Nada es lo que parece: Los cuentos completos de Leonora Carrington
Un ser bajo una sábana (tal vez) blanca ya percudida por el tiempo, habita la portada del libro Cuentos completos de Leonora Carrington (Lancashire 1917 – Ciudad de México 2011), editado por el FCE. Lleva entre sus delgadas y finas manos, casi esqueléticas, una rosa oscura quizás ya marchita. Los ojos vacíos sobresalen de ese ser fantasmagórico ya que uno tiene un parche y el otro (que parece de un ave) está rojo y perdido hacia la nada. A los pies de esa criatura, se encuentra un lémur que parece ver a quien se atreva a tomar el libro con sus manos.
La imagen que a primera instancia podría parecer tétrica, corresponde a una pintura hecha por Leonora y terminada en el año de 1968, titulada El Ancestro. En ella hay muchos símbolos y significados como en todo lo que hizo la artista a lo largo de su vida y es que, en ese cuadro, habita la teoría de un continente llamado Lemuria que se hundió en el océano Índico hasta desaparear y que tiene que ver con el origen de la humanidad, haciendo que sus habitantes huyeran a otros continentes. Es ahí donde la leyenda, nos indica que algunos de sus sobrevivientes aún habitan en túneles o templos situados bajo el Monte Shasta, al norte de California y a veces, emergen de ese inframundo vistiendo togas blancas como lo representa Carrington en ese cuadro.
Pero no solo está eso ya que, si nos fijamos más a detalle, vemos que el ser de la pintura está dentro de un círculo que en la mitología celta tiene significados mágicos; también podemos ver una rosa que puede simbolizar algo espiritual, así como la resurrección y la inmortalidad; y, finalmente, los lémures pueden ser espectros o espíritus de la muerte, a partir de la mitología romana que los describe como seres de ojos redondeados, que miran fijamente y gustan de espantar a las personas. Hermosa primera imagen, que nos da la bienvenida para adentrarnos a las historias escritas de esta magnífica artista.
Cuando tenía apenas tres años, Leonora y su familia se mudan al enorme castillo neogótico (que ahora es una escuela) al noroeste del Reino Unido, que estaba rodeado de inmensos jardines y que inmortalizaría años después en obras como Green Tea (1942) y Crookhey Hall (1986).
Este habitar rodeada de bosques y jardines enormes que rodeaban al castillo, aunado a las historias que su abuela, su madre y su nana le contaban (y que tenían que ver con los cuentos de hadas, leyendas de brujas y mitos de la tradición celta), comenzaron a influenciarla para crear pinturas y narraciones en las que había fabulas e historias de fantasmas. Es así como Leonora empieza a cimentar los mundos mágicos que realizaría a lo largo de toda su obra, ayudada de igual forma por las lecturas propias de escritores como Lewis Carroll (Alicia en el país de las maravillas), W.W. Jacobs (“La pata de mono”), James Stephens (Irish Fairy Tales) y Beatrix Potter (Peter Rabbit).
Los Cuentos completos están divididos en cuatro partes: “La casa del miedo”, “El séptimo caballo”, una selección de pinturas que bien pueden ser un complemento o dialogo con las historias del libro y finalmente, por tres cuentos “Previamente inéditos”.
De la primera parte se desprenden dos cuentos que podríamos considerar ya clásicos, por los estudios y críticas que de ellos se han escrito, siendo “La debutante” y “La dama oval”, los más conocidos.
“La debutante”, es el cuento con el que comienza el libro, en el que se muestra a una joven que será presentada en sociedad, pero que está incomoda ante el hecho, prefiriendo ir al zoológico a divagar y a conocer a los animales. Ahí se hace buena amiga de una hiena con la que platica regularmente. Una tarde, harta de su presente, le cuenta a la hiena su encrucijada quien se sorprende por la negativa de la joven a ir a su propio baile de presentación. La joven le propone a la hiena ir en su lugar y, aunque incrédula, la hiena acepta con tal de comer todo lo que su amiga le prometió.
Para los críticos y estudiosos de Leonora Carrington, este cuento representa un poco la juventud de la artista surrealista, en el que vemos una crítica de la autora al entorno en el que vivió y a su propia familia, en donde, en efecto, fue presentada en sociedad, aunque ella no quería, y representa en la hiena, su lado salvaje para huir y romper las cadenas familiares que la obligaban a hacer cosas de aristócratas que ella odiaba (y que al final si rompió), más aún si recordamos que su padre era un industrial muy importante de esas épocas y que, además, su familia en realidad era muy acaudalada. De igual forma, en la biografía que escribió Elena Poniatowska, la escritora nos dice que la abuela de Leonora le contaba la historia de que “Noé no dejó que la hiena subiera al Arca porque comía cadáveres y ululaba imitando la risa del hombre. Pero después del diluvio universal se cruzaron el lobo y la pantera y la hiena volvió a nacer”, creándole una fascinación por estos animales salvajes con los cuales Leonora se identificaba.
El cuento para mi es uno de los mejores ya que hay un dejo de ternura y de empatía hacia la joven por parte de quien lee el cuento, que se pone mejor cuando la hiena decide matar a la sirvienta de la joven para cortar su cara y ponérsela encima tratando de parecerse más a su amiga.
Una extensión de este cuento, podría ser el cuadro Autorretrato (La posada del caballo del alba) de 1938, en el que podemos ver a Carrington sentada y con una cabellera alborotada, tratando de acariciar a una hiena que está frente a ella. De fondo en la ventana hay un caballo corriendo y detrás de la autora, un caballo de madera que después aparecerá en el cuento “La dama oval”.
En “La dama oval” el personaje que narra la historia, va a la casa de una joven muy alta y delgada con rostro pálido y triste de nombre Lucrecia. Se sorprende al ver los muebles de la casa al menos el doble de los que comúnmente conocía, así como de ver Lucrecia quien al menos tiene 16 años, contraponiéndose a su enorme estatura. Al subir al tercer piso y entrar al “cuarto de los niños”, Lucrecia juega a transformarse en un caballo blanco, junto con su caballo-mecedora favorito: Tártaro. Como en el cuento anterior, el horror aparece cuando una hurraca de nombre Matilda, entra a la habitación con ellas, para de inmediato contarle a la narradora que la hurraca “habla con nosotros. Hace más de diez años le partí la lengua en dos. Que hermosa criatura”. La narradora describe como voz de bruja, el graznido de la hurraca que repite la frase “herrrrmosa crrrriatura”.
A grandes rasgos, diferentes estudios muestran que la aparición del caballo-mecedora puede simbolizar o significar la búsqueda anhelada de una niñez y juventud transgresoras que no se han liberado de lo que se les ha impuesto, o bien, cuando Lucrecia grita “todos somos caballos”, puede significar un rito iniciático que busca la libertad y empoderamiento personal que Leonora comenzaba a tener en esos años. El que haya caballos, hace pensar de inmediato en la diosa Epona que, de acuerdo con la tradición celta, es la diosa de los caballos que se asocia con la fertilidad, la vida, la muerte y la naturaleza, además de que Carrington ve al caballo como su tótem protector. Pero estas, solo son algunas teorías que arroja este cuento de apenas cinco páginas.
Lo fantástico ocurre cuando en el final, el caballo-mecedora es quemado por el padre de Lucrecia (quien ya era demasiado grande para jugar con Tártaro, cosa que molestaba demasiado a su padre). En esas últimas líneas, la narradora escucha desde el “cuarto de los niños” unos relinchos espantosos “como si un animal estuviese sufriendo torturas inauditas”.
Más allá de simbolismos e hipertextualidades, los cuentos dejan ver cuadros hermosos y monstruosos en la mente de los lectores, como en “La casa del miedo”, cuando la protagonista conoce a la Señora del Miedo, describiéndola de esta manera: “Tenía cierto parecido a un caballo, pero era mucho más fea. Su bata estaba hecha de murciélagos vivos, cosidos por las alas, y por la manera en que se agitaban se notaba que no estaban muy conformes con la situación”. Y continua con la descripción párrafos más adelante: “tenía la incómoda sensación de que me veía perfectamente con su gran ojo (solamente tenía uno, pero era seis veces más grande que los ojos normales)”.
Otra escena similar, ocurre en el cuento “El tío Sam Carrington” cuando el personaje principal, una niña de ocho años, narra una escena brutal dentro del bosque que dice así: “La luna llena brillaba intensamente entre los árboles, de modo que pude ver, a unos metros, el origen de un ruido inquietante. Eran dos coles que sostenían una terrible lucha y se arrancaban las hojas con tal ferocidad que en poco tiempo no quedó de ellas más que un montón de hojas despedazadas”.
En estos primeros seis cuentos escritos entre 1937 y 1938, además de los caballos que aparecen casi en cada historia (y ya no digamos dentro de sus pinturas y esculturas), algunos tópicos que se repiten son las fiestas elegantes o importantes, los zoológicos, los árboles, los jardines, y el que las narradoras de las historias, casi siempre se sientan solas y aburridas, quizás por eso los animales tienen voces y platican con ellas.
La segunda parte del libro se compone por dieciséis cuentos (algunos de ellos publicados en revistas de Nueva York y París), escritos en un espectro de tiempo más amplio, algunos se terminaron en 1940 y otros más a principio de los años setenta. Pero a diferencia de la primera parte, estas historias, aunque en su mayoría son cortas, tienden a explayarse un poco más, sin que esto las demerite, al contrario, se vuelven más ricas en información e imágenes que el lector puede crear al leerlas.
Como en la primera parte, algunos seres y tópicos se repiten como los caballos, los bosques, los animales que hablan, personajes con un solo ojo, los jardines, la aristocracia con sus rebambarambas, rostros pálidos, el carruaje fúnebre que describe de su funeral Lucrecia en “La dama oval” y que ahora aparece más detallado en “¡Vuela paloma!”. De igual forma, otros nuevos se une a los ya dichos como los conejos, las cabelleras largas y abundantes que regularmente cubren los rostros de los personajes, la religión, la magia, entre otros más.
De este segundo compilado, hay sin duda personajes entrañables, como el jabalí hermoso que aparece en el primer y más largo cuento de esta colección “Cuando iba por el lidero”, o bien, una anciana coqueta que aparece en ““Abatido por la tristeza”, pero sin duda, el que más me perturbo fue el que aparece en el cuento “Las hermanas”.
En dicho cuento, un ser femenino de nombre Juniper, vive en la oscuridad de un pequeño y sucio desván, porque supuestamente está enferma y no puede salir de ahí, al menos eso le ha dicho siempre su hermana Drusille, que únicamente le permite encender una vela los jueves por la noche. Y justamente en ese momento, es cuando por la luz de esa vela, Carrington nos narra a ese ser que hasta entonces estaba oculto: “Su cuerpo era blanco y estaba desnudo; le salían plumas de los hombros y alrededor de los pechos. Sus brazos blancos no eran alas ni brazos. Una mata de pelo blanco caía sobre su cara, de piel como de mármol”. La descripción de Juniper sigue con la conversación que va teniendo con su hermana Drusille en la que vemos que le gusta la miel para comer y aunque bebe agua trasparente, prefiere de la roja. Sin embargo, algo le pasa cuando bebe de la roja, se “exista demasiado” dice Drusille. También le gusta ver la luna, pero tampoco le es permitido salir a verla porque “alguien la puede ver”. El cuento sigue con la llegada del Rey Jumart que está cortejando a Drusille que, al momento de su llegada, sale deprisa a verle olvidando cerrar el hogar carcelero de Juniper.
Finalmente, una última descripción de Juniper, aparece a unos instantes del final en el que, después de escapar del desván oscuro, ve a una de las sirvientas muy colorada por los quehaceres de la casa, y es ahí cuando la hermana extraña salta sobre ella succionándole del cuello toda la sangre que pudo y mientras lo hacía, “su cuerpo se volvió enorme, luminoso, magnifico. Sus plumas brillaban como nieve al sol, su cola centellaba con todos los colores del arcoíris. Echó la cabeza hacia atrás y cantó como un gallo”. Aún no se bien como descifrar a ese ser, pero me recuerda a otras obras de Carrington como su escultura The palmist, o su pintura Reflexión sobre el oráculo (1959). También podría figurarse a otro muy famoso de Remedios Varo titulado Creación de las aves (1957), pero como Juniper era gustosa de la sangre, no se puede evitar pensar en una especie de vampiro.
Saliéndose un poco de la tónica del conjunto de todos los cuentos, hay un par de cuentos en los que la fantasía se queda un poco de lado, apegándose más a la realidad que conocemos, sin dejar de lado el absurdo y el horror que esta vida conlleva.
El primero es “Et in bellicus lunarum medicalis”, que cuenta la historia en la que el país (México sin ser mencionado) se queda sin cirujanos porque entran en huelga y, para resolver el problema, Rusia les “dona equipo de ratas amaestradas, con experiencia en cirugías en humanos”, creando un debata en si utilizarlas, devolverlas o hasta matarlas con tal de no ocuparlas y, sobre todo, sin hacer enojar a Rusia.
El segundo, “Conejos blancos”, fue de mis favoritos por la repulsión que provoca cuando descubrimos junto al narrador-personaje que los conejos de su vecina comen carne en muy mal estado y, además, esta vecina junto a su esposo ciego, sufren “la enfermedad de la sagrada Biblia, ¡la lepra!”.
Ante este tipo de matices, también hay espacio para la ternura, pero de igual forma, sin dejar el horror de la vida terrenal, como en el cuento “La historia del cadáver feliz”, en donde un esqueleto ayuda a un joven a encontrar a su amada llevándolo sobre su espalda al inframundo, recordándonos a Orfeo, pero con un final distinto y más emotivo, a partir de la conversación que ambos personajes tiene en su recorrido.
En “Un cuento de hadas mexicano”, Carrington refleja el cariño que tenía por nuestro país (que la arropo en su huida de la guerra y en el que vivió de 1943 a 2011, a excepción de cortos periodos en los que residió en EUA), en una narración acerca de dos niños-adolescentes, que viven en el campo y que, por azares del destino, tiene como fin crear al dios Quetzalcóatl, no sin antes encontrarse con seres míticos de las culturas prehispánicas como el xoloitzcuintle, el nahual, el jaguar y desde luego el Mictlán.
Leonora alguna vez le dijo Poniatowska en una entrevista que sus cuadros (o, mejor dicho, toda su obra), eran sueños o pesadillas que había tenido. Algo similar dice el Rey Jumart en el cuento “Las hermanas”, que muchas veces no se sabe si se está en un sueño o una pesadilla porque es fácil confundirse entre una cosa y la otra. Y es que, al leer estos cuentos llenos de descripciones muchas veces inimaginables, te trasportas a todo eso que a mí me produce ver, la pintura El Ancentro (de la portada del libro), ya que hay mitologías, magias, seres malignos, monstruos, universos que no entendemos y que están plagados en todo lo que hizo Leonora Carrington. Y si bien en su mayoría son historias terroríficas y siniestras con un dejo de maldad, también hay ternura, horror inocente, diversión, esperanza y desde luego, el absurdo de la vida misma.
André Breton la llamó “la mujer que miraba a través de la magia”; Octavio Paz la describió como la “hechicera hechizada”; Carlos Fuentes como la “hechicera irónica”. Sin embargo, yo prefiero una descripción más amplia, como lo que hace Elena Poniatowska de ella: “Leonora podría ser una diosa celta, la reina de los espectros, la dueña del inframundo, la que proporciona secretos y conoce la fórmula de las pócimas mágicas del año 1000 antes de Cristo, cuando los celtas se instalaron en las islas británicas”.