¡Cómo pude caer tan bajo! ¡Cómo pude llegar a esto! ¡A este estado! ¡A ser el eslabón perdido entre el hombre y la bolsa de papas! ¡Yo que siempre me sentí tan bien, tan feliz!.
—¡La comidaaaa!
El grito de Chica entró por la ventana abierta del taller, nítido, atravesando todo el parque, como si el aire del verano lo cargara en brazos, como a un niño.
Los compañeros de trabajo de Silvio Luján Viviani están demasiado ocupados encendiendo un porrito infinitesimal que al prenderse se consume más rápido por la erosión del viento en la brasa que por las caladas urgentes de cada boca.
Yo era de Buenos Aires, del barrio de Almagro; papá tenía un almacén en Gascón casi Díaz Vélez, una casa de altos alargada y finita: en la planta baja estaba el almacén y nosotros —papá, mamá y yo— vivíamos arriba.