Tierra Adentro

Columna invitada

Sin ser editor, aventuro algunas reflexiones sobre el arte de editar.

Desde niño Jean-Jacques Pauvert convivió con los libros.

En términos económicos, se sabe que publicar libros de literatura —sobre todo de manera independiente— resulta un negocio escasamente redituable aunque pueda acarrear satisfacciones de otra índole.

Siempre de manera elogiosa —casi consagratoria— impresores, escritores, críticos y especialistas del mundo del libro de nuestro país, han dado testimonio de la ingente labor editorial de Joaquín Díez-Canedo, primero en el Fondo de Cultura Económica, impulsando sobre todo las colecciones Tezontle y Letras Mexicanas, y luego dirigiendo su propio sello, Joaquín Mortiz, fundado en 1962 con la participación de los editores catalanes Carlos Barral y Víctor Seix.

Quince años después de la publicación de Nadie me verá llorar, creo que sería poco menos que innecesario explicar quién es Cristina Rivera Garza, no al menos en su papel como una de las novelistas más relevantes de los últimos años en la literatura mexicana; novelas como la ya mencionada Nadie me verá llorar, Verde Shangai o El mal de la taiga han tenido una respuesta favorable entre lectores, críticos y una porción importante de la academia mexicana y estadounidense.

La trayectoria histórica de la poesía mexicana durante el siglo XX es, aventuro, un movimiento alrededor del individuo.

¿Te has fijado que ya todos los poetas mexicanos tienen su poemita sobre la violencia? Luis Felipe Fabre La poesía es un modo de estar en el mundo; la literatura, quiero decir, es una forma de conocer y dialogar con lo que somos en el mundo.

Comenzaré este post con una obviedad que quizá no lo sea tanto: la literatura no es una abstracción ni un puro acontecimiento lingüístico sino el cruce de una serie de prácticas de escritura, recepción y consumo de objetos relacionados entre sí y con las formas de la textualidad.