Tierra Adentro
Graffiti “Todo el mundo es Dolly” en Thessaloniki.Autor: Pvasiliadis. Creative Commons Attribution-Share Alike

1.

Hay que contarlas hasta quedarse dormido, dicen. Una oveja tras otra. Un rebaño en el techo de la habitación oscura, un método contra el insomnio, ¿le habrá funcionado a alguien?

 

2.

Dormir es quizá parecido a quedarse ciego.

 

3.

Hay quien asegura que la oveja Dolly era ciega, ¿cómo saberlo? No me causa gran interés. Prefiero a Laika, la perrita enviada al espacio contra su voluntad por los soviéticos: la imagino absorta, sin comprender su destino, ascendiendo a toda velocidad. Laika, por lo menos, tuvo una vida previa a la ciencia, en cambio Dolly nunca llegó a conocer el mundo.

 

4.

Como sucede con los personajes de Canino, la película de Yorgos Lanthimos, muy famosa, casi un remake de El castillo de la pureza de Ripstein. En ella, los hijos de la familia han vivido, desde su nacimiento, enteramente confinados, con profundo miedo del exterior. Como Dollly, son también víctimas de un experimento cruel y de alcance limitado. Recuerdo una escena: las hijas van por el jardín a cuatro patas y con los ojos vendados, ¿qué persiguen en ese acto? ¿Su propia humanidad? ¿O en cambio se entregan a un sutil y abrumador salvajismo?

 

5.

Quizá las películas de Yorgos Lanthimos, sin excepción, navegan entre la humanidad y lo salvaje. En La langosta, los personajes también se confinan, esta vez en un hotel; tienen un objetivo: conseguir pareja lo más pronto posible, de lo contrario, se convertirán en animales para siempre. Los personajes de Lanthimos tienen más en común con la oveja Dolly de lo que parece; van sin opciones y con el destino marcado. Casi tragedia griega. Dolly murió a la mitad de su vida útil, víctima de una enfermedad pulmonar. Si a Lanthimos se le hubiera ocurrido hacer lo contrario, me pregunto, si los personajes de La langosta fueran todos animales, ¿habrían aceptado convertirse en humanos?

 

6.

Es difícil para una oveja elegir. Pienso en Baarack, otra oveja que se hizo famosa recientemente. La encontraron en los bosques australianos con treinta y cinco kilos de lana encima. Baarack había pasado varios años fuera del radar de los granjeros y por supuesto, de los científicos. Cuando la encontraron, estaba ciega, había olvidado cómo era el mundo por llevar toda esa lana encima. Oveja ciega, oveja en negro. El peso le dificultaba el andar. No es difícil imaginar lo que ocurrió: Baarack fue trasquilada y convertida en sesenta y un suéteres y cuatrocientos noventa pares de calcetines.

 

7.

Este texto debería ser enteramente sobre la oveja Dolly, pero no lo será.

 

8.

El término oveja ciega o blind sheep se usa para describir a alguien ignorante, con argumentos limitados. Poco tiene que ver con el término oveja negra, que describe más bien el carácter disidente. Cuando se cuentan ovejas para dormir, casi siempre son ovejas blancas. Las ovejas negras parecen estar en otra parte. En el Mabinogion hay un relato: las ovejas blancas y las negras están separadas por un río. Cuando bala una oveja blanca, una negra atraviesa el río y muda su color. Cuando una negra hace lo mismo, la blanca es quien cruza la corriente y se transforma en negra. Las ovejas, tal vez, siempre están mudando.

 

9.

El río que separa las ovejas blancas de las negras en dicho relato simboliza el cruce al más allá. ¿Cuánto llegaré a vivir?, me digo a veces. Si en algo nos parecemos los humanos y las ovejas es en esa muda constante. Hace tiempo, una amiga me confesó que lloraría el día que le saliera su primera cana. A la fecha, ese día no ha llegado. Quizá, igual que los personajes de La langosta, nosotros tampoco podemos elegir. El pelo puede teñirse -como la lana de Baarack, que devino en suéteres rojos, amarillos y azules-, pero evitar que el cuerpo mude por el paso del tiempo es imposible.

 

10.

A Dolly, para tratarle la artritis, le prescribieron antiinflamatorios. Pequeñas cápsulas diseñadas en un laboratorio. La ciencia busca por todos los medios poner de su parte. Tanto mi vida como la de la oveja Dolly están atravesadas por ella, con una pequeña diferencia: yo nunca seré clonado.

A Dolly le fue dado ese nombre gracias a la cantante Dolly Parton, quien apenas hace unos meses donó una importante cantidad de dinero para el desarrollo de una vacuna.

¿Cuánta vida pasamos sin sospechar de la ciencia, sin mirarla de reojo?

Pensar en Dolly -la oveja, no la cantante- me trae a la mente otros animales, también sacrificados, esta vez por la industria del cuidado dérmico: los conejos, los simios, los cobayos. De un tiempo atrás, la cosmética me interesa. Esta mañana me he puesto en el rostro un serum y una mascarilla, es muy probable que de dudosa calidad y, es casi seguro, probados en vidas ajenas.

 

11

La mascarilla y el serum me los he puesto para combatir los efectos del insomnio. Esta semana ha vuelto. Y no me he puesto a contar ovejas, método que jamás me ha funcionado y que considero inútil. Tratar el insomnio es también un asunto científico: hay que probar diferentes métodos, hacer teorías, prueba y error. Uno se puede levantar y dar doscientos cincuenta pasos, pero quizá sea demasiado, uno debe evitar a toda costa la exposición a la luz brillante de las pantallas, un hecho que, dicen los científicos, nos afecta la vista y el sistema nervioso.

Otro método: contar estrellas, como Laika.

 

12.

Para combatir el insomnio, leo un cuento de Banana Yoshimoto, “Sueño profundo”, esperando que me ayude. Es un cuento de giros sutiles. La protagonista duerme de más todo el tiempo y una amiga suya, muerta por sobredosis, tiene un trabajo inusual: acompaña a las personas que quieren dormir, les lleva una taza de café si lo necesitan, vigila su sueño, se queda despierta toda la noche. La protagonista, en cambio, ya no tiene memoria de la realidad: “¿Cuándo empecé a abandonarme al sueño? ¿Cuándo dejé de resistirme a él?… ¿He estado alguna vez completamente despierta, llena de vigor y energía? De eso hace ya demasiado tiempo, me parece la prehistoria.” Me da envidia.

 

13.

Una noticia de The Guardian: “Dolly the sheep is put to sleep, aged only six”. Era una copia, se anota, y como todas las copias, pierde el efecto con más rapidez que el original.

 

14.

A veces, para dormir, me cuento una historia a mí mismo. Esa historia surge casi siempre de una pregunta, por ejemplo: ¿con qué soñó Dolly cuando se fue a dormir?

 

15.

A veces, simplemente no duermo.

 

16.

Y sigo haciéndome preguntas: ¿las ovejas que no pueden dormir cuentan humanos?


Autores
Cristian Lagunas (Metepec, 1994) es licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana. Ha recibido las becas del Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México (2014) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2018-2020), en el área de narrativa. Cursó el Programa de Escritura Creativa en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Joven Comala 2020.