Yo no sueño con Broadway
Como te digo, yo no sueño ni con Broadway, ni con off-Broadway. A lo mejor tengo el alma vintage, porque pienso, imagínate actuar en una compañía circense, siempre de gira, siempre de viaje, sin anclas, ni amarras, función tras función.
Mejor dicho, no sueño con Broadway pero sí con un musical. No sé cómo me lo imagino. Nada de ópera, eso sí, ni rock. Sería, más bien, una actuación con estricta balada romántica. O no, mejor no. Nada de musicales. Tiene que ser una telenovela. Una de esas campiranas, de fantasía ranchera. Yo, por supuesto, uno de los personajes principales. Aunque claro, ahora que lo dices, me tendría que quitar el sombrero, las botas y bajarme del caballo. Que sí, que tienes razón, que sí va a ser estricta balada romántica, de esas baladas que ya no se cantan, de esas baladas que te hacen tomar martinis, vestir lentejuelas y olvidar la machorrería por un segundo, tengo que dejar el look agropecuario para abrazar el glamour de la chaquira.
Sí sí, lo tengo que dejar. Que no se diga que soy la Eduardo Yáñez de los musicales. O la Pablo Montero de las lesbianas. Eso sí que no. Que soy machorra pero más tipo Justin Bieber antes de ponerse todo vagabundo y barbón. O algo más elegante, un Frank Sinatra, un Leonard Cohen. Decidido. Adiós, look agropecuario. Hola, martinis cosmo. Nada de caguamas, ni whiskito en las rocas, ni sueños húmedos de andar trepada en una Ram 2500 Heavy Duty. Desde mañana, rigurosa dieta a base de piña colada. A puro trago maricón para entrar en personaje.
Aunque no me decido si telenovela o musical, ¿pero te imaginas?, mi coestelar guapísima, alta, güera, tetona, súper femme. Todavía no estoy segura si buga-buga o buga-curiosa. Muy femme, muy mujer fatal, nada de dientes de oro, ni tatuajes de serpiente en la cara.
Ay, con esta plática ya me dio sed. Vamos aquí al barecito de al lado, ¿no? Luego le sigo con esta escenografía horrenda. Quién sabe para qué obra la quieren, pero está fea, lo que se dice fea. Agarra tus chivas y vamos por unos tragos coquetos aquí al lado. Hay que tener la idea bien clara, que nunca se sabe si algún desesperado productor de musicales me anda buscando. Un Maxwell Sheffield región 4, obvio, no vayas a creer que le voy a vender mi idea a cualquier Nacho Cano para que me desvirtúe la historia de las lesbianas que nos dieron patria.
Vamos al bar, te digo, y te sigo platicando. Si quieres tráete tu bordado o esa chambrita que traes para todos lados y hacemos una lluvia de ideas. Tráete lo que sea que estás haciendo con esos hilos y te sigo contando. Nomás cerramos bien y nos mudamos enseguida, nos echamos un daiquirí o algo así.
Está chido el lugarcito, ¿verdad? Es como un bar elegante venido a menos, no como esas cantinas baratas donde venden pura cerveza y mezcal de dudosa procedencia. ¿Servirán botana? ¿Cacahuates miados, de perdido? Le voy a decir al joven que aunque sea nos pongan un platito de aceitunas, de las que son para los martinis. Se me figura que aquí venían artistas como María Félix a hablar de sus proyectos.
Oye sí, las películas de antes eran como musicales. Bueno, algunas. Que si había que conquistar a una mujer, tome su canción. Que si bullying a un personaje por cualquier razón, ándele, échese otra serenata. Que si tristeza, pues ahóguela a punta de guitarrazos. Yo creo que de ahí saqué la idea. Eso no es Broadway, ni off-Broadway. Algo intermedio.
Pero volvamos al punto. Mi coestelar tendría que ser guapísima, con Lupita D’Alessio vibes. No te rías, hasta crees que no se atascó una buena papaya en su juventud. Yo digo que sí porque luego se volvió cristiana. Lo importante aquí son las vibes: cogelona, drogadicta, borracha, siempre en la loquera, pero con mucho remordimiento después de la party y durante el bajón.
You´re right, my dear, la trama se va a distraer si le ponemos tanto vicio. Capaz terminan mandando a alumnos de secundaria. ¡Qué horror! Mi obra artística de pretexto para promover las familias de verdad y esas cosas que les encanta a los provida. Tienes razón. Nada de alcohol, ni drogas, si acaso un poco de desorden alimenticio e insomnio. Pero eso sí, súper cogelona. Indispensable. Del tipo de mujer-gato que juega con hombre-cucaracho. Del tipo de mujer-selfie-provocativa-en-Instagram-con-la-toma-en-alto-para-acentuar-una-perversa-inocencia. Mujer-de-reel-fácil-con-mensaje-contradictorio-entre-“no necesito la aprobación de ningún hombre”-pero-requiero-con-urgencia-los-likes-y-comentarios-calenturientos-del-ganado. Adicta a la atención, pues.
Alta, güera, tetona, súper femme, cogelona. ¿Qué actriz estaría bien para este rol? Yo digo que no importa que casi nadie la conozca. Yo creo que debería ser alguien que también esté debutando como yo. No hace falta que sea famosa, lo importante es que tenga actitud.
Y es una telenovela, pero sobre todo es un musical. No es una telenovela en sí. O en todo caso, podría ser una miniserie, tipo Glee tropicalizado. Ándale, eso me late más. Telenovela-musical-miniserie, aunque, ya sabes, me gustaría más como antes, como los artistas de antes: andar de carpa en carpa, de gira en gira, de palenque en palenque. Como te dije alguna vez, yo habría vivido con gusto en una compañía circense, siempre de gira, siempre de viaje, sin anclas, ni amarras, función tras función, con mi Lupita D’Alessio milenial, actuando en este musical en donde nos conoceríamos, en el cual se enamoraría de mí. De mi personaje, pues: una machorra amplia de pecho, ancha de espalda, fuerte de brazo, corte de cabello de raperillo urbano, tan masculina que los niños pequeños preguntan a sus mamás si ese señor que se está lavando las manos, en el baño de mujeres, es mujer. Así de toscota.
La última y nos vamos, ¿eh? Que sea mojito. O ya de plano le entramos a las micheladas. Pero volvamos al punto, mi telenovela-musical-circo-miniserie. Yo, desde luego, haría también la escenografía. Un escenario chingón, muy alegre, con muchos personajes en el escenario de un lado para el otro. Así tiene que empezar. La primera escena toda caótica, muy confusa. Es justo el momento en el cual nos vamos a conocer.
Yo haría la escenografía, of course, y si quieres hacer uno de esos trapos tuyos vemos cómo los metemos. Pero a ver, lluvia de ideas. ¿Dónde nos conoceríamos? Ayúdame a pensar. ¿Un gimnasio? ¿Un bar? ¿Una clase de salsa? Una protesta, no. Somos dos personajes despolitizados. Yo sería una machorra toda amargada, desencantada de las marchas y plantones. Ella una heterosexual con dudas, necesitada de la mirada masculina, acostumbrada al privilegio de ser guapa y sexy.
¿Dónde conocería a mi Leona Dormida? ¿En un slam poético? Puede ser. Todos en el escenario. Música de rap tipo U Can’t Touch This con el pianito todo falso. El elenco dando vueltas, de aquí para allá. Ella del brazo de su más reciente conquista: un poeta hípster que fuma en vape y adopta gatitos. Mujeriego disfrazado de poliamoroso, nuevas masculinidades vibes.
Entonces, imagínate la escena: Durante la velada de slam poético, el vato se ha dedicado a coquetear con otras personas. Le da lo mismo Juana que Chano porque es deconstruido. Entonces ella, mi Lupita D’Alessio, que no toma, ni come nada, trae la cara de culo arrugado porque está aburridísima. Está a punto de irse y me acerco yo con galantería y ahí empieza el romance. Intercepto su salida de escena con una canción movidona, medio Rosa rosa tan maravillosa de Sandro de América.
Como es buga, no se muda conmigo al instante, pero intenta alfabetizarse en el mundillo lésbico. Yo digo que una escena cantada vendría muy bien aquí. De esas que apagan luces y solo dos reflectores apuntan a los personajes principales. Estaríamos ella y yo en un momento íntimo. Me canta. En la canción confiesa que siempre le gustó Shane, The L Word, que por eso le gusto, porque soy edgy como ella. Que me ama y que se quiere casar conmigo. Yo, en mi papel de lencha incorregible, no veo las banderas rojas de la situación. Además, me seduce con la descripción de la boda de mis sueños: temática vaquera: traje de regional mexicano con estampados como los que usaba Joan Sebastian en sus chaquetillas. Ella asistiría con uno de esos pantalones blancos súper entallados, a lo Maribel Guardia, un chaleco híper blanco y velo de novia.
El romance se da, pero ella sigue posteando fotos semiencuerada en Instagram. Le monto una escena de celos y ella se sincera, me dice que todo es parte de una fachada porque teme un escándalo familiar si su padre se entera de que está enamorada de una machorra. Es homofóbico, dice. Le teme.
La discusión se acalora. Sospecho. Dudo. Como que el “amiga date cuenta” me empieza a resonar. Pregunto: ¿Homofóbico-te va a encerrar en un psiquiátrico? ¿Homofófico-terapia de electroshock? ¿Homofóbico-perseguirte con una escopeta por todo el barrio después de salir del clóset? ¿Homofóbico-me va a agarrar a balazos? Se apena. Nada de eso. Ella contestará, cantando, claro, porque es una telenovela circense musical, que solo es homofóbico y teme que le dirá comentarios horribles en la Noche Buena durante la cena familiar.
Y como las bugas, bugas serán hasta el final de los tiempos, después de alborotarme con estas ideas de casamiento, se irá a vivir su descarada heterosexualidad. Después de la plática del papá homofóbico, se irá despreocupada a refugiarse en el poeta mujeriego mientras yo canto una canción tristísima, balada romántica, dramática.
Y entonces el intermedio.
¿Se verá muy mal si mejor pido un mezcal? Ya estoy harta de estas bebidillas. Digo, para contarte a gusto la segunda parte. ¿Nos aventamos unos shots o te encloshas? Y que traigan cacahuates, aunque sea miados.
Imagínate, después del intermedio volvemos al escenario. El tiempo ha pasado. Un año, tal vez. Nos encontramos de nuevo en otro slam poético. Ella guapísima como siempre, con garbo, sobriedad, elegancia. Hasta con el diente de oro, si quieres. La acompaña su mejor amigo. Nuestras miradas se encuentran. No decimos nada. Después de un rato se acerca, me pide salir al balcón a hablar. El balcón es indispensable en esta escena. No, mejor una terraza para tener más espacio. Me toma de las manos, me clava la mirada de ternerita arrepentida, me pregunta cómo estoy, le digo que bien, le regreso la pregunta y entonces empieza a cantar la pieza final: Lupita D’Alessio: Aquí estoy yo.
El escenario en completa oscuridad. Ella radiante, vestido color menta. Cuánto yo te pude haber amado si me hubieras encontrado justo antes de sufrir. Ella solemne, triste, dramática. En ese momento se enciende una pantalla atrás con imágenes que apoyarán la introspección de mi coprotagonista.
Todo lo tenía preparado para dar al ser amado el más lindo porvenir: El reflector me ilumina también, me separo de ella, no le creo nada, estoy a punto de salir de escena. Yo sé que no esperas que te dé ni el día de hoy. Que aunque no quieras te molesta como soy, pero en mí hay fiesta cada noche que te doy.
Me detengo, no soy de palo, me hace sentir cosas. La pantalla acribilla imágenes de las dos enamoradas, riendo. En el escenario estoy de espaldas a ella. Detrás de mí, gesticula con las manos. Teatral. Profunda. Yo sé que tú piensas que de amar ya me olvidé, que te avergüenzas pues mi ayer lo malgasté, pero comienzas a tenerme algo de fe.
Me ablando. Me doy la vuelta. Me toma de la mano. Yo sé que no hay nada que temer, todo pasó. En mí ha dejado de llover, el sol salió. La música dramática. Me suelta. Solemnidad. Gesto supremo de tensión. Continúa: Si estás buscando una mujer. Hace una pausa. Coge aire. Suelta lo que sigue con energía resuelta. Sexy. Me desarma. Si estás buscando una mujer. ¡Aquí estoy yo!
El público, lencho en su mayoría, tiene que aplaudir, tiene que levantarse de su silla y estallar en aplausos. El telón se cierra. Ella y yo nos tomamos de la mano, listas para cuando lo abran de nuevo. El resto del elenco, la directora, los técnicos, todos, compartirán el escenario. Una, dos, tres caravanas de agradecimiento. En Monterrey, en Juárez, en el Congo, en el fin del mundo. Donde sea, porque yo no sueño con Broadway, pero sueño con esto… y porque soy machorra con todas las incoherencias que salen de mí, fuerte el sexo débil.
Ay perdón, es el mezcal. Es el mezcal o ya me poseyó el espíritu de la D’Alessio. Pero bueno, la idea es esa. Una telenovela musical, una miniserie, una puesta en escena modesta de una machorra que no sueña con Broadway, ni con off-Broadway.