Paren deprisa y sin dolor, como yeguas: violencia obstétrica en Ojos azules de Toni Morrison
En la novela Ojos azules, de Toni Morrison, las personajas experimentan diferentes tipos de violencias, como la obstétrica que, según el artículo La violencia obstétrica: una práctica invisibilizada en la atención médica en España, se refiere a “las prácticas y conductas realizadas por profesionales de la salud a las mujeres durante el embarazo, el parto y el puerperio, en el ámbito público o privado”. Esta violencia es experimentada por Pauline, la madre de Pecola, cuando va a dar a luz a su hija. La escritora nos describe el hospital, un cuarto donde podemos imaginar varias camillas en las que se encuentran muchas madres en trabajo de parto, entre ellas las mujeres de color y las blancas. Es evidente el trato distinto que los médicos le dan a cada una de ellas. A las mujeres rubias se les trata con amabilidad, con delicadeza: “Les vi hablando con mujeres blancas. ¿Cómo se siente? ¿Va a tener gemelos?”, hay una preocupación evidente hacia este grupo de mujeres, mientras que las de color son animalizadas, es decir, comparadas con yeguas: “El mayor enseñaba a los jóvenes cosas sobre los bebés. Les demostraba cómo hacerlo. Al llegar a mi lado dijo que con estas mujeres nunca tendréis problemas. Paren deprisa y sin dolor. Como Yeguas”. Esther Vivas, en Mamá desobediente, dice que “la violencia es asimismo psicológica, con un lenguaje que humilla, infantiliza y discrimina a la mujer”. Pauline es violentada a partir de los comentarios del médico, quien además afirma que ella no puede sentir dolor: “Yo tenía que hacer saber a la gente que dar a luz un hijo era algo más que un retortijón de tripas. A mí me dolía exactamente igual que a las mujeres blancas”. Esther Vivas plantea que “la violencia obstétrica se ejerce más fácilmente contra las mujeres pobres, las que pertenecen a una minoría étnica, las adolescentes, las solteras, las inmigrantes”. Pauline, al ser negra y pertenecer a la clase social baja, es discriminada y tratada como un ser inferior, a la que golpea el machismo, el clasismo y el racismo del personal de salud. Además, al afirmar que paren de prisa y sin dolor, el personaje está poniendo en peligro a la madre, al desatenderla, pues según Esther Vivas “las mujeres negras tienen cinco veces más posibilidades de morir como consecuencia de complicaciones”, ¿será la indiferencia y la desigualdad las que las lleva a estar condenadas a morir? La falta de humanidad de los personajes médicos provoca emociones negativas en la personaja, quien denuncia la violencia a la que es sometida a manera de introspección:
¿Qué se pensaban? ¿Qué por el hecho de que yo sabía cómo se tiene un hijo sin alborotar mi trasero no tiraba ni dolía como los de las demás? ¿Quién dice que las yeguas no sufren? ¿Es porque no lloran? ¿Por qué no lo cuentan con palabras?
A partir de estas preguntas entendemos el malestar de la mujer, que poco a poco descubre que ha sido discriminada. Es evidente que Pauline atraviesa por situaciones traumáticas que terminan por afectar su estado anímico. En este monólogo interior, la personaja Pauline dice que solo un médico tuvo empatía, sin embargo, no hizo nada para defenderla de sus colegas médicos: “Solamente uno me miró. Me miró a la cara, quiero decir. Yo le devolví la mirada. Él bajó los ojos y enrojeció; deduzco que sabía que quizá yo no era una yegua parturienta”. Aquí podemos darnos cuenta de que no solo la madre experimenta la violencia y vive un evento traumático, sino también el personal de salud, que han tenido que ser cómplice de estas prácticas invasivas. ¿Por qué no la defendió? Quizá resuene en nuestras mentes la pregunta y haya diversas respuestas, pero lo que no hay son dudas de que esta experiencia afectó al médico joven y es un tema del que poco se habla; Ibone Olza lo aborda en su libro Parir, el poder del parto:
Para los profesionales, igual que para muchas madres, lo traumático no es tener que hacer una cesárea urgente, que haya una hemorragia materna grave o incluso que fallezca un bebé. Lo traumático prácticamente siempre es el maltrato, el percibir que la parturienta no está siendo bien tratada, las intervenciones innecesarias, los gritos, las amenazas, la frialdad…en resumen: la violencia obstétrica.
Cuando iba a nacer mi primer hijo, una enfermera se me acercó para canalizarme, tomó mi mano con ternura y me preguntó:
—¿Estás nerviosa?
—Más que nerviosa, estoy inconforme con la cesárea, yo quería intentar un parto y no me lo permitieron—le respondí.
Y, tratando de convencerme de que una cesárea programada era mejor que un parto natural, me contó que ella preferiría que la durmieran por completo, porque había presenciado varios nacimientos que acabaron mal, porque casi siempre los médicos se desesperaban al ver que las mujeres no parían rápido y terminaban por cortar sus vientres. Me hubiera gustado preguntar más, pero no fue posible, me llevaron de inmediato al quirófano. Aquel relato y su manera de convencerme me deja pensando en todo lo que presenció, pues es urgente que se tomen medidas para sanar a quienes han sido cómplices del maltrato hacia las mujeres durante el parto e Ibone Olza lo reafirma: “Hay que visibilizar el alto y profundo sufrimiento emocional de muchos profesionales del parto y abordarlo terapéuticamente. Es urgente y necesario un diálogo entre usuarias y profesionales para poner fin a la violencia obstétrica”.
Y regresando nuevamente al trauma que experimenta la personaja, para evadir la violencia de los médicos, al igual que la mayoría de las mujeres que están en labor de parto, prefiere pensar que pronto nacerá su hija, para hacer menos dolorosa la experiencia: “Me tranquilicé, y cuando los dolores se hicieron más fuertes me alegré. Me alegré de tener otra cosa en que pensar”.Está claro que Pauline bloqueó el miedo y el dolor y prefirió enfocarse en su parto, lo que muchas mujeres hacen al momento de parir, pensar en que pronto serán madres, dejando a un lado la violencia, porque la mayor parte del tiempo se nos dice que no pongamos nuestra energía, nuestros pensamientos en lo que pasó durante el proceso, sino que nos enfoquemos en nuestros recién nacidos.
Otra de las manifestaciones de la violencia obstétrica son los tactos vaginales, que realizan los médicos sin darle ninguna explicación a las mujeres del procedimiento: “Un viejo médico bajito se encargó de examinarme. Tenía toda clase de materiales. Se enguantó la mano, untó el guante con una especie de jalea y embistió con la mano entre mis piernas”. La descripción revela y nos hace intuir la violencia de aquellos dedos entrando en la vagina de la mujer parturienta, sin ningún tacto ni calidad humana, al igual que una violación. En Mamá desobediente, la autora dice que: “La expresión ‘violación en el parto’ es utilizada por parte de mujeres que se vieron sometidas a determinadas actuaciones médicas sin que se les pidiera su consentimiento ni se les informara previamente”. Es evidente que Pauline es invisibilizada, como si fuera un objeto manipulable, lo que me recuerda a la novela A mí no me iba a pasar, de Laura Freixas, donde la personaja se percibe como un jarrón: “Tengo que hacerme a la idea de que aquí, en esta tierra hostil a la que he venido voluntariamente, soy un jarrón. Alto, panzudo, de cerámica tosca, pero que contiene un tesoro: otro jarrón, este sí, valiosísimo”.
Posteriormente, la narración en primera persona muestra que la mujer está a la vista de todos y es objeto de estudio, es decir, es utilizada para enseñarles a los futuros médicos: “vinieron más médicos. Uno mayor y unos cuantos jóvenes. El mayor enseñaba a los jóvenes cosas sobre los bebés”. Esta es otra manifestación de la violencia que vivimos las madres: no tenemos privacidad al momento de parir, e Ibone Olza lo confirma: “Mujeres a las que exploran hasta seis personas, sin ninguna intimidad durante los procedimientos. Partos en los que se han llegado a contabilizar más de quince personas en el paritorio”. En las instituciones médicas no existe el respeto a la madre ni al bebé; la mayoría vive esta experiencia al lado de una multitud de desconocidos, sin que se le permita estar acompañada de su pareja o algún familiar. En pandemia, esta situación se replicó en muchos hospitales, en mi caso, en el 2021, estuve rodeada de médicos, en un quirófano, sin que nadie de mi familia sostuviera mi mano. En el caso de la personaja es igual, pues ella no está acompañada por Cholly, su marido.
Otra forma de violencia obstétrica es la separación de la madre y el recién nacido. En el caso de Ojos Azules, la madre de Pecola no lo dice directamente, pero podemos intuir que así fue por la siguiente declaración: “Me trajeron el bebé para que lo amamantase y enseguida se cogió al pecho. Aprendió de prisa. No como Sammy, que fue de lo más difícil de alimentar”. En esta parte vemos a una madre que no tuvo contacto de piel con piel con su hija y por ende no la amamantó inmediatamente. Es muy común que después de un parto o una cesárea se lleven los recién nacidos a los cuneros, dejando a las madres solas en la sala de recuperación, rompiendo el lazo que conecta a una madre con su hijo o hija. En varias ocasiones me pregunto si esas dos horas en las que estuve lejos de mi hijo Ulises fueron decisivas y por eso aún no lo veo regresar a mí. Quizá es lo mismo que experimentó Pauline con Pecola, la percibimos como una madre indiferente, que descarga su ira contra su hija, golpeándola: ¿será que la personaja, al ver a su hija, recuerda la violencia que vivió durante el parto? En Parir, el poder del parto, la autora dice que: “Para la inmensa mayoría lo más doloroso era la pérdida de las primeras horas de vida del bebé, el haber estado separadas al nacer sin que hubiera una causa médica que justificara que el recién nacido pasara sus primeras horas en alguna cuna”. Además, esta separación provoca falta de conexión y también estropea la lactancia. Pauline menciona que no tuvo problemas para amamantar a Pecola, pero sí los tuvo con su primogénito Sammy. Es importante hacer hincapié en que Sammy es poco mencionado en la novela, será porque como dice Ibone Olza, “Hay quien sugiere que para el cerebro maternal la lactancia materna equivale a la ‘muerte’ del recién nacido. Argumentan que, en la naturaleza, las mamíferas solo no amamantan si la cría ha muerto”. Una madre que no alimenta a su hijo quizá experimenta un duelo y por eso no logra establecer un vínculo.
Toni Morrison deja entrever en pocas páginas que la violencia obstétrica no solo afecta a la madre, sino también a los recién nacidos, a los que se le marca desde el primer día de vida con la palabra violencia. Es importante que se tomen medidas y se erradiquen estas prácticas para que los hospitales sean considerados lugares seguros, donde el parto sea humanizado y libre de violencia. Nos queda claro que nuestros vientres son vistos como una amenaza, como animales a los que no hay que permitirles que se desboquen como las yeguas porque al final será difícil controlarlos. Quizá eso debemos hacer, soltar las riendas del parto, permitir que relinchen y den dos o tres patadas a quienes estén detrás de las batas blancas.
Bibliografía
Freixas, Laura, A mí no me iba a pasar. Una autobiografía con perspectiva de género, Barcelona, Penguin Random House, 2019.
Morrison, Toni, Ojos azules, Barcelona, Editorial Debolsillo, 2014.
Olza, Ibone, Parir. El poder del parto, Barcelona, Editorial Vergara, 2021.
Rodríguez-Mir, Javier y Martínez-Gandolfi, Alejandra, “La violencia obstétrica: una práctica invisibilizada en la atención médica en España”, Departamento de Antropología y pensamiento Filosófico Español, Facultad de Filosofía y Letras, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2021.
Vivas, Esther, Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad, Barcelona, Capitán Swing, 2021.