Entre mocos, miados y otras excrecencias. Una reseña sobre Dios tiene Tripas
Una de dos: o el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece. Esta frase de Milán Kundera sirve como carta de presentación para Dios tiene tripas: meditaciones sobre nuestros desechos, de Laura Sofía Rivero García. Debo confesar que Milán Kundera es uno de los pocos autores anteriores a mi generación en cuyas obras todavía me sumerjo con la intención de hallar preguntas, y la primera que me hice ante tal epígrafe fue contundente: ¿quién escribe sobre las excrecencias de las personas? Luego, una tras otra, se desprendieron las demás: ¿cómo se empieza a escribir acerca de los desechos corporales?, ¿sobre cuáles de estos desechos resulta más interesante escribir?, ¿sobre cuáles yo preferiría leer? Y la última: ¿por qué una colección de ensayos que divaga entre humores, secreciones y hábitos de baño se gana el Premio Nacional de Ensayo Joven José Luis Martínez?
Ya le seguía la pista a Laura Sofía desde hace algunos años, sobre todo porque fue tras leer un ensayo suyo que comprendí de qué se trataba un ensayo: ese ir y venir entre imágenes, datos comprobados, suposiciones, palabras tomadas de otros tiempos y voces y reflexiones propias. Sin embargo, cuando se anunció el título de su obra como ganadora de la convocatoria de 2020, de inmediato despertó mi curiosidad. Entre otras cosas, la pandemia nos dejó un atraso de casi dos años en la publicación de ciertos libros que no debieron esperar tanto para existir. Por fin esta reseña se convirtió en el vehículo para entrar a fondo en la lectura de Dios tiene tripas.
No podría enlistar todas las particularidades que el estilo de Laura Sofía tiene, porque cada vez que he leído un texto suyo tengo la sensación de que una voz me habla desde una especie de bruma que la vuelve invisible, pero que le otorga una visión privilegiada desde donde observa, a un solo tiempo, lugares, dimensiones y momentos que coexisten en perfecta armonía. Claro que en Dios tiene tripas se siente esa distancia necesaria para armar el mosaico en el que el libro se convierte. Desde la diarrea, el acto de orinar en la vía pública, la indiscreta ubicación de cualquier baño del mundo, olores, humores y rumores corporales, latrinalias y el amplio abanico abierto de lo escatológico, cada tema sobre el que medita se convierten en esa pesada evidencia de lo que los seres humanos tratamos de negar a fuerza de murmullos, silencios, omisiones y eufemismos, pero que nos conecta sin excepción y, por tanto, se vuelve parte esencial de la condición humana, por más que intentamos negarlo. Porque, al entrar en el libro, se vuelve inevitable hacer memoria de nuestras propias experiencias: la urgencia del intestino cuando la diarrea nos toma por sorpresa; esa especie de complicidad con el usuario anterior del baño al que acabamos de entrar, que se establece cuando percibimos los restos de su digestión en el aire que nos llena los pulmones; la desesperación ante el descubrimiento de que no tenemos más que un par de delgados cuadritos adheridos al tubo café que ya no nos presenta la seguridad de una cantidad decente en el rollo de papel higiénico; la pérdida de la intimidad al ser parte de la fila de quienes pretenden usar un baño ajeno; el vínculo que se establece con alguien ante quien el cuerpo no siente vergüenza si de sonidos se trata; el alcance del pensamiento o la reflexión que provocan los mensajes, anónimos o no, dejados con ayuda de cualquier pigmento por nuestros antecesores dentro de los límites de un baño público. Laura Sofía, además, dilucida acerca de los motivos que las personas tenemos para conservar el secretismo que gira en torno a aquello que implican nuestros desechos, porque hay en los ensayos una profunda investigación histórica que se entrelaza con los otros elementos que construyen esta narrativa: desde las costumbres de los griegos y romanos; los primeros acercamientos a la limpieza y la asepsia; los datos oficiales que podrían advertirnos sobre la siguiente pandemia que, por supuesto, no vamos a prevenir; el futuro en cuanto a la persistencia de la mugre y todo lo que de ella deriva.
Cada uno de los ensayos de Dios tiene tripas se presenta como una unidad que bien podría funcionar de manera independiente. Sin embargo, en su conjunto, Laura Sofía nos muestra una exploración, un viaje a través del subsuelo habitado por todo aquello que solo nombramos en solitario, porque la mayoría de las veces apenas nos atrevemos a lanzar un pensamiento para, de inmediato, arrepentirnos de cargar con el peso, con la mancha incontrolable, con la peste característica, de todo aquello que nos acerca más a lo humano en tanto nos aleja de Dios.