Y sin ser panfletaria. Pienso en Fernanda Melchor, Mariana Enríquez, Paulette Jonguitud, María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Samanta Schweblin, Guadalupe Nettel, etc. Y, hablando de clásicas, Amparo Dávila, Rosario Castellanos o Elena Garro. Varias de ellas, desde sus géneros y estilos propios, integraron a su literatura —de una u otra forma— su visión desde lo que observaban, sentían o pensaban, esto inevitablemente atravesado por la experiencia de ser mujeres latinoamericanas.
Sin embargo, y a pesar de todas estas cuestiones, creo que lo que Virginia Woolf propone en Una habitación propia y la exhortación que hace a las mujeres es totalmente aplicable al tiempo y lugar en el que se encontraba. Ella fue, sin lugar a dudas, una excepción de lo que se esperaba de una mujer en su tiempo. Y estoy segura que lo que quería era que por fin las mujeres pudiéramos quitarnos de encima —tanto física, financiera e ideológicamente— lo que dicta el patriarcado; quería que escribiéramos lo que se nos diera la gana sin limitaciones. “Eran legión los hombres que opinaban que, intelectualmente, no podía esperarse nada de las mujeres”, y sí, coincido totalmente. Para nosotras, mexicanas en el siglo XXI, sería más bien: “Son legión los hombres que nos hacen menos, nos violentan y nos asesinan”. Y aún así escribimos.
En varios pasajes, Woolf señala que está segura que en otros siglos los valores habrán cambiado, que habremos evolucionado y que seguramente la convivencia entre varios géneros (sí, varios, porque le parecía que el binarismo era increíblemente reduccionista) será posible y pacífica. Me entristece pensar que estamos lejísimos de ello. Creo que Virginia Woolf vio un futuro ideal en el que la rabia ya no es necesaria porque el género o sexo no importan, en el que las mujeres dejan de luchar porque ya no hay nada contra qué resistir. Un futuro en el que no arrastramos nuestro “ser mujer” como una desventaja y en el que nos limitamos a percibir nuestra relación con la realidad y no con el género opuesto. Ojalá fuera así. Ojalá llegara a ser así. Pero esto no quiere decir que no podamos hacernos de nuestra habitación propia mental, emocional y, por supuesto, física. Creo que cada vez trabajamos más en ello y que cada vez ocupamos el espacio que merecemos.
Creo, sin mucho temor a equivocarme, que cuando Virginia Woolf nos exhorta a salir al mundo, ganar nuestro propio dinero, tener nuestra habitación propia y nuestro propio espacio mental, lo que quiere es que las mujeres, por fin, ocupen el lugar que les corresponde en el mundo literario (y en la sociedad en general), no como una minoría apocada y perpetuamente herida por el patriarcado en todos los ámbitos, sino como las personas seguras, dignas y confiadas en su propia capacidad porque no le pedimos nada a los hombres. La escritora inglesa quiere que podamos decirles con seguridad y toda la razón a los señores que por siglos dijeron que no podemos que se atraganten con sus propias palabras.
Me gusta pensar que si Virginia Woolf viera todo lo que se ha logrado, las luchas ganadas, la rebeldía de las nuevas generaciones y las muchas obras brillantes que, desde entonces, han salido de plumas de mujeres; que si supiera que, a pesar de todo, escribimos y seguiremos escribiendo estaría bastante orgullosa.