Tierra Adentro
Retrato de Haydee Santamaría tomado de la portada de "Hay que defender la vida", Casa de las américas, Ocean sur, (2022).
Retrato de Haydee Santamaría tomado de la portada de “Hay que defender la vida”, Casa de las américas, Ocean sur, (2022).

Cuando Haydee Santamaría se enteró del asesinato del Che Guevara en Bolivia, en 1967, escribió: “Después, en la velada, este gran pueblo no sabía qué grados te pondría Fidel. Te los puso: artista. Yo pensaba que todos los grados eran pocos, chicos; y Fidel, como siempre, encontró los verdaderos: todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una creación única: te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo”.

Esta era Haydee. Además del profundo amor hacia quien fuera uno de sus indispensables, un “infinito”, la sensibilidad y claridad política hacia el arte: el acto de creación más sublime.

Nacida el 30 de diciembre de 1922, Haydee Santamaría creció en un central azucarero en Encrucijada, en la parte central de Cuba. Fue hija de inmigrantes españoles. Terminó el sexto grado de primaria y repitió tres o cuatro veces más el último grado, solo por el gusto de volver a estudiar. Su maestro no fue común. Le hablaba de Carlos Manuel de Céspedes y de Antonio Maceo, y del heroísmo de un cubano que fue más grande que su propia vida, José Martí. 

Desde joven, Haydee encontró en su hermano menor, Abel, nacido en 1927, además de un referente, un confidente. Juntos crecieron amando su suelo, su calor y sus palmeras, y odiando la injusticia y sus rostros. Aunque pertenecieron a una familia de la pequeña burguesía rural, ella y Abel apoyaron en su juventud a la organización de los trabajadores de Constancia.

En poco tiempo, Encrucijada tendría un horizonte muy pequeño para ellos. Abel se iría a La Habana y poco tiempo después lo alcanzaría Haydee. En un apartamento situado en 25 y O, estos dos hermanos vivirían momentos determinantes de la historia. El medio siglo XX cubano transcurría entre el robo de dinero público, el auge del gangsterismo, la división del movimiento obrero y la sumisión del país a los mandatos imperiales. 

En esos años Abel y Haydee militaron en las Juventudes del Partido Ortodoxo, liderado por Eddy Chibás. Poco después la situación se complicaría. El 10 de marzo de 1952, Fulgencio Batista daba un golpe de Estado en contra del gobierno de Prío Socarrás. Abel sentía un odio particular hacia Batista por el asesinato del revolucionario de la década de 1930, Antonio Guiteras. En poco tiempo, su departamento se convertiría en el punto de reunión de algunos jóvenes convencidos de la necesidad de una renovación social y política.

Ahí fue donde Abel le presentó a Haydee a Fidel Castro. Ella recuerda: “y entonces él empieza a caminar, venía con un tabaco, empieza a caminar de un lado para otro, igualito, así, unas zancadas grandes, grandes, grandes, y yo iba caminando con la vista junto con él; y él iba, ¡pam!, echando cenizas, ¡pam!, echando cenizas, y yo había acabado de limpiar”. Desde ese momento, sintió que el amor que profesaba hacia su hermano Abel podía experimentarse hacia otras personas, aunque no fueran su sangre. Porque Haydee fue una combatiente que amaba, una combatiente con un sentido de la humanidad muy elevado, y con una ternura casi infinita.

Mientras publicaban el periódico El Acusador, Abel, Haydee, Fidel, Melba Hernández, Boris Luis Santa Coloma, Jesús Montané, Elda Pérez, Ernesto Tizol y Raúl Gómez García, entre otros, organizaron y prepararon el asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. 

Haydee recordaría aquel 26 de julio de 1953 hasta su muerte. Fue en esa experiencia en donde se forjó su voz, su mirada y su palabra.

Después fueron los primeros segundos y los primeros minutos y luego fueron las horas. Las peores, más sangrientas, más crueles, más violentas horas de nuestras vidas. Fueron las horas en que todo puede ser heroico y valiente y sagrado. La vida y la muerte pueden ser nobles y hermosas, y hay que defender la vida o entregarla absolutamente […] 

La muerte segando a los muchachos que tanto amábamos. La muerte manchando de sangre las paredes y la hierba. La muerte gobernándolo todo, ganándolo todo. La muerte imponiéndosenos como una necesidad y el miedo a vivir después de tantos muertos; y el miedo a morir sin que hayan muerto los que deben morir; y el miedo a morir cuando todavía la vida puede ganarle a la muerte una última batalla.

A partir de ese momento, la muerte y la vida fueron las únicas elecciones para ella. 

El asalto fracasó y Haydee, junto con Melba, Fidel y otros compañeros, fueron encarcelados. Era tanto el odio que sentía Batista hacia los revolucionarios, que juró matar a diez rebeldes por cada soldado muerto. Y lo cumplió. En la prisión, le llevaron a Haydee el ojo de Abel en una palangana. Le dijeron: “Este es de tu hermano, si tú no dices lo que él no quiso decir, le arrancaremos el otro”. Ella respondió: “Si ustedes le arrancaron un ojo y él no lo dijo, mucho menos lo diré yo”. 

Durante su juicio, recordaría a su novio, Boris, con pesar y dignidad:

le pregunté qué le habían hecho, lo que me contestaron es lo que yo no quería decir al tribunal por pudor… me dijeron que le habían extirpado los testículos… […] Yo le contesté: ‘¡Si él supo guardar silencio, no voy a traicionarlo ahora, criminales!’. […] me contestaron los guardias que ellos no eran criminales, sino que cumplían con su deber, que cumplían órdenes…; ‘¿de hombres o de bestias?’, les pregunté y me respondieron: ‘De nuestro jefe, el coronel Chaviano y de Batista.

El sentido de dignidad de Haydee Santamaría lo comprendió pronto Fidel. En su alegato, La historia me absolverá, Fidel declaró al referirse a Haydee: “Nunca fue puesto en un lugar tan alto de heroísmo y dignidad el nombre de la mujer cubana”. Este texto, sacado por fragmentos de la prisión y escrito con jugo de limón entre las líneas de sus cartas ordinarias, sería editado, publicado y distribuido por millares por Haydee y Melba, después de haber obtenido su libertad, tras siete meses en prisión, en 1954.

En 1955, la presión del pueblo cubano logró la amnistía para los presos políticos y Fidel fue excarcelado. Conformados en el Movimiento 26 de julio, la lucha clandestina los encontró “en la sierra y en el llano”. La Generación del Centenario cambiaría el curso de la historia de nuestras naciones latinoamericanas: el exilio de Fidel en México; el desembarco del yate Granma en costas cubanas, en 1956; la partida, en 1958, de Haydee hacia Estados Unidos para organizar el apoyo a la lucha guerrillera y mandar armas, marcaron la llegada al poder de la Revolución cubana, el 1 de enero de 1959. La que fuera la última colonia del continente en independizarse durante el siglo XIX, realizó la primera revolución socialista de Nuestra América.

A partir de ese año, Haydee cumpliría una de las tareas que a su juicio fueron de las más grandes que le dio la Revolución: encabezar y dirigir Casa de las Américas, la institución cultural cubana, encargada de romper el bloqueo que el imperialismo estadounidense impuso en contra de Cuba, y de sembrar el arte y la cultura emancipadoras en todos los territorios hermanos. 

Su sensibilidad y sus capacidades la pusieron a encabezar la política del arte de la Revolución. Aunque había diversos intelectuales que podían haber orientado la que pronto se convertiría en la casa de decenas de pintores, escritores, fotógrafos y músicos de todo el mundo, la claridad política y la estatura humana de Haydee le permitieron conducir certeramente la relación entre el arte y la política. Hablando acerca del Premio Casa de las Américas, pedía al jurado: “Nos sentimos satisfechos al decir que el Premio Casa de las Américas no es político […] Ofrézcanle el Premio al mejor y así diría que esta es la mejor política […] Y nuestra política”.

Quien fuera parte de la Dirección Nacional del 26 de Julio, conformó después la Dirección Nacional del Partido Unido de la Revolución Socialista y, en octubre de 1965, el Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Aunque la grandeza de Haydee no se puede comprender únicamente por sus cargos, desempeñó responsabilidades vitales durante los siguientes años: presidió, en 1967, la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS); representó a Cuba en la mayoría de los países socialistas; participó, en 1963, en el Congreso de la Federación Democrática Internacional de Mujeres, en la URSS; se entrevistó, en 1968, con el presidente de la República Democrática de Vietnam, Ho Chi Minh, y participó en debates internacionales.

Qué es el arte socialista. ¿Quién lo sabe? Creo, lo primero, es que el socialismo haga llegar el arte al pueblo, todo cuanto se pueda, lo otro se decidirá de verdad cuando el mundo sea socialista, porque hasta ahora ese mundo es capitalista y cómo hacer un arte si no existe todavía la sociedad socialista comunista, no perdamos el tiempo y démosle al pueblo nuestro arte; […] no creo haya que pensar tanto quién lo hizo, si el que lo hizo pensó en el pueblo; para eso están los revolucionarios, para rescatarlo y entregarlo al que tiene todos los derechos.

La presencia de Haydee

Haydee nunca escribió para ser leída. Ella decía que le gustaba menos escribir que hablar. Escribió porque fue una necesidad. Su literatura se encuentra en sus discursos y en los cientos de cartas que intercambió con decenas de intelectuales y artistas de todo el mundo. En ella podemos escuchar y sentir a la combatiente, a la militante del Partido, a la madre, esposa e hija, a la cubana, a la dirigente, a la teórica. Pocas veces habló en primera persona; ella fue un nosotros vivo. Sus experiencias, las recordó siempre en compañía de sus compañeros y compañeras revolucionarias:

Hasta aquellos momentos sabíamos que podían existir cosas terribles, habíamos oído hablar mucho de lo que eran capaces los hombres. Pero nuestra fe en los hombres siempre nos hizo pensar que eran hombres; por nuestra fe en los hombres no podíamos pensar que una sociedad podía convertir a hombres en monstruos […] 

Allí se nos reveló muy claramente que el problema no era cambiar un hombre, que el problema era cambiar el sistema; pero también que, si no hubiéramos ido allí [al Moncada] para cambiar a un hombre, tal vez no se hubiera cambiado un sistema. 

Su claridad política y sus convicciones nunca representaron una contradicción con su sensibilidad.

Creo que hay que hacer un gran esfuerzo para ser violenta, para ir a la guerra, pero hay que ser violenta e ir a la guerra si hay necesidad. Pero lo que no se puede perder ante eso es la sensibilidad. Hay que seguir con la misma sensibilidad y calidad humanas, igual que antes de haber matado; porque se haya matado por necesidad, no es un placer matar, es un dolor matar. Pero si es una necesidad, hay que hacerlo.

Haydee fue también una artista. Se hizo a sí misma. Decía constantemente que quien no se transforma, muere, aunque siguiera andando por ahí. De la mano de Martí, aprendió a comprender lo particular y lo universal del ser humano; con el paso del tiempo, floreció la conciencia nacional y el internacionalismo proletario.

¡La verdad es el comunismo! ¿Cuándo se puede hacer? ¿Quién lo puede decir? Porque mientras haya un pueblo que necesite de nosotros, el comunismo con toda su abundancia no se puede hacer aquí: mientras haya un niño que muera porque no tiene leche, no podemos hacer el comunismo. Ahora, eso no quiere decir que no se hará […] 

Después seguimos haciendo tareas, funciones, y fuimos viendo la necesidad de hacer un hombre nuevo, una conciencia nueva. Pensamos: ‘¿Cómo se hace?’. Pues transformando también el sistema, y que el sistema sea capaz de transformar al hombre. Pues hay necesidad de una doctrina para transformar al hombre […] Lo que yo no quería era una doctrina falsa […] Porque en mi caso personal, compañero, para mí ser comunista no es militar en un partido; para mí ser comunista es tener una actitud ante la vida. 

Desde Casa de las Américas, edificó su concepción acerca de la revolución y del arte, articulándola con su militancia política y partidaria. Defendió el derecho del pueblo a la belleza y cuando la cuestionaban, respondía: 

el pueblo entiende de la belleza más que nadie, porque el pueblo ama las flores porque son bellas, y porque las ha conocido toda la vida […] ¿qué es lo que tiene que hacer la Revolución? Tratar de que en todos los pueblos de nuestro país pueda haber de verdad exposiciones de todo tipo, que el pueblo vea las cosas hermosas y se acostumbre a las cosas bellas […]

a veces me decían: ‘Bueno, eso no tiene contenido político’. Entonces yo le decía a ese compañero: ‘¿Por qué tú no te vistes con un pantalón que tenga contenido político?’ […] Porque tu contenido político no está en el vestido, tu contenido político está en tu actitud, tu contenido político está en lo que vas a ser capaz de hacer, si es que no lo hiciste.

El Moncada

Haydee fue una antes del Moncada y otra después de él. “Yo le explicaba que para mí el Moncada era como cuando una mujer va a tener un hijo: los dolores hacen gritar, pero esos dolores no son dolores […] Hay dolor, porque uno dejó mucho allí”, y en él conoció la belleza y la muerte: 

Aquella noche fue la noche de la vida, porque queríamos ver, sentir, mirar todo lo que ya tal vez nunca miraríamos, ni sentiríamos, ni veríamos. Todo se hace más hermoso cuando se piensa que después no se va a tener […] Por eso la cosa más fuerte era que todo era más hermoso, todo era más grande, todo era más bello y todo era más bueno […]

de verdad, lo que más había en mí era toda la belleza que había en la naturaleza, que había en el ser humano.

Su grandeza correspondió al tamaño de su dolor. Primero se fueron los del Moncada, se fue Abel y Boris; después Camilo Cienfuegos; la pérdida del Che la destrozó. A pesar de esto, enfrentó con valentía a los ciegos durante el llamado quinquenio gris (1971-1976) y junto con Armando Hart tuvo dos hijos biológicos, Abel Enrique y Celia María. Recibió en Casa a luchadores sociales, artistas e intelectuales, desde Angela Davis y Stokely Carmichael hasta Roque Dalton o Alejo Carpentier. 

Pero el dolor del Moncada nunca se fue. Haydee se quitó la vida el 28 de julio de 1980. Por un error de la Revolución —lo que no significa que la Revolución esté equivocada—, fue velada en el Cementerio Colón.

Portada de "Hay que defender la vida" por Haydee Santamaría, Casa de las américas, Ocean sur, (2022).
Portada de “Hay que defender la vida” por Haydee Santamaría, Casa de las américas, Ocean sur, (2022).