Roque Dalton y el Pulgarcito
En las últimas semanas me he dedicado primordialmente a dos tareas: refinar mi arte de albañilería para aplanar y enyesar paredes con videos en internet y empaparme de la historia del país más pequeño de Centroamérica, El Salvador. Estas dos actividades me han llevado a reflexionar (o, más bien, a obsesionarme) con una reflexión profunda acerca del valor del trabajo y las diferencias entre el trabajo físico e intelectual. El propio Marx y Engels postularon que esta división social del trabajo está anclada en la ruptura entre trabajadores manuales e intelectuales, provocada, en esencia, por una diferencia de clase. Bajo el capitalismo, la separación entre trabajo manual e intelectual se ha exacerbado mucho más: el primero le corresponde a la clase trabajadora y el segundo es un privilegio de la clase dominante. El problema es que, estos días, yo encarno los dos polos, que no conviven bien en mi debilucho y agotado cuerpo. Vivo con la incompatibilidad de los dos tipos de trabajo y me enfrento al hecho de que mi precario trabajo intelectual mal remunerado en esta sociedad tampoco me alcanza para pagar ningún tipo de trabajo manual ajeno. Tengo entonces que multiplicarme y encaro el mismo dilema que, en su momento, se planteó el poeta y revolucionario salvadoreño Roque Dalton: ¿cómo insertar la labor y la utilidad de la poesía en el terreno histórico-político? ¿qué sentido tiene pensar la creación y cómo responde la forma expresiva de la poesía donde el revolucionario es “el más útil de su época”?
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Luego de leer una decena de libros y artículos acerca de diversas épocas, conflictos y guerras (sobre todo de la guerra civil, de la que hay mucha bibliografía), así como de la situación económica y migratoria de El Salvador, he ido armado paulatinamente un patrón de su historia: es una historia primordialmente cíclica y repetitiva. Un ejemplo muy reciente es el régimen de excepción que el actual gobierno del presidente Nayib Bukele lleva invocando ya más de dos años para encarcelar a quienes les parezcan sospechosos sin un juicio, y su recién estrenada colaboración con el gobierno del presidente Donald Trump para aceptar migrantes (cuyo único crímen ha sido migrar) en las abarrotadas cárceles de El Salvador. Estas dos terribles políticas no son, como se supondría, un fenómeno nuevo, sino algo que ha sucedido ya en otros periodos de la historia reciente de El Salvador.
No obstante, esta repetición en la historia, como dice el filósofo Kojin Karatani, no implica que se repita un acontecimiento, sino más bien una estructura. A pesar de que en un proceso de repetición estructural pueda parecer que un acontecimiento histórico se repite, sólo recurre la estructura. En el caso de la historia de El Salvador, la estructura recurrente es lo que Marx describe con la idea de la acumulación originaria como base del capitalismo: la expropiación de las tierras comunales y ejidos hicieron que el poder y riquezas se concentraran en un grupo muy reducido de oligarcas criollos o extranjeros, lo cual creó una situación de desigualdad radical entre la mayoría que no posee nada (más que su fuerza de trabajo) y quienes lo tienen todo en exceso y proceden a explotar y esclavizar a sus trabajadores para acumular más, siempre más. La desigualdad es a su vez la base de la violencia sistémica y racial, de intentos cada vez más despiadados de controlar la economía, la política, el sistema militar y la sociedad.
Hay una leyenda en El Salvador que he leído en muchas versiones y que podemos usar para explicar la estructura de la acumulación originaria: el poder lo tienen las “catorce familias” y el resto, los 6,020,000 salvadoreños1 que habitan en el territorio nacional, tienen apenas lo mínimo para sobrevivir. La leyenda mítica de la elite salvadoreña se cuenta en un número que refleja no tanto una realidad algebraica (no hay en realidad catorce familias, aunque hay quienes se han dado a la tarea de rastrear los apellidos de éstas a partir de la colonia y en adelante) sino su poder simbólico, su tamaño, y su condición dominante y endogámica. Históricamente, las catorce familias son un grupo reducido de criollos cuyo origen se remonta a la colonia española, al que se sumaron también europeos y estadounidenses inversores que luego de la revocación de la tenencia de las tierras ejidales y comunales en 1886 se apropiaron de la mayor parte de las tierras del país. A partir de entonces y gracias a la propiedad de las tierras fértiles, se convirtieron en las familias más ricas y poderosas del país en lo que a inicios del siglo XX se convertirían en terrenos agroexportadores, principalmente de café.
Las catorce familias quizás representan simbólicamente los catorce departamentos de El Salvador, pero lo cierto es que el número es lo suficientemente grande para ser plausible y lo suficientemente chico para ser terrible. Lo peor no es el número, sino precisamente la pulsión de contabilizar, enumerar y delimitar un país muy pequeño en los intereses de una élite muy reducida. Aunque la misma estructura de acumulación se repite también en el resto de la región centroamericana y latinoamericana, con contradicciones y desigualdades similares, al ser un país tan pequeño (el “Pulgarcito de América,” como lo caracteriza Gabriela Mistral), todo se acentúa y se vuelve más polarizado: no hay término medio.
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El propio Roque Dalton (1935-1975) fue producto de las contradicciones de la sociedad salvadoreña. El padre de Roque fue Winnal Dalton, un exitoso hombre de negocios de ascendencia irlandesa originario de Texas que se mudó a El Salvador a comienzos del siglo XX y se casó con una mujer de las catorce familias, la oligarquía dominante del país. Hacia 1934, Winnal Dalton tuvo una relación amorosa con una enfermera, María García Medrano, que lo cuidó después de que resultara herido en una trifulca con un banquero prominente. Roque nació fuera de matrimonio y usó el apellido de su madre toda su juventud. Tuvo siempre una relación complicada con su padre quien, sin embargo, le otorgó apoyo financiero para su educación. De esta manera, Roque se inscribió en un colegio de elite jesuita y hacia 1953, con una beca, se fue a estudiar leyes en Santiago de Chile. Ahí se encontró con la poesía chilena y conoció a Pablo Neruda y a Diego Rivera. Estos encuentros fueron cimentando su visión política y artística de la realidad en la que “se interesó en el comunismo gracias a la poesía”.
Ya desde sus primeros poemas, Roque Dalton plantea una relectura (a través de la forma poética) de la historia salvadoreña en clave revolucionaria y marxista. A lo largo de su trayectoria, el arte y la política fueron inseparables y se transformaron mutuamente. En 1954 Dalton regresó a El Salvador y continuó sus estudios de leyes en la universidad pública en donde se involucró con asociaciones literarias y políticas. Unos tres años después, Dalton viajó a la Unión Soviética en representación de los estudiantes salvadoreños para asistir a una serie de eventos patrocinados por el movimiento comunista y cuando regresó a su país, se inscribió en el Partido Comunista Salvadoreño. Su militancia, sin embargo, siempre estuvo marcada por su visión crítica de los propios grupos comunistas. En un texto sobre “Poesía y militancia en América Latina” se pregunta: “¿[t]ambién el poeta es comunista?” Y contesta: “el gran deber del poeta—comunista o no—se refiere a la esencia misma de la poesía, a la belleza […] todo lo que cabe en la vida cabe en la poesía. El poeta, y por lo tanto el poeta comunista, deberá expresar toda la vida: la lucha del proletariado, la belleza de las catedrales que nos dejó la Colonia española, la maravilla del acto sexual, los cuentos temblorosos que llenaron nuestra niñez, las profecías sobre el futuro feraz que nos anuncian los grandes símbolos del día”. Desde esta perspectiva es que Roque Dalton fue un poeta y un revolucionario, comprometido con expresar la vida en la síntesis de ambas esferas.
El activismo político de Dalton hizo que acabara en la cárcel en repetidas ocasiones. En 1959 lo capturaron pr primera vez porque había organizado protestas estudiantiles en contra del gobierno y más adelante lo detuvieron por tener en su posesión propaganda comunista: un libro del poeta cubano Nicolás Guillén. Se exilió en México a principios de los años sesenta, publicó ahí su primera colección de poemas (La ventana en el rostro, 1962) y viajó también a Cuba, donde la revolución liderada por Fidel Castro apenas cumplía cuatro años. En Cuba publicó varios libros de poesía y ensayos, y un par de libros sobre la historia de su país. Comenzó a ganar reconocimiento como uno de los poetas revolucionarios de Latinoamérica, y le dieron trabajo en Casa de las Américas, una de las editoriales de izquierda más importantes de Latinoamérica.
Hacia 1963, Dalton decidió regresar a El Salvador, pero el gobierno militar en turno lo tenía ya bien identificado y aunque vivió en la clandestinidad por un tiempo, cayó en manos del gobierno y lo encarcelaron de nuevo. Dalton se logró fugar de la cárcel y se exilió de nuevo, ahora en Praga, Checoslovaquia, donde trabajó para una revista de izquierda hasta 1967. En 1969 su libro Taberna y otros lugares ganó el premio Casa de las Américas. En Praga, se encontró por casualidad con Miguel Mármol, un revolucionario salvadoreño que había participado en la primera revolución de izquierda de El Salvador organizada en 1932 (también con la participación de Farabundo Martí, cuyo nombre recuperaron años después la coalición de grupos comunistas guerrilleros que combatieron a los regímenes durante la guerra civil salvadoreña) en contra del gobierno militar del general Maximiliano Hernández Martínez y que acabó en una masacre y genocidio despiadado. En sus reuniones con Mármol, recuperó su relato y la base de esos encuentros fueron lo que conformó más adelante su libro más famoso, escrito en forma de testimonio en primera persona, Miguel Mármol: los sucesos de 1932 en El Salvador (1972). Al mismo tiempo, Dalton estaba escribiendo un par de libros en donde mezclaba la historia y el collage poético intertextual, Un libro levemente odioso e Historias prohibidas del Pulgarcito, así como su novela autobiográfica, Pobrecito poeta que era yo….
Hacia 1974, Dalton se separó del Partido Comunista de El Salvador y se unió a un grupo guerrillero maoísta, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). En Cuba, Dalton se hizo una serie de cirugías plásticas (con el mismo cirujano que había cambiado el rostro del Che Guevara antes de que regresara a Bolivia) para poder regresar a la lucha armada y regresó así a su país al fines del año, de forma clandestina. Luego de una serie de disputas ideológicas y acusaciones de indisciplina y de formar parte de la CIA de los Estados Unidos, algunos dirigentes del ERP incriminaron a Dalton de traición y lo condenaron a muerte en mayo de 1975, unos días antes de que cumpliera cuarenta años. Hasta la fecha, no se sabe cómo asesinaron a Dalton y sus restos nunca han sido encontrados.
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El poema collage intertextual de Roque Dalton, Las historias prohibidas del Pulgarcito (1974), podría incluírse dentro de la tradición de El estrecho dudoso (1966) del poeta nicaragüense Ernesto Cardenal. Se trata de reinterpretaciones y reescrituras de textos históricos y periodísticos que ofrecen su versión (o su crónica) de la historia de las naciones centroamericanas. Lo más importante, desde mi perspectiva, es precisamente su insistencia en la forma de la recurrencia y repetición estructural y sistémica de la violencia. Roque Dalton dispone su crónica de la historia del Pulgarcito desde una distancia irónica que constantemente se burla no sólo de la propia historia trágica, sino también de las formas en las que se han inscrito y registrado los relatos históricos. Me permito citar completo su “Poemita con foto simbólica”, dedicado a “la clase interna lacayo-dominante”, en donde realmente se puede notar la perspectiva tragicómica desde la que se edifica gran parte de la obra de Roque Dalton:
Oh
ligarquía
ma
drastra
con marido asesino
vestida de piqué
como una buitra
acechante en las ramas
del enredo en la Historia
ridícula como todo lo malo
hay que acabar contigo gorda
asna con garras
tigra de palo
cruel y más cruel y todavía odiando
te hacés de la delicia del pollo
no de la horrible
retorcida de buche del traspatio
cenás con el abogado
pero solo dormís tranquila por el pobre cuilio
maje
chucha insepulta y emperifollada
Gran Arquitecta de las cárceles
y de la mayoría de enfermos que se quedan afuera del
Hospital
vieja matona de alma intestinal
una tacita de oro y de café y una pistola
un crucifijo de conchanácar y un garrote
oligarquía
bacinilla de plata del obispo y jefa del obispo
puñal de oro y veneno del Presidente
y mantenedora del Presidente
caja de gastos chicos de Míster Rockefeller
coyota del señor Embajador
rufiana de la patria
oligarquía hoy más que todo
náufraga que quiere hundir el barco
depósito recargado de mierda del avión
imperial
y amenaza tormenta.2
El poema retrata con una serie de personificaciones a la oligarquía, las míticas catorce familias que dominan El Salvador y los símbolos a través de los que ostentan su poder. También va señalando con letras mayúsculas las instancias estructurales de cómo opera su dominio: Presidente, Embajador, Míster Rockefeller, Hospital, Gran Arquitecta, Historia. A través de la mayusculización de estas instituciones y sus armas “una tacita de oro y de café y una pistola/ un crucifico de conchanácar y un garrote” opera entonces el aparato del capitalismo imperial que va dictando el clima diario del país, en donde siempre “amenaza tormenta”. Además, el tono conversacional dirigido al “vos” de la oligarquía que es el destinatario, el uso de hipérbole (depósito recargado de mierda) y ennumeraciones enmarcan la sátira poética. El corte de los versos y las palabras con una ligera sangría van estableciendo el ritmo y cadencia de lo que la voz poética quiere destacar y donde va precisando el poeta revolucionario el “corte” de otro tipo de puñal: no un puñal de oro, sino un puñal que corta versos, realidades, las palabras que habitamos.
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La poesía es el albañil del lenguaje: construye realidades que de otro modo no son pensables, en forma de verdades y no ya de palabras que únicamente comunican o informan (algo sobre una realidad existente). Al sustraer las palabras de su uso cotidiano, su función comunicativa, la poesía ofrece una forma distinta de entrelazar, en su materia poética, lo que de otro modo funcionaría solo como una expresión que refleja la realidad. Eso es lo que Dalton logra cuando cuenta las historias prohibidas de la repetición estructural de los acontecimientos históricos de El Salvador. La literatura no es un reflejo de la realidad, es una forma de expresar las verdades en una forma que procura darle otro valor (revolucionario) al trabajo con el lenguaje.
- El último censo estableció que en El Salvador hay 6,029,976 salvadoreños que viven en El Salvador. Por supuesto, esto no cuenta que aproximadamente un tercio de los salvadoreños viven fuera de su país. Se cuentan aproximadamente 2 millones y medio en Los Estados Unidos, el principal destino al que migran los salvadoreños.
- Roque Dalton, Las historias prohibidas del Pulgarcito, Ocean Sur, 2014, p. 194-195.