Ellas no saben
Ellas no saben. Desde hace dos semanas están haciendo las maletas.
– Nambre, Chabela, cuál quedarnos ¿no oíste lo que dijo Dionisio? Ese volcán en cualquier momento nos va a sepultar.
¿Sepultar? Los volcanes no pueden ni agarrar una pala.
– Pero mamá, ya van tres meses que están con eso y el volcán ahí anda sin hacer nada, el gobierno nomás ha de estar aprovechando para corrernos de aquí. Vas a ver que en unos años van a construir un centro comercial o algo así en el pueblo.
Chabela es la única que sabe lo que hay qué hacer, aunque sea por las razones equivocadas, a ver eso de que porque aquí nació. Yo nunca supe donde nací y ni necesidad tengo, a lo mejor por eso no entiendo su preocupación. Pero si, Chabela tiene razón, tenemos que quedarnos aquí, da igual quién haya nacido en qué lado, tenemos que esperarlo, ¿qué pensaría su hermano de llegar a la casa y no encontrar a nadie? si Jorge escuchara a doña Cleotilde decir que nos vamos, ¿no sentiría que lo está abandonando?
***
El primer recuerdo que conservo es llegar a esta casa en los brazos de Jorge. Recuerdo el miedo de sentirme vulnerable entre tanta gente y sus comentarios: “ay, qué bonito gato”, “¿dónde lo adoptaste?”, “está bien chiquito” “podría comérmelo entero”. Recuerdo a Jorge dejándome en el suelo y a mí huyendo de la gente bajo el sillón de la sala. Jorge me dejó un plato con leche y otro con trocitos de carne al lado del sillón, durante una semana, solo salí de mi escondite para comer y hacer del baño mientras nadie estuviese cerca.
Ellos no saben que al décimo día escuché como si el viento temblara encima del sillón. Jorge estaba llorando y fue la primera vez que me senté a ronronear en sus piernas.
Ellos no saben que cuando le haces compañía a alguien que llora, se forma un vínculo inquebrantable; es a través del dolor que conocemos de verdad a los demás.
Ya perdí la cuenta de las veces que ronroneé al ritmo de los sollozos de Jorge.
Hasta las lágrimas se extrañan de vez en cuando.
***
Ellas no saben que aunque me duerma en sus piernas ninguna ronronea conmigo como la hace la de Jorge mientras se fuma sus Delicados.
Ellas no saben que la última vez que dormí en las piernas de mi amigo llegó Javier a pedirle dinero.
– 500 varos, mamón, es todo y te dejo en paz.
– No mames, Javi, espérame tantito, ya el viernes me pagan y te doy tu lana.
– Cual pinche viernes, llevo tres semanas esperándote.
– Pues es que he andado corto, man, tú sábes que está cabrón.
– Me vale verga qué tan cabrón esté, quiero mis 500 varos.
– El viernes paso a dejártelos, no te apures.
– A ver, culero, acompáñame tantito a la tienda.
– Que pasó, carnal, relájate tantito.
– O me acompañas tú o le digo a tu hermana que me acompañe.
– No mames, cabrón, la Chabela ni tiene vela en este entierro.
– Acompáñame entonces.
– Va, pues, pero pus no mames.
– Telosico.
Para ese punto el movimiento en la pierna de Jorge era tan intenso que tuve que saltar y esconderme debajo del sillón para poder escucharlos murmurar quién sabe qué, pararse, abrir y cerrar la puerta a su paso.
***
Doña Cleotilde empezó a llorar al tercer día, Chabelita intentó ser fuerte y no lloró hasta la segunda semana, yo no entendí por qué lloraban, una vez Jorge estuvo fuera por casi tres meses y ninguna de las dos derramó una sola lágrima, al contrario, la madrugada que mi amigo llegó tambaleándose la doña hasta le cantó un tiro que porque aparte de todo venía tomado.
Ellas no saben que Jorge va a regresar en cualquier momento. Y lloran. Y yo no entiendo por qué. Y a veces yo también quiero llorar. Pero tampoco entiendo por qué.
¿Por qué se van a ir? el otro día escuché que querían llevarme. Yo no me voy a ir. Voy a quedarme a esperar a Jorge. O quizá salga a buscarlo. Sí, voy a salir a buscarlo. Si ellas se quieren ir que se vayan.
***
– Amáaaa, dice mi tío Lalo que ya vámonos, ya terminó de subir las cosas a la camioneta.
– Ahí voy, nomás deja agarro a este mendigo gato, no se deja.
– ¡Mira, se está saliendo por la ventana!
– ¡Agárralo!
– Ay, ya déjalo, mamá, si se quiere ir que se vaya.
***
Un gato maúlla bajo los aguacates,
al fondo un volcán escupe,
el gato sigue el calor,
a más grados centígrados es más nítida
la voz que llama,
creo que todo el mundo tiene
derecho a derrumbarse,
luego hay más calor,
y una silueta que se inclina a abrazar al gato,
luego hay más calor,
luego ya no hay gato.