La revolución poética de Ernesto Cardenal
Uno que también es poeta, un poeta de Nicaragua. Sacerdote, con un cristianismo revolucionario, comprometido con una praxis [marxista] revolucionaria.
[El rebelde y el revolucionario son los que mejor obedecen en la vida religiosa. Porque la obediencia es revolucionaria, uno tiene que rebelarse contra uno mismo para hacerla].
No sabía si Ernesto Cardenal era un nombre ficticio, tan solo que era latinoamericano. “Allí va Ernesto Cardenal”. “Ernesto Cardenal existe”. “Los versos de Ernesto Cardenal”. “El padre Ernesto Cardenal”.
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Retrocederemos en la historia de su vida a otros tiempos, debemos retroceder en la historia de su vida.
Con una toalla, está diciendo que va a hacer una obra de teatro. Está parado sobre una cosa alta, una especie de tarima, donde va a hacer su representación de teatro, y tiene algo en la mano que puede haber sido un palo. Está diciendo que lo que va a representar en teatro es San Sebastián. Está hablando o recitando, tal vez ante una o más sirvientas, o tal vez solo, o tal vez una cosa y la otra. Que hablaba y recitaba y fingía un disfraz es lo que recuerda.
Aquel día debe haber sido probablemente un 20 de enero, su cumpleaños, y alguien (posiblemente una sirvienta, porque su familia burguesa no estaría enterada para nada de esa obra de teatro callejero) debe haber mencionado la fiesta de San Sebastián y el Güegüense. El Güegüense es una famosa obra de teatro colonial, bilingüe, en español y náhuatl, con coloridos trajes y máscaras.
La imagen está borrosa, la imagen es de él de pie en el descanso de la escalera, y el público abajo aplaudiendo. Todo estaba como borroso y como menos real.
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Todo adolescente es un caso patológico. Ciertamente él lo fue. Un tiempo tuvo la certeza de estar tuberculoso. Su preocupación era que iba a contagiar a otros. Otra vez fue la lepra: si tenía una irritación en la piel, unas llagas de pie de atleta, era lepra y lo llevarían al leprocomio. Las pirañas, ya se sabe, atacan por miles, y en un momento devoran el cuerpo que cae al agua, aunque sea una vaca, dejando solo el esqueleto. [Con su humor, a veces negro, se reía de sus enfermedades que eran, no solo eso, sino también flebitis, bursitis, sinusitis, y catorce itis más]. Pero se cuidaba mucho de revelar eso, creo que no tanto por ocultar la enfermedad sino porque en el fondo sabía que lo tendrían por loco.
Para que ustedes se den cuenta de lo que le pasaba: vio venir a un compañero por el patio con una gran luz en la frente. Sintió pavor, porque se dio cuenta de que eso no podía ser y que estaba loco. Cuando el compañero se acercó, vio que se había puesto un papel de celofán de los que envuelven las cajetillas de cigarrillos sobre la frente, y como el sol le daba en la cara, ese era el gran fulgor que había visto. Un fulgor divino titilando, eso era lo que lo volvía loco, cómo no volverse loco, Dios.
Apenas medio loco, con el temor de ser loco. Su mayor aflicción fue la de sentir que se estaba volviendo loco. Su razonamiento era de una lógica irrefutable: o estaba loco realmente o, si no estaba loco y se creía loco, también estaba loco.
Me contaba que era un poeta loco, que ese loco era poeta. Y seguramente a esa edad, no sabía qué era un poeta. Eso del poeta loco sería algo que le infundiría respeto, o quién sabe qué sensación de misterio, o de simpatía tal vez, o de afecto.
A veces le decían “loco”, y especialmente, por la poesía, “poeta loco”, y eso lo enfermaba. Se lo consultó al padre Ángel, y él se indignó. Le dijo que de ninguna manera estaba loco, que lo que pasa es que era poeta. ¡Y que ese es el gran daño que hace la gente imbécil que les llama locos a los poetas!
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Si no se iba a México, no iba a tener ninguna profesión, ninguna profesión más que sus versos.
Según la familia, tenía que estudiar también una profesión, y lógicamente no podía ser otra que la de abogado. [No por él sino por mi familia, su mamá, sobre todo]. Nada le producía más repulsión que la de ser abogado. El verso de Neruda: “Asustar a un notario con un lirio cortado”. [El que había sido fundador de la Vanguardia, le dijo que no creyera en Neruda; que era fuerte como un buey, pero tenía la inteligencia de un buey]. Allí fueron los pleitos. Con toda la incomprensión del padre para su hijo, y no sé si viceversa. Hasta que, cansado de luchar, fingió rendirse. Dijo que sí, que iba a ser abogado. Y la gran felicidad de su mamá, que había tratado de ser mediadora, la pobre, entre dos posturas que se odiaban. No podía hacer de su vida una tragicomedia, sería más comedia que tragedia. Su plan: engañarlos diciéndoles que iba a estudiar abogacía, y en México, estudiar literatura.
Entonces le dice a su papá: “Rodolfo: desengañate. No tengas más esperanzas en tu hijo, porque no puede ser más que poeta. Es un caso perdido”.
Aceptó que se fuera a estudiar literatura en México, pero declaró que al día siguiente de graduarse de sus estudios no le iba a dar un centavo más, aunque se muriera de hambre, que iba a tener que valerse por sí mismo. Juramento que no cumplió. Después se fue a los Estados Unidos, porque ya graduado en México, su papá quiso seguir pagándole los estudios de literatura, ahora en la Universidad de Columbia en Nueva York.
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Además de poeta, y tal vez más que poeta, quería ser historiador. La historia, era una evasión feliz para su fantasía. Estaba embrujado por la historia. A esas dos vocaciones que desde el principio tuvo —la poesía y la historia— se debió que después escribiera mucha poesía histórica. [Su poema histórico, quizás su crónica maestra, “El estrecho dudoso”]. Por aquel apasionado de la historia que, bajo el poeta, siempre hubo en él.
Cuando quiso publicar los epigramas en Nicaragua, no pudo por la censura somocista. Los epigramas políticos los envió entonces a algunos lugares de América Latina firmados como “Anónimo Nicaragüense”, y llegaron a manos de, adivinaron, Pablo Neruda, quien los publicó así firmados.
Tras su regreso a México, se publicaron sus Epigramas y Hora 0. Tenía 34 años y fueron sus primeras publicaciones en forma de libro, por lo que fue un escritor de publicación tardía.
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Como también de vocación, tardía. No había perdido su vocación, en su sentido de llamado: siguió siendo llamado, aunque haciéndose sordo al llamado. El dilema vocación no vocación siguió atormentándolo. Pero sería sacerdote.
Renunció al amor humano (por error, dice). Pero sin este error no hubiera tenido la unión con Dios. Es más: sin el error de escoger el celibato, no hubiera sido tampoco revolucionario. Habría sido burgués. Ese era el rumbo que llevaba su vida. Ante la Revolución sandinista, habría sido a lo sumo un intelectual simpatizante del sandinismo, no un militante revolucionario.
Una convicción lo fulminó repentinamente como un rayo: debía ser trapense. “Trapense como Thomas Merton”. Fue una certeza que invadió todo su ser, sin que pudiera quedar ningún tipo de duda.
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Fue de Nicaragua a los Estados Unidos para ingresar al monasterio trapense de Getsemaní, Kentucky.
Dice Merton que los monasterios son para vivir desde ahora en la sociedad fraterna, de igualdad y amor, a la cual la humanidad entera está destinada a vivir en el futuro. Actualmente se hace en condiciones artificiales, como ensayos en un laboratorio.
El trabajo ahí es poético. Su hábito de trabajo de tela de blue jeans [prácticos y duraderos] lleno de sudor y tierra. [Y además estaban rapados, decían que parecían de una clínica psiquiátrica]. Bajo el sol con la ropa empapada de sudor, la cabeza caliente, las manos llenas de ampollas. Es poético en otro sentido, no es “poético” convencionalmente.
Cuando llegó al monasterio, solo soñaba con gente de Nicaragua. Nainuema, “el que es o tiene algo no existente”, creó el mundo soñándolo. Y él mismo es algo así como un sueño; un sueño que sueña. Cuando en el principio no había todavía nadie, él creó las palabras y nos las dio, así como la yuca.
Después empezó a soñar con gente de Nicaragua y del monasterio entremezclados: gente de allá con hábitos blancos o caras de aquí con trajes civiles. En la Casa Presidencial, en un sitio alto, Luis Somoza [que moriría herido por un rayo que bajó del cielo, en lenguaje del Antiguo Testamento; en lenguaje moderno: por un ataque masivo a las coronarias] con su cara regordeta en la que estaban superpuestas las caras de su padre y de Merton, y abajo, él con un gran número de periodistas tomando notas, todos de blanco como novicios.
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Thomas Merton le había dicho que si a él no le permitían salir del monasterio y fundar la comunidad que habían planeado, debía estudiar para el sacerdocio en un seminario y realizar esa fundación. Así lo hizo, y la fundación fue en una isla del Lago de Nicaragua, en el archipiélago de Solentiname.
Para eso entró antes al Seminario de Cristo Sacerdote, en Antioquia, Colombia. Un seminario de los llamados de “vocaciones tardías”. [En Antioquia hablan bastante parecido a los nicaragüenses, y lo que más le gustaba es que usan el vos, como ellos. Tal vez porque Antioquia es el departamento colombiano que colinda con Panamá, o sea, con Centroamérica, y por eso se parecen].
A él, latinoamericano, quien le habló de los indios fue un gringo. Thomas Merton le reveló la sabiduría, la espiritualidad y el misticismo de los indios de América —de las dos Américas—. Y así fue entonces que, en las vacaciones del seminario, se fue a Bogotá a sumergirse en la biblioteca del Museo Etnográfico, riquísima en cuanto a indios. La mayor parte de lo que ha sabido de los indios, y que tanto le ha servido después para su poesía, la sacó de allí: “La gran unión de las dos Américas no podrá darse si no es enraizada en lo indígena”. Esto está en su Homenaje a los indios americanos y su ampliación: Los ovnis de oro.
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La ordenación fue en Managua el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen. Fue ordenado sacerdote en Nicaragua por el obispo de Chontales y río San Juan, lo cual incluía también a Solentiname. Porque él ya estaba de acuerdo de que hiciera su fundación en Solentiname [siempre que lo aprobara Roma].
Una isla en un lago tropical en Centroamérica: difícilmente puede haber un lugar más escondido e inaccesible. Solentiname estaba fuera de las rutas del progreso y fuera de las rutas del transporte y fuera de la historia, y hubiera estado fuera de la geografía si esto hubiera sido posible.
El contacto con la pobreza de los campesinos en Solentiname, y la realidad nacional cada vez peor, también contribuyeron a que él y su pequeña comunidad se fueran politizando y radicalizando. Se iban haciendo más de izquierda, pues, “y no solo de izquierda, ¡sino de extrema izquierda!”.
Un gran milagro de Solentiname fueron los comentarios al Evangelio que allí se hicieron, y que publicó en El Evangelio en Solentiname, traducido a muchos idiomas.
En el prólogo dijo: descubrí un Evangelio completamente distinto, insospechado hasta entonces. Los comentarios de los campesinos suelen ser de mayor profundidad que la de muchos teólogos, pero de una sencillez como la del mismo Evangelio. No es de extrañarse. Evangelio en el sentido que le dio Jesús quería decir buena noticia a los pobres, y fue escrito para ellos, como los pescadores y campesinos de Solentiname. Ellos fueron los verdaderos autores de El Evangelio en Solentiname. Mejor dicho, lo fue el Espíritu que inspiró esos comentarios. A ellos se les presentó el Evangelio con toda su verdad y novedad, como debe haber sido cuando por primera vez se oyeron los dichos y hechos de Jesús.
Ese Evangelio es lo que los radicalizó en Solentiname, y lo que más los hizo revolucionarios. Los comentarios del Evangelio son marxistas. Es el Evangelio interpretado a la luz de la revolución. Ahora que el mundo no vive una situación revolucionaria, como en aquellos años, hay cosas que se dicen ahí que no están de moda; volverán a estarlo cuando el mundo necesariamente vuelva otra vez a ser revolucionario. [Opina, igual que Saramago, que al marxismo se le dará otra oportunidad].
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Le parece que el nombre “teología de la liberación” fue mal escogido. Que debería haberse llamado “teología de la revolución”. A Juan Pablo II no le gustaba esa teología; todo el mundo sabía que era un papa que estaba en contra de toda revolución [él mismo lo suspendió del sacerdocio, allá por 1984]. Pero la palabra revolución sonaba muy dura para los obispos latinoamericanos.
Empezó a leer más de marxismo, a amar aquel sueño de una humanidad liberada de la explotación y sin desigualdades ni división de clases. Se declaró un marxista que cree en Dios y en la vida después de la muerte. El cristianismo y el marxismo no son incompatibles. Teilhard de Chardin dice: cristianos y marxistas se encontrarán en la cima. Esto ya ocurre en América Latina. Hay tantos cristianos que son marxistas. Un marxismo con San Juan de la Cruz. [Siempre había querido escribir poesía religiosa y no había podido. Únicamente pudo hacerlo con el marxismo. La teología que le habían enseñado no le funcionaba, y es porque era la tomista, totalmente inadecuada para nuestro tiempo, para la poesía de nuestro tiempo. Solamente pudo escribir poesía teológica con el marxismo]. Su monumental Cántico cósmico.
No es la lectura de Marx lo que lleva al marxismo sino la lectura del Evangelio [la que lleva a leer a Marx].
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El triunfo de la revolución es el triunfo de la poesía.
Al final, el combate de Solentiname. Vivió una vida feliz, en aquel casi paraíso de Solentiname, pero siempre había estado dispuesto a sacrificarlo todo, y ahora lo había sacrificado. Todo. La Guardia Nacional destruyó Solentiname.
Y se acabó. “Estamos como un pájaro sin nido”. ¿Qué hay de esa revolución?, ¿qué queda de sus dirigentes?, ¿qué queda de la mística que todos ellos decían tener?, ¿qué se hizo con todos esos valores?, ¿dónde están? La mayoría de los dirigentes son ya otros.
El potrero se empezó a quemar. Y Daniel Ortega. La traición de todo lo que creíamos, lo que fue la revolución.
Pero la poesía, la revolución, el cristianismo comunismo, las ínsulas extrañas, eso queda.
La poesía está en el campo, está en todo lo que uno vive diario.
¡Si la poesía la anda haciendo uno! ¡En cada paso uno anda la poesía!
Y en marzo del 2020, a los noventa y cinco años, murió Cardenal. Pero lo llevaron a Solentiname, fuera de la historia, fuera de la geografía.
¿Y cabe un mayor materialismo que el ser Creador de la materia [poética]?
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Este texto fue compuesto enteramente con fragmentos mezclados de los tres tomos de las memorias de Ernesto Cardenal, publicadas como: Vida perdida (2003), Las ínsulas extrañas (2003) y La revolución perdida (2005).1
Mi intervención como cronista y psicoanalista: captar las voces, despersonalizarlas, reiterar, insertar [o quitar] signos de puntuación, cortar y escandir la prosa [y el sentido narrativo que se pretende entramado]. Ha sido similar a la del propio Cardenal cuando, en la escritura de su poema El estrecho dudoso, logró componer una épica histórica compuesta de retazos de crónicas de Indias. En su estrecho, Cardenal escande y corta las crónicas para darles otro ritmo, cadencia y énfasis. Elaboró así un poema-crónica que es un collage histórico, un montaje. Cardenal recurre al verso como operación quirúrgica de la narración para poder hablar y hacer una crítica de la modernidad.
La voz poética interviene en el archivo histórico hegemónico para proponer un gesto revolucionario: releer a contracorriente la historia al llamar la atención, cortar y editar la versión que el dictador recupera para poder ofrecer su versión de la historia. Cardenal se impone la responsabilidad y tarea de recortar la historia, en versos y de forma violenta, para mostrar sus contradicciones e insertar el cambio, la revolución, dentro de la tradición.
La poética de la revolución: poiesis creadora, revolucionando el lenguaje desértico [de la política, la historia, la filosofía, las noticias] para ir hacia la literatura [crónica y análisis de la psique donde no hay tiempo y la lógica falla], el inconsciente. Una verdadera revolución poética.
Una historia alternativa, otras causas para los mismos efectos, pero para que haya otros efectos, algún día.