Tierra Adentro

Quince años después de la publicación de Nadie me verá llorar, creo que sería poco menos que innecesario explicar quién es Cristina Rivera Garza, no al menos en su papel como una de las novelistas más relevantes de los últimos años en la literatura mexicana; novelas como la ya mencionada Nadie me verá llorar, Verde Shangai o El mal de la taiga han tenido una respuesta favorable entre lectores, críticos y una porción importante de la academia mexicana y estadounidense. A lo largo de quince años, CRG ha logrado una llamativa combinación entre elementos estilísticos, emotivos y políticos dentro de un movimiento más amplio de negociación y tensión entre la literatura escrita y leída en México y la literatura de circulación en los mercados y flujos críticos globales. Como ensayista también posee una visibilidad notoria, desde la columna que mantuvo durante algunos años en el periódico Milenio hasta la publicación de Dolerse. Textos desde un país herido (Sur+, 2011) y Los muertos indóciles, cuya resonancia entre lectores y otros escritores se ha mantenido constante.

Lo anterior no significa necesariamente que su trabajo como poeta sea igualmente reconocido, primero porque la poesía es un género menos frecuentado entre los lectores generales, segundo por las diferencias entre las condiciones de distribución entre géneros literarios: mientras que sus novelas y el ensayo Los muertos indóciles se han publicado en la editorial Tusquets (con sede en España pero con distribución en América Latina), los libros de poesía se publicaron en editoriales independientes, cuyos tirajes y canales de distribución difícilmente pueden equipararse a los de una trasnacional (aunque pequeña).

En esta entrega, me interesa hacer un recorrido general por los libros de poesía de CRG a fin de resaltar lo que considero son algunas constantes y los elementos particulares de ellos. Sin pretender una taxonomía crítica de su obra poética, pretendo sugerir algunas de las líneas de fuga que generan los libros y que los lectores, aventajados en sus novelas o ensayos, podrán reconocer claramente.

Las narraciones de CRG han explorado una diversidad de elementos temáticos (la historia, la memoria, los usos sociales del cuerpo, la identidad, la construcción de lo femenino, la sensibilidad afectiva); esta diversidad existe también en su poesía pero como una articulación múltiple que conjuga forma, sustancia, expresión y contenido en un conjunto heterogéneo de recursos estilísticos que, sin embargo, no se resuelven en una formalización de la fragmentariedad que se supone domina nuestra época, sino en una tensión constante entre singularidad y conjunto en lo que podríamos denominar un sistema de lo múltiple, una entropía contenida.

Su único libro de poesía publicado en una editorial mayor, Los textos del yo (FCE, 2005) es la reunión de tres libros, cada uno independiente, en tanto que fueron escritos en tiempos distintos, con estilos diferenciados, pero cada uno también con un modo de asedio a la ambigüedad del pronombre yo. Los poemas de este libro son modos de la desposesión y la reorganización de las palabras en torno de puntos elementales: la historia personal, el cuerpo, la memoria. Estos tres puntos atraviesan los poemas, los definen desde su búsqueda:

En el tendón que es campana en el cartílago que iba a ser hueso en la vertebral columna del adentro el lugar se existe sin ser

la carne como verbo (“la anatomísa del lugar”)

cuando los saqueadores se lo hayan llevado todo y nosotros hayamos perdido todo lo que íbamos a perder (despojados hasta de huesos)

alguien le cantará al desastre (“v. la tercera parte”)

El primero de los libros, “La más mía” es también el primero de los libros escritos por Rivera Garza; quizá por ello sea el más estetizado, el menos reconocible de entre el resto que ya contenían los rasgos principales de la poesía de CRG; a pesar de ello, hay momentos en los que se reconoce la continuidad de elementos heterogéneos que sostienen a los libros siguientes. Lo personal, entendido como la suma de la historia y las percepciones del presente, comienza a ser reconocible desde entonces:

De pronto ya no fuiste mi madre ni la madre de otra hija muerta lejana, perdida dentro de la noche de ti misma eras el mecanismo descompuesto el objeto quebradizo que se envuelve en lienzos de papel de china y se guarda en la caja de las palabras, la esquina de la respiración. Dijeron que ya estabas ahí cuando tuzaron el cabello y colocaron las sábanas sobre el torso, las piernas, los dedos (“[testigo ocular]”)

La muerte me da (Bonobos, 2007) recurre también a la multiplicidad pero dentro de un marco mayor. El libro de poemas, con autoría de Anne-Marie Bianco, es un objeto singular que existe como publicación autónoma pero que también existe en el espacio de ficción de la novela La muerte me da (Tusquets, 2007), firmada por Cristina Rivera Garza. El desdoblamiento entre autoría y escritura se ejerce desde la materialidad de los objetos culturales, esto es: Anne-Marie Bianco existe como autora de un libro y como personaje de la novela, al mismo tiempo, el libro de poemas existe físicamente y está integrado dentro de la trama y cuerpo de la novela (el texto completo se incluye dentro de ésta); como un comentario de la trama de la novela (en la que, recordemos, se intenta develar el misterio detrás de la aparición de los cuerpos castrados de hombres jóvenes), el libro de poesía existe como un elemento enucleado, extirpado de la corporalidad de la novela. Al mismo tiempo, los poemas serán una confirmación de la extirpación como procedimiento criminal y estilístico:

En tu sexo (armadura tajadura tachadura) (ranura) en el aquí de todas las cosas del mundo, me da la muerte (que es este paréntesis) (y este) huelo como miro duelo: una colección de verbos (“Es verdad, la muerte me da”)

La muerte me da es una novela al calce de la obra de Alejandra Pizarnik, como un organismo que habita otro mayor, o mejor, como un virus, el lenguaje, que absorbe y replica los contenidos genéticos de los huéspedes. La concreción material de este procedimiento es la presencia de Anne-Marie Bianco como una entidad textual encarnada en la función-autor. Al inicio de La muerte me da, el poemario, el editor Santiago Matías cuenta la historia detrás del libro: un manuscrito llegado a su antigua casa, una autora desconocida pero cuyo apellido trajo a la memoria a otro poeta inexistente, Bruno Bianco (del que se sospechó que “era el seudónimo adoptado por un conocido grupo de poetas que solían reunirse con cierta frecuencia en una popular cantina”[1] cuyos poemas eran de una factura “rota e inquietante”. Al final del prólogo, Matías asegura que Bianco, ella, es “una autora sin rostro en un mundo donde el rostro se ha convertido en una especie de dictadura”. El universo entrópico que ha creado la ficción desbordada en la práctica de lo real está, sin embargo, contenido por la máquina de la articulación textual. Bianco es pura autoría y pura textualidad que encarna en la corporalidad múltiple de la novela y el libro de poemas.

El sistema de lo múltiple que conforma la poética de CRG alcanza su momento de formalización más claro en El disco de Newton (Bonobos, 2011). Libro hecho de fragmentos imantados alrededor de verbos que conducen cada uno de los denominados “ensayos sobre el color”. Este libro, cuya genealogía poética puede rastrearse en Anne Carson, David Markson o Maggie Nelson, es una obra que parece materializar la pregunta por el principio unidad/fragmento que, según la Gestalt, opera en la percepción. Es, sí, un libro sobre la multiplicidad de la percepción pero también sobre la sistematicidad del mundo que la provoca. Cada uno de los ensayos está hecho de lo diverso (enunciados, frases líricas, datos, anécdotas) alrededor de la singularidad del yo que los detona; son ensayos sobre el color compilados desde un yo inescapable (el yo percibe, recuerda, reúne):

Polvo serán mas polvo enamorado, dicen que dijo Quevedo. Los vasos de oporto tal vez fueron dos. La lluvia también puede ser púrpura, a veces. Detrás de esta cortina de agua los dos labios magníficos y la voz, estupefacta. Mi té favorito tiene el sabor de los frutos morados que crecen en el bosque donde yace, a punto ya de despertar, la ex-durmiente. (De “Avizorar”, quinto ensayo)

Decía que este libro es donde se formaliza más claramente la sistematicidad de lo múltiple. La sustancia del contenido, aunque en apariencia caótica, opera mediante afinidades electivas, como la memoria personal que pasa de un momento a otro a través del hilo de lo perceptual. El disco de Newton es una máquina de diez colores que al girar muestran a un sujeto hecho de los fragmentos de un mundo contenido.

Viriditas (Mantis/UANL, 2011) es un conjunto heterogéneo que a falta de un nombre más claro llamamos poesía (en esta clasificación influye claramente el que haya sido publicado por una editorial independiente), puesto que se trata de un libro que se sirve de la bitácora, la prosa lírica, la apropiación, la fotografía y del cálculo de la escritura (“Se elige una cláusula secreta: escribiré una frase y borraré dos, y entonces escribiré otra frase”) para elaborar una narrativa aparentemente fragmentada de los sucesos de un mes, entre junio y julio del 2010. El sentido del libro se construye a partir de registros diversos cuya convergencia sucede en el objeto material que se vuelve, durante la lectura, en un modo de existencia del yo que detonó la escritura de los fragmentos que originalmente habían sido publicados en el blog personal de CRG.

La poesía de CRG es heterodoxa en cuanto a procedimientos, al menos en contraste con la mayoría de la escrita por los poetas nacidos en los sesenta (una veta generalmente conservadora de la poesía mexicana), y es heterogénea en cuanto a motivos y formas, como he revisado de modo apresurado. Sin embargo, al igual que muchas de sus novelas, esta diversidad es una posibilidad rizomática de preguntar por las formas textuales del yo; un yo que no es estable sino que existe mediante la producción de subjetividades corporales y textuales, a contrapelo de un mundo que aparece en la simultaneidad de las imágenes. La poesía de CRG es la activación de un sistema de multiplicidades que toma la forma entrópica de lo real dentro de la impermanencia de un yo en constante construcción.

 


[1] Bruno Bianco fue, en efecto, el seudónimo con el que aparecieron firmados un par de poemas en la década de los noventa, mismos que se incluyen, a modo de genealogía ficcional, después de los poemas firmados por Anne-Marie Bianco. Este seudónimo imposible, se ha dicho, reunió la autoría de, al menos, Guillermo Fernández, Francisco Hernández, Vicente Quirarte, entre otros.

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