El que crea sea bautizado
Al salir de mi pueblo, en cualquiera dirección, se encuentran campos menonitas. Desde que se asentaron en la región hace un siglo —mi pueblo tiene su historia ligada a la de los menonitas, a su llegada la hacienda de Rubio fue convertida en colonia agrícola con el nombre del entonces presidente y ante quien se negoció el su asentamiento: Álvaro Obregón— la comunidad ha crecido y prosperado en relación con los menonitas. Desde mi infancia me ha llamado la atención las diferencias con los menonitas y nosotros: su comida, en la que abundan los productos lácteos —no solo el queso que los ha hecho famosos—, su vestimenta —aunque el overol tradicional es utilizado cada vez menos, no así los vestidos de las mujeres, que ellas mismas confeccionan—, la ausencia de televisiones en sus casas, la dedicación al trabajo, su lengua y sobre todo su religión.
Y es que fue su religión el motivo por el que recorrieron medio mundo y terminaron aquí, como mis vecinos. Llegaron a la región, el primer sitio en México en el que se asentaron, en 1922, luego de haber radicado en Canadá a partir de los últimos años del siglo XIX, a donde arribaron desde Ucrania. Ahí estuvieron por un siglo, desde que Catalina la Grande los invitó a abandonar Prusia, reino al que llegaron en el siglo XVII luego de que las persecuciones religiosas los obligaron a abandonar, primero, la región alrededor del río Rin y, después, Bohemia. Pero, ¿por qué ese peregrinar? ¿Cuáles son las creencias que hicieron que diversos grupos los persiguieran?
Los menonitas son uno de los grupos anabaptistas que se formaron tras la reforma de Martín Lutero en el siglo XVI. A este movimiento se le impuso el nombre de anabaptista por sus perseguidores, que fueron tanto protestantes como católicos. Anabaptista significa: rebautizados o bautizados de nuevo. Cuando el movimiento inició, en Zúrich en 1525, se les acuso de buscar un segundo bautismo, puesto que consideraban que este era válido hasta que era tomado de manera consciente y que el bautizo infantil era una imposición sobre criaturas que no eran capaces de entender sus implicaciones.
Zúrich en la década de 1520 —así como Suiza y en general los diversos estados germanos— estaba inmersa en las controversias que en la década anterior desató Martín Lutero con la publicación de sus noventa y cinco tesis. La venta de indulgencias para financiar los proyectos papales, la construcción de San Pedro, pero también las guerras en las que los Estados Papales se habían visto inmiscuidos, desde la última década del siglo XV, conflictos en los que las alianzas se formulaban en función de los intereses políticos del Papa en turno —intereses que podían cambiar de un momento a otro, así, por ejemplo, Alejandro VI pasó de enfrentarse a los franceses a aliarse a ellos al final de su reinado o Julio II promoviendo la Liga de Cambrai para mermar el poder de Venecia para, después, aliarse a dicha república y enfrentarse a su aliado Francia—.
El descontento contra la Iglesia supuso el terreno fértil para que las tesis de Lutero fueran bien acogidas. A pesar de los esfuerzos de la Iglesia católica y de los diversos príncipes, sobre todo el emperador Carlos V del Sacro Imperio, el movimiento de reforma se extendió rápidamente desde Wittenberg hacia el resto de Europa. Ayudado, en gran medida, por la imprenta, que permitió que se difundiera el mensaje reformista de Lutero. Se cuestionaba el papel de la Iglesia en la sociedad, su intermediación no solo entre la divinidad y la población, sino entre esta y los hombres que ejercían el poder.
En los cantones suizos la efervescencia de reforma no se hizo esperar. Muchos suizos que participaron en las guerras italianas, fueron testigos del modo en el que el poder papal respondía a los intereses del hombre en el sitial de Pedro y no a su misión como vicario de Cristo. Ulrico Zuinglio predicó en Zúrich en favor de la reforma y se convirtió en la figura que llamaba a la renovación y a un acercamiento más personal con la divinidad en Zúrich. Con una formación eclesiástica, en la que aprendió griego y latín, concluyó que muchas de las enseñanzas de la Iglesia estaban en oposición con el Evangelio. En 1519 el gobierno de Zúrich lo nombró predicador por sus protestas contra el enlistado de los suizos en los ejércitos papales. La población zuriquesa escuchó y secundó las predicas de Zuinglio, entre ellas en favor del fin de las indulgencias, pero también el retiro y destrucción de las imágenes dentro de los recintos sagrados. Así mismo comenzó a publicar textos a favor de la reforma en los que abogaba por el fin del celibato o que el ayuno es contra la fe cristiana. Esto fue señalado por los dominicos y por la Iglesia, por lo que el gobierno de la ciudad hubo de convocar un debate sobre las tesis de Zuinglio, el cual se llevó a cabo el 29 de enero de 1523, y que fue ganado por este y sus seguidores.
Entre los seguidores de Zuinglio se encontraban Félix Manz, Conrad Grebel y George Blaurock, quienes a partir de su propia formación eclesiástica y de los debates que comenzaron a darse en Zúrich a partir de enero de 1523 llegaron a conclusiones más extremas que las de Zuinglio. Así, por ejemplo, empezaron a cuestionar el vínculo entre la iglesia y el estado, pero, lo que terminó nombrándolos, fue que rechazaron el bautismo infantil. En un principio, el promotor del movimiento de reforma en Zúrich no se opuso a ellos, incluso llegó a estar de acuerdo en que no había un sustento en los evangelios para el bautismo infantil, sin embargo, pronto se fue distanciando de ellos.
Wilhelm Reublin había sido un predicador de la reforma en Basilea, de donde terminó siendo expulsado en 1523 por la radicalidad de sus posturas, entre ellas la oposición al bautismo infantil. Se refugió en Zúrich y predicó en sus alrededores.
Manz, Grebel y Blaurock predicaron, junto a Reublin, en contra del bautismo infantil, por lo que los hijos de las personas a las que les predicaron no recibieron el bautismo, lo que los puso en la mira de las autoridades zuriquesas. El gobierno de la ciudad decidió convocar un nuevo debate teológico, como los que se habían llevado a cabo desde 1523, en enero de 1525, en el cual se discutió el bautismo infantil. Zuinglio discutió en su favor y las autoridades de Zúrich lo declararon ganador y exigieron que los infantes no bautizados lo fueran antes del 21 de enero.
Con el ultimatum impuesto por las autoridades y con Zuinglio ya como uno de sus oponentes Grebel, Blaurock, Reublinn y Manz se reunieron en la casa de Ruedi Thomann para decidir qué hacer. Podían aceptar que se habían equivocado, que, a fin de cuentas, el bautismo infantil era secundario o seguir con su postura. Solo en la tradición encontraban una justificación y no dentro de las escrituras para el pedobautismo, en cambio, veían en Marcos 16:16 —El que crea sea bautizado, y será salvo; pero el que no crea, será condenado— la piedra de toque de su fe.
El día era frío, se turnaban alrededor del fuego mientras discutían qué hacer y leían las escrituras. Pasaron horas, hasta que Hans Bruggbach se levantó llorando y gritando: Soy un gran pecador, por favor, rueguen por mi ante Dios. Blaurock también se levantó y le preguntó: ¿Deseas la gracia del Señor? Bruggbach, todavía entre lágrimas, respondió que sí.
Félix Manz se puso de pie y les dirigió una mirada a todos antes de cuestionar: ¿Quién me prohibirá mi deber de bautizarlo? A lo que Blaurock respondió: Nadie.
Manz tomó un cazo con agua y se encaminó hacia Bruggbach. Te bautizó en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Luego Manz le solicitó a Blaurock que a su vez lo bautizara. El resto de los hombres presentes en casa de Thomann reconocieron sus pecados y solicitaron el bautizo, que recibieron de Blaurock.
El 21 de enero de 1525 se recuerda como el inicio del movimiento anabaptista porque en dicha fecha se realizó primer bautismo reformado. Los que más tarde serían conocidos, dentro de su propio movimiento, como los Hermanos Suizos acaban de romper por completo con Zuinglio y con la ciudad de Zúrich, cuyo gobierno llegó a encarcelarlos en los siguientes meses y años —el 5 de enero de 1527 a Félix Manz se le ejecutó por ahogamiento en el río Limmat, método de ejecución que sería utilizada para los anabaptistas tanto por los católicos como por otros grupos reformistas—.
En 1527 se establecieron los principios del movimiento anabaptista en lo que es conocida como la Confesión de Schleitheim, por el cantón en el que se declararon. Es probable que el documento haya sido escrito por Michael Sattler. Dicha confesión estableció siete artículos: el bautismo, administrado solo a quienes se arrepintieron conscientemente; la prohibición, la renuncia del pecado; la fracción del pan, solo quienes sean bautizados pueden recibir la comunión; Separación del pan, la comunidad cristiana no debe tener ninguna relación con quienes no reconocen a Dios o están en rebelión con él; Pastores en la Iglesia, todos los ancianos y líderes han de ser hombres de buena reputación; la espada o el pacifismo cristiano, no se debe usar la violencia en ninguna circunstancia; y el juramento, no se deben hacer juramentos.
Los seguidores de los Hermanos Suizos dejaron Zúrich y esparcieron su mensaje en los países vecinos de Suiza, sobre todo a lo largo de la rivera del Rin, de donde fueron expulsados en las siguientes décadas. Entre 1534 y 1535 un grupo de anabaptistas, con la visión teológica de Melchor Hoffman, tomó la ciudad de Münster. La ciudad fue sitiada y sufrió de una fuerte represión. A consecuencia de esto fueron perseguidos y expulsados de la región de Frisia y de los valles del Rin.
Recorro las carreteras entre los campos menonitas, veo uno de sus sobrios cementerios a la orilla del camino entre los maizales que ellos mismos siembran. Paso entre sus casas, algunas, pocas, hechas de adobe como las que construyeron al llegar aquí hace poco más de cien años.
Hemos convivido por un siglo los descendientes de los anabaptistas, término peyorativo que sus perseguidores les aplicaron —y que, en todo caso, tuvo sentido para referirse a los primeros anabaptistas, quienes recibieron el bautismo infantil antes de seguir el nuevo movimiento, donde recibieron el que, para ellos, era el verdadero bautismo y que para sus adversarios era el segundo, el rebautismo del que hacían mofa con el término anabaptista—. Una convivencia que incluso se ha tornado en un aspecto del cual se ha formulado la identidad regional: a Cuauhtémoc, mi municipio, se le ha dado en llamarlo la tierra de las tres culturas, por la presencia menonita, tarahumara y de la población que se identifica a sí misma como mestiza —de mayoría católica—.
Los menonitas, como los amish o los huteristas, tuvieron su origen hace cinco siglos en aquella casa de Zúrich donde un grupo de hombres con una fe radical en el evangelio reconocieron sus pecados y buscaron el que ellos consideraban un bautismo verdadero, a pesar de que sabían que ello podría significar la persecución e incluso la muerte. Fue esa fe lo que los motivó a abrazar un pacifismo extremo, afianzado en las escrituras, que los orilló a dejar en primera instancia sus regiones de origen y deambular por media Europa hasta que, asentados en Ucrania empezaron a emigrar a América —los amish se asentaron en Estados Unidos, mientras que los menonitas en Canadá, primero, y luego en México; a lo largo del siglo XX fueron emigrando hacia otros países de América Latina—.
El anabaptismo inició como parte de los movimientos de reforma, quienes lo iniciaron no pensaban en un nuevo movimiento religioso sino en abrazar sus convicciones, vivir una fe renovada cuya base fueran las escrituras y, sobre todo, la palabra cristiana.
Bibliografía
Albert Henry Newman, A history of Anti-pedobaptism, from the rise of the pedobaptism to A.D. 1609, American Baptis Publication Society, Filadelfia, 1897