La realidad sin embellecimientos del naturalismo de Émile Zola
¿Se puede observar y describir la realidad de forma totalmente objetiva? ¿Se puede hacer literatura científica de la condición humana? Émile Zolá (1840-1902), escritor francés y padre del naturalismo, creía que era posible. Se consideraba a sí mismo un observador aséptico e imparcial, su meta al escribir era, en sus propias palabras, “una meta científica”.
El siglo XIX fue una época en la que se conjuntaron diversas corrientes estéticas, políticas y sociales que dieron paso a uno de los siglos más turbulentos y multifacéticos. Las ideas concebidas en el siglo XVIII se materializaron en los movimientos burgueses del siglo siguiente; hubo grandes avances científicos, dos revoluciones industriales y, en el campo de la filosofía, surgieron muchas de las ideas que darían lugar a las corrientes de pensamiento contemporáneas.
Una de las tendencias más relevantes fue el cientificismo, surgido como consecuencia del racionalismo ilustrado e impulsor de la idea de que la ciencia es la única forma válida de observación y conocimiento. Zolá se encuentra entre los defensores del cientificismo, pero aplicado a la literatura, lo que finalmente lo llevó a representar, teorizar e impulsar el naturalismo.
Este movimiento literario podría describirse como una rama “extrema” del realismo, pues se basa en la documentación imparcial y obsesivamente minuciosa de los objetos de estudio. El naturalismo busca representar de forma amoral todo el espectro de la conducta humana, tanto lo agradable, como lo más sórdido. Su estética desjerarquiza lo “bello” y lo “feo”, y elimina categorías como “bueno” y “malo” para mostrar lo “real”.
Paradójicamente, pocos escritores fueron tan duramente criticados por sus pares como Zolá. La publicación de su primera novela naturalista, Thérèse Raquin (1867), conmocionó a la sociedad literaria de la época. La tradición moralista decimonónica denunció su obra como “literatura pútrida”, obscena y nauseabunda. Argumentaban que el escritor era un “miserable histérico” que describía escenas pornográficas por morbo.
Ofendidísimo, Zolá escribió un prólogo para la segunda edición de Thérèse Raquin, en el cual responde a las críticas, expone sus objetivos, los principios del naturalismo y se reprocha a sí mismo ser tan ingenuo por pensar que los lectores serían tan inteligentes como él y entenderían la novela.
Los postulados de esta corriente del siglo XIX se basan en el materialismo, el determinismo y en la convicción de que el ser humano no posee libre albedrío, de que es más bien un animal totalmente a la merced de su entorno y esclavo de fuerzas e instintos que no puede controlar.
Zolá estudia “temperamentos y no caracteres”; plasma “desarreglos orgánicos o rebeldías del sistema nervioso”, pero no emociones; realiza “la tarea analítica que realizan los cirujanos en los cadáveres” sin pretensiones estéticas. La novela es su “sala de disección” y los personajes, “cuerpos vivos”.
Resumida muy groseramente, la historia de Thérèse Raquin trata de Thérèse y Laurent, una pareja de amantes que, dominados por pasiones irresistibles, asesinan al esposo de Thérèse para poder estar juntos. Sin embargo, el remordimiento y el rencor comienzan a actuar en su contra y todo termina en desgracia. Es una gran novela, de mis favoritas del siglo XIX.
Realmente es como ver a través de un microscopio cómo estos dos bichos se destruyen e intentan escapar de sí mismos, de la realidad sin moral y en carne viva, de los deseos y sus consecuencias. Por supuesto, Zolá expone a los personajes de forma impasible y hasta cierto punto cruel, sin embellecimientos.
Hoy nadie se escandalizaría de que un escritor retratara la realidad y sus detalles macabros, tampoco se le acusaría de ser indecente o un peligro para la sociedad. Los planteamientos de la novela naturalista, aunque ya algo obsoletos para la literatura actual, siguen dando de qué hablar académicamente y continúan planteando esta interrogante de si realmente se puede observar imparcialmente, describir sin juicios, diseccionar sin sentir o categorizar lo más recóndito del alma humana.
Sea cual sea la postura del lector, Thérèse Raquin es una obra valiosísima y muy interesante, un mapa detallado e intrincado de la psique humana, a veces demasiado cercano para no resultar perturbador.