Tierra Adentro
Poster de "Soy cuba", 1964. Dir. Mikhail Kalatozov.
Poster de “Soy cuba”, 1964. Dir. Mikhail Kalatozov.

Todo es en blanco y negro en alto contraste. Un avión sobrevuela la isla de Cuba, la mayor de las Antillas, y el paisaje está conformado por infinitas palmeras. Posteriormente, el mar inunda la pantalla y se revela que, en una de las playas de la isla, entre los cocoteros, emerge una cruz blanca. En su base, hay una placa en la que se lee: “Cristóbal Colón, 1492”, conmemorando que el mismísmo “descubridor” de las Américas pisó aquellas tierras en su primer viaje transoceánico.

Desde ese punto del pietaje, sería un despropósito intentar describir el resto del filme. Su título juega enigmáticamente con la voz de la primera persona: Soy Cuba (Я – Куба), y fue estrenada en 1964, dirigida por el cineasta soviético Mijaíl Kalatozov.

Aunque sea navegando las olas de la superficialidad, este texto busca aproximarse a uno de los más luminosos motivos para promover el visionado de esta película, cuyos atributos narrativos y técnicos podrían abarcar —y ya lo hacen— múltiples estudios en términos de historia del cine y de las artes. Ese motivo es la elegante agudeza del tratamiento de ciertos fenómenos económicos, sociales, políticos y culturales en el filme. La película retrata fenómenos que han agotado las palabras y los pensamientos de quienes dedican sus trabajos y sus días a las ciencias de lo humano. Sin embargo, el lenguaje cinematográfico, un despliegue sui generis del pensamiento humano, logra una comunicación sensible y repleta del poder de tales problemas humanos.

Antes de entrar en los detalles de tal apreciación, es imperante resumir la historia del filme: el contexto en el que se produjo, estrenó, olvidó y recuperó esta cinta.

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En el año de 1962, la llamada “Crisis de los Misiles” fue uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría. Casi llevó al mundo a una guerra nuclear y su locación fue la pequeña isla de Cuba. Sucedió entre el 16 y el 28 de octubre de 1962, enfrentando directamente a los Estados Unidos y la Unión Soviética.

En 1959, Fidel Castro llegó al poder en Cuba tras la Revolución Cubana, que encabezó frente a las fuerzas rebeldes populares que derrocaron el régimen dictatorial de Fulgencio Batista. Debido a la fricción que se creó con el gobierno estadounidense, el movimiento revolucionario cubano, eminentemente nacionalista, terminó por alinearse con la Unión Soviética bajo el liderazgo de Nikita Jrushchov a inicios de la década de 1960. Estados Unidos, bajo la administración del presidente John F. Kennedy, estaba preocupado por la expansión del comunismo en el mundo, por lo que una expresión tan poderosa en la isla de Cuba, a tan solo noventa millas de sus costas, los orilló a intentar sofocar el nuevo régimen de Cuba. Por ello, en 1961, promovió una invasión a la isla por la Bahía de Cochinos. Esta maniobra contrarrevolucionaria no solamente fracasó, sino que deterioró aun más las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

El 14 de octubre de 1962, un avión espía U-2 de los Estados Unidos tomó fotografías de instalaciones en Cuba que mostraban misiles balísticos soviéticos de medio alcance en construcción. Estos misiles eran capaces de llevar ojivas nucleares y alcanzar gran parte del territorio estadounidense, representando una amenaza directa. El 16 de octubre, Kennedy fue informado del descubrimiento y se reunió con su equipo de asesores para decidir cómo responder. Después de días de deliberaciones, el 22 de octubre, Kennedy anunció por televisión al público estadounidense que se había descubierto la presencia de misiles soviéticos en Cuba. Declaró una cuarentena naval (un bloqueo en todo menos en el nombre, ya que un bloqueo podría considerarse un acto de guerra) para evitar que más armas llegaran a Cuba y exigió la retirada de los misiles ya instalados.

Durante los días siguientes, el mundo observó con ansiedad mientras los barcos soviéticos que transportaban más misiles se acercaban a la línea de cuarentena. Hubo varios momentos de tensión máxima, como cuando un avión U-2 fue derribado sobre Cuba el 27 de octubre, matando al piloto estadounidense. Sin embargo, el 28 de octubre, tras intensas negociaciones, Jrushchov accedió a retirar los misiles de Cuba a cambio de una promesa pública de los Estados Unidos de no invadir la isla. En secreto, Estados Unidos también acordó retirar sus misiles balísticos Júpiter de Turquía, que estaban apuntando a la Unión Soviética.

En este panorama, emergió el interés dentro de la Unión Soviética para conocer a fondo la isla de Cuba, su historia y su cultura. Dentro de los distintos gestos de colaboración y vinculación entre los soviéticos y los cubanos, el cine fue claramente una manera de tender un poderoso puente diplomático e ideológico.

Soy Cuba fue la primera coproducción entre la Unión Soviética y Cuba. Fue concebida como un homenaje a la Revolución Cubana y se realizó en conjunto con el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). El rodaje comenzó el 26 de febrero de 1963 y el líder de la misión fue el célebre realizador Mijaíl Kalatozov, quien tuvo considerable libertad para completar la obra y contó con mucha ayuda tanto del gobierno soviético como del cubano.

Kalatozov ya se había consagrado como cineasta desde 1957, año en el que estrenó Las grullas vuelan (Летят журавли), un drama de amor entre una joven pareja: Veronika y Borís, que se enamoran justo antes de que comience la Segunda Guerra Mundial. A pesar del profundo amor que Borís siente por Verónika, se alista como voluntario para ir al frente. Este clásico del cine soviético es un retrato tanto del sufrimiento humano como del sentimiento patriótico que llevaba a los jóvenes a enlistarse en el Ejército Rojo. Otra de sus piezas icónicas fue La carta que se envió (Неотправленное письмо) de 1959, que también representa un homenaje a la solidaridad y a la comunidad, pero desde la mirada de un grupo de geólogos que se extravían en el bosque siberiano durante una expedición científica.

En estas películas, así como en Soy Cuba, la fotografía fue dirigida por Sergei Urusevsky, demostrando su habilidad plástica. Entre las inspiraciones de Kalatozov y Urusevsky para el proyecto, estuvo el filme inacabado ¡Que viva México! de Sergei Eisenstein, otro proyecto soviético sobre una nación latinoamericana en un momento de postrevolución. Entre los colaboradores cubanos de Kalatozov en el proyecto, se encontraban el guionista Enrique Pineda Barnet y el compositor Carlos Fariñas.

La película no es sino un desfile de técnicas innovadoras, como recubrir la lente de una cámara impermeable con un limpiador especial de periscopio de submarino, de modo que la cámara pudiera sumergirse y levantarse del agua sin gotas en la lente o la película. Para filmar una secuencia, más de mil soldados cubanos fueron trasladados a un lugar remoto. Y en otra escena, la cámara se eleva entre los edifición, atraviesa ventanas y parece flotar sobre la mitad de la calle. Estas tomas se lograron haciendo que el operador de la cámara tuviera la cámara adherida a su chaleco, como una versión temprana y rudimentaria de un Steadicam, mientras también llevaba un chaleco con ganchos en la parte trasera. Una línea de montaje de técnicos enganchaba y desenganchaba el chaleco del operador a varios cables y poleas que cruzaban los pisos y las azoteas de los edificios.

Sin embargo, es bien conocido el destingo trágico de la película, que en su momento no fue bien recibida ni en la Unión Soviética ni en Cuba. Los soviéticos la consideraron demasiado formalista y experimental; consideraron también que no se mostraban temas genuinamente revolucionarios. Mientras que los cubanos la vieron como una representación estereotipada de su cultura. Como resultado, Soy Cuba cayó en el olvido y no se difundió del otro lado de la Cortina de Hierro.

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La película está dividida en cuatro episodios que narran historias diferentes pero conectadas, todas centradas en la vida en Cuba bajo la dictadura de Batista momentos antes de la explosión de la Revolución Cubana de 1959. Los episodios abordan temas como la pobreza, la explotación económica, la racialización, la prostitución, la opresión política y la lucha por la emancipación. La manera en la que estos fenómenos humanos son representados en Soy Cuba parte de una compleja interpretación de la realidad económica, social y cultural del pueblo cubano.

Uno de los episodios se centra en una joven mujer cubana afrodescendiente que se ve obligada a prostituirse para sobrevivir. La mujer, por ser pobre y joven, es explotada sexualmente por turistas extranjeros, lo que refleja la doble opresión de género y clase. Además, la mirada de los turistas hacia ella también puede interpretarse desde una perspectiva racializada, donde el cuerpo de la mujer cubana es exótico y se configura como un objeto de consumo, lo que añade una capa adicional de opresión basada en la raza y el género. Este problema es tratado plásticamente de una manera muy audaz, pues, en el casino donde la mujer se gana la vida prostituyéndose y bailando, se presentan bailes y danzas africanas y de los pueblos nativos de Cuba. Esto expone las paradojas culturales, donde esas expresiones son una mercancía y conviven con la explotación sexual de las mujeres negras. 

Por otra parte, la película muestra cómo la explotación económica en Cuba afecta de manera desproporcionada a las personas racializadas y a las clases más bajas. En uno de los episodios, un campesino negro es despojado de sus tierras por una empresa estadounidense, lo que resalta la intersección entre la raza (ser afrodescendiente) y la clase (ser pobre y campesino) en la experiencia de la opresión alimentada por una situación colonial. La pérdida de sus tierras y su desesperación culminan en un acto de resistencia, lo que también subraya la relación entre estas opresiones y la lucha revolucionaria.

La presencia de Estados Unidos en Cuba es representada en la película como una fuerza opresora que introduce un constante conflicto entre la nacionalidad y el colonialismo. Los personajes cubanos son oprimidos no solo por su clase social y raza, sino también por su condición de ciudadanos de un país subyugado por los intereses económicos extranjeros.

En ese sentido, la narrativa visual de Soy Cuba —y su enfoque en múltiples historias de opresión— ofrece una interpretación compleja que demuestra cómo diferentes formas de opresión no operan de manera aislada, sino que se entrelazan, afectando la vida de los personajes de maneras complejas. Este análisis permite una comprensión más profunda de la película como un comentario sobre las desigualdades sistémicas y la lucha por la liberación en un contexto colonial y capitalista, muy cercano a lo que desde 1989 se convirtió en una importante tradición en las ciencias sociales: la teoría de la interseccionalidad. Desarrollada por la pensadora afrodescendiente Kimberlé Crenshaw, esta teoría sugiere que las diferentes identidades sociales —como raza, clase, género, y nacionalidad— se intersectan, creando experiencias únicas de opresión y privilegio.

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Soy Cuba fue rescatada del olvido en la década de 1990, después de la caída de la Unión Soviética. Martin Scorsese y Francis Ford Coppola jugaron un papel crucial en el redescubrimiento y la difusión de esta pieza. Sin embargo, fue gracias al cineasta Tom Luddy, cofundador del Festival de Cine de Telluride, que Scorsese y Coppola conocieron la existencia de la película. Luddy la encontró en un archivo ruso; quedó impresionado por su singularidad y la proyectó en 1992, justamente en una retrospectiva de Kalatozov.

Después de apreciar y conmoverse con esta película, Scorsese y Coppola decidieron apoyar la restauración y el reestreno de Soy Cuba, que consideraban nada menos que una obra maestra de la cinematografía.

En 1995, Soy Cuba fue relanzada en cines y recibió una aclamación crítica generalizada. Este rescate no solo revivió una película olvidada, sino que también subrayó la importancia de la colaboración y el intercambio cultural en la conservación y distribución del cine de distintas latitudes, mostrando cómo una película que inicialmente fracasó en su contexto original puede encontrar una nueva vida en un tiempo histórico diferente, respondiendo nuevas y viejas preguntas, afectando las sensibilidades de otras generaciones y detonando nuevas reflexiones sobre grandes problemas transhistóricos.

Poster de "Soy cuba", por René Portocarrero, 1964.
Poster para “Soy cuba”, realizado por el pintor cubano René Portocarrero en 1964.