En las últimas semanas me he dedicado primordialmente a dos tareas: refinar mi arte de albañilería para aplanar y enyesar paredes con videos en internet y empaparme de la historia del país más pequeño de Centroamérica, El Salvador.
En el crepúsculo gris de un octubre que ya no recordaba el esplendor de los antiguos otoños soviéticos, Maksim Mest regresó a su morada, una construcción anónima de ladrillos ennegrecidos que el tiempo y la negligencia habían reducido a una sombra de sí misma.
a Thoreau y Lafargue
A muy temprana edad
padecí la fiebre de las pérdidas;
era muy necia para poder reconocer
en el tuétano de las alucinaciones
el tono de las grandes profecías,
develadas sólo en la angustiante parálisis del sueño:
“Serás muy joven todavía,
pero ya tendrás la vida embargada,
pondrás el lomo bajo las horas
y atizarás el fogón con la pura mano;
a ti también van a decirte,
qué ingenua serás entonces para creerlo,
que el esfuerzo se cobra alto
(y mira si no lo estoy pagando caro);
dejarás los riñones en el fuete
porque estarás aferrada a la gloria
y a las victorias materiales;
te dirán que eso es la felicidad,
y tú confiarás que es ahí donde reposa.