Tierra Adentro

En el marco del Día Internacional de la Lengua Materna, conmemorado anualmente el 21 de febrero, se presenta una selección de trabajos realizados por 16 escritores en lenguas indígenas. Estos autores, entre los que se encuentran poetas, cuentistas y ensayistas, aportan una valiosa contribución al panorama literario mexicano desde sus respectivas lenguas originarias. El objetivo de esta iniciativa es visibilizar y reconocer el trabajo literario desarrollado en las lenguas indígenas de México, subrayando su riqueza y vitalidad.

Frecuentemente se escucha la afirmación: “Debemos preservar las lenguas indígenas porque se están perdiendo”, sin embargo, resulta crucial detenerse a reflexionar si estas lenguas realmente están en peligro de extinción o si más bien el sistema sociopolítico y cultural dominante está generando narrativas de desesperanza y desvalorización. Estas narrativas pueden ser percibidas como “pequeñas dosis de mentira”, que contribuyen a la marginación y al desplazamiento de las lenguas originarias.

En diciembre de 2024, dialogaba con un amigo tseltal y destacado crítico, Daniel Ochoa, sobre las lenguas indígenas en México. Durante nuestra conversación, él propuso reflexionar sobre si realmente estas lenguas están desapareciendo o si el sistema colonial dominante nos ha llevado a creer en su inevitable extinción. Desde esta perspectiva, la narrativa de la pérdida podría ser más bien una construcción que refuerza el control colonial, perpetuando la idea de que es imprescindible “preservarlas” para evitar la desaparición de toda una cosmovisión ligada a los pueblos indígenas.

En febrero de 2023, encontré en una publicación de Facebook realizada por el youtuber Andrés ta Chikinib una afirmación que complementa esta idea: “La lengua y la cultura no se están perdiendo, nos perdemos y alejamos nosotros como hablantes de la lengua”. Este mensaje invita a una reflexión introspectiva sobre el papel de los propios hablantes en la continuidad de sus lenguas y culturas, señalando la necesidad de repensarnos desde nuestra identidad lingüística y cultural.

En el contexto mexicano, y particularmente en Chiapas, las elecciones de junio de 2024 se caracterizaron por una notable uso de lenguas indígenas en las estrategias de propaganda política. Un ejemplo destacado fue el eslogan en tsotsil “Jam ach’ulel”, acompañado de iniciativas como “Chiapanequidad”, que buscaban revalorar las raíces ancestrales y fomentar la preservación de las lenguas indígenas del estado, así como su riqueza cosmovisional. Sin embargo, este movimiento político ha generado una serie de ventajas y desventajas que requieren un análisis crítico.

A lo largo de la historia, hemos observado la apropiación indebida de identidades indígenas por parte de personas que, sin pertenecer a estas comunidades, se adjudican dicha condición, ocupando espacios y recursos destinados a quienes verdaderamente los requieren. Este fenómeno se intensifica en un contexto donde la revalorización de las raíces ancestrales ha ganado protagonismo. Frases como “todos somos indígenas” se escuchan con frecuencia, lo que nos invita a reflexionar profundamente: ¿qué significa ser indígena? ¿Cuáles son las características que definen esta identidad? ¿Acaso basta con hablar una lengua milenaria, portar una indumentaria tradicional o adherirse a normas comunitarias específicas?

En el marco de esta reflexión, destaca la reciente proclamación del 2025 como el “Año de la Mujer Indígena”, una iniciativa impulsada por el gobierno actual bajo el liderazgo de la primera mujer presidenta de México. Esta propuesta, anunciada como un logro histórico, busca visibilizar y destacar el papel de las mujeres indígenas en la sociedad. Sin embargo, es necesario cuestionar el alcance real de esta medida: ¿qué aportaciones concretas traerá consigo? ¿De qué manera impactará el reconocimiento y el fortalecimiento de las mujeres indígenas en los años venideros? Esta no es una situación aislada de la administración actual; el gobierno anterior también colocó en la agenda pública el tema de los pueblos indígenas, aunque desde una perspectiva distinta.

El escritor tsotsil Mikel Ruiz, en una charla reciente, señaló que estamos presenciando un nuevo indigenismo, ahora bajo consignas como “primero los pobres”, una narrativa que, en la práctica, asocia la identidad indígena con la pobreza y la carencia. Esta representación perpetúa estereotipos dañinos que presentan a los pueblos indígenas como atrasados, desprovistos de educación, literatura, filosofía y pensamiento crítico.

Es imperativo cuestionar y problematizar esta categoría de “indígena”, que a menudo se emplea de manera homogénea en el diseño de políticas públicas. Al englobar a las 68 lenguas indígenas y sus respectivas culturas bajo un único término, se ignoran las particularidades, las diferencias culturales y lingüísticas, y las necesidades específicas de cada pueblo. Este enfoque homogeneizador no solo invisibiliza las diversidades internas, sino que también refuerza dinámicas de exclusión y marginación.

Por lo tanto, resulta crucial replantear la narrativa en torno a los pueblos indígenas, evitando la instrumentalización de su identidad en beneficio de intereses partidistas o políticos. Reconocer la riqueza cultural, histórica y epistemológica de estos pueblos implica asumir un compromiso con su autodeterminación y con la generación de políticas que respetan su diversidad, fomentan su desarrollo integral y promuevan una representación auténtica y digna en todos los niveles de la sociedad.

El denominado “Año de la Mujer Indígena”, propuesto por el Estado mexicano, ha sido objeto de cuestionamientos por parte de diversos pensadores y académicos. Entre ellos destaca la lingüista mixe Yasnaya Aguilar, quien señala que las figuras representativas seleccionadas para esta conmemoración no corresponden a mujeres indígenas según los estándares históricos. Aguilar subraya que las cuatro mujeres mencionadas —una mexica, una maya, una tolteca y una mixteca— vivieron en contextos históricos en los que la categoría indígena no existía como tal, lo cual evidencia una lectura anacrónica y problemática desde el discurso oficial.

Este enfoque revela cómo la categoría indígena sigue siendo utilizada como un eje central en narrativas oficiales. Sin embargo, resulta imperativo trascender su conceptualización únicamente como una categoría de identidad cultural. Es fundamental resignificarla como una categoría política que reconozca y reivindique las luchas colectivas, históricas y actuales de los pueblos originarios. Este ejercicio va más allá de los usos superficiales que le asignan los partidos políticos, los eslóganes publicitarios, el folklorismo o las estructuras institucionales. Los pueblos originarios —tsotsiles, tseltales, mixes, ch’oles, totonacos, entre otros— no son meras categorías; representan formas de vida integrales, únicas y profundamente arraigadas en sus territorios.

En este contexto, surge la pregunta: ¿es esta narrativa oficial una estrategia del sistema colonial para perpetuar ciertas visiones hegemónicas? Se insiste en que las lenguas indígenas están en peligro de extinción, que la literatura en estas lenguas es inexistente, o que faltan traductores, músicos y artistas visuales que las representen. Estas afirmaciones parecen invisibilizar la producción cultural y lingüística que, aunque relegada, sigue viva en las comunidades. ¿Es acaso una trampa del sistema para desviar los esfuerzos hacia una supuesta “revitalización” que agota los recursos de los propios pueblos originarios hasta llegar al agotamiento y la resignación? En lugar de aceptar estas narrativas, es necesario replantear las estrategias desde los propios pueblos indígenas, visibilizando las contribuciones existentes y generando un cambio estructural en las formas de representación y legitimación de sus lenguas y cultura.

De acuerdo con datos proporcionados por el Consejo Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígena (CELALI), las lenguas indígenas de Chiapas, como el tsotsil, tseltal, ch’ol, mam, q’anjobal, koti’-chuj y jach-t’aan-lacandón, han mostrado un notable incremento en el número de hablantes entre los años 2000 y 2020. Por ejemplo, el tseltal contaba con 278 577 hablantes en el año 2000, cifra que aumentó a 562 120 para el año 2020. De manera similar, el tsotsil registraba 291 550 hablantes en el año 2000, y para el 2020 esta cifra alcanzó los 531 662. En el caso del ch’ol, el número de hablantes pasó de 140 806 en 2000 a 210 771 en 2020. Estos datos evidencian que, en ciertos casos, las lenguas indígenas de Chiapas están experimentando un proceso de fortalecimiento y mayor difusión. No obstante, resulta crucial destacar que este fenómeno no es uniforme para todas las lenguas indígenas de la región. Algunas lenguas, como el kakchikel, el jakalteko y el mochó, enfrentan serios desafíos en su preservación y están en riesgo de desaparición. Esto subraya la necesidad de implementar estrategias que no solo fomenten su revitalización, sino que también aseguren su transmisibilidad intergeneracional.

Por otra parte, se observa un creciente dinamismo cultural entre los pueblos indígenas, expresado en la producción de obras literarias, artísticas y cinematográficas en lenguas originarias. Cada vez más escritores, pintores, músicos, traductores y cineastas están creando desde sus lenguas maternas, no solo como un acto de resistencia cultural, sino como una forma de reafirmación identitaria y de integración en el mundo contemporáneo. Esta práctica refleja una manera de ser y estar en el mundo que celebra la diversidad lingüística y cultural de los pueblos indígenas.

En este contexto, la escritora maya Sasil Sánchez ha señalado que, en el esfuerzo por revitalizar los idiomas indígenas, a menudo se pierde de vista el placer de vivirlos plenamente. Leer, escribir, pensar y soñar en lenguas como el tsotsil, el náhuatl, el zoque o el totonaco no solo contribuye a su preservación, sino que también fortalece el vínculo emocional y cultural con estas lenguas. En este sentido, es fundamental promover espacios de disfrute y expresión que permitan a las comunidades redescubrir la riqueza de sus idiomas como parte de su cotidianidad y de su relación con el mundo.

No todo es desalentador, ni todo es como nos lo dicen. Desde el CELALI, hoy celebramos un hito significativo: por primera vez en 27 años, una mujer indígena tojolabal asume la dirección de esta institución, que hasta ahora había estado liderada por dos compañeros tsotsiles. Este evento marca un avance importante en la representación y liderazgo de las mujeres indígenas.

Además, destacamos con orgullo los logros de otras mujeres indígenas que han brillado en el ámbito cultural. La cineasta tsotsil Ana Ts’uyeb fue galardonada con el Ojo al Mejor Largometraje en el Festival Internacional de Cine de Morelia 2024, mientras que la escritora tsotsil Ruperta Bautista recibió el Premio de Literaturas Indígenas de América (PLIA) 2024, por su poemario Ik’al Labtavanej: Presagio Lóbrego. En el ámbito musical, María, una joven música tsotsil de San Juan Chamula, fue invitada a presentarse en el Museo Histórico de Berna, Suiza. Asimismo, Nadia López, escritora mixteca, se convirtió en la primera mujer indígena en ocupar el cargo de Coordinadora Nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL).

Estos logros no solo representan victorias individuales, sino también avances colectivos para los pueblos indígenas. Más allá de los premios y reconocimientos, son un testimonio de la capacidad creativa de las mujeres indígenas para construir desde sus idiomas, comunidades y tradiciones. En un mundo a menudo marcado por el racismo y el machismo, estas mujeres han encontrado maneras de reafirmar su identidad, abrazando sus lenguas, formas de ser y maneras de habitar el mundo.

Cada uno de estos hitos es resultado de una lucha histórica emprendida por nuestras abuelas, quienes abrieron camino enfrentándose a un sistema patriarcal y racista. Los avances logrados no son solo personales ni aislados; son grietas en un mundo patriarcal que demuestran el poder de la resistencia colectiva. Estos logros simbolizan un quiebre y una transformación que beneficia no solo a las mujeres indígenas, sino también a las comunidades que representan. Seguimos caminando con paso firme, llevando los sueños de nuestras abuelas hacia adelante, avanzando con esperanza y determinación.

Más allá de ser un acto de resistencia, la escritura en las diversas lenguas indígenas representa un modo de vida y una afirmación cultural. En este contexto, se presenta el trabajo de 16 escritores en lenguas indígenas, compuesto por 10 poemas, cuatro cuentos y un ensayo. Este esfuerzo busca visibilizar las voces y perspectivas de las comunidades indígenas a través de su riqueza lingüística y literaria.

En la categoría de poesía, se destacan las obras de Kostik Aguilar (náhuatl), Sasil Sánchez (maya), Aracely Patlani (náhuatl), Diana Domínguez (mixe), Nadia López (mixteco), Cruz Alejandra Lucas (totonaco), Florentino Solano (mixteco), Domingo Luciano (chontal), Canario de la Cruz (ch’ol) y Liz Sáenz (zoque). En cuanto a los cuentos, los aportes provienen de Cristina Patishtán (tsotsil), Jaime (zoque) y Martín Tonalmeyotl. Finalmente, se incluye un ensayo bilingüe en náhuatl y español, escrito por la feminista comunitaria Kostik Aguilar.

Los poemas abordan temas fundamentales como la relación con la naturaleza, el empoderamiento de las mujeres, la denuncia del despojo territorial y el reconocimiento de la sabiduría ancestral. Estas obras constituyen un acto de lucha y de honra hacia la palabra y la memoria de las abuelas y los ancestros. Por ejemplo, en la voz poética de Aracely Patlani, se revela un mundo de esperanza con versos que evocan a su abuela: “Abuela desgrana/desgrana toda la tristeza/que amarraste a tu corazón,/despréndelos uno por uno”. Liz Sáenz, poeta zoque, invita a reflexionar con las líneas: “En la cúspide del sol/mi memoria es una danza de palabras”. Nadia López, desde el mixteco, impulsa al resurgimiento: “Aprende a usar tu palabra en la oscuridad”. Por su parte, Kostik Aguilar nos transporta a las montañas de Guerrero con la imagen conmovedora de su abuela: “Mi abuela Tomasa tejía su llanto en silencio”. Finalmente, Diana Domínguez, en su poesía, recuerda la fuerza de su madre: “Me llamó con el agua de sus ojos/Hizo sangrar los surcos en su montaña/Para mostrarme mi destino”.

Esta antología no solo exhibe la creatividad literaria de sus autores, sino que también representa una plataforma para preservar y revitalizar las lenguas indígenas, reconociendo su importancia en la configuración de identidades y luchas colectivas. La obra evidencia que la literatura en lenguas originarias es una herramienta poderosa para transmitir valores, resistir la opresión y construir futuros más justos y equitativos para los pueblos indígenas.

En los relatos, Cristina Patishtán nos propone una reflexión sobre las lenguas indígenas, al tiempo que Martín Tonalmeyotl nos invita a adentrarnos en un camino comunitario que nos conecta con las raíces y la cosmovisión de los pueblos originarios. Por su parte, Jaime nos guía en una travesía que revela las complejidades y riquezas de nuestra identidad cultural.

En su ensayo, Kostik Aguiar, desde su vasta experiencia, nos convoca a reconsiderar el lingüicidio en México, la imposición del español como lengua hegemónica y las consecuencias de esta dinámica para las lenguas indígenas. Este trabajo es un llamado urgente para una transformación radical de las políticas lingüísticas, con el fin de revitalizar las lenguas originarias del país y garantizar su preservación para las futuras generaciones.

Que la lectura de estos escritos nos conduzca hacia un viaje de apreciación por la diversidad lingüística de México, y que, al mismo tiempo, nos impulse a reflexionar sobre nuestra relación con las lenguas indígenas. Hoy, renunciamos a la idea de resistir, pues resistir implica estar en confrontación con el otro. Hoy, optamos escribir como una forma de vida, lo que nos permite no solo existir, sino también vivir plenamente. Como señala Yasnaya Aguilar, resistir desgasta; en cambio, vivir y escribir se convierte en un acto vital, de afirmación y continuidad.

Susi Bentzulul, 

San Cristóbal de las Casas Chiapas, enero de 2025

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