Tierra Adentro

Hay dos declaraciones que tuvieron salida los días sábado 21 de febrero y domingo 22. La primera de ellas retrata una realidad abrumadora para los mexicanos, lo escrito en una carta del Papa Francisco y dirigida a Gustavo Vera, en la que manifiesta su deseo para que Argentina evite la “mexicanización” (puede leerse aquí http://goo.gl/F4Uzvy). La otra, más superficial si se quiere ver, fue dicha en la entrega de los premios Oscar por el actor Sean Penn (puede leerse aquí  http://goo.gl/8LKihH), quien arrrojó a manera de broma un frase que para muchos mexicanos no lo es, y que por su naturaleza causó revuelo en las redes sociales. No ajenos a este par de declaraciones, en Tierra Adentro propusimos una “Conversación abierta” veloz, brevísima, entre cuatro de los columnistas semanales, Pedro J. Acuña, Vera Castillo, Nidia Manzano y Davo Valdés, para contar con su punto de vista. En un diálogo plural y horizontal, esto es lo que nos entregaron.

Pedro J. Acuña

Empezaré por Sean Penn. A mí me cae muy bien Sean Penn. Tal vez porque no me ofendo, pero se me hace baladí sentir algo como “el orgullo nacional herido” a partir del comentario de un actor en los premios Oscar. De allí paso al orgullo nacional, una discusión vieja. En México y en el mundo. Siempre que la oigo surgir me empieza a oler a justificación xenófoba de algo.

Lo de Bergoglio. ¿No se oye por ahí que estamos “colombianozándonos” política y socialmente? Si nos ofendemos, habrá que darle chance a los colombianos primero: derecho de antigüedad del bullying geopolítico. Me parece importante recordar que las identidades nacionales son artficiales.

El asunto es, pienso, que la filiación nacional es un vínculo débil porque no es un verdadero vínculo humano sino una imposición política; una discusión que tenga como premisa que todos los nacidos entre el Río Bravo y el Río Suchiate comparten per se algo más que el mismo pasaporte, empieza mal. Habría que cuestionar la idea y no tomarla como un axioma.

Vera Castillo

La idea que se tiene del mexicano tiene que ver con la construcción que se ha hecho de “lo mexicano” por los medios visuales y de comunicación. Me refiero a que el cine, la fotografía y las noticias han mostrado un México pintoresco y al mismo tiempo violento, y eso es lo que la gente fuera de nuestro país consume de nuestra cultura. De las cosas que más han llamado mi atención cuando he estado fuera de México, es la manera cómo nos conciben a los mexicanos. En una ocasión, al estar de viaje, unas señoras estadounidenses me preguntaron de dónde era. Al saberme mexicana comentaron algo así como: “esos mexicanos nos están invadiendo, se están metiendo por la frontera”. También es cierto que las noticias sobre el narcotráfico llegan a todas partes del mundo y los extranjeros se forman una idea de México desde lo que escuchan en la radio o desde lo que leen en internet. Muchas veces me preguntaron sobre la guerra contra el narcotráfico y si era cierto que vivíamos en medio de balaceras.

El tema de los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos y el tema del narcotráfico en nuestro país son una realidad que vivimos día con día y que no podemos negar. Por supuesto que hacer una generalización y hablar de “evitar la mexicanización”, tal como lo hizo el Papa Francisco en la carta que envió al legislador porteño Gustavo Vera, o que Sean Penn haga un comentario sobre la green card de Iñárritu es, como mencionó la redacción de Tierra Adentro, caer en reducciones basadas en estereotipos. Insisto, no es que México se pueda reducir al narcotráfico, a los indocumentados, así como a otros tantos estereotipos que se ha hecho del mexicano (mariachis, indígenas, paisajes con nopales, pachucos, charros y Marías), sin embargo, son los modelos que los medios visuales y escritos se han encargado de difundir de nosotros y de nuestro país.

Coincido con Pedro, no se trata de ofendernos y de hacer del comentario de Penn una “herida al orgullo nacional”, que en realidad es una especie de “herida histórica”. Fue una broma basada en una concepción estadounidense del estereotipo del mexicano.

Nidia Rosales

Lo mexicano, la identidad entendida como algo homogéneo, limitado por el lenguaje, el territorio, los nacionalismos y estereotipos culturales, viene siempre de afuera, específicamente del poder. Es un imaginario, no somos los mexicanos quienes inventamos lo mexicano, no es tampoco la cultura a menos que se apele a su diversidad. Los pensamientos no se reproducen a sí mismos, necesitan un contexto, una intención, un fin para nombrar esto o aquello. Los pueblos indígenas (diferenciados del resto como una forma de exclusión social) buscan continuamente su autonomía, lo cual me parece justo. ¿Dónde aprendimos lo mexicano, o en su caso, a ser mexicanos? En la escuela, luego en la literatura, el cine, la televisión, los medios de comunicación, en fin. Esto habla de relaciones de poder, de quién tiene la palabra y cómo la hace pública. Como Pedro Acuña, pienso que no podemos hablar de lo mexicano sin adentrarnos en el terreno político. La visibilidad es una trampa, como el lenguaje. Por ejemplo, hay que ver primero de dónde vienen estos comentarios. Los premios Oscar, Hollywood, la Academia representan la white supremacy. Desde ahí se despliegan una cantidad abrumadora de valores (blancos) hacia el mundo, valores que continúan el mismo sentido de dominación económica. Nos venden una cultura, un ideal, que, además de que no existe, nos somete. La cultura gringa (blanca) es la cultura del cine. Por eso no suele haber nominados negros, mexicanos, o de alguna otra “minoría”. El comentario de Sean Penn va en ese sentido, tener green card es tener permiso para vivir, para ser básicamente una persona, para existir. Aunque, bueno, tanto Sean Penn como Iñárritu tampoco dicen mucho. Ellos hablan desde la Academia, presentan o aceptan un premio que más que ser un logro es la aceptación de esa estructura racista y discriminatoria. Luego está el Papa, quien representa a la Iglesia, la censura, la norma, lo prohibido. ¿Qué se puede esperar del Papa sino la reproducción de estereotipos de dominación? 

Cosas terribles pasan en este país, como en el resto del mundo. Los clichés y prejuicios minimizan los problemas, le dan nombre a algo que merece más palabras. Sin embargo, no van a desaparecer, ni son un crimen, son parte del imaginario colectivo y del lenguaje. Por eso mismo, porque sólo nombran una parte del problema, quizá sería mejor ponerlos en el lugar que se merecen.

Davo Valdés

El problema radica en pensar que existe “lo mexicano”, así como un máscara que debemos defender. Para mí es una concepto muy ambiguo e incluso retorcido, que incluso se modifica una y otra vez según el contexto. Ahora con las declaraciones del Papa y la broma intrascendente de Sean Penn parece significar una cosa: nosotros no queremos ser vistos como violentos o corruptos que buscan la dignidad en Estados Unidos. En otros contextos esas mismas cosas ni se consideran para definir “lo mexicano” y en otras ocasiones nosotros mismos las asumimos con orgullo. No existe lo mexicano, sólo la contradicción humana. Es decir, ¿podemos seguir arrastrando clichés que el mismo Estado/Institución desde el poder construyó en torno a la identidad nacional a través de propaganda cultural? Yo creo que no es necesario seguir defendiendo la idea construida de “lo mexicano”. Creo que defender esa idea perpetúa la violencia que se ejerce contra los inmigrantes o contra nosotros en el extranjero y es una violencia que opera de forma subterránea en los medios de comunicación. Creo que habla más de la industria mediática, específicamente estadounidense, que de nosotros, que construyan chistes en torno a los inmigrantes y los mexicanos. Habla de una profunda ignorancia, de una banalidad del insulto, que en el fondo más que atacarnos a nosotros, los sepulta en una cultura de odio, prejuicio y violencia.

Nidia Rosales

Estoy de acuerdo con Davo, hay capas de lo mexicano, son ficciones, todas. ¿De qué sirve ofendernos por comentarios racistas, cuando el racismo está aquí y allá de igual forma aunque desde diferente voz?

Pedro Acuña

Me gusta la idea de que todas las capas de lo mexicano son, al final, ficciones. Recordar también, que ficción no es sinónomo de mentira o falsedad. Al revisar nuestros correos es obvio que compartimos esta postura, pero también me pregunto si no estamos desechando muy rápido el núcleo del problema sobre la identidad compartida, que es, según entiendo, una problemática de empatía y de compartir el dolor y el rechazo a la injusticia (y su correspondiente petición de justicia).

No por nada, por ejemplo, la religión es tan poderosa: hace que el dolor de los otros (que son como yo, con los cuales comparto la identidad) me sea directo (si uno es cristiano, la base es el dolor compartido: de todos en Cristo y de todos como en Cristo).

Curioso: políticos seculares, cuando están del mismo lado, se llaman correligionarios; los adherentes de una misma fe se llaman hermanos.

Me retracto sobre lo último que dije: no sólo compartimos un pasaporte; por desgracia el partido actual en el gobierno “gobierna para todos”, y una y tras otra política pública, con proyección para hacer más ricos a los ricos (así lo veo desde mi maluca comprensión de la economía), nos está siendo impuesta.

¿Me fui por otro lado?

Nidia Rosales

Creo que Pedro ha resaltado un punto importante que se nos olvida cuando hablamos de identidad más allá de ficciones nacionalistas o culturales. Los clichés en torno a lo mexicano, así como en torno a gringos, árabes, judíos, etc., no generan empatía sino rechazo. Ese es uno de los problemas. Yo no diría que algunos principios de la religión cristiana sean los mejores ejemplos de empatía o compasión: amor al prójimo, pues llevan la carga del dogma y la diferencia. Diría que la ética, entendida en su sentido filosófico, donde para ser en el mundo, para devenir en el tiempo y existir, debemos pasar, atravesar, la existencia del otro, es una herramienta contra las desigualdades y el ego. Para la ética, el otro es uno mismo, una parte imprescindible del ser, nos refleja y al mismo tiempo nos construye.

 


Autores
(Chihuahua, 1986) vivió en Toluca y ahora en el Distrito Federal. Próximamente será maestro en filosofía. Ha publicado en las revistas Los bastardos de la uva, F.I.L.M.E., Icónica, Registromx y El portal de Toluca. En este momento forma parte de Kinotecnia cineclub.
Escritor, crítico de cine y co-director del Festival Grotesco. Forma parte del Grumo de Escritores de la Barba Naranja. Se interesa por las películas de terror, el vegetarianismo, las bicicletas, los perros, la música con guitarras distorsionadas, las mujeres que cantan, la literatura, la filosofía y el punto de encuentro entre todas esas cosas (véase: Hora de aventura).
(Distrito Federal, 1991) estudió Historia en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos. Durante su carrera enfocó sus investigaciones a la fotografía del México decimonónico. Ha tomado cursos de retrato y fotografía digital en la Escuela Activa de fotografía y en la Facultad de Artes de la UAEM.
Es licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas, por la UNAM. Junto al artista plástico Pavel Acevedo, dirige Espacio Centro, un lugar independiente de exhibición y producción artística ubicado en la periferia de Oaxaca. Trabaja lentamente en su ficción y en un pequeño huerto.