Tierra Adentro
Ilustración realizada por Darío Cortizo
Ilustración realizada por Darío Cortizo

¿Revistas bipolares?

La Guerra Fría, ese amplio interregno que se extiende desde 1945 a 1989, instauró un orden geopolítico bipolar entre las dos súper-potencias, estandartes mundiales de dos sistemas enfrentados. Sus márgenes y extrarradios —desde las guerras de Corea, Vietnam y Afganistán hasta los golpes militares en el Cono Sur y en Centroamérica (Guatemala, Brasil, Chile y Argentina, por nombrar sólo a algunos)— sufrieron conflictos indignos del eufemismo historiográfico por el cual intentamos referir que los tentáculos beligerantes de ambas potencias buscaban hacerse con el control ideológico —entre la imposición, la contención y la subversión, pero siempre con costos de vidas humanas— de vastas zonas de influencia allende sus territorios soberanos. En el ámbito intelectual, la posibilidad de esas influencias, contactos y hasta contaminaciones ha sido un campo verdaderamente fértil para la historia de las ideas —y afines, como los estudios culturales o literarios—, y particularmente en América latina donde las esperanzas renovadoras de la Revolución cubana empezaron a irradiar hacia el norte y sur del hemisferio desde 1959. 

El consenso de los historiadores —como Jean Franco, Rafael Rojas o Patrick Iber— señala dos puntos álgidos en la Guerra fría latinoamericana en el ámbito de la cultura: para empezar, la confrontación de intensidades variables entre, por un lado, la revista Mundo Nuevo (1966-1971), que dirigía el crítico Emir Rodríguez Monegal, gran estudioso y amigo de Borges, —y cabría añadir también a la revista Libre (1971-1972), fundada por Fuentes, Semprún y Goytisolo—; y, por el otro, la revista cubana Casa de las Américas, fruto de la revolución triunfante y brazo de su política cultural, —y por añadidura cabría también la revista uruguaya Marcha, dirigida por Ángel Rama y de corte abiertamente socialista—. En segundo lugar, la confrontación llegó a un punto de no retorno con el famoso “caso Padilla”: el poeta cubano Heberto Padilla tuvo que auto-inculparse en 1971 luego de haber sido detenido por “traición a la patria” y “subversión”, las acusaciones se originaron por la publicación de su libro de poemas Final del juego (que para colmo recibió el Premio Julián del Casal 1968 y luego desautorizó el gobierno) y por un recital de su libro Provocación; todo lo cual provocó una condena colectiva de un nutrido grupo internacional de intelectuales contra el régimen cubano: Sartre y Beauvoir, Italo Calvino, Susan Sontag, Marguerite Duras, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo y Vargas Llosa. Para muchos, el rompimiento con Cuba fue definitivo.

Sin embargo, antes de 1971 y pese a su claro desliz hacia una burocracia socialista de corte soviético, Cuba encarnó un poder contracultural ante el triunfalismo de los Estados Unidos, erigidos desde la posguerra como portadores de la libertad, la democracia y lo universal. Al fin y al cabo, un país aislado asumía ahora un liderazgo mundial. Como ha observado Jean Franco el papel de la CIA, a través de su División de Organización Internacional, no fue inocuo en la batalla cultural anticomunista: “la División de Organización Internacional de la CIA estaba ahora dedicada a promover un tipo particular de cultura: una cultura que sería descrita como internacional, libre, sin ataduras nacionales o regionales, y, aparentemente autónoma, financiada bajo cuerda”. A través de fachadas como el Congreso por la Libertad de la Cultura aparecieron una serie de publicaciones subsidiadas, cuyos autores en muchos casos ignoraban la fuente financiera secreta. Ese fue el caso de las revistas Encounter (1953-1991), Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura (1953-1965) y Mundo Nuevo. En esta última, en particular, se defendió el cosmopolitismo de Borges, la idea de literatura universal, la libertad creativa y la autonomía de la literatura por encima de ideologías, credos y naciones. Fue una gran propulsora del Boom latinoamericano, donde un ferviente entusiasta seguidor de la Revolución cubana en sus inicios —nada menos que Carlos Fuentes— tomó posición contra la ceremonia auto-inculpatoria de Padilla que despedía un tufo estalinista insoportable para muchos intelectuales de la Nueva Izquierda—. Pero en 1966, la revista Marcha y un reportaje de The New York Times ya habían revelado las fuentes ocultas de financiamiento de Mundo Nuevo y del Congreso por la Libertad de la Cultura. La batalla intelectual se encarnizaba rumbo al rompimiento de 1971.

En varios sentidos —por el lugar que ocupa este momento de decepción con Cuba en la historia de la izquierda, en la historia intelectual latinoamericana, en la historia de las trayectorias de cada uno y en el desarrollo de los enconos ideológicos posteriores—, los miembros del Boom (Donoso, García Márquez, Fuentes, Cortázar, Vargas Llosa) han sido por lo común tomados como el centro neurálgico de las tensiones bipolares y del fuego cruzado continental del conflicto; y más aún si admitimos que el caso Padilla marcó el fin definitivo del Boom. El historiador Rafael Rojas ha trazado con mucha precisión, en La polis literaria (2018),el desarrollo de la idea de “Revolución” que se hicieron autores del Boom y otros escritores cruciales de aquella época —pues también incluye a Paz, Lezama Lima, Cabrera Infante y Severo Sarduy—, además de sumergirnos entre otras polémicas en los contextos renovados para el subgénero de la “novela del dictador” o en las reacciones y expectativas ante el triunfo de la Unidad Popular de Allende.

Rojas recorre, por ejemplo, la ruta de la recepción favorable de una novela tan representativa del Boom como La ciudad y los perros (1962), que estaba “plenamente inscrita en el paradigma ideológico que intentaba propagar el gobierno cubano, ya que cuestionaba la juventud en América Latina desde una perspectiva anticolonial”. Las loas en Casa de las Américas no tardaron en llegar y para 1965 Vargas Llosa ya figuraba como miembro del “Comité de Colaboración”; es más, la primera edición de Los cachorros (1967) se publicó en Cuba. Vargas Llosa se convertiría entonces en una suerte de mediador entre Mundo Nuevo, Emir Rodríguez Monegal y Carlos Fuentes, y sus principales atacantes en Casa de las Américas, que no cejaban en estigmatizarlos como escritores cobardes y traidores, impulsores de una revista de la CIA. Después de la adhesión de Fidel Castro a la invasión soviética de Checoslovaquia en 1968, Vargas Llosa le escribe a Fernández Retamar: “Mi adhesión a Cuba es muy profunda, pero no es ni será la de un incondicional que hace suya de manera automática todas las posiciones adoptadas en todos los asuntos por el poder revolucionario. […] un escritor que renuncia a pensar por su cuenta, a disentir y a opinar en voz alta ya no es un escritor sino un ventrílocuo”. Ante el aumento de la presión, Vargas Llosa acabó renunciando al Comité de Colaboradores de Casa de las Américas y, como bien documenta Rojas, firmó desde la revista Libre (septiembre-noviembre, 1971) una segunda carta contra el régimen cubano en la que otro amplio grupo de intelectuales denunciaba la ignominia del caso Padilla. La respuesta más dura vino en la pluma de Mario Benedetti quien respondió en Casa de las Américas (septiembre-noviembre, 1971) declarando que Vargas Llosa y los demás abajo firmantes eran “feudales”.

Ahora bien, aclaro mi propósito con estas “notas”: que valgan estos apuntes para volver a insistir —a riesgo de parecer recalcitrante— en la centralidad de las revistas de corte literario y cultural para entender vicisitudes ideológicas y políticas en momentos clave del siglo XX, anteriores a la digitalización. Eso debería conducirnos a buscar agregar más revistas al terreno del estudio de estas polémicas, revistas que, digamos, pueden descentrar las coordenadas del debate en los actores del Boom. Esto no quiere decir, evidentemente, que sus cartas, posicionamientos, ejercicios de crítica literaria y ensayos sobre la política y la literatura o la libertad del escritor no sean absolutamente fundamentales. Lo son, y así han sido estudiados. Pero en el tenor de Rafael Rojas que, a una historia tan bien documentada como la de Vargas Llosa, no ha dudado en agregarle otros “satélites” —para seguir en la terminología de la época— no menos cruciales, habría que seguir sumando ejemplos, publicaciones que aglutinaban grupos y daban cuenta de posturas compartidas y saltos a la palestra ante las disyuntivas, a veces tan maniqueas, de la Guerra fría cultural. 

Pienso, por ejemplo, en las implicaciones de La cultura en México, suplemento de la revista Siempre!, fundado por Fernando Benítez en 1961, que dirigió junto con José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis en distintos momentos hasta 1970, una de las publicaciones revisteriles más importantes del México de los años 1960. Durante mucho tiempo se creyó, para empezar, que el nacimiento mismo del suplemento provenía de una toma de partido ideológica continental frente a la Revolución cubana; es decir, su razón de ser era producto de los golpeteos derivados de la Guerra fría cultural. Los directivos —cuyo dedo acusatorio movía el gobierno— de la anterior publicación de Benítez, México en la cultura (1948-1961) del diario Novedades, no habrían tolerado su postura entusiasta frente al éxito de los barbudos de la Sierra Maestra. De hecho, Benítez y Fuentes, su asiduo colaborador, habían sido testigos directos del triunfo revolucionario pues, junto a Manuel Becerra Acosta y Juan Grijalbo, se encontraban efectivamente en La Habana desde el 2 de enero de 1959, como ha documentado Malva Flores. Benítez, además, regresaría a La Habana ese mismo año con Lázaro Cárdenas, Elena Poniatowska, Manuel Barbachano Ponce y Carlos Loret de Mola, entre otros, publicando varios reportajes más que favorables. Siempre se pensó, por todo esto, que habían razones de sobra para censurar a Benítez y quitarle el suplemento. Sin embargo, varios estudiosos han desmentido esa extrapolación histórica:1 la persecución contra México en la cultura no fue tan drástica; Benítez tuvo mucha cercanía con los gobiernos priistas y no fue un mártir de su represión. Pronto consiguió un nuevo espacio en la revista Siempre! Lo cierto es que La cultura en México fue la casa plural del boom, de la poesía de Paz, de las revelaciones de C. Wright Mills en Escucha Yankee —que tanto soliviantaron a Carlos Fuentes—, de las protestas globales de 1968, sin dejar de lado numerosos guiños a los no-alineados y al Tercer Mundo. Sus tres directores acabaron firmando la segunda carta contra Cuba en Libre en 1971. Por lo mismo, releer las páginas anteriores a la ruptura del caso Padilla a la luz de una política cultural, aún tiene mucho que decirnos. 

Y algo similar ocurre, en clave de Guerra fría en el mismo periodo, con publicaciones afines pero en ningún sentido idénticas como la Revista de la Universidad de México —donde apareció, por ejemplo, el “Diario de un escritor en La Habana” de Jaime García Terrés, director de la revista, quien le dedicó al tema de la revolución todo el número de marzo de 1959— o El corno emplumado (1961-1969) —de explícita simpatía por los barbudos, pero también por los beatnicks, la tercera vía y la fraternidad hemisférica. Asomarnos a estas publicaciones periódicas no puede ser más que benéfico pese a las dificultades de preservación y conservación. Sus páginas siempre son complementarias a las historias de la cultura y la literatura entendidas únicamente a partir de los libros. Además preservan la salud historiográfica de la Guerra Fría, que urge revisitar en un momento en que la polarización de nuestro mundo alcanza nuevos extremos inusitados, genera réditos políticos preocupantes y tiene en frente a una esfera cultural dispersa.

  1. Malva Flores y Víctor Manuel Camposeco han documentado este hecho. La salida de Benítez de México en la cultura parece originarse más bien en otro desacuerdo: tanto Fuentes como Benítez habrían desacatado “la petición de no expresar ideas políticas fuera del suplemento. Ese lugar ajeno al Novedades —precisa Malva Flores— era, sin duda Política, la revista de Marcué Pardiñas, donde tanto Fuentes como Benítez habían escrito alabanzas a la Revolución cubana pero también habían criticado al gobierno mexicano.”