Las tres vidas de Fernanda López como madre de un hijo trans
“¿Cómo criarás a un niño si no pudiste con una niña?” Aseveró el padre de Fernanda. El reproche consumió el corazón de la mujer, quien tuvo a su primera hija a los 16 años. La joven vio crecer a su bebé mientras ella prosperaba a la par. Después de 13 años, llegó una nueva vida al seno familiar y, con ella, una pérdida. Este ser echó raíces en la hija de Fernanda y la desbordó en una nueva identidad de género: un adolescente trans.
Un día, Fernanda escuchó de su hija una petición: “Mamá, quiero cortarme el cabello”. En cualquier otro caso, la idea habría sido solo un viaje normal a la estética; tintes, chismes sobre estereotipos de belleza femenina y una cuenta elevada. Tener un corte pequeño, similar a los que usaba el abuelo de la familia, era equivalente a silencios incómodos en la sobremesa. Tras deshacerse de los largos mechones de cabello, de forma inesperada comenzó una revolución en la familia contra los roles de género.
Tías y abuelos seguían cuestionando a Fernanda por la decisión de su hija, quien pedía a los demás usar pronombres masculinos cada que se dirigieran a su persona. Así comenzó el proceso para enunciarse con su identidad. Las duras críticas al respecto pronto se convirtieron en inseguridades para la joven madre. “Me preguntaba qué había hecho mal para que pasara esto”.
Pese a la presión, ella decidió guardar sus lágrimas. Quería proyectar una imagen de fortaleza, confianza hacia su ahora hijo y al mismo tiempo enfrentaba un duelo. “Sentí como si hubiera muerto mi hija”, admitió con la voz fría que abrazó su llanto. Estar en este punto la hacía sentir vencida por la incertidumbre. Temía defraudar a su hijo que recién buscaba apoyo.
De estampas de Campanita a colores neutros
Al inicio había confusión tanto por parte de la entonces adolescente como de Fernanda. “Me decía que era lesbiana. Yo subestimé lo que dijo, y pensé que solo era una etapa, que se le pasaría con el tiempo”, recordó la posición incrédula desde la que hablaba en 2019, cuando escuchó por primera vez la orientación sexual de su ahora hijo. Las palabras cobraron seriedad con una afirmación poco clara: “Mamá, creo que tengo esto”, dijo el joven un año más tarde durante la pandemia. Tenía el celular en la mano, y en la pequeña pantalla había álbumes de jóvenes que se identificaban como mujeres y hombres trans.
En el país, la diversidad sexual ha logrado representatividad social entre los jóvenes. De los 6.8 millones de adolescentes de 13 y 14 años que viven en México, entre el 1.2 y 2.7% tienen una identidad de género distinta a la asignada al nacer, es decir, 81 mil a 183 mil adolescentes, de acuerdo con el Consejo Nacional de Población (CONAPO). La expresión libre de género también ha ganado relevancia en años recientes.
Fernanda trató de creer que las palabras que escuchó al respecto solo eran producto de las indecisiones en su entonces hija. “Supe que era real cuando se cortó el cabello como niño”. Este hecho logró afectar a la joven madre, quien ni siquiera se impactó por la orientación sexual de la chica. Al recordar esa tarde, soslayó la mirada y perdió la gentileza que la desbordaba. Los 13 años de aquella vida tradicional llegaron al ocaso. Había nostalgia en sus ojos. La sonrisa cálida que acompañaba su rostro se esfumó en una cortina que ensombreció su semblante. Ese matiz grisáceo la acompañó después de aquel hecho. “El siguiente paso fue quitar las estampas de Campanita de su cuarto y pintarlo con colores neutros como el gris”.
El dormitorio pequeño de cuatro por tres metros cuadrados, como cualquier otro hogar de clase media de la alcaldía Azcapotzalco, albergaba colores rosas y cálidos. Aquellos rastros de una primera infancia femenina se transformaron en un presente con aspecto varonil. Las sábanas de ositos y las muñecas fueron reemplazadas por fundas de colchones sin diseños y playeras con estampados de patinetas y calaveras. Poco quedó de esa niña que solía dormir ahí. Ahora, por las mañanas, despertaba un chico enredado en las cobijas. Mientras tanto Fernanda seguía en negación ante este proceso.
Ella presenciaba cómo otra persona habitaba a su lado. Se sentía poco preparada para protegerlo y aceptarlo. En más de una ocasión, sintió dolor al conocer aquella identidad de género. Sin embargo, calló cualquier comentario porque temía romper en llanto. Además, ante un ser que crecía a pasos gigantes día tras día, las confusiones aumentaban. “Yo no sabía cómo criarlo, tampoco sabía qué hacer”. Naufragaba entre aquel mar de no saberes con miedo a la discriminación que pudiera sufrir su hijo.
En México el 42.6% de esta comunidad considera que la discriminación ha afectado sus vidas, según la Encuesta Nacional sobre Diversidad Sexual y de Género (ENDISEG). Al menos siete de cada 10 padres rechaza a sus hijos adolescentes o los echa a las calles, situación que se agravó durante la pandemia de Covid 19. Además, el 83.9% de la comunidad LGBT manifestaron haber sido víctimas de acoso verbal durante 2020 en sus escuelas debido a su orientación sexual o expresión de género, de acuerdo con la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH).
Son solo cifras que han esbozado los rostros excluidos en el país, y aún conforman una realidad a la cual Fernanda, admite, siempre temerá. “Mi mayor miedo es que alguien quiera hacerle daño a mi hijo”. Él vive con libertad su expresión de género, los signos se reflejan en bermudas, pantalones de corte masculino y una facha que Fernanda describe “entre ídolos de K-pop y skatos”. Una combinación que, a simple vista, llama la atención y despierta prejuicios ante ojos conservadores. Sin embargo, condensa una existencia en búsqueda de identidad acompañada con amor y valentía. Así surge un chico en aspecto como cualquier otro: libre y feliz como pocos. Su nombre es Alexis.
Una unión más allá de la sangre
El proceso para asumir una identidad de género diferente, aunque difícil, tuvo momentos divertidos. “Cuando compramos pantalones y bermudas para hombre en línea, llegaron enormes. Él nadaba en la ropa”. Fernanda tomó un respiro luego de contar la anécdota y agregó: “El chiste nos salió caro”. Su risa desbordó la tristeza que había escapado de sus ojos cuando hablaba del luto que sentía. Demostró un poco de su habilidad para convertir en chistes cualquier aspecto de la maternidad. Un talento que explota los viernes o sábados por la noche cuando ofrece su show de stand up en Beer Hall, ubicado en la colonia Roma de la CDMX, calle Puebla número 372.
Esta parte de sí misma la descubrió junto a su hijo. Los cambios que él experimentaba, desde el corte de cabello hasta la ropa, dejaron risas en ambos. “Llegué a pensar que yo era la única mamá que pasaba por esto, me di cuenta de que no era así”. Al acudir con psiquiatras para acompañar la transición de su hijo, llegaron a una red de apoyo llamada Transfamilias, que cuenta con un perfil en Instagram para establecer contacto con la gente. Madres, hermanos, hijos y demás familiares de personas trans acompañaron a Fernanda en su proceso de aceptación, y notó que ellos anunciaban partes de su propia historia.
Las experiencias que ahí se contaban tenían distintos matices, pero se unían por el sentimiento de pérdida y el amor que llegaba tras aceptar la identidad de género de un ser querido. De nuevo, el sentido del humor en Fernanda ayudó a restar dolor en las conversaciones. “Cada que alguien decía algo incómodo o llegaba tarde, yo agregaba: ‘por eso tienes un hijo trans’, como broma”.
Ella sentía que había ganado compañeros en el camino, más importante aún, logró ganarse a su hijo como un cómplice. Antes de la transición, consideraba que nunca se involucró en realidad con su entonces hija. Las escasas conversaciones giraban alrededor de un simple “¿Cómo te fue en la escuela” o un “¿A qué hora llegas del trabajo?”. Fernanda admite que pasar más de ocho horas en la oficina era su forma de evadir la realidad, aunado a las noches de fiesta y juventud que interferían con una maternidad temprana.
“Cometí muchos errores al principio”, se confesó a ella misma y la sinceridad de sus palabras pareció tomarla por sorpresa. Cuando Alexis llegó a su vida, entendió que su hijo necesitaba una madre presente; lo que nunca imaginó fue que ese chico de apenas 13 años se convertiría en un apoyo para ella. “Alexis se mostró muy comprensivo con la forma en que me sentía, incluso lo pensaba mucho antes de pedirme algo relacionado con el cambio de su imagen. Él estuvo ahí”.
Ese compañerismo ha permanecido intacto hasta en los actos que exigían enfrentar al mundo. Ambos ignoraron comentarios intolerantes durante aquellos años y juntos solicitaron el cambio de género en los documentos de identificación oficial. En 2021, la capital se sumó a una regulación local que reconoce formalmente a la comunidad trans y otorga el derecho a los ciudadanos de cambiar legalmente al sexo con el que se identifica, de acuerdo al Congreso de la Ciudad de México.
La ley de identidad de género, permite a la comunidad LGBT realizar esta rectificación en las actas de nacimiento. En la actualidad hay 13 estados en México que la han aprobado: Ciudad de México, Coahuila, Colima, Chihuahua, Hidalgo, Jalisco, Michoacán, Nayarit, Oaxaca, Quintana Roo, San Luis Potosí, Sonora y Tlaxcala. Respecto a los que otorgaron este derecho a los adolescentes de 14 años sobresalen Oaxaca, Jalisco y la capital. Sin embargo, hay una migración de personas trans a la CDMX para tramitar el cambio de género, pues se han contabilizado 3 mil 524 hombres, de acuerdo con el Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación (CONAPRED).
Consideró que por primera vez ambos se involucraron en la vida del otro, incluso comenzaron a hablar más seguido y se dedicaban sonrisas desbordadas de complicidad. Miradas que funcionan como declaración de intenciones y la promesa de que siempre estarán el uno para el otro. Alexis se convirtió en el joven protector de Fernanda, y ella en guía para él. “Descubrí que ser mamá va más allá de mantener a mi hijo con vida y ayudarlo a comprar una casa”.
La conexión madre e hijo, ayudó a Alexis a enfrentar su depresión severa debido a una existencia pasada que nunca representó su identidad. Antes ella observaba a una niña cuya vida se esfumaba entre el fastidio. En su presente, mira a un chico que sigue una expresión libre de su propio ser, más allá de lo que dictan los esquemas de género. “Alexis salvó la vida de mi hija”, dijo Fernanda en cuya voz hay un matiz de plenitud incontenible.
Han transcurrido casi tres años, Fernanda presenció cambios. “Sus calificaciones mejoraron y lo veo muy contento”, reconoció con un tono optimista. El chico logró retomar el ímpetu para salir de su cama y encontró la paciencia para acudir a terapia psicológica. Incluso Fernanda se percató de algo que antes hubiera creído imposible: ver una sonrisa genuina iluminar el rostro de su pequeño.