La nostalgia fingida
Fue el primer tuit que leí en el día. Alguien había publicado una recopilación —caótica y pobre en pixeles— de varios clips representativos de la cultura pop gringa de inicios de siglo, acompañada por la leyenda: “Quizá nunca más atestiguaremos un periodo generacional como el de 2000-2008”. Otro usuario, llamado @Boringstein, citó el video con una frase que me sacó una risilla ladina: “Es asombroso que la mejor época de la historia humana siempre se alinea con el tiempo en el que alguien tenía 12 años”.
El nostálgico es, a menudo, ridículo, y no por el natural hecho de entrañar las dimensiones de la vida pasada, sino por privarlas de complejidad. Es cierto: estamos condenados a juzgar el pasado desde un puñado de remanentes corrompidos, de ficciones que, con la óptica de un prisma caprichoso, distorsionan las imágenes de lo que fue. Pero este atributo de la memoria (acaso su mayor defecto) no justifica la imprudencia de quien construye en la nostalgia un lugar para habitar la vida cotidiana. No son escasos los problemas que se engendran en la añoranza acrítica del pasado.
De entre todas las que se encuentran en boga, quisiera centrarme en dos tipos de nostalgia. La primera de ellas es apenas una excusa de explotación mercantil del pasado; la segunda, preocupante, consiste en una instrumentalización ideológica. Tengo la impresión de que ambas guardan una correlación tan discreta como terrible.
Nos hemos acostumbrado a vivir en un tiempo de refritos. Con entusiasmo paralelo o con resignación paterna, llevamos a nuestros hijos al cine para mirar historias que ya conocemos y, de paso, perpetuar la existencia de franquicias cuya calidad no corresponde con nuestra estima hacia ellas. Las corporaciones de entretenimiento nos han convencido de que los niños deben ser expuestos a las producciones clásicas no mediante su divulgación, sino su traslación a nuevos medios. Si bien a muchos nos ha parecido ridícula la idea de rehacer clásicos de cine infantil usando CGIrealista en lugar de, simplemente, relanzarlos, resulta obvio que en esta dinámica está entrometido un factor más potente que la nostalgia: el dinero. Me atrevo, sin embargo, a preguntar: ¿es solo el dinero lo que orilla a las casas productoras a parir secuelas y remakes de forma indiscriminada? ¿Es solo la rememoración lo que orilla a los consumidores a mirar infinitas variaciones de la misma obra?
Duke Beardsley, pintor norteamericano que ha dedicado la mayor parte de su trabajo a la temática western, apunta con gran sentido del humor hacia la escasez creativa del arte nostálgico:
La nostalgia, como motor en el arte… en el arte occidental… en MI arte occidental… es delicada. Porque seduce. Y porque funciona. Y, aceptémoslo, también es fácil. No técnicamente, pues muchas de las obras más nostálgicas de la historia también se cuentan entre las más sofisticadas a nivel técnico. Me refiero a que es intelectualmente fácil. Porque si algo está impulsado artísticamente por la nostalgia, significa que se basa en algo que ya existe. Algo establecido. Ya explorado. Un camino demasiado transitado. Y por muy cómodo que eso sea, no es precisamente algo innovador.1
Hace tiempo me encontré con la tesis que Hannah Ziesmann presentó para adquirir el grado de maestra en Artes, por la Universidad del Estado de Arizona.2 Titulada Memory and Nostalgia In Contemporary Art (2020), su obra analiza casos puntuales de artistas plásticos que se han valido de la nostalgia (en su acepción más cercana a la remembranza) para producir piezas que, a través del análisis de la dimensión social de la memoria, logran cuestionar, abrazar e incluso renegociar el pasado. Desde la producción de Spencer Finch a la de Gala Porras-Kim, los casos abordados muestran justo lo contrario al secuestro sentimentalista de la nostalgia que tiene lugar en los medios masivos contemporáneos: aquí, más bien, ocurre un diálogo activo y una crítica; es decir, no se trata de una postura servil ante el pasado. Se entiende a la memoria como un medio para la creación de sentido.
Hace algunos párrafos planteé mi interés en dos nostalgias. La segunda de ellas, dije, cuenta con raíces ideológicas. Acaso uno de los más efectivos componentes discursivos del trumpismo —que ha bastado ya para ganar dos elecciones presidenciales— es la sencillez de su articulación política: transparente en su conservadurismo, aboga por la recuperación de una grandeza perdida. ¿Cuál grandeza y, específicamente, cuándo se perdió? No importa. Esa es la facción malévola de la nostalgia: uno puede entenderla desde la deformación.
El reaccionario rara vez sabe apuntar, en términos políticos, qué es lo que quiere. Abanderado de la nostalgia, se unirá a las filas de quien sea que le prometa recuperar el pasado especulativo del que se jacta su memoria. Mejor economía, mejor calidad de vida, mejor cultura, mejor contenido de consumo. Mejores tiempos.
Mark Lilla, en su libro The Reckless Mind (2016), condensó perfectamente uno de los motivos que explican el reiterado fracaso del liberalismo contemporáneo cada vez que llega el momento de medir fuerzas con sus rivales dentro de la casilla electoral: “Las esperanzas pueden ser decepcionadas, la nostalgia es irrefutable”.3
La búsqueda por revivir ideales del pasado ha encontrado su terreno más fértil en internet, donde comunidades enteras se aglutinan alrededor de imágenes idealizadas de lo que fue. En plataformas como TikTok, YouTube o Reddit, proliferan compilaciones, memes y clips que romantizan décadas anteriores como respuesta simbólica a problemas actuales, desde la inseguridad económica hasta la ansiedad social. Esta tendencia configura una narrativa que posiciona lo antiguo como inherentemente mejor, no porque ofrezca soluciones prácticas, sino porque genera una reconfortante ilusión de orden y simplicidad.
Han abundado siempre quienes viven alienados en la defensa del tiempo pasado. Ahora nos enfrentamos con el extraño caso de tribus virtuales que maquillan sus apologías reaccionarias con la estetización de un ayer que no vivieron y que, ciertamente, no existió. La creciente plaga de la nostalgia fingida.
- Beardsley, D. (2021, 22 de diciembre). The Role of Nostalgia in Art. Ranchlands. https://ranchlands.com/blogs/journal/the-role-of-nostalgia-in-art?srsltid=AfmBOor8VPdcpR12ryywc_f_7V8OpCLb8CtSLSvMNV8wIkSf2CPdiO_n
- Ziesmann, H. (2020). Revival: Memory and nostalgia in contemporary art [Master’s thesis, Arizona State University]. Arizona State University Repository.
- Lilla, M. (2016). The reckless mind: Intellectuals in politics (Rev. ed.). New York Review Books.