El morbo y la pantalla
Misterio del cuerpo, la psique formula los usos y costumbres de la vida. Sin embargo, hasta el día de hoy, se desconocen las honduras fisiológicas donde se traza lo que llamamos mente. Hay en ello un consuelo y una excusa. Ignorar nuestros recodos neuronales justifica la presencia de manías inexplicables, de filias nebulosas.
La mente es otro cuerpo. Sus extremidades alcanzan aristas invisibles, extendidas sobre las nuestras como los hilos de un ventrílocuo: a su capricho entregamos las vicisitudes de nuestro comportamiento y los impulsos subyacentes a nuestros deseos.
Las sociedades nacen cuando un puñado de personas se resignan a creer que los caminos de la mente guardan convergencia en cada individuo. Ted Kaczynski, salido de la ruta a fuerza de explotar bombas y amenazar aerolíneas comerciales, dijo que el concepto de salud mental se define en gran medida por la capacidad que tiene un sujeto para comportarse de acuerdo a las necesidades del sistema sin mostrar signos de estrés.
En las siguientes líneas encontrarás una pregunta oculta y recurrente: ¿existe un perímetro cerebral donde se emparede a lo sano?
II
El morbo nace y muere en la carne. Morbus, su raíz latina, refiere a la enfermedad: aún hoy le llamamos morbilidad a la condición física en la que la salud se ve mermada. El significado contemporáneo de morbo, enmarcado en toneladas de estudios acerca del comportamiento humano, se le asigna a la inercia mental de sentir atracción hacia lo retorcido.
Por otro lado, más de una corriente de la psicología ha teorizado al morbo como la necesidad de mirar lo ajeno con minuciosidad intensa. El morboso atenta contra las normas sociales al inmiscuirse en los cuerpos que no son suyos: viola lo privado, coloniza la experiencia personal.
El morbo invita a la mente a suplir las sensaciones propias por las ajenas. Padre de todo testigo, se regodea en la periferia de otras vidas: procura sus imágenes y sus texturas, en búsqueda de una apropiación que nunca termina de concretarse.
El morbo es, sobre todo, un saqueo estético.
III
Cada tribu vive a la sombra de sus prohibiciones silenciosas. Ciertos acuerdos enmascarados se perpetran dándole la vuelta al enfrentamiento cotidiano con los tabúes en turno. El morbo, por regla general, se alimenta de lo inescrutable.
Bajo la luz de lo anterior tiene sentido encontrar un atractivo paradójico en la muerte: ¿acaso hay algo más incognoscible que ella? Llegar a rozarla, desde la distancia del observador, es el quehacer que le compete al morbo. La presencia de mirones en accidentes aparatosos y en escenas de asesinatos viscerales no resulta, pues, difícil de explicar.
También el coito, relegado históricamente a la geografía de las alcobas, alberga en su seno un ideario de curiosidades clandestinas. El juego de la imaginación alrededor del acto sexual y del erotismo sustituye en la carne a las experiencias que ella misma sabe prohibidas. Transgredir el simple ejercicio mental y cumplir con las fantasías del morbo implica, en algunos obscuros casos, la deshumanización del otro: lo vuelve un simple medio para satisfacer placeres sensoriales. Dejando de ser persona, se convierte en materia dispuesta para la profanación.
La degradación física del cuerpo se ha suscitado desde que conocemos el alcance de nuestros puños. El horror no es nuevo para la especie. Generaciones enteras han presenciado con tranquilidad monástica escenas rutinarias de músculos y tegumento rotos por el acero. Sabiendo que desmembrar y desollar no son verbos recién desempacados del lenguaje, ¿qué es, entonces, lo que modifica a la experiencia del horror físico y sexual en el mundo contemporáneo?
IV
En la última década, YouTube promovió la fascinación popular por las leyendas urbanas que implican la existencia de shock videos con tramas delirantes. Desde luego, uno de los aspectos más atrayentes en la idea de que en diversas partes del mundo se hayan grabado filmaciones grotescas sobre bestialismo y necrofilia pedófila (por mencionar un par de humildes ejemplos), es que su visualización resulta prácticamente inaccesible, reservada para un grupo de enfermos anónimos con la capacidad de burlar a los motores de navegación convencionales.
Día tras día, diferentes youtubers graban su experiencia ─mediada por la censura de un cuadro negro en su pantalla─ a lo largo de páginas en la Deep Web donde se venden armas y drogas o se ofertan servicios de sicariato. Otros se limitan a narrar historias sobre filmaciones gore de llana tortura. A pesar de que cada uno de tales videos no inspira otra cosa más que muestras de repulsión en su caja de comentarios, las vistas de los mismos se cuentan en millones.
Internet, pues, ha aumentado la disponibilidad y la accesibilidad de contenido grotesco. Algunas estadísticas (¿realmente se puede saber algo con precisión matemática acerca de un mundo regido por el anonimato y la discreción?) señalan la posibilidad de que existan páginas distribuidoras de pornografía infantil que albergan más de un millón de fotografías cada una. El aspecto aterrador de tal cálculo reside en los casos comprobados. Lolita City, únicamente accesible a través de Tor, era una página de pornografía de menores con más de 100 gigabytes de contenido, que sólo pudo darse de baja tras un ataque de Anonymous.
Al incendiar la imaginación colectiva de los internautas, las leyendas urbanas sobre shock videos no tienen límite en su formulación. Existen relatos de gente que asegura haber visto filmaciones sobre actos que van desde la defecación encima de menores hasta el canibalismo. Por otro lado, se sabe que algunos de esos videos son absolutamente reales, contando con unos pocos casos afortunados que devinieron en el encarcelamiento de los creadores.
La fantasía del horror es la concreción última del morbo. Consciente de ello, es probable que por cuenta propia te hayas unido al escarnio contra obras como las mencionadas más arriba. Quizá te haya aliviado saber que, al menos, la fracción de la población que produce y consume esos videos es mínima.
¿Has meditado la posibilidad de que alguien a tu alrededor (un amigo, quizá un maestro, un familiar) forme parte del grupo?