Tierra Adentro
Ilustración por Pinchi Necro

Leer periódicos a diario, obtener datos duros para respaldar una investigación propia, agotar las pesquisas hasta esclarecer los hechos y las preguntas alrededor de ellos. Son algunos elementos del quehacer periodístico, con el que se intenta revelar el contexto del país; imposible de aprehender solo con cifras sin rostro.

Javier Valdez (Culiacán, Sinaloa, 1967-2017) entendía que para acceder a la realidad, era necesario acercarse al lado humano de los sucesos y testimonios. En sus reportajes publicados en La Jornada, Noroeste y Ríodoce, semanario del cual fue fundador, se adentraba en la maquinaria del crimen organizado y en el corazón de las rastreadoras en búsqueda de seres amados, los desaparecidos bajo el fuego del narco.

La mirada cálida de Valdez encontraba el punto moridor en sus historias, con el que narraba la presencia del crimen organizado en el norte de México. “Uno escribe estas historias o se hace pendejo”, afirmó el periodista en “Periodismo en tiempos violentos”, texto que preparó para su invitación al TEDxPolanco. Nunca leyó en voz alta sus ideas en el evento. Fue asesinado el 15 de mayo de 2017, por ejercer su labor e incomodar a un capo del cártel de Sinaloa.

“Periodismo en tiempos violentos” sobrevive en un libro póstumo publicado en 2017, conformado por una selección de los mejores trabajos periodísticos en la extensa bibliografía del autor: De azoteas y olvidos (2006), Miss Narco (2007), Malayerba (2010), Los morros del narco (2011), Levantones (2012), Con una granada en la boca (2014), Huérfanos del narco (2015), Narcoperiodismo (2016) y la antología Periodismo escrito con sangre (2017).

 

La esperanza es antibalas

En cada crónica sobre atentados o desapariciones forzadas, aparecía la impunidad junto a la violencia del narcotráfico. Valdez complementaba la construcción de sus atmósferas con investigaciones alrededor de los índices delictivos en Culiacán. Consultaba fuentes oficiales y extraoficiales para documentar los crímenes durante la guerra contra el narco que han dejado, a nivel nacional, 350 mil muertes desde enero de 2006.

Cualquiera se abrumaría al presenciar una conflagración absoluta. Valdez observó de frente ese abismo y decidió reportearlo en sus libros, sin recurrir a las escenas gráficas de un asesinato. Difuminó la esperanza de los sobrevivientes cuyos testimonios no solo piden por una vida libre de violencia; algunos, entre resignación y plegaria, esperan encontrar los restos de sus familiares desaparecidos, y exigen justicia para sus muertos.

En “Se vende cadáver”, Valdez sigue la historia de una madre en búsqueda de los restos de su hijo. La brevedad alarmante con la que las autoridades presentaban distintos cuerpos a la familia de Juan Carlos, fue la punta del iceberg. En la crónica, se expone el tráfico de cadáveres entre las empresas de servicios fúnebres y el personal del médico forense de Culiacán, que recibía de 10 a 16 mil pesos por entregar cuerpos según la demanda de las funerarias.

Había dos fraudes más comunes. El primero consistía en retrasar la entrega de los restos, así desesperarían a los familiares que deberían pagar 10 mil pesos para sepultar al fallecido. El segundo era la suplantación de identidad, el caso de la madre de Juan Carlos. En entrevista con la mujer, Valdez transmitió la añoranza de recuperar al joven con vida.

En contraste, “Donde pita el tren”, es otra crónica en la que Yuridia, la hermana más joven de su familia recibió la noticia de que el cuerpo que habían encontrado con ayuda de las rastreadoras y la policía ministerial, pertenecía a su padre. Con este testimonio, Valdez mostró el final de la esperanza, tras presenciar que Yuridia por fin encontró a su padre, y con él obtuvo paz por encima del luto.

La habilidad más notable del periodista era su capacidad para matizar la realidad: capturaba las memorias felices de sus entrevistados, aun cuando sus pies recorrían regiones sembradas con cadáveres.

Valdez exploró el código de ética de los entrevistados que eligieron seguir el estilo de vida del sicario. Con una granada en la boca (Aguilar, 2014), fue escrito desde el fuego cruzado de la guerra contra el narco, el infierno donde surgieron personas como Vanesa, que prefirió “ser cabrona” en lugar de víctima. Ella eliminaba a sus víctimas para extorsionar a la gente, sin autorización de los capos. Era el principio que la mantenía alejada de convertirse en una asesina indiscriminada.

En “Chat”, la mirada del periodista registró la lógica interna de un sicario. Carlos eliminó de su chat a un conocido de su infancia: el ejecutor de Guadalupe, tío de Carlos. El sicario, desconcertado por la actitud del joven, envío un SMS en el que preguntaba, “¿ey, güey, por qué me eliminaste del chat? ¿Qué rollo?”

La proximidad con la que Valdez se acercaba a la gente, lo ayudó a preguntarse qué quedaba en el alma de una persona tras haber sorteado la brutalidad de las armas. Más allá de sus sentidos, utilizaba su sensibilidad y emociones para rescatar el lado humano de una guerra que arrasó con pueblos enteros.

Así lo demuestra en la crónica que titula Con una granada en la boca. Karla, una madre de familia, salió a trabajar a un puesto de mariscos. Cerca de su negocio, una sombra pequeña voló hasta estrellarse contra su rostro. La fuerza del golpe aturdió a la mujer, ni siquiera sospechó que pudo haber recibido un disparo. La verdad resultó ser peor. En una sala de urgencias, Karla se percató de que en su boca había una granada de fragmentación, y podía estallar en cualquier momento.

Las 10 horas de cirugía fueron un milagro médico. Karla, después de recuperarse, hizo algo que el lector nunca creería posible: sonreír. La mujer se reía de los comentarios acerca de su incidente, producto de la mexicanidad que convierte las tragedias en chistes.

Esa sonrisa rota es la misma que se dibujaba en otros entrevistados, en Alejo, el mítico elemento judicial que recibió 18 disparos en un enfrentamiento contra una célula del Cártel de Sinaloa. Él ríe al saberse sobreviviente, mientras cuenta las heridas en su cuerpo. También aparece esa mueca ensombrecida en el rostro de Carlos, médico militar que luego de su servicio en la Marina, intenta alejar la muerte con sus manos curadoras, en un contexto asfixiado por la violencia.

Valdez mostró el lado esperanzador de estos testimonios, con la luz que difuminaba entre sus historias sobre el reencuentro con los familiares desaparecidos y el paso de una contienda sin ganadores. La esperanza en la obra de Valdez es a prueba de balas, tan poderosa que aún permanece en un país implacable como México.

 

En el periodismo también se “terriblea”

Desde 2013, los músicos en Culiacán han padecido los caprichos de los cárteles. Si un capo se ofende con alguna canción, la banda paga con su vida. Sucedía lo mismo si un sicario consideró que debía pagar menos de lo acordado por casi cuatro horas de un espectáculo. Los independientes se llevaban la peor parte. Entre gruperos, se decía que los solistas “terriblean”, en referencia a lo terrible de su situación a merced del crimen organizado.

Valdez escuchó anécdotas en las que una palabra sellaba la muerte de una persona, no solo en el mundo de los narcocorridos; sino en el periodismo. Si algo tienen en común los músicos y los comunicadores es el riesgo que corren al entregarse a su pasión. La similitud protagonizó las páginas de Periodismo escrito con sangre (Aguilar, 2017), antología en la que las persecuciones a la prensa terminaron en desapariciones forzadas.

La historia del reportero Alfredo Jiménez Mota se ha convertido, por desgracia, en una realidad recurrente. Jiménez trabajaba en El Imparcial, medio de Hermosillo, Sonora. El periodista investigaba la red corrupta del exgobernador de ese estado, Eduardo Bours, que en su mandato (2003-2009) protegió a los grupos delictivos “Los números” y “Los Salazar”. El presunto contacto en los tratos de los cárteles y el gobierno estatal era Ricardo Bours, hermano del entonces gobernador.

Jiménez desapareció el 2 de abril de 2005, luego de reunirse con una de sus fuentes anónimas. Dos años después, el expolicía municipal de Navojoa el teniente Jesús Francisco Ayala Valenzuela, declaró en entrevista a Proceso, que Ricardo Bours fue uno de los autores intelectuales de la desaparición de Jiménez; ejecutada por un grupo de ocho hombres y el policía-sicario Félix Moroyoqui, al servicio de Pedro Flores Millán, “El Nueve”, líder de “Los números”.

El 14 de mayo de 2005, aparecieron los cadáveres de Félix Moroyoqui y sus ocho cómplices, en las inmediaciones de Ciudad Obregón. Según Ayala, el mismo Ricardo Bours había ordenado eliminar a los autores materiales del crimen contra Jiménez, para deshacerse de los cabos sueltos. Pese a ello, el caso de la desaparición forzada del reportero aún no se esclarece.

Además de Jiménez, los periodistas perseguidos encontraban un paso seguro en las páginas de Valdez, donde denunciaron el rechazo que recibían desde las instituciones de justicia. “Tres veces exiliado” narra el secuestro y liberación de los comunicadores, Alejandro Hernández, camarógrafo de Televisa Torreón, y Javier Canales, reportero de Multimedios.

El 26 de julio de 2010, ambos reporteaban la gobernabilidad estable de Durango, en respuesta al controversial caso en el que la directora del penal de la ciudad Gómez Palacio, fue culpada de armar a los reos y darles patrullas para sumarse en Coahuila, Torreón, a la guerra entre el Cártel de Sinaloa y Los Zetas. Después de un sospechoso “cuidado, tengan cuidado” de una agente policiaca, comenzó un motín en la prisión.

Los dos periodistas llegaron a cubrir la historia. Durante la confusión, fueron secuestrados por presuntos miembros del Cártel de Sinaloa. Seis días de amenazas de muerte y hambruna culminaron en una liberación, sin operativos de rescate ni el montaje que el entonces secretario de seguridad, Gerardo García Luna, construyó en las conferencias de prensa.

Hernández se atrevió a revelar la verdad sobre su escape, negó la versión de las autoridades, y en respuesta recibió amenazas incluso por parte de la empresa donde trabajaba. En agosto de 2011, el camarógrafo y su familia obtuvieron asilo en Estados Unidos, la única alternativa ante las agresiones que sufrió en México luego de desmentir las circunstancias de su secuestro.

Las historias de supervivencia como la de Hernández han sido escasas, mientras que la difamación a los periodistas fue una constante en numerosos casos. Noemí Pineda, investigadora del área de documentación en el programa de protección y defensa de Artículo 19, explicó en entrevista que socavar la figura de un comunicador ha sido una práctica recurrente, hasta en gobiernos estatales.

Valdez, en la crónica, “Veracruz: el infierno tiene permiso”, cede la voz a Yadira, quien vivió cinco años repletos de difamaciones hacia su trabajo y fue sometida a una persecución bajo la administración del entonces gobernador Javier Duarte (2010-2016).

En ese periodo, el autor denunció la muerte de 22 comunicadores. La frase: “me están siguiendo”, se volvería sentencia de muerte para los periodistas de Veracruz, donde era común la difusión de correos con información personal de los propios reporteros y directores de los medios críticos con el gobierno de Duarte.

Pineda considera que la sociedad reproduce una actitud hostil hacia los comunicadores, debido a las narrativas que buscan desprestigiarlos. “De hecho, se está documentando el caso de un periodista que fue agredido por personas civiles, bajo la justificación de que este comunicador se lo merecía”, menciona sobre un caso en el que trabaja.

Para contrarrestar el clima violento hacia los comunicadores, existen organizaciones dedicadas a la protección de los mismos. El Frente por la Libertad de Expresión y Protesta Social (FLEPS), une a los colectivos que realizan investigaciones y campañas de concientización, enfocadas a salvaguardar la integridad de los periodistas. Artículo 19 forma parte del FLEPS, junto a defensores de derechos humanos.

Desde la sociedad civil organizada se han impulsado seguimiento de casos de agresión a la prensa, “reuniones con las autoridades, presentación de iniciativas y observaciones a la ejecución de acuerdos internacionales de derechos humanos”, menciona Pineda algunas actividades en las que Artículo 19 se ha involucrado.

 

Dignificar el periodismo ante la precarización

Los bajos salarios hacen que los reporteros consigan dos empleos, alejados del periodismo. “En muchos casos, son cuatro mil pesos mensuales. Este año se intenta esclarecer cifras exactas”, complementa la investigadora y agrega que es un tema del cual se guarda silencio entre los comunicadores, por temor a los despidos.

“¡Qué ironía que un periodista deba quedarse callado frente a una injusticia!, ¿no?”, se cuestiona un joven reportero, con la impotencia de quien a diario cubre historias de abusos; pero debe permanecer dócil cuando toca ser víctima. Omar, quien prefirió usar ese nombre en entrevista para proteger su identidad, trabajó cinco años en un medio nativo digital en la CDMX. Algunas de sus jornadas llegaban a 38 horas en dos días, por un salario inicial de seis mil pesos al mes.

Con el tiempo, Omar duplicó su salario. En cuatro años, escribió reportajes y notas sobre delincuencia organizada, narcotráfico, contenido basado en fuentes oficiales mexicanas y la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés).

El reportero enfocaba su contenido a la CDMX. En una ocasión, durante el primer trimestre de 2019, se acercó con gente de la Unión Tepito para una entrevista. Por cuestiones de seguridad, el contacto aconsejó a Omar que era mejor cancelar el diálogo, “porque era muy peligroso”, recuerda.

Son los riesgos que los periodistas han aprendido a soportar, en un gremio que ni siquiera contempla seguros de gastos médicos. Javier Valdez denunció la precariedad en “Cobrar por muerto”, crónica que presenta a Ernesto Martínez, periodista que trabajaba 48 horas seguidas por nueve mil pesos al mes. Noreste, medio en el que laboraba, pagaba 150 pesos por cada muerte que Martínez cubría; sin embargo, el incentivo invalidaba si un deceso sucedía antes de las 8 a.m.

Valdez retoma la explotación laboral en el periodismo con “Veracruz: el infierno tiene permiso”. Una joven, desde el anonimato, declara que pone en riesgo su vida por un salario bajo, sin prestaciones de ley. En la entrevista, la chica apunta a los dueños de los medios y a los políticos como los verdaderos beneficiarios de su esfuerzo.

El peligro y la precariedad son las sombras del quehacer periodístico, Omar lo constató en el segundo semestre de 2019. Había publicado un perfil de Sergio Villarreal, el capo del Cártel Juárez, pues cooperó con el gobierno estadounidense. “Mi colega, que también escribe sobre temas de narco, me llamó y me dijo que la nota no le había gustado a la gente cercana a Villarreal. Sobre todo, porque yo afirmaba que él había estado entre cárteles rivales”.

Aunque Omar cambió la cabeza de la nota para evitar ofender al capo, en los días siguientes se sintió observado. En ese contexto, la redacción atravesó momentos de tensión, porque el joven reportero y su compañero publicaron un año antes historias de los enfrentamientos entre la Unión Tepito y Fuerza Anti-Unión. “Subíamos contenido exclusivo sobre la masacre en Garibaldi, o el abandono de restos humanos en Tlatelolco”.

Omar intentó hablar con sus superiores, tras la censura que enfrentó por parte del capo y su gente. La respuesta del director del sitio, “podría resumirse en un: no pasa nada”. Ni siquiera accedieron a eliminar de Google maps la ubicación de las oficinas, solicitud que hicieron algunos colegas del joven reportero en 2018.

Contrario a lo que determinaron los empleadores de Omar, los medios y sus trabajadores están expuestos. Para Javier Valdez y sus compañeros, las intimidaciones se intensificaron en la madrugada del 7 de septiembre de 2009, cuando la delincuencia usó una granada de fragmentación con la que difundió una amenaza macabra y causó daños materiales a las instalaciones de Ríodoce.

Las palabras no alcanzan al auxiliar a un periodista perseguido. Al colega de Omar comenzaron a seguirlo después de cubrir la  matanza de Nochixtlán, Oaxaca. El 19 de junio de 2016, al menos 800 elementos de las policías municipal, estatal y federal asesinaron a ocho personas durante los enfrentamientos en una manifestación contra la reforma educativa del expresidente Enrique Peña Nieto.

Días después, un hombre robusto con corte de cabello militar llegó a la redacción y buscaba a quien había firmado la cobertura de Nochixtlán. El autor de la nota pidió ayuda a sus compañeros, decía que el mismo sujeto había dado con la dirección de su casa. Por suerte, nunca fue interceptado. Con el tiempo y la asistencia de la policía, el extraño dejó de aparecer.

Para Omar, el peligro de ser reportero fue incosteable tras la omisión del pago de sus utilidades. En mayo de 2021, él y algunos compañeros suyos cuestionaron si el dinero sería depositado después del periodo correspondiente. Días más tarde, obligaron a los comunicadores a firmar sus renuncias. De nuevo, reconoce otra paradoja en su caso: “¡Qué ironía que despidan a un periodista por preguntar!, ¿no?”. Ahora, él ejerce el periodismo en mejores condiciones laborales.

La ausencia es el daño más doloroso de los ataques a la prensa, ese fuego que también se llevó a Javier Valdez el 15 de mayo de 2017. “A pocos metros de Ríodoce, un vehículo se interpuso en su trayecto a nuestra casa y sus asesinos lo obligaron a bajar de su automóvil. Después le dispararon 13 veces”, narró la periodista Griselda Triana, viuda de Valdez, para The Washington Post en la columna, “Tres años después del asesinato de mi esposo, Javier Valdez, aún espero justicia”, publicada en septiembre de 2020.

El móvil del crimen fueron las notas respecto a Dámaso López Serrano, “El Mini Lic”. Semanas antes del ataque, Valdez había realizado la cobertura periodística del altercado de Alfredo e Iván Guzmán, hijos de “El Chapo Guzmán”, contra “El Mini Lic”, por el liderazgo del cártel de Sinaloa.

De acuerdo al artículo de La Jornada, “El asesinato de Javier Valdez, una venganza”, firmado por Gustavo Castillo en julio de 2021, el autor de Con una granada en la boca, escribió que “El Mini Lic” es un “pistolero de utilería”, y cuestionó sus aptitudes para liderar al cártel. Los testimonios de cinco personas ante la Fiscalía General de la República (FGR), indicaron que el 7 de mayo de 2017, el capo, molesto por las críticas, ordenó el asesinato que sacudiría al país.

En la misma nota se menciona que la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos contra la Libertad de Expresión (FEADLE), obtuvo una orden de aprehensión contra “El Mini Lic”, en enero del 2020; pero él se entregó en julio de 2017 a la DEA, y se convirtió en colaborador protegido en Estados Unidos. El 17 de junio de 2021, tras un mes de juicio, un juez determinó que Valdez había sido ultimado por su labor periodística, y dictó una condena de 32 años en prisión a “El Quillo”.

A sus 50 años, Valdez fue apartado de la gente que daba vida a sus investigaciones. Los 13 disparos que recibió no bastaron para silenciar su obra cuya trascendencia dignifica el periodismo y llama a buscar la esperanza en las horas más oscuras, en la profundidad de las fosas clandestinas, junto a la madre rastreadora que entrevistó en Los huérfanos del narco. Ella sueña con su hijo desaparecido, escucha un eco para su consuelo: “Encuéntrame, amá. Aquí, dónde pita el tren”.

 

 

Fuentes y referencias:

Valdez Cárdenas, Javier Arturo. Periodismo escrito con sangre. Aguilar, México. Edición de julio 2017.

Valdez Cárdenas, Javier Arturo. Con una granada en la boca. Aguilar, México. Edición de febrero de 2014.

https://riodoce.mx/categoria/javier/

https://www.washingtonpost.com/es/post-opinion/2021/06/14/mexico-guerra-narcotrafico-calderon-homicidios-desaparecidos/

https://elpais.com/mexico/2022-04-20/marzo-el-mes-mas-sangriento-del-ano-y-el-baile-de-las-cifras-de-muerte.html

https://alianzademediosmx.org/impunidad-en-mexico/alfredo-jimenez-mota/634

https://www.proceso.com.mx/nacional/2007/1/24/rsf-demanda-al-gobierno-proteger-expolicia-de-sonora-31166.html

https://www.jornada.com.mx/2010/09/17/index.php?section=politica&article=018n2pol

https://twitter.com/RompeMiedo?ref_src=twsrc%5Egoogle%7Ctwcamp%5Eserp%7Ctwgr%5Eauthor

https://www.noroeste.com.mx/nacional/quien-es-sergio-enrique-villarreal-el-grande-KENO276851

https://www.excelsior.com.mx/comunidad/a-2-anos-del-ataque-armado-en-plaza-garibaldi-esto-se-sabe/1413693

https://almomento.mx/hallan-en-tletelolco-maleta-con-restos-humanos/

https://www.bbc.com/mundo/america_latina/2009/09/090919_1000_medios_mexico_sao

https://www.cndh.org.mx/noticia/masacre-en-nochixtlan-oaxaca

https://www.jornada.com.mx/notas/2021/07/19/politica/el-asesinato-de-javier-valdez-una-venganza/

https://www.jornada.com.mx/notas/2021/05/12/politica/javier-valdez-fue-asesinado-por-sus-notas-sobre-el-minilic/

https://www.elsoldemexico.com.mx/republica/justicia/condenan-a-32-anos-de-carcel-a-el-quillo-por-asesinato-del-periodista-javier-valdez-6856460.html

 


Autores
Diego Durán nació en la CDMX en 1996. Egresado de la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y Periodismo, en la Facultad de Estudios Superiores Aragón (UNAM). Ha colaborado en medios de comunicación periodísticos y culturales como Chilango, Tierra Adentro, Fondo de Cultura Económica, Grupo Expansión e Infobae.

Ilustrador
Pinchi Necro
Francisco Javier de la Torre Cordero “PINCHI NECRO” Francisco Javier de la Torre Cordero nace en Zacatecas, México el 29 de octubre 1988 Inicia su carrera artística en 2016 con su primera ilustración en portada e ilustraciones de anexo para el libro “Juntos diablo carne y mundo” para Taberna Libraria Editores en Zacatecas. Lo que dio lugar a un impulso considerable del que a partir de entonces se ha presentado en numerosas convenciones, exposiciones colectivas y conferencias bajo el seudónimo “PINCHI NECRO”, destacando la exposición individual "secuencias, 2019"en la cinética de Zacatecas donde exploró la animación a partir de dibujos individuales, así como el uso de la pluma 3d con enfoque artístico (siendo el primero en usar dicho material en Zacatecas con tal finalidad) participando además en la revista punto de partida por parte de UNAM y portadas para la editorial Texere (Zacatecas).