Tierra Adentro
David Lynch en el Festival de Cine de Lucca, 2014. Fotografía de @Alessandro, recuperada de Flickr. CC BY-NC-ND 2.0
David Lynch en el Festival de Cine de Lucca, 2014. Fotografía de @Alessandro, recuperada de Flickr. CC BY-NC-ND 2.0

Meditación, proceso creativo y filosofía estética según David Lynch

In memoriam, David Lynch

“Las películas son sueños. Y los sueños no siempre tienen sentido de manera lógica, pero sí emocionalmente.”

David Lynch

Ahora que ha fallecido David Lynch (1946-2025), mucho se ha escrito acerca de su cine, pues sin duda su trabajo de mayor relevancia ha sido dentro del séptimo arte, pero en tanto artista multidisciplinario, poco se ha hablado acerca de su enfoque filosófico y sobre su proceso creativo, apuntalados en su propia versión de la meditación trascendental y en la exploración intuitiva de la conciencia.

De hecho, el epíteto de cineasta le queda muy corto a Mr. Lynch. Nacido un 20 de enero en Missoula, Montana, EUA, además de director —y actor ocasional— fue pintor, músico, escultor, escritor y también incursionó en la publicidad y en piezas multimedia. En pocas palabras, fue un auténtico hombre del renacimiento, un artista multidisciplinario conocido mundialmente por su estilo, al cual se le ha llamado surrealista —aunque prefiero el término lyncheano—. 

Tanto en su cine como en otras disciplinas, Lynch siempre abordó tópicos oscuros, la conciencia —y la subconciencia—, así como las emociones humanas primarias y ancestrales, con una estética rayana en lo onírico y lo extraño, con una narratividad como guionista poco convencional. Aunque suene a lugar común, David Lynch fue un auténtico artista inclasificable.

Desde niño, Lynch tuvo una curiosidad insaciable y, contra todo pronóstico (su padre era investigador de árboles del Departamento de Agronomía), inició su carrera como estudiante de arte en Boston en la School of the Museum of Fine Arts, cuando tenía 19 años; tres años después, se matriculó en la Pennsylvania Academy of the Fine Arts. Siendo dibujante y pintor, en 1966 habría de incursionar en el cine con el cortometraje “Six Men Getting Sick (Six Times)”, según él, únicamente como una forma de experimentar la manera de incorporar movimiento, utilizando su propia obra pictórica.

Es decir, que inconscientemente su propia fascinación por llevar la creatividad al extremo fue lo que lo llevó al cine y a ser uno de los directores más influyentes de los últimos 50 años (debutó con su primer largometraje, Eraserhead, en 1977). A partir de ahí, dirigió legendarios filmes como Blue Velvet (1986), Mulholland Drive (2001) y la serie de culto Twin Peaks (1990-1991, 2017), cimentando su carrera como uno de los autores más excéntricos, influyentes y controversiales del cine contemporáneo. El resto es historia.

Más allá de su trabajo en Hollywood, sus incursiones en otras disciplinas como la pintura y la escultura reflejan un estilo crudo y visceral, mientras que su música combina blues, electrónica y atmósferas experimentales. Para lograr este efecto, Lynch buscaba que la naturaleza participara en el proceso artístico más que él mismo —su fascinación por el mundo orgánico y los bosques fue la herencia paterna—. 

Sus obras pictóricas a menudo contienen una paleta de colores oscuros, lo cual da cuenta de su intención de internarse por los meandros más sombríos de la humanidad en tanto especie animal. Asimismo, plasmaba letras y palabras en sus pinturas, tratando de que estas se aunaran al mensaje integral de cada pieza. 

Por otro lado, si bien es casi ignorada por el gran público, la faceta escultórica de Lynch también se inscribe en dichos intereses, sin dejar de lado el enfoque experimental que sería la zarina a lo largo de toda su carrera, así como una marcada tendencia hacia lo surreal del mundo intangible. Sus esculturas suelen integrar materiales diversos y presentan formas que desafían las convenciones tradicionales, creando piezas que invitan a la reflexión y evocan emociones intensas. Lynch consideraba que el diseño y la música, al igual que el arte y la arquitectura, debían integrarse, lo que se refleja en sus proyectos escultóricos y de diseño de mobiliario. 

En cuanto al medio cinematográfico, Lynch se caracterizó por su capacidad para mezclar elementos cotidianos con lo siniestro, situando sus historias en ambientes de ensoñación y bordeando el límite de lo verosímil. Su visión del cine fue darse el lujo de echarse un clavado en una especie de subconsciente holístico y universal, siendo congruente con la filosofía de la meditación propugnada por el Maharishi Mahesh Yogui, como una manera de bosquejar historias a partir de lo absurdo, lo ilógico, lo subjetivo y la virtud de apertura interpretativa que todo arte debe contener, facilitando múltiples lecturas de los simbolismos que incluso él nunca quiso ni intentó racionalizar. Sus obras terminaban hasta que eran completadas por la aportación del espectador, con todo el bagaje cultural y personal que eso conlleva. 

Musicalmente hizo equipo con compositores como Angelo Badalamenti, autor del famoso tema de Twin Peaks, su famosa serie televisiva, para crear paisajes sonoros que aportaran dramatismo a su inusual narrativa y montaje visual, salpicando al espectador con una mirada al abismo de los mundos inquietantes y emocionales de lo lyncheano. Mediante su trabajo como compositor, productor y colaborador, no escatimó en recursos alternativos para pergeñar sonoridades góticas, puestas en escena etéreas y letras perturbadoras que integraran su particular acercamiento multidisciplinario al arte.

Su aproximación musical, en ese sentido, fue libre al utilizar los mismos vericuetos creativos que aplicara tanto en la pintura como en el cine. Enfocándose en la alquimia de texturas sonoras para manifestar sensaciones y situaciones fuera de las estructuras auditivas convencionales: “La música es poderosa. Puede cambiar completamente cómo te sientes. Me gusta explorar su magia”.

En síntesis, su exploración creativa fue afín a lo impredecible de la realidad, tratando de vincularse con diversas expresiones artísticas para conformar su muy particular corpus estético. Este quehacer interdisciplinario lo llevó a crear obras que trascienden las fronteras de lo consabido, legando una serie de trabajos imperecederos en el arte y, por supuesto, en el cine.

Cómo atrapar las ideas según Lynch

Practicante de la meditación trascendental, Lynch considera que esta práctica es clave para acceder a su creatividad y claridad mental. Así describió su proceso creativo en el libro Atrapa al pez dorado (Mondadori, 2008) y en varias entrevistas que acabaron vertidas en publicaciones sobre su universo creativo. Su metodología incluía un licuado de intuición, meditación y una propensión hacia lo experimental. 

La metáfora del pez dorado equipara al proceso imaginativo con peces que nadan en el agua de la conciencia. Para atrapar a los “peces grandes” (ideas profundas), es necesario sumergirse en las simas de la mente, aquel lugar fuera de foco donde habitan los conceptos más creativos e inspiradores. “Si deseas atrapar peces pequeños, quédate en la superficie. Pero si quieres atrapar peces grandes, debes adentrarte en lo profundo”.

Dicho libro en sí es una clase de manifiesto artístico, en donde Lynch, desde el inicio, enarbola las virtudes de la meditación trascendental como parte fundamental de su deambular por la carretera perdida de la creatividad. Ese hombre con despeinados singulares, nos sorprende revelando su práctica meditativa desde la década de los setenta. Aseverando que la meditación es sumamente útil para dilatar la conciencia, apaciguar la mente y entrar a un flujo de ideas puro y libre. El topus uranus platónico en su acepción más amplia. “La meditación me permite experimentar un océano de creatividad ilimitada”.

En lugar de meter las ideas con calzador, Lynch propicia un escenario natural para el surgimiento orgánico de la imaginación. De acuerdo con él, las mejores ideas llegan cuando la mente se encuentra en modo laxo, sensible y receptivo, a menudo en situaciones inesperadas. “Todo comienza con una idea. Una pequeña chispa. No tienes que saberlo todo de inmediato. Sólo sigue la pista”.

La rutina creativa de Lynch, si es que puede llamársele así, frecuentemente arrancaba con pequeños fragmentos o esbozos de ideas y nociones. Ya sea que se tratase de una imagen, sonido o sentimiento único y particular que evoque todas las posibilidades de un posible desarrollo con mayor amplitud. Partiendo de estos fragmentos, era capaz de concatenar las piezas para estructurar una obra completa, poniéndose en las manos de su intuición más pura para guiarle en el armado de las piezas de su rompecabezas personal. “A veces solo tienes un destello de algo. Y eso es todo lo que necesitas para comenzar”.

Mr. Lynch laboraba guiado por su ser intuitivo, abriendo la puerta para que sus ideas, ocurrencias y demás borradores evolucionaran orgánicamente, sin racionalizar en exceso o sin explicar cada detalle de su obra. Para él, lo esencial es la experiencia subjetiva del espectador. “No necesitas entenderlo todo. Solo siente lo que resuena”.

Luego entonces, la ruta creativa de David Lynch es una mezcla de exploración profunda, confianza en el instinto y apertura a lo inesperado. Más que una técnica fija, se trata de una forma de conectar con lo que él consideraba como el núcleo de la creatividad: la mente y el corazón abiertos a las infinitas posibilidades de lo desconocido.

En lo personal, ahora que ha desaparecido del plano terrenal, me gusta pensar que se encuentra fumando un cigarrillo mientras un bombero gigante danza bajo la luz de la luna a ritmo de jazz hasta el fin de los tiempos.

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