Jts’unub. Semilla familiar
Nakchaxwakkgoyi nkiwi
akxni chinchu laa nakatsaanikgoy,
nalilakapastakkgoy mpi xlimaaxanatkan nkintachuwin.
Tallaré el tronco de los árboles
para que al menos, cuando sientan dolor,
recuerden florecer mi palabra.
Cruz Alejandra Lucas
Xanatwa’/Florido
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Devengo de la memoria
que mi estirpe guardó
en el vientre de una semilla.
I
En la mitología maya se revela que el maíz precede a la humanidad. Eso manifiesta que el maíz ya había brotado en el mundo mesoamericano. De allí deviene lo trascendental de su existencia y su expansión por todo el planeta. Algunos estudios arqueológicos han confirmado que dicho grano apareció en el territorio que hoy lleva el nombre de México, hace más de nueve mil años, y unos siete mil que comenzó a cultivarse por las primeras civilizaciones.
Desde su aparición, el maíz ha soportado innumerables cataclismos, guerras, saqueos e invasiones. Su corazón se ha hecho fuerte y en él se han quedado los registros de cada acontecimiento, como sucede con los árboles que a partir de sus anillos se puede conocer las condiciones climatológicas que definen su inmensidad. El maíz, apenas un grano diminuto, lleva más tiempo que el que nosotros podremos tener, lleva más trayectorias que nuestra propia andanza.
El maíz es un repositorio de sabiduría. En su entraña se halla la memoria de las manos que lo han cultivado de generación en generación. De una semilla nace una mazorca que garantiza la consecución de su raíz. Esta condición de sembrar, cosechar y guardar es una práctica que las primeras familias llevaron a cabo no solo como un sustento alimenticio, sino como un soporte del linaje, que distingue a unos de otros. En algunos pueblos tseltales las semillas guardadas, que se aprovechan para la siguiente temporada de siembra, se llaman ts’unubil.
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Ixim: bak’.
Ixim: waj.
Ixim: k’oxox.
Ixim: mats’.
Ixim: ch’ilim.
Ixim: pats’.
Ixim: ul.
Ixim: ajan.
Ixim: tujkul.
Ixim: setbil waj.
Maíz: semilla.
Maíz: tortilla.
Maíz: tostada.
Maíz: pozol.
Maíz: pinole.
Maíz: tamal.
Maíz: atole.
Maíz: elote.
Maíz: palomita.
Maíz: memela.
II
Mi familia paterna tiene como linaje Penka (hoja grande) por mi abuelo, y tsujkin por mi abuela. Al ser una sociedad patrilineal, el linaje de los hombres del lado paterno es el que se hereda. Pero dicha herencia no solo provee el apellido, sino el ts’unub, es decir, “la semilla de maíz” que desde tiempos pretéritos se viene compartiendo. Saber qué jts’unub tenemos es saber de qué familia venimos.
El ts’unub es un conjunto de semillas que se seleccionan y guardan al darse la primera cosecha. Se eligen las mazorcas más grandes y coloridas. Se cortan con las hojas, se hacen nudos con las hojas y se cuelgan en alguna parte de la casa. Algunas personas optan por apilarlas en algún corredor. Se conservan entre tres y cuatro meses hasta que el siguiente ciclo se siembra de inicio.
El maíz tiene colores y eso también caracteriza a las familias. El jts’unub de la familia Penka es de color amarillo. Y aunque los colores también son compartidos con otros linajes, es difícil hallar un rastro del mismo linaje con un color distinto, por ejemplo, que los Penkaetik tengan color morado.
Las familias suelen compartir e intercambiar sus semillas, pues es una manera de crear vínculos afectivos y solidarios, además de transmitir la memoria. Ja’ini ja’ sts’unubil te jolbajetik1, “este es el maíz de los ‘cabeza de tuza’”, un ejemplo de un intercambio entre un linaje y otro. El intercambio provee que otras familias reconozcan la textura, la forma y el sabor de los distintos tipos de maíz. Ningún maíz es mejor que otro. Para la gente todos son importantes. Esta es, quizá, una de las enseñanzas respecto al valor de las familias donde no existen los comparativos.
Durante los días de awalel k’inal, es decir, “temporada de siembra” ––pero también se dice así al lugar donde se siembra––, las familias se reúnen para cultivar el maíz. Sucede una vez que los días de tajimal k’in (Carnaval) y kuxibal (Semana Santa) culminan. La temporada siempre varía en relación con el clima y la altura de donde se halle la milpa. Cada familia inicia a su ritmo, recoge todas las mazorcas colgadas y se desgranan con el bakal (olote), que se juntan en grandes canastas. Algunas personas usan una desgranadora que consiste en grapas colocadas en un trozo de madera a la cual llaman k’utubil ixim. Así se preparan las semillas y una vez listas se cultivan para continuar con la genealogía de la memoria familiar.
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Tsajal ixim
Yaxal ixim
Ijk’al ixim
K’anal ixim
Sakil ixim.
Maíz rojo
Maíz morado
Maíz negro
Maíz amarillo
Maíz blanco.
Los colores que crecen en el pueblo.
III
Toda cultura edifica las formas de transmitir la memoria a través de relatos, textos, estelas, cantos, danzas, rituales, textiles y demás. Hay memorias que se cuentan sin encriptar, otras que se recrean, y unas que necesariamente necesitan interpretarse. Si el ts’unub es una manera de hacer memoria, ¿cómo saber reconocer lo que hay en cada semilla? ¿Cómo interpretar lo que cada generación ha depositado en ellas?
Las memorias contenidas en las semillas son las de su cosecha. La sabiduría sobre el awalel k’inal, “temporada de siembra”, los tipos de maíz, la elaboración de la milpa, su cuidado ante la sequía, la abundante lluvia, el viento estrepitoso y los roedores que escarban y se comen las semillas. Se devela el tiempo de corte, el proceso de nixtamalización y la conservación del ts’unubil que servirá para la siguiente etapa. Así, sucesivamente, la memoria se mantiene viva.
Pero la sabiduría compartida también refiere a las anécdotas y leyendas que se cuentan mientras se trabaja, así se conocen las dimensiones anímicas y oníricas del pueblo y de su gente. Se revelan los relatos familiares; los miedos, las angustias y esperanzas que cada uno siente. La siembra nunca es silenciosa, pues la palabra aparece como canto de las aves. La siembra es introspectiva, pues mientras se avanza uno teje sus propias reflexiones y se descubre el valor de proteger nuestro devenir semilla.
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Del suelo brotas
para ser el sustento
de la memoria.