Tres poemas (Un taco, Satisfacción y Domingo en Puerto Morelos)
Un taco
Mañana hay escuela y ya traigo puesta la pijama,
pero de todas formas digo sí.
Afuera la noche está llena de gatos inciertos,
los miramos dar su paseo de borrachos
anhelantes y peludos.
Ya no queda ni un solo pajarito despierto,
ni un solo rebelde pajarito sin causa.
Mi papá y yo nos dirigimos con toda confianza al puesto de tacos,
como quien se dirige a su bautizo: sin dudar.
Compramos la orden completa,
y mientras la preparan, nos comemos un taco de pie;
la lona brillante; un rito.
Hay entonces posibilidad
adentro de un pedazo de maíz resplandeciente.
Percibo las quijadas de los comensales serenos
escucho su chomp chomp chomp y clac clac clac
su dulce saturación de salsa.
Y el taquero hermoso, calvo y divino me regala una paleta,
me dice cuánto he crecido, con sus dientes de arcángel embelesado.
Nos entrega después la bolsa azul con rayas, aún llena, aún cerrada,
rebosante de esperanza.
Cuando llegamos a casa, mi hermano pone la bolsa sobre la mesa del centro de la sala.
Y solo tenemos el presente
y un taco,
dos cosas que significan exactamente lo mismo.
Satisfacción (Arte poética)
Satisfacción es ver unos tenis colgados en un cable de luz.
Ahí, en la noche, en medio de la calle.
Satisfacción es escribir, sobre unos tenis colgados en un cable de luz;
tomar la imagen, hacerla mía,
como si fuera un pedazo de pastel de chocolate,
horneado sólo para mí, para mi alma.
Satisfacción es no dejar de cantar, cantar,
subir la voz, afinar el oído,
mientras hablo de unos tenis colgados, nada más.
Mover las piernas al ritmo del golpe silábico
mientras leo este verso,
mientras mi rostro resplandece.
—Nunca me he sentido tan bella como cuando leo poemas—
Siento que la mejor cámara del mundo,
con la mejor iluminación del mundo, me está apuntando.
Siento como si una parvada de treinta colibríes amarillos estuviera rodeándome
y cada uno, con su pico, lograra ponerme un listón en el cabello:
el peinado más hermoso de este lado del río,
el peinado más hermoso para acompañar al verso más hermoso
en la estrofa más hermosa, al menos por ahora, posible.
Satisfacción es el día en que mi abuela río como una guacamaya,
sentada en su silla reclinable, después de leerle un chiste
que en realidad era un verso, además muy doloroso,
pero era simpático (y estaba bien construido).
Satisfacción fue la misma abuela desnuda,
después de su baño, mirando al vacío
y recordando claramente una estrofa de Stevens.
Satisfacción fue mi sonrisa al reconocer el verso.
Satisfacción fui yo intentando escribir un poema, a la manera de Stevens,
con las manos temblando.
Estoy segura de que si le mostrara a mi abuela
la imagen de los tenis colgando en un cable de luz,
la entendería,
siempre y cuando estuviera bien escrita, bien planteada,
bien acomodada, en un poema.
Entonces sentiría satisfacción. La sentiré.
Domingo en Puerto Morelos
Éramos tú y yo, y un banco de peces.
Los tres fenómenos: un organismo.
Había un azul grisáceo estremeciéndose, durmiendo en nuestros trajes de baño.
Éramos la espera que se revolcaba, la espuma,
las líneas de nuestras manos uniéndose bajo el agua.
Y un auténtico sol arrugó dulcemente las comisuras de sus ojos,
como una frecuencia rápida que grita ¡Vida!
Éramos la bocanada de sueños que solo nacen a finales de septiembre.
Y tú y yo, y nuestra amistad
(montoncito de arena entre los dedos de los pies)
y el banco de peces y
nuestras miradas de cetáceo;
nos sumergimos.